Gabriel Vicente García Rincón nació en Caracas el 26 de junio de 1985. Fue un gran día para la familia ya que se trataba de nuestro primer hijo, y a la vez primer nieto de la familia Rincón Castillo. Vino al mundo después de tres años de unión matrimonial. Gabriel Vicente pesó al nacer 3 kilos con 330 gramos, y midió 52 centímetros. Era un niño espectacular con un pelo negro abundante. Nuestro bebe representaba un regalo que Dios había enviado para llenar de dicha y felicidad nuestro hogar.

Cuando el pediatra se acercó a saludarnos nos dijo que había examinado a nuestro bebe, y quería felicitarnos porque era un niño sano y saludable, salvo una cosita. Gabriel Vicente presentaba una malformación de la piel en la parte superior de ambas piernas y en el pecho. Los médicos no sabían de que se trataba, y querían nuestra autorización para tomarle una pequeña muestra de piel. Dado el cuadro que presentó al nacer, Gabriel Vicente permaneció en el hospital bajo observación. Durante esos días nosotros lo visitábamos a diario, llevándole un poco de leche materna. Finalmente a los 7 días fue dado de alta, y con mucha alegría y felicidad nos lo llevamos a casa de sus abuelos, ya que para ese entonces nuestra residencia estaba en otra ciudad llamada Judibana.

Durante esas primeras semanas sentíamos un poco de miedo, ya que aquella malformación que Gabriel Vicente tenía en las piernas nos preocupaba. Los médicos nos habían dicho que con el tiempo disminuirían de tamaño, sin embargo nosotros en el fondo no estabamos tranquilos. Presentíamos que nuestro hijo podía tener algo serio, pero no queríamos alarmar a nadie con esto.

El 3 de Agosto de 1985 fue bautizado y le ofrecimos su vida a Dios. Pedimos mucho porque creciera fuerte y sano, que nada ni nadie pudiera quitarnos esa alegría y felicidad que había traído a nuestras vidas. Fue un día maravilloso y lo celebramos con una gran fiesta. Nosotros nos sentíamos muy orgullosos y felices con nuestro bebe. Nuestra vida parecía ser perfecta, que más podíamos pedirle a Dios si ya lo más grande nos lo había dado.

Nuestro hijo comenzó a crecer en un ambiente lleno de amor y ternura. Cada día nos sorprendía con cosas nuevas, nos reconocía cuando le hablábamos, reía y lloraba furioso cuando tenía hambre. El crecía poco a poco y nosotros contemplábamos sus progresos y adelantos. Fueron tan solo tres meses donde la alegría y felicidad alumbraron nuestras vidas. Es aquí donde comienza un largo y doloroso camino que cambiaría para siempre nuestras vidas...


  Enfrentandonos a la Verdad

Hacia finales de septiembre de 1985 Gabriel Vicente comienza a estar muy irritable, lloraba constantemente y su llanto era de dolor. Descubrimos que se quejaba al mover una de sus piernas. Notamos que le habían aparecido unas manchas rojas en la pierna derecha, y los dedos se encontraban un poco fríos. Fue internado en el hospital, tratado con antibióticos y dado de alta sin problemas. Sin embargo, a solo una semana de este incidente, Gabriel Vicente comienza de nuevo con los mismos síntomas. Después de un mes, visitando con él varios médicos y hospitales, lo llevamos al Centro Médico de Caracas donde ingresó a terapia intensiva.

Aquí los médicos se encontraron con una sorpresa, pues nuestro hijo tenía una malformación en el sistema circulatorio. Había nacido con un sobrecrecimiento en las paredes internas de las venas y arterias, lo cual dificultaba el flujo sanguíneo. Esto le producía una alta tensión arterial, condición a la cual debía haber estado sometido su cuerpo desde la etapa de gestación. Aquello que los médicos observaron por medio de un cateterismo era bien asombroso, y hasta hoy en día se ha mantenido el enigma de porque le sucedió esto.

De su enfermedad no se sabía mucho. No existía bibliografía en la cual apoyarse y no se habían reportado casos como este. Era poco lo que los médicos podían hacer para ayudarlo. Por primera vez su vida comienza a correr serio peligro... En ese momento le ponen un tratamiento experimental para la hipertensión, ya que lo más urgente para los médicos era controlarle la tensión arterial a la cual su organismo estaba sometido.

