Infierno
infierno la turbia imagen de lo que soy entre los copetines los bocadillos de langostines
y el petit-bouche de queso, infierno mi inflamación entre las piernas mi lomo arqueado
mordiendo aun otra maleza, otro infierno, ese que tienes tú, perra, ahí bajo, donde se
combustiona la membrana más fina de mi piel, infierno este impúdico derrame de carne
mientras hago el tango contigo (la del país lejano) y la piel de zorro de tu madre te
cuelga sobre los pliegues de tu terciopelo, y tú levitas por la alta tierra de marfil
desde donde asistes a mis contorsiones reventando un gesto, echando redondito el humo del
cigarro por la boca, eso, ah já, y pensar aun en un día en que habría sido inteligente,
perra, y que eran mis manos las que sabían morderte la cintura, la más hábil la
derecha, y la mala era la izquierda, buscándote entre las costillas, y era un tiempo
mejor, de vez en cuando llovía en el invierno, no como estos días agónicos, los parque
incinerados, la triste tutula del Darío echando un chorrito en el parque, y la lluvia, en
cambio, está sólo en los periódicos, llueve en un país lejano y no tan vacío como lo
que eres, perrita, dulzura, amor, un país como Vietnam al que debieras conocer para que
mudaras de planeta, para que no estuvieses todo el tiempo ahuyentándote los pájaros,
para que no mancharas con tanto rouge la boca del cigarrillo, para que no combaras así tu
vientre retirándote de mi sexo mientas bailas el tango, para que existieras, perra, fuera
de esa zona, de esa nación tan frágil, de esa nariz tan respingada donde pareces
fornicar con ángeles, y tus pupilas se dan vuelta llevando tus propios dedos del pelo
descascarado de mi gamuza a la pelusilla un poco ácida de tus muslos, ah infierno, y
conduces el animal de tu arcángel con tus propias yemas (¿quién eres, quién eres?: tu
voz caliente), y se va rajando lentamente la marea en tu carne, y yo estoy lejos de tu
incendio, yo contigo bailo tango, ni siquiera DArienzo o Canaro sino el francés, el
de Brel, el más fúnebre, tal vez el más bueno para abandonar la música, cremarte mis
sinfonías (la que me premiaron en Filadelfia, esa), y verte entonces apenas preocupada,
la mirada violeta dulce corriendo abstraída el hilillo rojo de celofán de una nueva
cajetilla de luckis, mientras yo repito un pasaje de violín, como si estuviera
dialogando contigo, pero tal vez ni eso, quizás lo que suena no es mío sino Tartini, o
Mozart, otra mierda y mañana, mañana, sacudir en la casona del Arrayán la funda de los
muebles (son los pájaros que se meten por los ventanales y los cagan enteros) y uno cree
que va a llover, pero no es cierto, es sólo que todo se empantana tan fácil, los
insectos en el aire, la radio en el mismo jingle, y yo una y otra vez, tan
ineludible, tan encima, tan caliente y cercano, me viera mi madre muerta,
ah-já-já-já-já, me vieran mis alumnos del conservatorio con esta erección matutina,
con esta aniquilación casi saludable, casi moribunda, casi lo único que me queda, perra,
que me lo vas llevando en el tango, y mi lengua se corre más debajo de tu pelo, las
papilas taladran tu selva, siempre te he visto como país, como un atlas ingenuo, un país
lejano para el que no se otorgan pasaportes, mi lengua abriéndose en la maraña, buscando
seca un trago, y luego y luego, el perfil brillante de tu oreja, y ahora encontrarlo,
vivir ahí, lamiéndote, oh cielos cielos, toda concavidad tuya es imagen de mi muerte, es
succión, es precipicio, caída libre, y quién nos viera qué supiera, apenas mi lengua
que ronda la dureza de tus cartílagos, ardes, pero casi nada, yo soy un incendio en este
salón pero no importa, porque yo no existo, alguien podría describirnos, fotografiarnos,
y no habría nada, apenas la imagen de un galán insistente, la palidez de una mina que
sabe calentarse mirando a los hombres que fuman bajo los cortinajes del salón, al que
ríe con los dientes en la mitad de la pista, al que mira sombrío el pliegue de tu
terciopelo en la esfera de tu culo, y me mira, y vuelve a tus muslos, a la línea de tu
