M U S E O . V I R T U A L . R E N A C E N T I S T A

PINTURA RENACENTISTA EN ITALIA

 

I)Siglos XIII-XIV. El Trecento. Los Primitivos

En pleno período gótico, aparece en Italia un movimiento pictórico que se polariza en dos ciudades: Florencia y Siena, cada una de las cuales preside un ideal plástico diferente. Florencia se inclina por la forma, y su estílo será eminentemente dibujístico o plástico; Siena se muestra afecta al color, y su pintura será visual o cromática. Por lo mismo, mientras la pintura florentina es más racional y constructiva, la de Siena es más lírica y sentimental.

a) La escuela florentina

El primer pintor de quien tenemos datos concretos es Cimabue (1240-1302), del que se conservan dos tablas con igual motivo: una Virgen, en asiento de marfil, con el Niño en brazos y rodeada de ángeles. Hay evidentes vestigios bizantinos, tanto en la simetría de la composición como en la expresión asombrada de los rostros, y en el oro profuso del fondo. Pero ya se advierte algún intento naturalista, que anuncia un cambio muy importante. De máxima importancia, en este sentido, es Giotto de Bondone (1266-1344), a quien se debe el estudio directo de la naturaleza. Sus figuras poseen emoción y movimiento. El ambiente, los fondos, la luz están también tratados con realismo, aunque convencionalmente. Pero los protagonistas humanos están representados con un verismo que impresiona y coonmueve. Un crítico ilustre -Elie Faure- le dedica estas palabras precisas: « Antes que Giotto, nadie había sabido ver todo lo que significa un rostro cuyos ojos se hunden bajo las cajas crispadas, ni una cabeza que descansa sobre dos manos entrelazadas, entre dos brazos abiertos. Esta obra es el poema dramático más intenso de la pintura.»

Su obra más importante son los veintiocho frescos que la iglesia de San Francisco de Asís, con la vida del Santo. También son notables los de la capilla Scrowegni, en Padua.

Entre sus discípulos, destaca Andrea Orcagna (1308-1368), decorador del cementerio de Pisa.

 



b) La escuela sienesa

Duccio di Buonisegna (1255-1319) es el primer pintor sienés importante. Su obra capital es la Madona para la catedral, en la que trata de introducir alguna expresión y realismo, aunque siga muy apegado a la rigidez icónita del arte bizantino.Su discípulo más célebre, Simone Martini (1284-1344), sabe dar a sus figuras más gracias y soltura, como lo revela la encantadora Anunciación, del museo de los Oficios.

 

II)Siglo XV. El Quattrocento

a) Escuela florentina

Los artistas Gentile da Fabriano (1360-1450), Paolo Ucello (1397-1475) y Andrea del Castagno (1423-1457) aportan nuevos conocimientos y técnicas, y se plantean problemas de representación visual, como el de la perspectíva, que fue una preocupación dominante entre los pintores italianos de la época. Sin embargo, el arranque de toda la pintura moderna es la obra de Masaccio (1402-1428), pintor que en su fugaz existencia dejó ver las posibilidades de su talento en unos frescos que pintó en la capilla Brancarrio de la iglesia del Carmen, en Florencia. Muchas son las cualidades que hacen de esta pintura un hito: el estudio directo de la naturaleza, la fuerza de la pincelada, el impresionismo de efectos, la ilusión de luz, la expresión humana de los gestos. Por primera vez en la pintura el aire envuelve a los cuerpos y se siente una atmósfera real. Masaccio observa la degradación de los colores por la distancia y nota la influencia que la calidad de la tela tiene en la estructura de los pliegues. Interesado en hacer una pintura sólida, Masaccio rechaza los colores brillantes y emplea blancos y negros para modelar los cuerpos. De Masaccio parte la línea realista que, accidentalmente, seguirá la pintura italiana al alejarse del idealismo.

Esta tendencia queda representada por Fray Angélico de Fiésole (1387-1454), quien retorna al espíritu simple de los primitivos, aunque, con un mejor conocimiento del oficio y una visión más cercana de la realidad. Sus temas fueron siempre religiosos. En el convento de San Marcos, en Florencia dejó un conjunto de frescos en todas las habitaciones de la casa, de los que sobresale la gran Crucifixión del refectorio. En el museo del Prado está una de sus más hermosas pinturas: La Anunciación. La ciencia de la composición, la delicadeza de su dibujo y la luminosidad de las tintas hacen de Angélico uno de los pintores más seductores del Cuatrocientos.

Benozzo Gozzoli (1420-1497), que decora la capilla Ricardi (Florencia), Filippo Lippi (1412-1469), autor de madonas muy dulces, Filippino Lippi, hijo del anterior (1457-1504) y los escultores Verrochio y Pollaiullo, complementan el cuadro de la pintura florentina de este período.