Para finales de diciembre de 1985, y contando con solo 6 meses de edad, ya Gabriel Vicente había perdido sus dos piernas. No tenía suficiente circulación para mantenerlas sanas, y la única alternativa que tuvieron los médicos para salvarle la vida fue amputárselas.

La cicatrización de sus heridas dura exactamente un año. Fue un año difícil y duro para todos nosotros y en especial para nuestro hijo. Ambas piernas fueron reamputadas, debido a las múltiples veces que se le infectaron las heridas, quedando prácticamente desarticulado a nivel de la cadera. Durante todo ese año Gabriel Vicente estuvo sometido a curas diarias y antibióticos. Muchas veces había que hacerlas tres veces al día, y las curas eran sumamente dolorosas. Nuestro hijo se encontraba muy débil e irritable ante esa situación de tanto dolor y sufrimiento.

A pesar de todo, notamos en Gabriel Vicente una férrea voluntad por sobrevivir. Nuestro hijo se enfrentaba a una enfermedad desconocida y completamente incurable, pero lo hacía como un gran luchador y sin darse por vencido.

 

  Un Rayo de Esperanza
 

 

 

Al lograr en diciembre de 1986 que sus heridas cicatrizaran, Gabriel Vicente comienza a estabilizar sus condiciones físicas y emocionales. Sus médicos, terapeutas ocupacionales, terapeutas de lenguaje, fisioterapeutas y psicólogos nos ayudaban para que su recuperación fuera completa. Sus jornadas diarias comenzaban temprano y requerían de mucha disciplina. Así transcurre todo un año de mucho trabajo y dedicación por nuestra parte. Pero la prioridad era él y queríamos ayudarlo a superarse.

 

 


Todo ese trabajo le permitió ganar fuerza y en noviembre de 1987, a los dos años de las amputaciones, Gabriel Vicente obtiene sus primeras prótesis en el Hospital Ortopédico Infantil de Caracas. Eran unas prótesis bastantes rudimentarias pero muy estables e ingeniosas, y con ellas comienza a dar sus primeros pasos.
Luego en julio de 1988 vinieron sus segundas prótesis. Estas a diferencia de las anteriores eran mucho más altas, tenían zapatos y con ellas podía sentarse. En corto tiempo logro manejarlas con éxito, y aprendió a recorrer largos trechos con la ayuda de una andadera.

 

Contra todos los pronósticos médicos Gabriel Vicente vence todas las expectativas y llega a sus tres años de edad, comenzando su actividad escolar como cualquier otro niño de su edad. Desde el primer momento logró adaptarse sin problemas, participó en todas las actividades, y demostró que sus limitaciones físicas no eran realmente un obstáculo para su desarrollo personal.


  En Busca de Nuevas Alternativas

A principios de 1989 decidimos buscar otras alternativas para tratar su enfermedad. Escribimos así a los Estados Unidos en busca de tecnologías más avanzadas. Para ayudarnos con los costos del tratamiento que Gabriel Vicente requería, creamos la Fundación GAVIGAR (Gabriel Vicente García Rincón). Este proyecto fue posible gracias a que muchas personas e instituciones nos ayudaron económicamente.

En agosto de 1989 nos fuimos todos esperanzados a vivir en Norman, Oklahoma. Inmediatamente nuestro hijo es admitido en un colegio, donde comienza una nueva etapa en su vida. Conseguimos un ambiente muy amigable donde muchas personas nos querían ayudar. Simultáneamente comenzó un programa de rehabilitación con el objetivo de prepararlo para sus nuevas prótesis. Después del colegio asistía a clases de natación y fisioterapia. Aunque Gabriel Vicente no dominaba el idioma, nunca esto fue un impedimento para comunicarse con los demás. Lo importante para nosotros fue lograr que se le dieran las oportunidades.

