4ªPARTE
Disclaimer: ni Mulder, ni Scully, ni el resto de personajes aquí presentes me pertenecen, son de Chris Carter, de ese surfero que en vez de dedicarse a escribir de una puñetera vez el guión de la segunda película, se va a California a romper olas y escuchar la canción del verano.
Dedicatoria: Este relato se lo dedico a mi abuela, que murió hace una semana.
Notas de la autora: Hace mucho que no escribo un fanfic y creo que necesitaba escribir este para sentir que Expediente X seguía viviendo en mí. Sé que tengo que terminar “Sentidos, pensamientos y sentimientos”, pero para ello necesito volver a ver toda la séptima temporada y no tengo tiempo ahora, así que a quien le gustase ese relato, lamento decirle que tendrá que esperar hasta el verano. Sé que prometí que esta sería la última parte, pero necesitaba hacer otra más para poder darle un buen final.
Spoilers: Un post All Things, como tantos otros.
Tipo: UST, MSR

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TODAS LAS COSAS, TODOS LOS SENTIMIENTOS IV
“La vida no es igual sin ti
sin ti la vida ya no es nada
¿De qué me serviría vivir
si al final no te encontrara?”
-“Al final”, BSO No te fallaré, Amaral-
Abrió la puerta de casa y por segunda vez en el día, lo primero que hizo fue arrojarse sobre la cama, hundiendo la cabeza en la almohada y ahogando los sollozos y las lágrimas que llevaba derramando desde que le vio marcharse. Le había dicho que la quería, a su manera, claro, pero se lo había dicho y eso no hacía más que agrandar el agujero que tenía instalado en el estómago desde la noche anterior.
¿Cómo había podido ser tan estúpida? Siempre había sabido que Mulder la quería, que la necesitaba, pero se había inclinado a pensar que su forma de quererla era más compañerismo, agradecimiento y amistad que amor, sin embargo, ahora que sabía que sus sentimientos eran algo más que pura espiritualidad, no sabía si debía sentirse aliviada y feliz o frustrada y terriblemente culpable.
¿Cómo había podido hablarle así? ¿Cómo había dejado que él la hablara así?
Tenía ganas de gritar, reír y llorar al mismo tiempo, sentía que podía saltar de la felicidad y a pesar de sus piernas cortas llegar al techo, pero Fox Mulder estaba dolido, frustrado, se sentía mal y todo por su culpa, pero, maldita sea, él solito se lo había buscado, si no se hubiese dedicado a ignorarla durante todas y cada una de las horas del día, ella no se habría enfurecido y no le habría gritado cosas que ni siquiera sentía.
Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y levantó por primera vez en horas la cabeza de la almohada. El teléfono inalámbrico estaba a su lado, en la mesita de noche, preparado para que sus dedos marcasen un par de teclas y resolviese todo el embrollo en el que se habían metido, sin ni siquiera pretenderlo.
¿Cómo habían pasado de amarse con locura a estar tratándose como dos completos desconocidos?
No lo entendía, por más que trataba de averiguar en qué momento de la película habían dejado de ser dos personas adultas para convertirse en niños de parvularios, no lograba encontrarlo, pero ya le daba igual, pues en aquellos momentos sólo sentía que había perdido lo que más amaba en la vida y que estaba dispuesta a hacer todo lo posible por recuperar al menos su amistad, aunque tuviese que vender su alma al mismísimo Satanás.
Ya ni siquiera le importaba que no volviesen a compartir la misma cama, lo único que quería en esos momentos era recuperar la amistad que los había unido o al menos, parte de ella, tratar de recuperar poco a poco aquella relación que cabalgaba entre la admiración, la amistad y el amor y que había unido sus almas desde mucho antes de ser meras células fecundadas… pero sabía que con una simple llamada no bastante, porque el daño había sido enorme, un puñal en el corazón nunca les habría dolido tanto.
Haría falta algo más que eso para que pudiesen volver a mirarse a la cara sin reprocharse lo que había salido de sus bocas.
Se levantó de la cama y vio su reflejo en el espero de la cómoda; tenía ojeras, sus ojos estaban enrojecidos por el llanto y en su cuello aun quedaban las huellas de la noche anterior.
Llevó su mano hasta su marca y la tocó. Fox Mulder la había dejado sellada, como se sellan las propiedades y aunque sus principios feministas le impedían admitir que una mujer pudiese pertenecer a un hombre, le gustaba saber que era de él. A pesar de que la lluvia había empezado a golpear de nuevo los cristales de su ventana, se arregló el pelo y cogió un abrigo de su armario, para salir a toda prisa del apartamento, con un único objetivo: reparar lo que se habría resquebrajado o terminar de romperlo por completo.
