Rebeldes al poder: un libro esclarecedor

 

 

Prof. Mario R. Cancel

Recinto Universitario de Mayagüez

 

 

José Carlos Arroyo Muñoz, profesor de la Universidad del Turabo, deja a los lectores su más reciente producción. Se trata del volumen Rebeldes al poder. Los grupos y la lucha ideológica (1959-2000) publicado por Isla Negra editores en su colección “Visones y cegueras.” El libro es un ejercicio original en torno a uno de los temas más interesantes de la historia reciente de Puerto Rico: el papel que jugaron algunos grupos políticos no partidistas dentro de los grupos políticos partidistas tradicionales a partir de la década de 1960.

 

El autor introduce el tema estableciendo unos parámetros generales para la discusión que vale la pena apuntar. Partiendo de la naturaleza colonial (no territorial) de la situación jurídica de Puerto Rico en el seno de Estados Unidos, elabora unas observaciones que marcarán el resto de volumen. Puerto Rico se dibuja como un “estado de los partidos,” partidocracia preferiría llamarla yo, caracterizada por el respeto ritual al proceso electoral. La democracia teórica interpreta los partidos políticos legítimos mediadores entre el pueblo y el gobierno. En las partidocracias el proceso de delegación de la voluntad popular en los partidos políticos y la consecuente enajenación de estas organizaciones de la voluntad popular, han ilegitimizado la condición de mediadores de los partidos políticos y la confiabilidad en el proceso electoral. El fenómeno de la corrupción y el drenaje de recursos que representa el sostenimiento oficial de estas maquinarias de producir votos, así lo justifican.

 

La naturaleza de los partidos políticos como traductores de los intereses de unas clases particulares no puede ponerse en duda. Los partidos políticos puertorriqueños se caracterizan, además, por el caudillismo y el autoritarismo de sus líderes públicos y por el centralismo de la cuestión del estatus que desde 1898 se ha afirmado en la conciencia publica nacional. A pesar de ello, Arroyo Muñoz asegura que los partidos políticos son organizaciones heterogéneas ideológicamente. El papel revisionista jugado por de los grupos políticos no partidistas a partir de 1959 así lo ratifica.

 

Durante la década abierta el año 1960, Puerto Rico se encuentra encaminado a un proceso de “industrialización por invitación” que el establishment político validara hasta el día de hoy. El proyecto permitió afianzar la dependencia de los capitales estadounidenses en la isla. En aquel contexto el proyecto de unir permanentemente a Puerto Rico y Estados Unidos a través de la anexión como estado se fortaleció. Desde otro punto de vista, la imagen de unos Estados Unidos dispuestos a tolerar un renovador del proyecto multicultural que ofreciera un espacio de igualdad a las minorías étnicas estadounidenses, afianzó la esperanza en una pronta solución del dilema estatutario de Puerto Rico. La experiencia del Tribunal Warren y el desarrollo de una nueva noción de liberalismo, estableció una serie de precedentes legales que podían afirmar la esperanza anexionista.

 

Los cambios sociales marcaron de una manera decisiva el futuro de las ideologías políticas puertorriqueñas. Por una parte, la industrialización por invitación estimuló el desarrollo de nuevos sectores medios urbanos que, a la larga, sirvieron de base popular de los revisionismos de los grupos políticos no partidistas. Por otro lado, la persistencia de un alto desempleo estructural ofreció argumentos sustantivos que cuestionaban la validez, la eficiencia y la legitimidad de la empresa desarrollista asociada al Estado Libre Asociado.

 

Estados Unidos convirtió a Puerto Rico en una “vitrina” y un modelo desarrollista y modernizador válido para la América Latina. Pero todo aquello se consiguió al costo de la transformación del país en un bastión de estadounidense durante la “guerra fría” en especial después del año 1959 y el triunfo de la Revolución Cubana con la toma de La Habana por las fuerzas armadas revolucionarias. Puerto Rico era parte de una experiencia internacional: los años de crecimiento, milagros económicos, desarrollo del estado bienestar y guerra fría que marcaron el periodo de 1950 a 1970.

 

Sólo en ese contexto se puede comprender, asegura Arroyo Muñoz, por qué entre 1952 y 1968 se congeló la discusión de la condición estatutaria de Puerto Rico. Abrir aquella caja de Pandora no era recomendable en el contexto de la “guerra fría” que en 1962 amenazó con evolucionar hacia una confrontación nuclear durante la crisis de los misiles. Aquel fue el erial donde brotaron los grupos políticos no partidistas en los que Arroyo Muñoz cetra su atención en el resto del volumen.