En agosto de 1990 recibimos sus terceras y últimas prótesis, así como también su silla de ruedas. Estas prótesis eran más complejas ya que permitían un movimiento independiente de cada extremidad. En menos de una semana logramos ver realizado nuestro gran sueño, al verlo caminar contento y orgulloso por todos los pasillos del hospital. Gabriel Vicente asombraba a todos con su alegría y su fuerza de voluntad, y siempre tenía una sonrisa para regalar. En todo momento mostraba seguridad en sí mismo, y tenía muchos deseos de seguir adelante para continuar junto a nosotros.

La alegría no duró mucho, ya que en septiembre comenzaron de nuevo los problemas y preocupaciones. La presión que le ejercían las prótesis sobre sus muñones le ocasionó una herida interna, la cual se infectó y conllevó a varias operaciones en el transcurso del siguiente año. Cuando a fines de 1991 terminó ese proceso infeccioso, su médico nos sugirió que por los momentos olvidáramos lo de las prótesis, e insistió mucho que fuéramos felices aceptándolo como él era.

A pesar que desde enero de 1987 ese había sido nuestro principal objetivo, dejar las prótesis a un lado representó un gran alivio y comenzamos a ver la vida de forma diferente. Por primera vez la presión en nuestras vidas bajó, ya que no había que salir corriendo todos los días para las terapias, ni teníamos que mantener una rutina de ejercicios para Gabriel Vicente. Ahora había mucho tiempo para jugar y hacer otras cosas. Disfrutábamos al máximo junto a nuestro hijo lo que la vida nos ofrecía. Nuestros años en Norman fueron muy felices a pesar de los contratiempos y del avance de su enfermedad. Gabriel Vicente demostró con su actitud ser un niño feliz y sin ningún tipo de complejos.

 

  De Regreso a Venezuela
 

En junio de 1992, cuando Gabriel Vicente contaba con 7 años de edad, nos tocó regresar a Caracas donde es admitido en el Liceo Los Arcos. Estabamos seguros que le demostraría nuevamente a todos que "si se puede", cuando existe la voluntad y el deseo de hacerlo. Aquí comienza la etapa cumbre de su vida.

Desde el primer día en el colegio demostró que sus limitaciones físicas no lo hacían menos que los demás. Se esforzaba por hacer las cosas bien y cumplir con sus deberes escolares. No quería que se le tratara como un niño especial, quería que lo consideraran igual que a los demás. Participaba en todas las actividades que el colegio requería, y comenzó a destacarse como un alumno ejemplar. Gabriel Vicente comienza a ganarse la admiración y respeto de sus compañeros. Siempre tenía una sonrisa para compartir, lo cual lo había caracterizado todos estos años.

Se sentía conforme con sus limitaciones físicas y nunca se quejó por tener que permanecer en una silla de ruedas, ni se sintió menos que los demás. Nosotros constantemente le resaltábamos sus virtudes y cualidades. Su actitud frente a la vida nos transmitía mucha paz y serenidad. Tenía una gran personalidad, era extrovertido, alegre y muy cariñoso. Era definitivamente un niño especial, y nos hizo a nosotros especiales también. Confiaba mucho en Dios y en la Virgen, y rezaba a diario pidiendo mucho por su salud y por poder continuar junto a nosotros. Fueron años duros y llenos de muchas dificultades, ya que los imprevistos se presentaban a menudo. Pero la voluntad de Gabriel Vicente era férrea. Nosotros lo ayudábamos en todo lo que podíamos, y admirados observábamos la entereza con que enfrentaba su enfermedad y como disfrutaba la vida.

Durante esta etapa de su vida Gabriel Vicente demostró tener grandes virtudes. Era un niño muy disciplinado y responsable. Era muy buen amigo, lo cual le permitió estar siempre rodeado de gente que lo ayudaba constantemente. Mostraba su generosidad ofreciendo siempre su ayuda, y le gustaba esperar su turno. Era honesto y no le gustaba decir mentiras, ni tampoco que se las dijeran. Prefería enfrentar la verdad por mas fuerte y difícil que fuera aceptarla. Era leal ante su familia y muy transparente con sus sentimientos. Decía siempre lo que pensaba, pero sin herir a nadie con sus comentarios. Tenía un carácter fuerte y defendía sus puntos de vista, sobre todo si consideraba incorrecto lo que le estaban proponiendo. Muchas personas se le acercaban pidiéndole consejos, y quedaban sorprendidas de su espontaneidad y sabiduría.