Cerró las persianas de las ventanas y apagó las luces que iluminaban el salón del apartamento.
Quería estar a oscuras, con su soledad, con sus remordimientos, con sus culpas… y con su amor, un amor que desde el principio sabía que estaba destinado al fracaso.
Hubiese querido decirle todo lo que pasaba por su mente y su corazón en aquellos momentos, susurrar sólo dos palabras: “te quiero” y dejar que todo transcurriera según hilaban las parcas, pero una vez más le había faltado el valor. Le había susurrado un montón de palabrería que, aunque salía de lo más profundo de su corazón, sabía que no era lo que un hombre debía decirle a la mujer que amaba. Pero, ¿qué podía decirle él?
No tenía nada que ofrecerle y no quería que ella se sintiese mal cuando tuviese que decirle que no podía compartir sus sentimientos porque no era más que un loco paranoico que perdía el tiempo yendo a buscar verdades ocultas en los confines de del planeta.
Pero Scully nunca le diría eso, es más, ella era la única que nunca había pensado así de él, la única persona en el mundo que no había consultado las Páginas Amarillas para enviarlo a un psiquiátrico del que no pudiese salir jamás cuando gritaba en mitad de un pasillo que hombrecillos grises estaban a punto de invadirnos, en cambio, Scully había dejado que todo el mundo creyese que ella también se había vuelto loca y había ido a rescatarlo cada vez que él se metía en un lío, cuando gritaba a los cuatro vientos que los extraterrestres ya están aquí, ella era la única que no se avergonzaba de que la vieran en su compañía y en lugar de apartarse, prefería que el resto del mundo pensara que ella veía aliens corretear sobre la mesa de la oficina.
No sabía explicar desde cuando la quería, pero sabía que todo había comenzado muchísimo tiempo atrás, puede que hubiese comenzado a quererla desde el mismo momento en el que dejó el limbo para convertirse en un cigoto con células en división, pero Fox Mulder estaba enamorado hasta las trancas y aunque dudaba de los sentimientos de Scully, no podía apartar lo que sentía.
De echo, lo había intentado un montón de veces; cada vez que llegaban a casa después de un caso, se prometía que la olvidaría, que trataría de que ella se alejase de su corazón y de su mente, pero en vez de olvidarla, volvía a coger el teléfono y la llamaba, despertándola de sus bonitos sueños y volviendo a incrustarla en su mundo de pesadillas donde las voces de una Samantha niña pidiendo ayuda se mezclaban con los gritos a través del teléfono de una Scully siendo secuestrada por Duane Barry.
Sólo el ruido de los peces en el acuario conseguía romper su silencio e incluso aquello le molestaba.
¡Por Dios! No quería nada, sólo silencio, tener la oportunidad de pensar y olvidar lo ocurrido en aquel día, dejar que el tiempo transcurriese deprisa, dormir y que al despertar pudiese volver a ver su mirada cristalina sonriéndole…
¡TOC! ¡TOC! ¡TOC!
Llamaban a la puerta y, aunque en un principio reaccionó al sonido de la puerta, no se despegó de su posición, no separó su espalda de la pared y siguió allí agachado, en la oscuridad, deseando que ella dejase de golpear la puerta y se marchase.
Porque sabía que era ella, lo sentía por su forma de llamar y porque había oído los taconeos de sus pasos al salir del ascensor que tantas veces se había quedado observando cuando sus puertas se cerraban, llevándosela a ella.
Quería esconder la cabeza bajo la manta india que aun conservaba su olor a rosas y no sacarla jamás de allí, para no tener que volver a mirarla a la cara; él le había abierto su corazón, por segunda vez desde que se conocían, le había mostrado los sentimientos que durante años había tratado de esconder, pero aunque la primera vez había estado a punto de recuperarla, ahora sentía que la perdía…
-Mulder, ábreme, por favor. -¿Es que no se daba cuenta de que no quería verla? ¿Por qué demonios tenía que ser tan cabezota? Sonrió, pensando que esa había sido una de las cualidades que le habían hecho enamorarse de ella; Dana Scully era capaz de quedarse allí plantada hasta que le abriese la puerta y Mulder lo sabía. -Mulder, sé que estás ahí… te oigo respirar. -Más de una vez Fox Mulder se había sentido tentado en calificar como Expediente X aquella cualidad de su compañera para adivinarle el pensamiento, casi le era transparente y eso a veces le asustaba, pues le hacía más difícil seguir ocultándole sus sentimientos. Volvió a sonreír, secándose con las mangas los restos de lágrimas que aun le manchaban la cara, encendió la luz del escritorio y decidió abrir la puerta y encarar la situación, justo cuando su compañera hacía girar la llave en la cerradura.