         

Hay un elemento común entre los tres grupos ideológicos que Arroyo Muñoz: todos representaron un cuestionamiento y una amenaza para las ideologías desarrolladas al calor de la gran depresión y de la segunda pos-guerra. El Grupo de los 22, nacido entre los años 1959 y 1962 reflejaba una de las contradicciones centrales del Partido Popular Democrático. Representaba el reto a los sectores desarrollistas que sostenían el mito de la industrialización por invitación por parte de sectores abiertamente soberanistas. El autor sintetiza esta confrontación en un debate entre conservadores y liberales. En el ámbito de las pugnas políticas estatutarias, el lenguaje es útil. Los sectores representaban dos propuestas divergentes para culminar el Estado Libre Asociado. Los desarrollistas interpretaban la estadidad como una meta inherente de la industrialización por invitación. Los soberanistas ponían el peso en la plasticidad del lenguaje jurídico del pacto y soñaban con un nuevo pacto u otra forma de  libre asociación dentro de la esfera estadounidense. Se trataba de un conflicto estratégico grave que desvirtuaba el proyecto original del pepedeísmo y evidenciaba lo irresoluto de la base filosófica de la organización.

         

Los grupos desarrollistas tenían su base de poder en dos sectores claves del imaginario estadolibrista: Fomento Industrial y la Universidad de Puerto Rico. Las figuras de Teodoro Moscoso y Jaime Benítez representan lo mejor de aquella tendencia. Los grupos soberanistas se centraron en el concepto cultural regeneracionista orteguiano y se autodenominaron la “nueva generación” invitando a la gente a verlos como una opción plausible y necesaria. El apoyo que recibieron de de Roberto Sánchez Vilella en medio de una lucha por el poder dentro del Partido Popular Democrático fue fundamental en todo aquel proceso.

         

El papel histórico del Grupo de los 22 se resume en la petición escrita que hicieron a Luis Muñoz Marín 15 de junio de 1964 instándolo a que se retirara de la vida política. El patriarca ya no respondía a las inquietudes de una nueva generación de populares que tuvo en Ismaro Velásquez, Juan M. García Passalacqua y Victoria Muñoz Mendoza, algunas de las voces más significativas. En aquella coyuntura Rafael Hernández Colón y parte de la llamada “nueva generación” cumplió una función atemperadora extraordinaria forzando al partido a dar un giro hacia el centro y hacia la derecha que ha marcado la historia reciente del esa organización hasta el presente.

         

Un proceso análogo se dio en el Partido Independentista Puertorriqueño con la consolidación del  Movimiento Pro Independencia a partir del año 1959. Aquella organización independentista también albergaba una fuerte contradicción entre los sectores tradicionales en el poder y  los grupos renovadores. La proyección ideológica de aquel conflicto retaba las posturas nacionalistas esencialistas desde la perspectiva de las racionalistas posturas social demócratas. En este caso no se trataba de un conflicto estratégico puro, todos querían la independencia, sino de una discusión sobre la estrategia y el contenido del proyecto.

 

Fue en aquel momento que los sectores socialcristianos imprimieron un cariz conservador y divisionista en diseño del independentismo. La exitosa socialdemocracia alemana de posguerra imprimió un carácter de “tercera vía” a ciertos independentistas que les distanciaron de los radicales laicos y de las izquierdas sociales. La fragmentación del independentismo estaba en gran medida asegurada. El Movimiento Pro Independencia adoptó la imagen de movimiento de liberación nacional no electoral, con una disposición enorme a abrir el paquete de medios para conseguir sus metas hasta el margen de la violencia.

 

Un aspecto original y rico de aquella organización fue el rescate del nacionalismo albizuista, el desarrollo de un discurso socialista radical por lo menos en el plano formal y la  solidaridad con la Revolución Cubana (1959) que los puso en la médula de la “guerra fría.” La reconstrucción de la solidaridad con Cuba se cimentaba en una tradición histórica viva desde el antillanismo de Betances, de Diego y Albizu. La situación concreta convirtió al Movimiento Pro Independencia en un objetivo de las agencias federales de inteligencia como el Federal Beaureau of Investigations y su operación COINTELPRO.

 

La originalidad del Movimiento Pro Independencia no terminó allí. Su alianza con la Federación de Universitarios Pro Independencia, organización fundada en 1956, le permitió incidir en la opinión de los universitarios en tiempos en que la reforma de la ley universitaria y la lucha contra el servicio militar obligatorio se convirtieron en un agente destabilizador de la “Casa de Estudios” de Benítez. El mayor logro de aquel movimiento fue  la consolidación de la tesis del frente amplio independentista y sus proyecciones hasta el presente. Ante la fragmentación del independentismo se proponía la necesidad de unión alrededor de unos proyectos mínimos. Arroyo Muñoz acierta al aseverar que aquel proceso les creó una imagen no siempre precisa de comunistas, castristas, violentos y pro-soviéticos. El poder diseñó un lenguaje que criminalizaba la ideología y legitimaba la persecución de aquellos sectores.