Su primer año en el colegio fue excelente. Fueron muchas las actividades en las que participó abiertamente, y demostró un gran entusiasmo y alegría de poder hacerlo. Ese año desfiló junto a sus compañeros en el acto inaugural para las olimpíadas de AYSE. Le gustaba asistir a los eventos deportivos para animar a sus compañeros y amigos. Asistía a los paseos organizados por el Liceo. Se divertía mucho en los sábados familiares, porque podía compartir con profesores y amigos. Llegó a pertenecer al grupo musical del colegio, y nos demostró que la música también formaba parte de su vida. Esta actividad lo llenó mucho y le causó grandes satisfacciones. Aprender a tocar la flauta significó para él una de las experiencias más lindas y significativas, lo cual recordamos con gran alegría y nostalgia.

El 22 de mayo de 1994, cuando cursaba segundo grado, realizó su Primera Comunión. Durante los meses anteriores conoció al Padre Rafael Ortega, quien junto a sus maestros lo prepararon para recibir este sacramento. Fue un gran acontecimiento para toda la familia. Durante años, y en silencio, le habíamos pedido a Dios que lo dejara vivir lo suficiente para que realizara su Primera Comunión. Dios nos concedió aquel hermoso día nuestro gran deseo, y eso significó mucho para nosotros. Sin lugar a dudas ese día representó para Gabriel Vicente el día más feliz de su vida. La sonrisa que tenía en su rostro la llevamos grabada en nuestros corazones. Una vez más, Dios nos manifestaba su presencia entre nosotros.

Gabriel Vicente enfocó su vida en función de las cosas que podía hacer y que estaban a su alcance. Mantuvo una actitud positiva ante sus problemas y dificultades, y aprendió a vivir el día a día sin desesperarse ni adelantarse a los hechos. Siempre existió dentro de él una gran fuerza de voluntad y un espíritu de lucha. Nunca lo tratamos con lástima, ni dejamos que otros lo hicieran. Siempre lo tratamos como un niño normal y fuimos muy exigentes con él, y por eso él también lo fue consigo mismo...

El camino que recorrimos juntos nunca fue fácil para ninguno de nosotros. Hubo muchas noches oscuras donde no sabíamos si existiría un mañana para nuestro hijo. Fueron muchos los sacrificios que tuvimos que hacer, y muchas las dificultades que tuvimos que enfrentar. Compartimos muchas lágrimas juntos... Teníamos mucho miedo pues nuestro hijo se enfrentaba a una vida llena de incertidumbre y dolor. Sin embargo, nos sorprendía la alegría con que él la enfrentaba. Esto nos daba fuerzas para continuar y no perder el ánimo.


  Su Enfermedad Avanza en Silencio

En varias oportunidades la muerte estuvo llamando a nuestra puerta. Parecía mentira como lograba recuperarse cuando ya todos pensábamos que había llegado su hora. Pero Dios ya lo había decidido, Gabriel Vicente estaría con nosotros hasta culminar su misión. Durante la mayor parte de su vida luchó en medio de una salud delicada. Muchas veces se sintió decaído y sin fuerzas. Padecía de dolores de cabeza y sudaba mucho debido a que su tensión arterial era muy alta, la cual era controlada con medicamentos. Pero esto a su vez limitaba la irrigación sanguínea en algunas partes de su cuerpo, la cual era precaria especialmente en sus muñones, su brazo derecho y los intestinos. Pero a pesar de todo esto, Gabriel Vicente cumplió siempre con sus responsabilidades ante el colegio y su familia, sin poner como excusa su enfermedad.

El avance de su enfermedad repuntó hacia finales de 1995, cuando comenzó a presentar problemas con el aparato digestivo, debido a la falta de irrigación hacia los intestinos. Esto le producía dolores abdominales y lo que comía no lo procesaba adecuadamente, por lo que requería ir al baño con bastante frecuencia. También la piel alrededor de las amputaciones había quedado muy débil después de tantas operaciones. Aparecieron de nuevo unas úlceras muy grandes, volviendo a necesitar el proceso de curas diarias que tuvo cuando era un bebe. Esas curas resultaban ser para Gabriel Vicente momentos de mucho sufrimiento y angustia.