Durante segundos, minutos, meses e incluso años, se quedaron allí parados, bajo el umbral de la puerta que tantas noches les había separado, buscando en los ojos del otro un lugar donde refugiarse de los miedos que los azotaban como látigos, deseando hallar las respuestas que calmaran sus corazones agitados por el nerviosismo y la ansiedad.
-Hola… -Susurró Scully. Hubiera querido abrir la puerta y buscarle en las penumbras del apartamento hasta encontrar su cuerpo tirado en el sofá con el alma fuera del cuerpo, en un lugar donde sólo ellos dos existieran, hubiera querido besarle y arrojarle sobre el escritorio que él tantas veces había golpeado cuando lo dominaba la rabia y la frustración, hubiera querido no ser tan estúpida como para susurrar un simple “hola” al hombre que horas atrás le había hecho tocar lo más profundo de su corazón.
-¿Qué haces aquí, Scully? Está lloviendo. -Por unos instantes, Dana Scully reparó en su ropa levemente mojada por las gotas de lluvia que la habían alcanzado al salir del coche. La camiseta se le había pegado al cuerpo y mechones húmedos se escapaban de su coleta deshecha.
Le miró a los ojos y deseó perderse en aquella maleza verde que la observaban como si fuese la primera vez que la veían. En realidad, Mulder nunca la había mirado así, con deseo, ira, rabia, frustración, ternura, confusión, sorpresa… y amor… ni siquiera la había mirado así la primera vez que la vio años atrás, cuando sus ojos azulados y vivarachos le parecieron los de una jovencita listilla y sabelotodo, que llegaba a su despacho para espiarlo y ascender en su profesión y acabó quedándose con él, compartiendo aquel minúsculo despacho de algo más de treinta metros cuadrados lleno de informes de hombres peludos y de ojos rojos y saltones y póster de platillos volantes que nunca habían llegado a ver realmente, excepto aquella vez en la Antártida, cuando él fue capaz de arriesgar su vida en el continente helado por salvarla una vez más.
Scully entreabrió la boca, dispuesta a decir algo, cualquier palabra que le permitiese explicarle que estaba allí porque le quería más que a su misma vida, porque no estaba dispuesta a permitir que un estúpido malentendido, que una rabieta de niño malcriado le arrebatase lo que más había amado en el mundo.
Se permitió caminar lentamente hacia él, apretando la mandíbula y haciéndole retroceder, como en las películas retroceden las víctimas al verse acorraladas por sus verdugos, hasta que Fox Mulder sintió el frío del cuero del sofá clavarse en su espalda al caer en él, mientras sentía la mirada de su compañera llegarle hasta el alma, su aliento introduciéndose en sus fosas nasales y llegando hasta un lugar oscuro y recóndito de su ser, donde habían quedado almacenadas como tumbas egipcias, los recuerdos de la noche anterior.
Dana se había inclinado sobre él, había apoyado sus manos a ambos lados del sofá, acorralándolo, no dejándole ni un solo resquicio para respirar; sus bocas estaban separadas por escasos milímetros y cada vez que las abrían, respiraban el aliento del otro.
-Debería coger mi arma y pegarte un tiro en el otro hombro por ser tan increíblemente estúpido. -Su voz le pilló casi por sorpresa; había pasado tanto tiempo mirando sus ojos, esperando oírla hablar, que aquellas primeras palabras le causaron una enorme confusión. Sin embargo, a pesar de su frase, en su voz no había lugar para la ira ni la frialdad, hablaba como una madre regañando a su hijo por cualquier travesura. -Sin embargo, a pesar de hacerte mil heridas, luego sólo podría poner mis labios sobre ellas hasta absorber tu sangre y hacer desaparecer todo el dolor. Sé que debería agarrarte de la corbata y arrastrarte una y otra vez por todos los caminos que hemos recorrido en coches alquilados de pueblo en pueblo, de moteles con puertas que tú nunca abrías… debería abofetearte por todas las veces que me has dejado con la miel en los labios, por cada noche que me has despedido con un “hasta mañana”, por todas y cada una de las veces que has hecho que me muerda los labios hasta sangrar de los celos, por cada madrugada en la que abría los ojos y tú no ocupabas el otro la do de la cama… pero no podría, Fox Mulder. No te preocupes, no voy a empezar a llamarte Fox. -Susurró con aquella voz de avellanas con azúcar, al ver la expresión que ponía éste al oír como sonaba su nombre en sus labios, ya casi ni lo recordaba, había pasado tanto tiempo desde lo de Tooms que casi había olvidado el escalofrío que le provocó oír su horrible nombre en su dulce voz.
