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El Correo Digital, Viernes, 12 de marzo de 2004

Juego perpetuo e idiota

ARTÍCULOS


JUAN MARÍA APELLÁNIZ/


El asesinato por un grupo terrorista de casi doscientas personas inocentes con el que pretende aterrorizar a la sociedad atribuyéndose el derecho a disponer de la vida de sus ciudadanos es una canallada a la vez que una forma de comportamiento característica de los grupos humanos de todos los tiempos.

Y no lo es menos mi derecho de condenarla sin paliativo alguno y con una indisimulada rabia en el corazón. Porque siento el deseo de que los padres, los hijos y los hermanos de los asesinados sometan a los asesinos a la ley del talión. Y a la vez reconozco que de realizarse mi deseo se inauguraría una relación basada en la ley del más fuerte de modo que la sociedad se haría inhabitable. Pero me duele profundamente que la inhabitabilidad se afiance siempre y exclusivamente sobre el sufrimiento de los inocentes, los débiles y en muchos casos los mejores.

Lamento que este asesinato inútil será reivindicado por un grupo que cree en su derecho a expresar sus deseos políticos, sociales o religiosos por encima del derecho a la vida de los demás y que otros grupos aprovecharan su impacto social para favorecer sus puntos de vista políticos, sociales o religiosos.

Entiendo que este juego perpetuo e idiota convierte la convivencia humana en una versión edulcorada de la ley del más fuerte. Porque los que cargan con su peso son siempre los que no tienen poder para invertir los términos y hacer que los que sufren sean los que hacían sufrir, demostrando así que la inteligencia no tiene capacidad para discernir la realidad por sí misma y por tanto tampoco para instaurar una sociedad distinta.

Entiendo que el ser humano esté desgarrado entre sentimientos tan opuestos como el de dominar a sus semejantes y el de ayudarles a salir de la dominación que ellos mismos se empeñan en mantener. Y me molesta que los grupos que predican la liberación de los más débiles por medio de salvadores religiosos y políticos sólo intenten, aunque sea inconscientemente, adormecer el sufrimiento de los más frágiles para mantener la misma disimulada y untuosa opresión. Lo que se llamaba en algún tiempo el opio del pueblo y que sigue siendo la misma eterna verdad.

La única venganza que me queda y de la que puedo ser inútil autor y destinatario es la de que la misma muerte, el mismo despojamiento y la misma soledad se abatirá sobre los que la han promovido y mantenido. Sobre todo me rebelo ante el hecho de que todo lo que pienso y lo que los demás defienden sólo tenga como destino un olvido tan sucio y tan eterno como la esperanza.


Sursum corda! 2004