Nosotros mismos nos encargábamos de hacerle las curas que requería. Para curarlo había que utilizar medicamentos que le producían mucho dolor. Sus gritos de desesperación y de angustia aún retumban en nuestros oídos. Este sufrimiento de Gabriel Vicente representó para nosotros el peor "martirio" que cualquier persona pueda enfrentar en la vida. Pues a pesar de que éramos sumamente cuidadosos al curarlo, y Gabriel Vicente entendía que eso era por su propio bien, era difícil para él comprender como en el mismo acto le podíamos estar causando tanto dolor, y a la misma vez estarle diciendo "Gordito te queremos mucho". En varias oportunidades se le rompió una arteria, corriendo el riesgo que se desangrara por completo. Pero gracias a Dios, esto siempre ocurrió estando presente alguno de nosotros. Científicamente lo intentamos todo para que las heridas cicatrizaran, sin embargo no logramos tener éxito y así vivió él con sus heridas hasta el momento de su muerte.

A pesar de todo Gabriel Vicente siguió con sus estudios. Deseaba permanecer junto a sus compañeros, y continuar aquella experiencia tan maravillosa que lo hacía vivir intensamente. Así logra terminar con mucho sacrificio y esfuerzo su cuarto grado, y en octubre de 1996 recibe el diploma de excelencia académica como el mejor alumno de todas las secciones. Su familia sabía más que nadie el esfuerzo que esto había representado para él. Todo el colegio celebró ese día con mucha alegría.

 

  Una Mision Cumplida
 

Aunque su salud seguía empeorando, Gabriel Vicente deseaba regresar al colegio e iniciar su quinto grado. Nosotros manteníamos la esperanza que lo lograría con la ayuda de Dios, y así fue. Sin embargo hacia finales de 1996, a solo dos meses de haber iniciado las clases, se agudizan los problemas circulatorios en su brazo derecho. Las mismas manchas rojas que aparecieron un día en sus piernas, ahora aparecían en su brazo derecho. Esto le producía dolor y calambres en sus dedos. Para aliviarlo había que darle masajes y aplicarle paños con agua tibia en su brazo. Poco a poco fue perdiendo movilidad en su mano, hasta el punto que ya casi no podía escribir. Permanecer en el colegio durante toda la jornada comenzó a ser algo muy difícil de soportar. Llegaba a la casa completamente agotado y sin fuerzas. El cansancio lo vencía y muchas veces, sin ni siquiera almorzar, se derrumbaba en su cama sin deseos de continuar…

Comenzó a ir por varias horas al colegio, con la esperanza que se pondría mejor y regresaría a sus jornadas completas. En esa época nosotros nos encargábamos de anotarle sus tareas en los cuadernos, ya que tenía su mano derecha prácticamente inmóvil. Por un momento intentó usar su mano izquierda, pero le tomaba mucho tiempo y su poca fuerza se lo impedía. A la hora de hacer las tareas nosotros copiábamos los problemas asignados en clase, y él nos dictaba los resultados. Tomaba todos sus exámenes en forma oral. Gabriel Vicente nunca quiso aceptar que lo trataran distinto a los demás, pero su salud se deterioraba cada día más, así que nos vimos en la necesidad de retirarlo del colegio. Fue una decisión muy difícil y triste para nosotros, ya que prácticamente significó entregarse por primera vez ante su enfermedad. Sin embargo, ya Gabriel Vicente había dado lo mejor de sí durante todos esos años. Ya su misión estaba cumplida...

En Diciembre de 1996 decidimos celebrarlo en grande. A pesar del deterioro físico de nuestro hijo, y la tristeza que esto nos producía, presentíamos que estas serían sus últimas Navidades. Nos sentíamos angustiados y nos preguntábamos si se recuperaría nuevamente, como tantas otras veces lo había logrado. Pero las condiciones físicas de Gabriel Vicente eran cada día más delicadas, su deterioro era evidente... Nuestros familiares y amigos se unieron fuertemente a nosotros en señal de apoyo y solidaridad. Recordamos esas últimas Navidades con alegría, pues sabemos que él las disfrutó mucho. Prendió fuegos artificiales junto a toda la familia para despedir el año. No perdíamos las esperanzas de que Gabriel Vicente se recuperaría.