Los últimos grandes artistas del siglo se resienten en la sensualidad del ambiente y buscan inspiración en los temas mitológicos paganos que caracterizan el Renacimiento. Los mismos temas piadosos pasan a ser un pretexto para mostrar el fausto de la alta burguesía florentina. Sus paisajes son, a menudo, las amenazas campiñas toscanas; sus personajes, los de la brillante corte de los Médicis; y sus escenarios urbanos, los suntuosos palacios de la época.

Sandro Botticelli (1444-1510), también protegido de los Médicis, pintó alegorías de refinada sensualidad en las que reflejaba el gusto paganizante de sus mecenas. La Primavera y El nacimiento de Venus son sus obras más importantes dentro del estilo narrativo-cortesano de su primer período. En el segundo, Botticelli, repugnando el desorden de su conducta, abandona los temas paganos por los religiosos. La Adoración de los Magos, La Anunciación y La Madona del Magnificat, del Museo de los Oficios, y El Descendimiento, del de Munich, son obras que correspondes a esta nueva inspiración. En uno u otro tema, Botticelli mantiene un estilo cortado, ceñido, que se basa, naturalmente, en un dibujo firme, que aísla la figura con todo rigor. Los cuerpos, deformados por una estilización que busca más que nada el ritmo plástico, tienen, sin embargo, una gracia particular que encuentra su razón de ser en la apariencia de ingravidez. Las figuras de Botticelli carecen de peso y dan la impresión de moverse flotando, sin tocar el suelo.

Realizó tambien Botticelli unos frescos en la Capilla Sixtina y una serie de ochenta dibujos para ilustrar la Divina Comedia.



b) Escuela de Perusa

A la elegancia, un poco dura, de Florencia, opone Perusa una dulce blandura y ún colorido luminoso y cálido.

Piero de la Francesca (1406-1492), su principal representante, se interesó mucho por los problemas del claroscuro y perspectiva; pero, en particular, le apasionaron los luminosos, pero no tanto por el efecto de la luz sobre las cosas como por la naturaleza de las misma. Sus ensayos en este sentido llegan a dar la sensación de que sus figuras están modeladas en materia dotada de luz propia, intima, radiante. Los frescos como la Leyenda de la Santa Cruz, en el ábside de la iglesia de San Francisco, en Arezzo, son una obra maestra de luminosidad. Como retratista, Piero es de una elegancia impecable. Buenos ejemplos son los retratos de los Duques de Urbino (National Gallary de Londres).

Su discípulo Melozzo de Forli (1438-1494) es célebre por sus ángeles músicos. Otro gran pintor de la escuela umbría es Pedro Vanuci (1446-1524), llamado el Perugino, artista que en su tiempo gozó de larga fama. La dulzura de la luz general del cuadro, el dibujo irreprochable de la figura y la poesía de sus paisajes de fondo, justifican el renombre de Perugino, que hubiera podido ganar más duraderos laurales si no se hubiera dejado llevar por un sentimentalismo que hace amanerada su pintura. Sus obras más importante son los frescos de la Capilla Sixtina y los de la Sala del Cambio, en Perusa, su patria. Son muy estimadas sus madonas, dignas predecesoras de las de Rafael.

Pinturichio (1454-1513) y Luca Signorelli (1450-1523) son nombres que se merecen citarse en la escuela umbría.

c) Escuela veneciana

Esta escuela, que empezó tardíamente sobrevive a las de Florencia y Roma, agotadas en el siglo XVI. En el siglo XVII, aún nos sorprende con un narrador espléndido, como Tiépolo, gran colorista, y con Guardi y Canaleto, que nos retratan la vida pintoresca de la Venecia dieciochesca. El apogeo artístico de Venecia corresponde al siglo XVI, pero ya en éste destacan Gentile Bellini (1430-1507) y su hermano Giambellini (1430-1516), que combina las gamas encendidas de Ticiano con un difuminado a lo Leonardo. Son celebradas sus madonas, de noble porte y juvenil belleza.

Un pintor siciliano establecido en Venecia, Antonello de Mesina (1430-1479) sobresale por el fuerte realismo de sus retratos, mientras que Carpaccio (1465-1525), autor de la Leyenda de Santa Ursula, se distingue en la realización de vastas composiciones de género.



d) Escuela de Padua

El nombre de Andrés Mantegna (1431-1506) sirve por sí solo para dar prestigio a esta escuela. Interesado en las cuestiones de representación visual del objeto, Mantegna presenta con frecuencia en sus cuadros una dificultad perspectiva, que resuelve con elegancia. Sus impecables escenarios arquitectónicos, tomados de la antiguedad, ofrecen puntos de fuga muy a ras del suelo, huidas de líneas hacia el centro del cuadro en prodigiosa ilusión de profundidad. Los escorzos de sus figuras son, por el mismo motivo, violentos y de complicada resolución dibujística, como el extraordinario Cristo Muerto (Museo de la Brera, en Milán). Su dibujo, de líneas duras, sugiere calidades metálicas aun para la materia blanda y flexible, como la carne, pero denota un observador impecable de la realidad. El tránsito de la Virgen (Prado) es una de sus obras más conmovederas, así como el San Sebastián, del Museo Imperial de Viena.