pierna, y está bailando contigo el tango ah, infierno-, su rodilla va exploradora
bajo el buen corte de su pantalón a abrirte un poco los muslos, a acercarte la mejilla
desierta, y tú me resistes, eres una nación remota, una especie de Holanda ambulante, de
Indostán, y yo, mierda de mí, estoy firme con la huelga de la Sinfónica, te veo
fornicar desde el palco, y yo soy el hombre que tú amas, y yo soy el hombre que te amo, y
te curvas tan fácilmente ante esa mirada extranjera, es tan dulce tu rendición, tan
flexible y maternal la línea de tu estómago, como si un hijo lejano se te viniese
replegando por tus huesos, los dedos blandamente hundidos en tu carne caliente, y casi
flotas en la alfombra, elevada como una virgen ascendiendo, y yo debiera orarte, y otro te
posee, y yo apenas existo, soy el hombre que tú amas, pero tu vientre se ha combado para
mí, mi sexo naufraga en este salón, se muere en este tango, a ti te posee ahora un
fantasma, y los trinos de la madrugada se despedazan afuera, o es mi sangre que estrangula
los pájaros, esas aves que conozco bien, todos los pájaros que cubren la distancia desde
la curva de tu hombro desnudo hasta los árboles desertados, esa madrugada que conozco
bien donde el cigarrillo no te detiene, donde las sábanas casi grises son hostiles, casi
se tragan tus piernas, pero tú cantas algo, algún tema miserable, y yo estoy tan mal con
mis calzoncillos mirando el parque, y tú quién eres, y quién es Brel, y ahora perra
qué has hecho con mis manos, por qué se me aprietan así contra tu carne liberándote
donde quiero el asesinato, y este vino que viene dando vuelta por todas partes, y ahora el
estómago que se me desplaza y se me viene haciendo un incendio como quien dice, qué
país es este, qué lobos lo habitan, qué lengua se habla tan corta de respiración tan
inútil este jadeo turbio que me aprieta en la carne, qué me haces, qué tango es este
que me está matando sin ninguna muerte, qué Santiago, perra, esta fuerza mía que se me
dilata, es un cuarteto de Brahms el que estoy bailando y no te doy el triunfo: ten mi amor
pero no mi rabia, y ahora que me acuerdo de ese tipo, que si, textualmente, se muere de
amor en La princesa de Cleves y la música tal vez fuera de Lully, pero esto es
peor, pantalones de mierda son cada vez más frágiles, mis piernas se van desnudando,
tengo un asco aquí cerca, qué especie de maricón estoy siendo por amarte, así sin
hablar, como la derrota del trompo cuando cucarrea y se desvanece en la baldosa del
barrio, quién canta, cuál es el mejor pasaje que he escrito, y ahora el roce con tu
pelo, y mi barba cada vez más pálida, mi bozo lampiño, y hasta el tórax Cristo que se
me aprieta y me estoy pegando a tu camisa, y el pecho se me descoyunta, me están saliendo
tus tetas adelante, como si estuviera gestando una granada en los flancos, mis piernas
cada vez más lacias, el terciopelo moribundo y quién me aprieta, la madera del suelo se
baja, mis pies tan pequeños en la alfombra, y yo dónde estoy, cuál es este silencio, y
tú que me estás llevando con tanta rabia, y qué me importas, y tu sexo duro entre mis
piernas como si te perteneciera, tú con tu trono a cuestas, tu mierda de sinfonía y
cuartetos, tu boca mordiéndome el cuello, ahora sí que te picaste, sabes que se me
levantó la falda, es donde me aprietas así, se me sube la falda y los hombres ven mis
ligas, contemplan cómo me corre el sudor por el muslo, y tú me estás matando, y ya sé
lo que va a pasarte, acabarás en ti, o en mí, cuando amanezca definitivamente, y
tendrás tu propia repugnancia, tu conciencia latinoamericana, tu traje barato, pero yo
estaré ahí donde tú dices, en una nación remota, ahí donde tu dices en otra galaxia,
ahí lo tienes compañero: ese es el final del tango.
ANTONIO
SKÁRMETA.
Edición electrónica a cargo de J. Francisco A. Elizalde. Tomado de: Antología del cuento hispanoamericano, de Fernando Burgos. Editorial Porrúa, S.A., SEPAN CUANTOS..., Núm. 606, pp.699-703. 19-Diciembre-MM.
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