Sin embargo, por muy dulce que fuese Dana Scully, aunque sabía que dentro de ella hervía la ternura, el fuego, Scully tenía las facciones duras, le miraba como si quisiese castigarle y besarle al mismo tiempo… ella se acercó aun más si acaso era posible, se acercó tanto que podía sentir su aliento haciéndole cosquillas y sonrió.
No pudo evitarlo, fue algo casi involuntario, pero Fox Mulder, sonrió, a pesar de saber que su compañera podía ser capaz de darle un puñetazo y entonces ocurrió: Mulder prorrumpió en una sonora carcajada, que obtuvo como respuesta un levantamiento de ceja de su extrañada compañera. ¿Qué diablos le pasaba?
¿Se estaba riendo acaso de ella? Sin embargo, en el fondo, Dana trataba de controlar sus propias ganas de reír. Hasta que no pudo más y acompañó al agente en sus risas.
Ni siquiera sabían de qué reían, pero no podían parar, se miraban, sonreían y volvían a reír.
Cualquiera que los hubiese visto hubiese pensado que se trataban de un par de locos recién escapados del manicomio pero no les importaba, pues en aquellos momentos sólo existían ellos dos… y los peces del acuario.
Fue entonces cuando se dieron cuenta de que estaban solos, que el apartamento sólo estaba iluminado por la luz de las farolas de la calle y en aquel salón donde tantas veces habían llorado juntos y separados, sólo estaba habitado por sus corazones cabalgando rápidamente en sus pechos, por sus respiraciones agitadas… Scully no pudo evitar rozar su labio inferior con su pulgar, en una leve caricia, casi inexistente, pero que él sentía que le abrasaba. Su mojada lengua se asomó entre sus labios para acariciar la yema de su dedo, provocando que una descarga eléctrica se disparase desde la espina dorsal hasta las terminaciones nerviosas del pulgar. El dedo de Scully sabía a sal.
Se miraron a los ojos, perdiéndose en océanos, tempestades, en atardeceres cargados de aroma a hojas secas y nueces, en campos cargados de margaritas y amapolas y entonces, Fox Mulder, cogió de la nuca a su compañera y la atrajo si cabe aun más hacia él y la besó.
La besó como se besan dos viejos amantes reencontrados en una noche de tormenta blanca, la besó con todo el amor y el deseo que llevaba guardados desde hacía más de siete años, la besó como hubiera querido hacerlo cuando despertó del coma y sintió que volvía a nacer de nuevo.
Y ella le devolvió el beso. Le besó como una mujer besa a su compañero cuando vuelve de la batalla, le besó como hubiera querido besarle en aquel campamento en Alaska cuando tuvo el valor de creer en él, le besó como hubiera querido besarle en aquel pasillo de luces y sombras cuando creyó que se perderían por completo.
Se pararon para tomar algo de aliento y Mulder creyó ver en aquellos resplandecientes ojos azules, una luz diferente a la que tenían minutos antes y se preguntó si sería él el responsable de aquella luz en los ojos de Scully. Entonces obtuvo la respuesta a su pregunta.
La encontró en su mirada, en su boca…
-¿Quieres que te lo diga, Scully? -Y a ella no le hizo falta saber a qué se refería, pues ya lo sabía, hacía muchísimo tiempo que lo sabía.
-No es necesario, Mulder. -Contestó, negando con la cabeza. -Ya sé que me quieres. -Esta vez no fue él, ni ella, quien inició el beso, fueron ambos, fueron sus almas que deseaban volver a tocarse sin importarles que allá afuera la conspiración siguiese adelante, que el viejo cáncer durmiese latente preparado para despertarse cuando el chip lo alertara, que el mundo entero siguiese creyendo que estaban locos… ya nada importaba, sólo ellos dos.
FIN
Había pensado terminar este relato con una buena dosis de sexo entre estos dos, pero al llegar a este punto, supe que la palabra FIN debía ir aquí.
Notas de la autora: Este relato está en parte dedicado a mi amiga Cris, porque de no haber sido por ella, en vez de esta nota de agradecimiento, en su lugar encontrarías el anuncio de mi retirada del mundo de los fanfics, así que debo darle las gracias por haberme hecho pensármelo mejor y por ayudarme a darme cuenta de que nunca podré dejar de escribir fanfics porque en el fondo siempre estaré vinculada a Expediente X. Así que los que odiéis mi forma de escribir, ya sabéis a quien deben ir dirigidas las amenazas.