 

III)Siglo XVI.

En el escenario artístico italiano suceden cambios notables. Unas escuelas -Florencia- prolongan su vida precariamente. Otras -Venecia, Roma- llegan al ápice de su carrera; mientras que ciudades hasta entonces apartadas del trajín artistico -Milán- asumen repentina importancia.

a) Escuela milanesa

Cuenta con un solo nombre, pero de primera magnitud: Leonardo da Vinci (1452-1527). Leonardo no fue sólo pintor; pero sabio, que dejó escritos interesantes sobre ingeniería, químicas y otras ciencias; escultor, músico, escritor. No deja de admirar que debido a su gloria en la pintura, fuera de pintor de lo que menos se preciara. Sin embargo, como pintor, Leonardo es una de las más altas cimas del arte universal. El trae a la pintura conquistas definitivas: el juego de las sobras y el misterio de sus transparencias; la atmósfera, que envuelve a las imágenes y las hace surgir como de una profundidad sin término; y, sobre todo, el enigma de la vida latente, que da a sus figuras una profunda animación innterna.

La suavidad de las formas, la delicadeza del color, el esmero en el detalle, el exquisito difuminado -el famoso sfumato leonardesco-, la conjunción de sensualidad y espiritualismo, la expresión lejana de sus ojos de gruesos párpados, y la de las manos, elegantes y finas, son notas inconfundibles de su estilo.

Los problemas técnicos torturaron a Leonardo toda su vida. Por eso, sus obras son escasas, y algunas a punto de perderse por el deterioro de los materiales que empleó.

Pocas pinturas habrán suscitado más comentarios que la celebérrima Gioconda, cuya sonrisa, según el poeta D´´Annunzio, está hecha de lo infinito.

De su corta producción, cabe citar Santa Ana y la Virgen (Louvre), La Virgen de las rocas (National Gallery) y La última Cena, pintada para el refectorio del convento de Santa María de las Gracias en Milán.

b) Escuela romana

Los pintores de esta escuela verdaderamente importantes son dos: Rafael Sanzio de Urbino y Miguel Angel.

Rafael (1483-1520), aunque vivió poco, dejó una obra vastísima, que significa la síntesis de las mejores cualidades de los pintores precedentes , unificadas y reavivadas por un auténtico genio de la fabulación plástica. De Masaccio aprende Rafael a dar equlibrio a las figuras; de Leonardo, la pureza del dibujo y los secretos del difuminado; de Fra Bartolomeo, la firmeza de la composición. Pero la gracia, la nobleza, la riqueza narrativa, le venían de su propio ángel pintor, para dar realidad al constante ideal del Renacimiento, que consistía en la serena armonía de las formas.

Ejecutó para Julio II una serie de frescos en las tres estancias del Vaticano de los que destacan El castigo de Heliodoro, El milagro de Bolsena, Atila ante las puertas de Roma y La liberación de San Pedro.

Como retratista, ocupa lugar eminente: retratos de Julio II, de la Fornarina, Baltasar de Castiglione, etc., dotados de una aguda penetración psicológica. Pero las obras a las que debe mayor fama son sus madonas, de un naturalismo idealisado: Madona del Jilguero, Madona de la Silla, Madona del Pez, La Bella Jardinera, etc.

La obra pictórica de Miguel Angel responde también a esa tendencia a lo grandioso, a lo dramático y exasperado que hemos visto en sus esculturas. Miguel Angel transplanta al campo de la pintura los medios expresivos de la estatuaria. La máxima ilusión de relieve, el ademán esforzado, el gesto patético, caracterizan el estilo pictórico de Miguel Angel que, escultor ante todo, piensa en masas, concibe cosas sólidas, cuerpos idealizados conforme a un canon titánico.

Su obra maestra, el techo de la Capilla Sixtina, es una majestuosa interpretación del Génesis, en la que se agitan más de trescientas figuras de tamaño mucho mayor que el natural. Años más tarde, en la pared frontal de la misma Capilla, pintó su tremendo Juicio final.

