< >

El corazón partido en dos
Historia de Dusica, la madre que Serbia quiso hacer heroína por su tragedia
La Vanguardia - - 10:42 horas - 24/05/2000
BRU ROVIRA



La prensa la llama Madre Coraje porque supo convertir su tragedia, dicen, en un destino heroico.

La tragedia se selló la noche del 17 de abril de 1999, cuando Milizia, su hija de tres años, estaba haciendo sus necesidades sentada en la taza del retrete del domicilio familiar y una bomba de fragmentación lanzada por la OTAN entró por la ventana y le destrozó la cabeza.

La abuela Lena, que tiene 82 años, recuerda cómo la madre se desmayó al ver a su hija, y el padre, Zarko, salió corriendo con la niña en brazos. La sangre chorreó por el pasillo, la escalera y todo el trayecto hacia el hospital. El hombre iba cayendo una y otra vez en su camino debido a la presión del aire al explotar las bombas, que no cesaron de caer en toda la noche.

El hijo mayor, Alexa, de 9 años, dijo al ver la escena: "Seguro que Milizia ya está muerta, hay demasiada sangre". Efectivamente, Milizia estaba muerta -falleció en el acto- y cuando así se lo comunicó el médico a Zarko, éste empezó a golpear la cabeza contra la pared mientras lloraba y gritaba de desesperación y de rabia.

El destino heroico de Madre Coraje, Dusica, de 34 años, obrera de la fábrica Industria Mecánica, con más de 3.000 trabajadores, empezó a los tres meses de la muerte de Milizia, cuando descubrió que estaba embarazada.

El diario sensacionalista de Belgrado "Telegraph" llamó un día a su puerta y escribió que el bebé podía nacer el 17 de abril, el mismo día en que murió Milizia por culpa de los "criminales de la OTAN".

La decisión de tener un bebé aquel mismo día convertía a Dusica, en opinión del rotativo, en un ejemplo de madre serbia, y no faltaron los políticos que se sumaron a festejar aquel hecho patriótico.

Estuve en casa de la familia Rakic, los padres de Milizia, justo cuando el nuevo bebé, Alexandra, una hermosa niña que pesó tres kilos cuatrocientos gramos al nacer, cumplía un mes.

"Llega usted incluso a la misma hora en la que nació el bebé, las 12.15", me dijo la abuela Lena.

-Entonces, ¿el parto no fue el mismo día 17?

-No pudo ser. Fue el día 12, pero yo ya estoy contenta. Sólo quería que el día 17 Dusica tuviera un bebé en sus brazos, ¡y así fue!

La casa de la familia Rakic es una vivienda humilde de dos plantas del barrio de Vatjnitza, en el extrarradio de Belgrado, cerca del aeropuerto militar.

La abuela Lena nos hace pasar a la cocina, mientras Dusica da de mamar al bebé en el comedor. Junto a la cuna vemos un hermoso cochecito recién estrenado. "Es un regalo del jefe local del JUL (el partido que preside la mujer de Milosevic)", nos dice la madre. Durante los bombardeos, explica la abuela, la madre y su hija dormían en la cocina, y el padre y el niño en la habitación de matrimonio. A pesar de que protegían las ventanas con la persiana y unas tablas, la granada se coló por la ventana pequeña del baño y, al explotar, la metralla se incrustó en las paredes del pasillo y del baño. "Y en la cabeza de Milizia", dice.

-Cuando la enterramos no nos dejaron abrir la caja porque no se la reconocía. La madre pidió que le dejaran al menos poner las muñecas y los dibujos escolares de la niña dentro.

Comentamos el hecho de querer tener otra niña para intentar borrar la herida de la hija muerta, y la abuela agita de repente los brazos bajando de nuevo la voz, hablando esta vez al oído.-¿Sabe? La madre quiso abortar...

-¿...?

-... pero fue el padre quien se impuso. "¡Ni hablar!", dijo. Y tenía toda la razón.

La madre entra a la cocina con Angela en brazos. La abuela coge a la niña. Le hace carantoñas. Le canta. Le ríe. Dusica se sienta en la mesa, sirve el café, los zumos, enciende un cigarrillo. Dice:

-Antes de dormir siempre la acompañaba al baño. Desde que empezaron los bombardeos nunca se quería quedar sola. "Espera, mamá, espera", decía. Aquella noche, dijo que no le salía y nos fuimos a la cama. Al rato, se levantó y volvimos al baño. "Vete, mamá", me dijo. Y yo me fui. Entonces escuché aquel tremendo ruido. La niña me salvó la vida, es el destino...

Hija de todos

Dusica parece una mujer muy cansada. Dice que se medica de los nervios. Dice que no quiere saber nada de la política. Que mira la televisión y no entiende nada de tantas peleas. Que si vuelven a bombardear no sabe si sus nervios podrán resistirlo.

-Han venido muchas delegaciones... -dice al tiempo que se levanta y busca en la estantería, debajo del póster del equipo de fútbol Estrella Roja, y saca un fajo de cartas, dibujos, telegramas.

-Mire: poesías, saludos. Estas cartas son del colegio, de sus amigos. Este telegrama es del Partido Radical del barrio. Lea.

"Querida familia, ustedes son la verdadera gente de nuestro pueblo, Serbia. Ustedes son nuestro barrio. Y la felicidad que nació de nuevo también es nuestra felicidad. Estamos orgullosos porque tenemos a Zarko y a una madre que es una verdadera serbia."

-Y este es de Alexander Vucic, ministro de Información.

