REFLEXIONES

 

  

 

 

Desde los más remotos tiempos, la máscara ha fascinado al hombre.
Él la crea para proporcionarse un rostro diferente, una cara más;
una cara que fuera el escudo ante lo desconocido, el arma mágica
para enfrentar los peligros, la nueva personalidad portadora de
fuerzas para encarar lo sobrenatural, el espejo que reflejara su
inconsciente y aquel mundo fascinante y aterrador a la vez, nacido de
su imaginación ante la angustia de las propias limitaciones.

Álvaro Chávez Mendoza

 

 

LA MÁSCARA MÍTICA PRECOLOMBINA DEL RITO AL TEATRO

 

En el teatro-danza ceremonial, la máscara mítica se manifiesta como una realidad vivida en el escenario capaz de interpretar y rehacer los episodios míticos, las cosmogonías y antropogonías de las sociedades arcaicas. Materializa una experiencia sagrada que se vive y se expresa de modo vital en la danza y en el lenguaje del cuerpo. La máscara sagrada nos da la posibilidad de trasfigurar la vida, nos da la ocasión de ser bajo otras formas distintas a la naturaleza humana, de salir de la condición humana. La máscara no es simplemente una cara más, es la piel de los dioses. La máscara mítica reserva en su morfología e iconografía la identidad del mito y la materialización de su realidad más plena en la actuación.

En el plano arcaico del arte ritual, la máscara es quizás un sueño, una inspiración que talla los secretos del Inicio de la Creación. La máscara se revela en su lenguaje oculto al portador para darle la facultad de hacer visible lo invisible; se muestra en los sueños al hombre sagrado indicándole al portador cómo ha de ser bailada en el paisaje mítico donde se esparce la magia de los dioses para ser rememorados periódicamente en los ritos.

La máscara no se revela ni al adivino, ni al escultor, sino al portador. La máscara ya existe, se diría que viene de la selva, del otro lado del mar, del corazón de la montaña

La mitología antigua y el arte precolombino nos revelan máscaras que no son del todo humanas, como rostros de naturalezas perdidas en las que se funden distintas caras, semblantes y formas de los seres que la habitan. Así el jaguar mítico haya en su rostro la semblanza del murciélago, la afinidad con el pájaro o la serpiente, develando en su profundidad la presencia del ser humano en su condición de chamán.

 

Soñaba dioses y jaguares
que se habían desterrado.
Pensé que evocarlos de nuevo en el teatro
sería no renunciar a soñar.

 

El teatro-danza ceremonial surge de la soledad, de la marginalidad, no pertenece al tiempo de la ceguera y del miedo. Es una poesía innominada, sin público, sin lugar, sin reconocido origen ni memoria. No concibe espacio en éste mundo muerto y baldío. Su lucha incansable no se detiene en lo mundano ni espera nada del afuera. Los dioses de la ensoñación le protegen de los maleficios, de las maldiciones que las sombras terrenales hacen de la necedad. Es un teatro que crece en lo último de su soledad. Sobre el desprecio que se le imprime no tiene tiempo para el reclamo, vive en pleno batallar, danza para no morir. Los pájaros, los grillos, el rayo, el árbol y el agua acarician y agitan la sonaja de los sueños de los dioses tejedores de la muerte y de la vida. El tiempo mítico, hacedor de las máscaras de los dioses y de los cantares libertarios, fluye con su misterio al escenario, evoca el asombro de una realidad invisible, morada imaginaria de la creación. Los dioses cósmicos, por quienes toda memoria es viento en su húmedo movimiento de fuego vagabundo, vienen hilando los misterios en palabras que dibujan el canto y el éxtasis de sus nacimientos. Allí en el holgado refugio del conocimiento de la memoria precolombina se vive un alimento fecundo en poesía, un instante del despertar en el preludio de la vida.

El teatro-danza ceremonial de la máscara mítica es un teatro de tierras olorosas preñadas de indio soñador de utopías. Se sostiene al filo de la ventana del olvido por una ceguera mezquina que rompe en mil pedazos la jícara del yajé de la poesía divina. La indiferencia perfora la huella de la memoria de un teatro de la vida, detiene y paraliza el vuelo del jaguar de la montaña. El teatro-danza ceremonial se niega a una muerte brutal y despiadada, se niega a no elevar a las estrellas el sueño que se viene a morir intacto. Es un infortunio que no se le permita despertar la vida en una sacudida mágica donde los dioses lleguen a defender el frenesí de éste canto del sol de los venados. La conquista persiste en sangrar los sueños con la vil usura del dinero, recinto de la cultura servil y agónica en que flota su soberbia, desprestigia la palabra de origen y eleva su necedad.

Desde nuestro lugar de la mañana donde germinan los sueños y la dignidad...

Admiramos el infinito del cielo que protege al guerrero indio, a la mujer de la tierra negra, al hijo del viento. Admiramos su lucha por la dignidad tan maltratada en todas las esquinas del mundo. Sus sueños cargados de lluvias nos traen sus mensajes para seguir la lucha. La historia es una geometría delicada donde esta en juego el amor por nuestra gente de origen, por el dios del viento de la palabra silenciosa que cincela el pensamiento y el grito de su gran lucha de amor a la libertad soñada y acariciada. Admiramos el árbol solitario que esta de fiesta y que ha encontrado al otro y se abrazan en la tarde de colores porque anda por el viejo camino llamado solidaridad; esa palabra de once letras vestida de arco iris que forja al guerrero allá en la selva madre, en el bosque, en la montaña. Nuestra gran madre tierra que acaricia la voz de la noche, la voz del agua, la voz de finas plegarias que preñan la metáfora del sueño y del mágico mito de los dioses de la naturaleza. La historia contara al fin la leyenda de los hombres y mujeres de barro soñadas y de sagrada afinidad con la naturaleza, que los tiempos hilvanados por la memoria no dormitan contemplando a un pueblo que quiere escuchar su propio canto. Ese misterioso sueño que se agita en la montaña abrigando la memoria sagrada y apretando con sus brazos a la diosa de la luna que los protege en la encendida fiesta del milagro de la vida.

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