La Sagrada Familia (Museo de los Oficios), dentro de un riguroso esquema triangular, y El entierro de Cristo (National Gallery de Londres) son también pinturas fundamentales de este genio universal.



b) Escuela florentina

Contemporáneos de pintores geniales, Andrea del Sarto (1486-1530) queda un poco en sombra. Sin embargo, fue un artista valioso que mantiene con decoro las cualidades tradicionales de la escuela de Florencia -delicadeza, finura, sentimiento- de tal modo que puede llamársele el último gran pintor florentino. Sus hermosas madonas son un buen ejemplo de la alta calidad de su arte.

c) Escuela de Parma

Su principal representante, Correggio (1491-1534), combina la suntuosidad cromática de los venecianos con el perfilado dibujo de la escuela de Florencia, creando un estilo de blanca sensualidad que anuncia el manierismo, que viene en seguida.

Obras suyas famosas son Noli me tangere (Prado) y El casamiento místico de Santa Catalina (Louvre). Pintó tambien, en la cúpula de la catedral de Parma, una Ascensión, que impresiona por su arrebatado movimiento.

d) Escuela veneciana

Giorgione (1478-1510), pintor de los campos, de las selvas y de las gracias femeninas, inicia este período con un estilo romántico, lleno de mistero. Los paisajes de sus fondos, bañados en oros y sombras, realzan las carnes luminosas como una vibrante melodía. La obra de Giorgione es muy breve; en el Louvre se conserva su mejor pintura, El concierto campestre; en Dresde, La Venus dormida; en Venecia, La tempestad. Dejó tambien retratos excelentes.

Discípulo de Giorgione fue Ticiano Vecellio (1477-1576), figura cumbre de la pintura veneciana. Ticiano exalta al máximo la importancia del color, confiándole el modelado de las formas, y éstas surgen, por tanto, como emergencia provocada por la luz, ya de modo súbito, con un toque brusco de claridad, ya de un modo paulatino, como una lenta hinchazón de la materia. La paleta de Ticiano, rica en tonos cálidos de gran suntuosidad, conoce tambien la seducción de las sombras, que pueden llegar hasta el negro profundo sin hacerse nunca opacas y pesadas. El estilo de Ticiano, afimándose en la eficacia generatriz del color, desemboca, en sus últimos años, en una síntesis que prepara el camino del impresionismo.

Fue Ticiano, pintor áulico del Emperador Carlos V, de quien dejó retratos magníficos, como el ecuestre de la batalla de Muhlberg. Como retratista, Ticiano es sobrio y elegante, y sabe recoger en un solo gesto toda la íntima vida del sujeto. Francisco I de Francia, la Emperatriz Isabel, el poeta Aretino, posaron para el gran artista. De sus pinturas religiosas, ninguna tan dramática y contenida en una gama severísima, como El entierro de Cristo (Prado), pintado cuando pasaba de los ochenta años de edad.

Pero los temas más frecuentes de su paleta son los mitológicos, en particular sus hermosos desnudos femeninos -Venus (Oficios), Dánae, Bacanal (Prado)-, en los cuales se refleja todo el amor del veneciano por la vida sensual, por el placer y el lujo.

Murió Ticiano muy anciano de la peste que asoló Venecia en 1576. La pompa y suntuosidad veneciana tienen su último gran representante en Pablo Veronés (1528-1588), autor de las cuatro célebres Cenas: Cena en casa de Simón, Bodas de Caná, Cena en casa de Levi y Cena en casa de Fariseo.

En estas escenas, el asunto no es más que una ocasión para representar, con rica fantasía el boato de la vida mundana de Venecia, dando acceso, en torno a la imagen de Jesús, a individuos de toda clase, tomados del mundo cotidiano. Su sabiduría de la composición, manifiesta en la habilidad con que agrupa tantos personajes y objetos, y su instinto decorativo, así como la maestría con que vence los arduos problemas de sus grandes escenografías, hacen de Voronés un pintor grandioso, digno representante del espíritu fáustico de la Venecia renacentista.

El último de los grandes maestros venecianos apenas encaja en el marco que hemos trazado. Jacobo Robusti, llamado Tintoretto (1512-1594) es más bien un genio sombrío, que se inclina a lo trágico. Su colorido frío, de tonos graves, blancos cegadores, grises y azules, que destellan con líquidas fulguraciones o se apagan súbitamente al chocar con la sombra, muestra ya todo el dramatismo de la escuela iluminista o tenebrista, que arranca de él.

Tintoretto pintó mucho, por lo que sólo citaremos las más destacadas de sus obras: Origen de la Vía Láctea (National Gallery), Últina Cena (San Giorgio Maggiore, Venecia), El milagro de San Marcos (Academia de Bellas Artes, Venecia), El lavatorio, Bautismo de Cristo, El caballero de la cadena de oro (Prado).
 


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