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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

 

Cine

 De gladiador a luchador, y bien

Un excelente actor, un director experimentado y un guión casi impecable hacen de The Cinderella Man una historia donde se nos muestra que, a base de catorrazos, duele llegar hacia donde queremos, pero llegamos.

The Cinderella Man
Rusell Crowe, Renee Zellweger, Paul Giamatti
Dirigida por Ron Howard
Universal/2005

Lo que ha hecho grande a Hollywood popular alrededor del mundo son sus historias inspiracionales, no su gore tarantinesco ni la degradación humana. Cuando creemos que a Hollywood ya se le olvidó este principio básico el director Ron Howard sale de su escondite para recordarnos que, sí, aún hay esperanza. The Cinderella Man es, junto con Apollo XIII y A Beautifil Mind, la trilogía de películas donde Howard nos recalca que si queremos hacer algo en este mundo, necesitamos sortear pruebas en contra nuestra, como serían el casi estrellarnos en la Luna, en luchar contra nuestros temores o enfrentar a la inestabilidad emocional.

Cinderella Man (aquí le pusieron El Luchador, título que nos remonta más bien a esas películas de Santo y Blue Demon) tiene a un personaje que, precisamente, lucha contra su decadencia, a la que tuvo el mal tino de acompañarla con la Gran Depresión de 1929. Crowe caracteriza a Jimmy Braddock, pugilista que de un barrio pobre de inmigrantes irlandeses en Nueva York había conseguido títulos y dinero que lo convertirían en un Oscar de la Hoya versión años veinte, hinchado en dólares pero eso sí, fiel a su esposa. Pero nadie le avisa que la carrera de boxeador es también de las más ingratas de modo que pierde una pelea, y otra, y otra, hasta que del Madison Square Garden baja hasta esos rings de barrio donde le tunden aquellos que hace poco hubieran sido sparrings de entrenamiento; se ha convertido en una piltrafa del ring. "Mejor ve a casa con tu familia", le recomienda el promotor, poco consuelo para Braddock, a quien le habían prometido 27 dólares por pelear y al final se queda sin nada porque el combate "había sido un fraude". Poco después le cortan la electricidad y se enferman sus hijos lo cual obliga a Raddock a pedir limosna a sus representantes.

Ya ni siquiera su esposa (Zellwegger) cree en Braddock. El único que mantiene una velita encendida es su mánager (Paul Giamatti) quien le ofrece una pelea "de despedida" donde servirá de "bulto", pero inesperadamente gana el combate. Sin embargo, con un dolor en las costillas, una mano derecha severamente lastimada y una visión cada vez más borrosa ¿valdrá la pena subir otra vez al ring hasta donde la salud lo permita, o resignarse a que un capataz lo escoja cada vez que se le antoje para que trabaje en los muelles por unas monedas al día?

Desde sus lejanos días como actor en la serie Happy Days al presente, Howard ha aprendido y desarrollado mucho del lenguaje cinematográfico; sabe crear atmósferas de tensión y emocionarnos de un combate como si lo viéramos en vivo (el de Braddock contra su némesis Max Bauer supera al de cualquiera de Rocky, sin duda). En ocasiones se excede en recalcar la honradez del pugilista, como cuando obliga a su hijo a que devuelva una morcilla que se robó, o en los efectos de la Depresión, pues la enfatiza como un fenómeno hiperpresente en los Estados Unidos de 1933 si bien para finales de ese año sus efectos más duros ya empezaban a amainar. Donde sí tiene un acierto es el argumento pues no es casualidad que el boxeo fuera el deporte más popular de esa década mucho más que el beisbol; se había convertido en la catarsis para miles
de ciudadanos frustrados por el American Dream que, efectivamente, se había truncado en octubre del 29.

Como siempre, Crowe ofrece una actuación espectacular. Durante las casi 2 horas 15 minutos de la película él es Braddock, no un actor neozolandés postulado al Oscar dos veces y ganador de una. Depende de la veleidad de Hollywood del año que entra para ver si lo contemplan en una tercera nominación por esta cinta. Si así sucede, se habrá hecho justicia, y como inclusión como actor de reparto a Giamatti, tampoco estaría mal. Pero ello es independiente de lo que nos muestra Howard en Cinderella Man: siempre habrá espacio para las cintas que resaltan las capacidades y alcances del espíritu humano. Y eso, señores críticos, es lo que ha hecho grande al cine norteamericano.