Memorias de Mamá Blanca
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Al igual que "Ifigenia", esta novela está constituida en parte por sus recuerdos de infancia en la hacienda "Tazón". El tono costumbrista, amoroso, regodeado en el paisaje representó un cambio poco grato para los seguidores de su trabajo luego de la controversia de "Ifigenia". Fue publicada en francés y español el año de 1929.
Fragmentos:
Teresa  de  la  Parra
... “Vicente, era incapaz de quedarse con el sombrero de cogollo en la cabeza si veía pasar a Mamá, por muy lejos que fuera. Como mascaba tabaco, ‘escupía por el colmillo’ con frecuencia, es cierto, pero era menester ver con qué arte y nitidez lo hacía. Nadie hubiera podido imitarlo y nadie podía saber dónde, cómo ni cuándo, Vicente había escupido. Era lo mismo que un rayo: ¡pssst!, que cruzaba con rapidez el espacio y se perdía en lontanaza entre las matas. Lejos de ser un acto vulgar, el escupir por el colmillo era, en Vicente, una demostración de respeto y sumisión. Poco lo hacía al dialogar con sus iguales. Por lo general, indicaba perplejidad. Cuando se hallaba en una situación difícil interrogado por Papá, Mamá o primo Juancho, se rascaba la cabeza deliberando y ¡pssst!, como una flecha, sin apenas mover los músculos del rostro, sin jamás ensuciar en donde no debiera, con una puntería admirable, escupía. Acto seguido daba una respuesta llena de acierto y discreción.”...
... “En el trapiche amplio y generoso no había casi paredes ni había casi puertas; nada se encerraba; ¡adelante todo el mundo! Entraba el sol; entraba el aire; entraba el aguacero; entraban las legiones de avispas doradas y zumbando a buscar dulce; entraban las yuntas lentas con los carros anchos y los montones de caña bien trabados que los gañanes descargaban de un golpe y dejaban firmes en el suelo detrás de los carros; en busca de dulce, lo mismo que las avispas, entraban los hijitos de los peones con una cazuela en la mano, a pedir: ‘de parte de mi Mamá que si me hacen el favor de unas migajitas de raspadura o un pedacito de papelón roto para el guarapito de esta noche’. Como a las avispas, se les daba la raspadura o se les daba el pedazo de papelón roto, a nadie se decía no.”...
... “Mamá tenía razón: debemos alojar los recuerdos en nosotros mismos sin volver nunca a posarlos imprudentes sobre las cosas y seres que van variando con el rodar de la vida. Los recuerdos no cambian y cambiar es ley de todo lo existente. Si nuestros muertos, los más íntimos, los más adorados, volviesen a nosotros después de muchos años de ausencia y arrasados los árboles viejos hallases en nuestras almas jardines a la inglesa y tapias de mampostería, es decir, otros afectos, otros gustos, otros intereses, doloridos, nos contemplarían un instante y discretos, enjugándose las lágrimas, volverían a acostarse en sus sepulcros.”..