Teresa  de  la  Parra
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Historia de la señorita grano de polvo, bailarina del sol
“Y también las frutas consideraban al capuchino con complacencia y también unos periódicos viejos que bajo una cónsola pasaban la vida repitiéndose unos a otros sucesos ocurridos desde hacía veinte años, y la tabaquera, y las pinzas del azúcar, y los cuadros que estaban colgando en la pared y los frascos de licor, todos, todos tenían la vista fija en el reloj y cuanta vez se abría de para en par la puerta de roble volvían a sentir aquella misma alegría ingenua y profunda.”
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“Un evangelio indio: Buda y la leprosa”, “Flor de loto: una leyenda japonesa” (publicados en revistas parisinas) y tres cuentos fantásticos, inéditos hasta hace poco, pertenecen al comienzo de la carrera de Teresa de la Parra, marcado por la búsqueda de estilo. Muy lejos del discurso narrativo de “Ifigenia” y más aún del tono costumbrista empleado en “Las Memorias de Mamá Blanca”, estos primeros cuentos son un guiño al modernismo y al exotismo de moda entonces. Sin embargo, queda patente en algunos pasajes la gracia literaria propia de la futura María Eugenia Alonso, particularmente en el cuento “Mamá X”, incluido más adelante en la novela.
“Como rostro no tenía ninguno propiamente hablando. Te diré que en realidad no poseía una forma precisa. Pero tomaba del sol con vertiginosa rapidez todos los rostros que yo hubiese podido soñar (...) Su sonrisa en vez de limitarse a los pliegues de la boca se extendía por sobre todos sus movimientos. Así, aparecía, tan pronto rubia como el reflejo de un cobre, tan pronto pálida y gris como la luz del crepúsculo, y oscura y misteriosa como la noche. Era a la vez suave como el terciopelo, loca como la arena en el viento, pérfida como el ápice de espuma al borde de una ola que se rompe.”
El genio del pesacartas
Fragmentos:
“Sí –decíales desde arriba-, yo soy el genio del pesacartas y todos ustedes son mis humildes súbditos. El cascarón de nuez es mi barco para cuando yo quiera regresar a Irlanda, el reloj está ahí para indicar la hora en que me dignaré dormir; el ramo de flores es mi jardín; la lámpara me alumbra si deseo velar, el centímetro es para anotar los progresos de mi crecimiento (mido ciento setenta milímetros desde que me vino la idea de usar calzado medioeval). –No sé todavía qué haré con los lacres-. En cuanto al tintero está ahí, no cabe duda, para cuando yo quiera divertirme echando redondeles de saliva.”
El ermitaño del reloj