¡Recordad el
11 de Marzo!
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El Correo Digital, Viernes,
12 de marzo de 2004
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Ser
demócrata después del horror |
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ARTÍCULOS
JUAN-LUIS IBARRA ROBLES/MAGISTRADO
Tenemos todas las razones para tener miedo de nosotros mismos si
pasamos por alto Auschwitz, nos advirtió Günter Grass en el
pequeño y gran ensayo que he parafraseado en el título.
Tenemos todas las razones para abrigar temor de quienes, a media
mañana de ayer, se seguían mostrando públicamente
incrédulos en tanto no contáramos con un comunicado
asumiendo la autoría de la masacre. Al acabar la tarde, ya nadie
podía ignorar el genocidio, aunque se renovara la duda sobre sus
autores; y mañana no va a ser posible desviar la mirada de las
largas hileras de ataúdes. Hoy, hasta los incrédulos han
comprendido las razones del miedo de las víctimas respecto de
ellos cuando les hemos visto en posiciones de ajeneidad; las razones
del reproche que les hemos dirigido en estos años por no actuar
consecuentemente concernidos por la amenaza terrorista.
A la hora de las concentraciones, ya no quedaban más
incrédulos que quienes lo fingen descaradamente. Y, por tanto,
ya no volveremos a presumir la buena intención en quien
mañana evite posicionarse en el dilema social que, una vez
más, nos ha planteado la organización liberticida: o
desaparece ETA o las acciones de los terroristas acabarán con
nuestra democracia.
Al anochecer, después de participar en los primeros actos
públicos de duelo, necesito no temer que mañana, una vez
más, los demócratas nos enzarcemos en el debate sobre lo
que significa el compromiso con la desaparición de ETA. Necesito
compartir con todos mis vecinos, también con los que integran
los partidos políticos nacionalistas, el común compromiso
por colaborar sin fisuras para reducir la organización etarra a
la nada, por llegar a saborear juntos los avances en el
propósito de que se la lleve el diablo a su reino de tinieblas.
Y sueño que lo vamos a hacer, juntos, de la única manera
que sabemos que va a ser eficaz: poniendo a los criminales a
disposición de la Administración de Justicia y colocando
la memoria de sus actos y de sus pretextos donde siempre debió
estar, en lo más profundo de nuestra reprobación cultural.
En la noche después del horrendo crimen de Madrid, recupero
fuerzas para hacerme la pregunta: ¿Podemos aspirar a la
subsistencia de la vida democrática en nuestro País Vasco
después del horrendo crimen de Madrid? Sé que la
respuesta no depende de que los terroristas pertenezcan a ETA o a
Al-Qaida. La respuesta, simplemente, no está escrita: la haremos
realidad social en las próximas semanas; será el
resultado de la participación de mañana en las
manifestaciones de condena; de lo que suceda en la jornada electoral a
la que estamos convocados el domingo; de lo que acierten o se
equivoquen aquellos a quienes les vamos a otorgar la
representación política; aquellos que tenemos
responsabilidades en la construcción del discurso
democrático; también, de lo que hagamos los jueces en el
ejercicio del poder de juzgar y de ejecutar lo juzgado.
La rebelión de la sociedad contra los criminales que ponen
bombas en los trenes de cercanías atestados de trabajadores y de
estudiantes, vuelve a ser hoy la expresión de la rebelión
de los demócratas europeos contra el horror nazi. No puedo dejar
de acordarme de una reciente visita al Jüdisches Museum de
Berlín. Uno de los pasillos del edificio representa el camino,
claramente escarpado, hacia el futuro; el pasillo termina en una
instalación por la que necesariamente debe pasar el visitante.
Al entrar en este último tramo, las pisadas producen un ruido
particular; un ruido que suena entre la queja humana y el chirrido de
goznes. El visitante se ve obligado a reparar en el suelo; y así
comprueba que transita por una alfombra muy especial: los pies se
deslizan sobre diez mil placas metálicas ovaladas, dotadas de
mirada y de boca, que rinden memoria a las personas, trabajadores,
mujeres, niños que fueron víctimas del holocausto. Estas
diez mil placas, con su voz de duelo eterno, nos recuerdan que solo
tenemos futuro como sociedad políticamente organizada si somos
capaces de acudir a la cita con el recuerdo de las víctimas.
Esta cita no va a terminar cuando acabe el recuento de los
manifestantes. Esta cita solo se verá cumplida cuando la
sociedad vasca resuelva su propio dilema decidiendo si las
víctimas de hoy son o no son nuestros conciudadanos y
compatriotas. Un dilema que no puede eludirse mediante el sofisma de
que los asesinos no son vascos, una vez que sabemos que la violencia
terrorista no requiere de rostro humano; la cuestión ahora
está en saber si estamos o no dispuestos a ser consecuentes con
que los asesinados hoy en Madrid son de los nuestros; porque pertenecen
ya de por siempre a nuestra memoria social y política.
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