  Sus Ultimos Meses

A partir de enero de 1997 la relación con nosotros se hizo cada día más estrecha. Gabriel Vicente pasaba todo el día acostado y sin salir de su cuarto. Ya casi no tenía fuerza, y le daba un poco de miedo quedarse solo en el cuarto. Durante el día la familia se turnaba para acompañarlo, y en las noches uno de nosotros dos dormía con él. Pasaron los días, las semanas y la situación seguía empeorando. Gabriel Vicente dormía muy poco, se encontraba muy adolorido y casi no comía. Una vez dijo, mama no quiero comer porque me darán ganas de ir al baño y no te quiero seguir molestando. Yo le contesté, hijo tú a mi no me molestas. Yo lo haré cuantas veces sea necesario, no te preocupes por mí, yo estoy bien y quiero que tu también lo estés.

Lloraba pidiendo que por favor le dieran algo que le calmara el dolor. Nosotros sabíamos que no había mucho que hacer, pero seguíamos tratando de ayudarlo en lo que estuviera a nuestro alcance. Le dábamos masajes en la mano, poniéndole cremas y aplicándole pañitos calientes, pero nada de eso era suficiente para calmarle el dolor que estaba padeciendo. Permanecíamos todo el tiempo junto a él tratando de animarlo, pero era casi imposible lograrlo bajo esas condiciones.

Habló de la muerte, aunque nunca pudimos enfrentarlo. Siempre le evadíamos el tema y le decíamos que todos moriríamos, unos antes y otros después. Le comentábamos que eso era algo que estaba en manos de Dios, y que nadie sabía cuando le tocaría. Esta situación crea una gran tristeza y un gran dolor en el ambiente familiar, todos trataban de animarlo y de darnos apoyo a nosotros, pues nos encontrábamos cansados y pidiéndole a Dios que se hiciera su voluntad. Decidimos aplicarle calmantes más fuertes para aliviarle un poco su dolor. Su brazo derecho se estaba secando, sus dedos estaban completamente fríos y casi no podía moverlos. Gabriel Vicente estaba consiente de lo que le estaba ocurriendo, y preguntaba que si también perdería su brazo.

Las noches se hacían largas y los días eran interminables. Cada día que pasaba tratábamos de disfrutarlo aunque fuera en esas condiciones. Cada día eran otras 24 horas que Dios nos proporcionaba con él. Nadie sabía cuanto tiempo mas permaneceríamos juntos. Ocupábamos el tiempo viendo los juegos de baseball en la televisión, deporte por el cual sintió una gran pasión. Conversábamos mucho, recordando momentos y cosas que nos habían causado mucha felicidad y alegría. Lo besábamos constantemente, y le repetíamos que lo queríamos mucho. Le recalcábamos que él era un niño especial, el "Niño Jesús" que Dios había enviado para bendecir nuestro hogar.

Le repetimos muchas veces que estábamos orgullosos de él, y de todo lo que había logrado en su vida. Le pedimos mil veces perdón por los errores que habíamos cometido. Por nuestra falta de paciencia, y por desesperarnos ante sus gritos de dolor y sufrimiento, pues las curas tuvo que soportarlas hasta el último día de su vida. Llorábamos juntos, le demostrábamos con nuestras lágrimas que lo queríamos, y que nosotros no teníamos la culpa de aquello que le estaba sucediendo. Nos causaba mucho dolor verlo en esas condiciones, y le pedíamos a Dios que se lo llevara para no verlo sufrir más. Nos tomábamos de la mano para rezar con mucha fe, y pedirle a Dios que tuviese piedad y clemencia ante tanto dolor. Presentíamos que el fin estaba cerca.

 

  Sus Ultimos Dias
 

La familia y los amigos se volcaron hacia nosotros y hacia Gabriel Vicente. A diario se recibían visitas y llamadas. Todos querían ofrecernos su apoyo y palabras de aliento. Gabriel Vicente, a pesar de lo que le sucedía, intentaba ofrecer una sonrisa a todo aquel que se le acercaba a saludarlo. Su ejemplo de fortaleza admiraba a todos los presentes, y fue una fuente de inspiración tanto para los adultos como para los niños.

