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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

 

Cine

 Otra de malosos

¿Otro thriller conspiratorio? Hollywood anda urgido de ideas, sin duda. Y si fueran buenas, perfecto. Pero esta historia basada en un libro de John LeCarré exculpa a Robert Mugabe y achaca a las multinacionales farmaceúticas la miseria en África. Sí, chucha.

The Constant Gardener
Ralph Fiennes, Rachel Weisz
Dirigida por Fernando Meirelles
Focus Features, 2005

La primera lección que debemos aprender de The Constant Gardener es la siguiente: si se es millonario, como las celebridades de Hollywood, no es malo siempre y cuando se mantenga una convicción "progresista"; lo criticable es cuando se es millonario y al mismo tiempo está uno a favor de la libre empresa. Eso es lo deleznable. Si un director de cine "progresista" gana hasta 10 millones de dólares por película no acumula excesivamente la riqueza, lo hace por una causa noble. Caso contrario se es parte de la élite explotadora. 

The Constant Gardener maneja no sólo éste sino todos los demás clichés de la izquierda sesentera (y, como se ve, la actual): la pobreza en Africa es una conspiración de las multinacionales, en especial la farmaceútica; los gobiernos pueden resolver su
ineficiencia y corrupción tan sólo si quitamos a unos burócratas por otros; una protagonista encinta piensa ponerle "Che" a su hijo, ricachones insensibles --es
decir, "no progresistas"--, sermones ecológicos ante el uso de pesticidas... you name it.

¡Ah! Y por supuesto, la lucha de clases. Porque resulta que Justin Quayle es un caballero inglés quien contrae matrimonio con Tessa (Weisz, más recordada por su papel en The Mummy), una muchacha de recursos apasionada por el activismo ecológico. La pareja es
enviada a Kenia y cuando ella comienza a mover la hebra de una tenebrosa conspiración... Adivinen qué sucede: ¿le mandan un pastel con dinámita como velitas? ¿se gana unos boletos para un crucero por el Caribe? ¿La invitan a escribir su biografía? ¡No, señores! ¿Listos? ¡Muere en un sospechoso accidente!! Y ello sucede, vaya casualidades, poco después que habla frente a un grupo de empresarios donde --coscorrón a Bush-- Tess no sólo critica la guerra en Irak sino que ¡pam! piensa que la miseria en África es por culpa de esos ricachones. Franz Fannon debe regocijarse desde su tumba.

La cinta es dirigida por Fernando Meirelles, quien además dirigió en su natal Brasil Estación Central y Ciudad de Dios, una de las cintas más violentas de los
noventa. No hace falta añadir que Meirelles es de esos directores "comprometidos", lo mismo que la historia, basada en un libro de John LeCarré. Es esta una denuncia de la perfidia imperialista, representada mediante esas multinacionales que, ya lo decía Naomi
Klein, "obstruyen el desarrollo de los más pobres y siembran la muerte con su sola presencia". 

Naturalmente que el personaje de Weisz tiene razón: las farmaceúticas multinacionales tienen un perverso plan para usar de conejillos de indias y luego anqiuilar a las comunidades pobres africanas. Y de paso el guión manifiesta su anticapitalismo rampante; alguien debiera decirle a John LeCarré que los campos de golf hace tiempo dejaron de ser símbolo de pudientes y que hoy vienen a ser un importantísimo detonante de inversión (también recuérdenle que hace rato un Tiger Woods rompió el estigma que se trataba de un deporte "de blancos racistas"). Y es que tanto a Meirelles como a LeCarré les interesa únicamente la denuncia. Qué lástima que no incluyeron entre los conspiradores a tiranos como Bokassa, Mobutu Sese Seko, Idi Amín y Robert Mugabe, quienes han aniquilado allí mucho más gente que una farmaceútica trasnacional, oops, multinacional. 

Y lo que es peor: aun para los fanáticos de las teorías conspiratorias, The Constant Gardener exuda tedio. Como remedio ante la pausa fílmica del ricachón-progresista Michael Moore francamente tampoco funciona.

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