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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

 

Cine

 

Siete Días no son suficientes para su redención

Hay películas buenas, películas regulares, películas pésimas y películas mexicanas, dice el viejo chiste. Siete Días quiere y no puede y trata pero no lo consigue, de ser una cinta que traiga nuevas propuestas en vez de un cine plagado por temas de violencia, el pesimismo y la podredumbre social del cual, por cierto, ya estamos hartos.

Siete Días
Eduardo Arroyuelo, Jaime Camil, Julio Bracho, Roberto D'Amico
Director: Fernando Kalife

OCTUBRE, 2005.Pese a que la mayoría de los directores de cine mexicanos contemporáneos provienen de la clase media urbana, éste ha sido el sector social al que ha costado más trabajo seducir para llevarlo a las salas. Ha habido intentos, como esas comedias agridulces protagonizadas por Demian Bichir y otro intento un poco más pasadero de nombre Dame tu Cuerpo (2003) de Rafael Sánchez Navarro. Hay intenciones, como se ve, de presentar otra visión del cine nacional, que de los charros falsos se fue a la violencia extrema como fórmula para encubrir un argumento débil o presuntuoso.

Siete Días no es el nombre de un noticiero --hiperconvencional, por cierto-- sino el título de otra cinta que quiere arrastrar a ese público de clase media que escucha música en inglés, es-era seguidor de Friends en Sony Entertainment y religiosamente asiste a todos los estrenos de Hollywood. Es un mercado al cual el populismo cinematográfico de los setenta y ochenta había desdeñado, pero siempre ha estado ahí. Sin embargo se ha mostrado muy reticente, lo cual es sumamente comprensible: ¿cómo iría a ser de otro modo si el cine mexicano ha producido bazofia en cantidades siderales?

Siete Días tiene como protagonista a Claudio Caballero (Arroyuelo), un tipo que quiere traerse al grupo U2 para que se presente en Monterrey, ante lo cual, en un diálogo altamente predecible Caballero quiere asombrar a la audiencia al denunciar que "por culpa de los hijos de Zedillo" juraron no volver a México. Le atormenta la muerte de su hermano Federico y además añora los setenta, una época que apenas y rozó con su nacimiento. Para el efecto decide jugarse una apuesta en Las Vegas y así conseguir el dinero necesario para el concierto. Pero el aspirante a empresario comete una torpeza que ahora sí, nomás-en-el-cine y le dan un plazo de... ¡exacto! ¡brujos, brujos! siete días para que reeembolse todo al empresario mafioso, un Jaime Camil que realiza una actuación decorosa.

La máxima falla argumental de Kalife radica que Siete Días no termina por definirse; parece una cinta de Bollywood: ¿Qué es, comedia, drama, thriller? Nomás faltó que se pusieran a cantar y a bailar coreografías. 

 

El abuso de las altisonantes en los diálogos también es fastidioso; a ratos se siente como si Camil y los demás actores quisieran impresionar al público pues en televisión no pasan de decir "güey" y ya. Pero se cae, para variar, en el exceso. Muchas escenas sobran, el protagonista no llena el espacio que le aisgna la cinta y varios personajes se quedan colgando, como Moro, el promotor nostálgico. No mencionaré el final, claro, pero sí puedo sostener que es ultraconvencional aunque, paradójicamente, no convence.

Siete Días no es mala, pero pudo haber sido mejor. Ojalá y que los futuros intentos no queden sepultados por el elenco de RBD, el cual ya anunció que pronto filmará una película. Independientemente de la buenez de esas muchachitas, no se avizoraría entonces nada bueno para una industria que, pese a las veladoras que la crítica le encendió a Amores Perros y El crimen del Padre Amaro, está lejos de su redención.