En sus últimos días recibió cartas muy bellas de sus compañeros del colegio, quienes lo hicieron sonreír. Todos le deseaban que se recuperara para que regresara pronto. Fue un gesto muy lindo y significativo para la familia. El se disgustó con nosotros porque no habíamos dejado entrar a sus amigos. Fue algo que hoy lamentamos mucho haberlo hecho. Pero Gabriel Vicente se encontraba mal y su aspecto físico impresionaba mucho. Se encontraba muy flaco, su piel se pegaba a los huesos y su cuerpo estaba lleno de hematomas por la falta de circulación. No había por donde tocarlo sin causarle dolor. Para movilizarlo había que tener mucha delicadeza. Cada día la situación sé hacía más difícil para todos. Nuestro hijo se estaba muriendo y nadie podía hacer algo para evitarlo.

Tres días antes de su muerte recibió la visita del Padre Rafael Ortega, quien después de confesarlo le dio la Unción de los Enfermos. Gabriel Vicente estaba consciente en todo momento de lo que eso significaba. Recibió ese día por última vez la sagrada comunión. Fue un momento sumamente emotivo para todos los ahí presentes. Él nos observaba a todos como con lástima, ya que sabía el dolor que nos producía ese momento. Como buen cristiano lo aceptó con profunda humildad y resignación. Sabía que su fin estaba ya muy cerca, y que pronto se iría de nuestro lado para siempre.


  Su Despedida

Finalmente, en la madrugada del día 21 de abril de 1997, Gabriel Vicente sintió el llamado de Dios para que subiera al cielo y lo acompañara. A media noche me despertó y me comunicó que Dios lo estaba llamando para que se fuera junto con él al "Cielo". Aquellas palabras aún permanecen claramente en mi mente. Nuestro hijo no quería irse sin antes despedirse de nosotros. Ya su hora había llegado.

A partir de ese momento permanecimos junto a él, tratando de tranquilizarlo. En un principio recuerdo haberle dicho, hijo ya tu no puedes mas y nosotros tampoco, yo creo que eso es lo mejor, vete con Dios. Pero luego le insistimos que tenía que seguir luchando, que mañana vería un nuevo amanecer como muchos otros que había tenido, y seguro se sentiría mejor... Sin embargo, él insistía una y otra vez que se iba a morir y nos decía: "es que acaso ustedes no se dan cuenta que me estoy muriendo". A las 4:30 de la madrugada Gabriel Vicente dio su último suspiro. Con una mirada de asombro y su vista fija en nuestros rostros, se separo físicamente de nosotros sin que nadie ni nada pudiera evitarlo...

Gabriel Vicente nos había contado unos días antes como seria su muerte. Pero nosotros no le dimos mayor importancia, pues hasta el último minuto nos resistimos a creer que el momento había llegado. Quizás él quería que estuviésemos preparados. Pero nadie puede estar preparado para perder a un ser querido, ni que dicha muerte sea anunciada con anticipación. Esos últimos momentos permanecerán por siempre en nuestro recuerdo. Aquel día representó para nosotros, y para Gabriel Vicente, el final de casi doce años de lucha frente a una enfermedad cruel e incurable, llena de incertidumbres, de dolor, sufrimiento y muchos sacrificios...

Cada día que pasa nos convencemos más que Gabriel Vicente fue un instrumento de Dios, y que vino al mundo para enseñarnos el verdadero sentido de la vida. Él "vivió" y fue feliz gracias a su fe en Dios, y al deseo de seguir adelante a pesar de todas las dificultades. La mano de Dios y la de la Virgen estuvieron siempre presentes en su vida. Nunca perdimos la esperanza de ver crecer a nuestro hijo. Su vida fue corta pero plena, llena de amor, de logros y de grandes satisfacciones... Gabriel Vicente la enfrentó en todo momento con alegría y ofreciendo su mejor sonrisa. Él nos proporcionó la mayor felicidad que un hijo puede dar, y por nada del mundo cambiaríamos hoy dichos acontecimientos... Le damos gracias a Dios por habernos escogido para tan importante misión.

 





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