         

De gran interés hubiese resultado un acercamiento más detenido a los terceristas que se desarrollaron en el Partido Independentista a la altura de 1973. Su condición de neomarxistas, fronterizos a veces de un trotskysmo renovado, y pro-obreros radicales cuestionadores del socialismo real, justificarían una revisión desde afuera que el volumen, lamentablemente no ofrece.           El desarrollo de aquellos sectores radicales significó el fin del programa nacionalista clásico en el Partido Independentista Puertorriqueño. A partir de 1973 aquella organización se revistió con el lenguaje de la socialdemocracia europea: una curiosa tercera vía que, lamentablemente, no ha despertado en Puerto Rico el interés que merece.

         

El curioso destino del Movimiento Pro Independencia amerita unos comentarios de Arroyo Muñoz. Transformado en 1971 en  Partido Socialista Puertorriqueño  con un proyecto de frente amplio electoral,  evadió las elecciones de 1972 al no ver consolidada la unión esperada. En 1976 recurrió al electoralismo tan solo para entrar en un periodo de fuertes contradicciones desde 1982 hasta 1989, el periodo de estancamiento y comunismo de consumo encabezado por Leonid Brezhnev. La época post Brezhnev condujo al partido a su disolución tras la meta de la unidad probable. La tendencia del  Partido Independentista Puertorriqueño en la post “guerra fría” fue hacia la conservadurización y la domesticación del lenguaje político. De hecho, la única apertura radicalizadota fue después de 1999 en la Campaña de Vieques.

 

La Asociación de Estadistas Unidos representó el reto táctico a las posturas tradicionales del  Partido Estadista Republicano. Los conservadores, con su proyecto de estadidad clásica, se enfrentaron a los liberales con el suyo de nueva estadidad. ¿En qué radicaba la distinción? Se trataba del viejo debate entre la asimilación cultural y la conservación de la cultura local que maduró en la noción de “estadidad jíbara.” Se trataba también de una lucha entre dos discursos sociales: el imaginario de los  colmillús” ligados a la tierra y los grandes intereses azucareros, sintió el reto de la idea de que  la estadidad era un proyecto  para los pobres. El nuevo anexionismo estaba buscando una base social nueva la cual esperaba hallar en las crecientes clases medias y los sectores de nuevos pobres de las urbes de la década de  1960.

 

El proceso implicó una reconstrucción de la imagen de Estados Unidos como una sociedad multicultural y plurilingüe dispuesta a aceptar en su seno a los ciudadanos americanos del trópico insular. La experiencia del Tribunal Warren y la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964, daba la impresión de que el racismo y la xenofobia estaban por desaparecer de Estados Unidos. La situación llegó a su extremo en el contexto del plebiscito de1967. La vieja guardia sintió la fuerza de la  nueva generación en la figura de los fundadores del nuevo anexionismo: el industrial e ingeniero  Luis A. Ferré  (1968) y el abogado Carlos Romero Barceló (1976).  Dos grupos civiles, el Movimiento Democrático Estadista y Ciudadanos Pro Estado 51, y dos grupos estudiantiles, la Asociación de Universitarios Pro Estadidad y el Frente Anticomunista Universitario, permitieron a esta ideología revisarse de una manera decisiva.

         

Al cabo de la lectura queda un mal sabor. A pesar de todas las revisiones ideológicas, el asunto del estatus nunca se ha resuelto. Arroyo Muñoz es claro cuando sostiene que Estados Unidos se ha resistido a revisar la cuestión. El caudillismo y el autoritarismo no han desaparecido del panorama de los partidos políticos. Ahora se manifiesta públicamente a través de los medios masivos de comunicación y el pueblo parece celebrar dicha actitud. Lo otro es que el proyecto de mayor crecimiento ha sido el anexionista lo cual no implica que esa vaya a ser la solución del dilema estatutario. En el tintero quedan las dudas sobre la posición que tomaron figuras como José Trías Monge o Vicente Géigel Polanco en los combates ideológicos del Partido Popular Democrático.  Y por último, la pregunta mayor de qué pasará al cabo de la “guerra fría” cuando los problemas que caracterizaron aquella época han cambiado de rostro y el contencioso que animó aquellas luchas esta ausente de contenido.

 

Comentario del libro del Prof. José Carlos Arroyo Muñoz, Rebeldes al poder. Los grupos y la lucha ideológica (1959-2000) (Isla Negra editores, 2003), de la Universidad del Turabo, Puerto Rico.

 

 

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