Vucic es secretario general del Partido Radical, de Vojislav Seselj, el líder de los chetniks Beli Orlovi -águilas blancas-, que llamaba a degollar y violar al enemigo croata y musulmán y "sacarle el corazón con una cuchara oxidada". La escritora Mira Milosevic -"Los tristes y los tigres"- ha descrito a los hombres de Seselj como los herederos de los nacionalistas de Mihajilovic y a Seselj como un "campesino de larga barba y mirada torva que se alimenta de gibanica -empanada de hojaldre y queso-, bebe en abundancia sljivovica -aguardiente de ciruela- y utiliza como arma el cuchillo".

-Lea, lea -dice Dusica mostrándome el telegrama de Vucic, que al salir del sobre me ha parecido percibir que accionaba una suave sintonía musical, quizás unos acordes de Mozart.

"Cuando Dios caminaba por la Tierra ordenó que un ángel blanco cuidara de los niños serbios. Ahora ha mandado a un nuevo angelito a la Tierra, y no es solamente vuestro. También nos pertenece a nosotros. Que sea nuestro orgullo, amor, esperanza. Que sea el portaestandarte hasta que llegue el alba Serbia."

-¿Le gusta recibir estos mensajes? -pregunto.

-Lo agradezco, porque es gente que viene como seres humanos...

-¿Usted se ve como una Madre Coraje?

-No sé qué decirle... algunas veces, ¿sabe?, quisiera llorar. Pero no me lo permiten. "No llores, piensa sólo en el bebé." Me lo dice la familia, y me lo dicen los médicos. Lo dice todo el mundo. "Piensa sólo en el bebé."

-¿Usted quería que el bebé naciera el mismo 17 de abril?

-¡Me daba un miedo terrible que así fuera! ¿Cómo podía nacer el mismo día de una desgracia? ¿Cómo puedo dividir el corazón en dos: una para el dolor y otra para la felicidad?

La abuela Lena vuelve con Angela en brazos. La niña sonríe. Dicen que se porta de maravilla. Nunca llora. Duerme tranquila. Come bien. La abuela explica que ella en realidad no es de la familia, sólo una vecina viuda, casi de la familia, una mujer que vive por los hijos de Dusica y que de su marido sólo le queda el apellido.

-Vaya uno -dice levantando los brazos al cielo-, bebía demasiado...

Dusica enciende otro cigarrillo y mira a la anciana. Por primera vez esboza una sonrisa de ternura mientras esta mujer octogenaria canta y ríe jugando con la pequeña Angela.

Luego se sumerge de nuevo en su dolor.

-Ellos dicen: "No llores, no llores, calma. Hazlo por el bebé". Pero yo tengo emociones de otro tipo. Cuando nació Angela lloré como una tonta, aunque no sé si de alegría o de dolor.

-Quizás por las dos cosas.

-Es lo que yo pienso. Y ahora quisiera ir al cementerio para estar delante de la tumba de Milizia. Pero tampoco me dejan. Antes, durante el embarazo, iba todos los días al cementerio. Me quedaba unas dos horas delante de la tumba y me hartaba de llorar. Luego me sentía mucho mejor.

-¿No ha ido más al cementerio?

-Es la tradición. Una madre no puede visitar un cementerio hasta que su bebé no ha cumplido cuarenta días. Si lo hace, es peligroso para el recién nacido.

-¿Es usted creyente?

-Sobre todo creo en el destino. Creo que hay algo en las estrellas. Fíjese: Milizia no quiso aquel día que yo me quedara a su lado, la enterramos el día 19, día de mi cumpleaños, quedé embarazada de nuevo... creo que el destino está escrito en las estrellas.

La abuela nos muestra la pequeña cinta roja que lleva anudada Angela en la muñeca.

-Creo en estas cosas -dice la madre-. Es la tradición. Una cinta roja trae buena suerte. Los niños siempre deben llevar una prenda al revés. Un calcetín. Una camiseta. La ropa interior. Siempre he seguido estas tradiciones. También yo me colgué un hilo durante el embarazo para que me protegiera del mal. Cuando bañas al bebé, debes llenar tu boca con agua de la tina y escupir tres veces sobre el niño. Con Milizia y Alexa siempre lo he hecho, con Angela lo hago sólo el día que no ha dormido bien.

Dusica se anima lentamente. Madre Coraje recuerda su infancia, la vida familiar, explica el día que conoció a su marido en la fábrica. Él venía como un emigrante de Bosnia. Llegó en 1978. Se casaron en 1989. Ahora, con la situación que vive el país, pasan apuros para sobrevivir. En la fábrica, Zarko no consigue ganar más de cien marcos alemanes al mes y ha tenido que buscarse otros trabajos extras. Zarko también está pasándolo mal. Su hermano era policía en Bosnia y murió durante la guerra. No saben cómo ocurrió. Ni siquiera han conseguido recuperar su cadáver.

-No sé qué nos ocurrirá si vuelve a producirse otro bombardeo...

El barrio de Vatjnitza está pegado al aeropuerto militar, que fue uno de los objetivos de las bombas de la OTAN. Sus habitantes estuvieron bajo la amenaza de los "daños colaterales" durante 72 días, de día y de noche, pues no pasaba un solo día sin que algún avión surcara el cielo del barrio.

Milizia es la víctima más joven de los bombardeos de Belgrado. La bomba que la mató dicen que iba dirigida también al aeropuerto militar. Parece poco probable.

Cuando salimos de la casa, pido al taxista que conduzca hacia el aeropuerto militar y contamos una distancia de siete kilómetros. Demasiada diferencia para un ataque de la precisión que mostró la OTAN.

Existe otra hipótesis mucho más plausible. Junto a la casa de Milizia, a sólo cincuenta metros, frente a la ventana donde dormía su hermano, hay una escuela. En esta escuela vivían acuartelados los militares y policías del aeropuerto, protegidos entre la gente. Era la guerra, la guerra de ellos, que aquel día costó la muerte a Milizia

Volver a portada