JOAQUÍN PASOS
- CANTO DE GUERRA DE LAS
COSAS
- Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
- si es que llegáis a viejos,
- si es que entonces quedó alguna piedra.
- Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
- al hierro fiel.
- Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras
- familias,
- trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su
- carácter dulce;
- os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;
- con el bronce considerándolo como hermano del oro,
- porque el oro no fue a la guerra por vosotros,
- el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel de niño
- mimado,
- vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido
- acero...
- Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro,
- si es que llegáis a viejos,
- si es que entonces quedó algún oro.
- El agua es la única eternidad de la sangre.
- Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre.
- Su violento anhelo de viento y cielo,
- hecho sangre.
- Mañana dirán que la sangre se hizo polvo,
- mañana estará seca la sangre.
- Ni sudor, ni lágrimas, ni orina
- podrán llenar el hueco del corazón vacío.
- Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro
- palpitante,
- la constancia viva de un grifo,
- el grueso líquido.
- El río se encargará de los riñones destrozados
- y en medio del desierto los huesos en cruz pedirán en vano
- que regrese el agua a los cuerpos de los hombres.
- Dadme un motor más fuerte que un corazón de hombre.
- Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin
- dolor.
- Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro
- igual al del soldado de plomo que no muere,
- que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por
- tus obras,
- como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
- que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
- que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
- que por tu agua devolverá su sangre.
- Y que quiere ser como un cuchillo, al que no puede herir
- otro cuchillo.
- Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida
- será la cal de mi tumba incorporada a mi muerte,
- porque aquí está el futuro envuelto en papel de estaño,
- aquí está la ración humana en forma de pequeños ataúdes,
- y la ametralladora sigue ardiendo de deseos
- y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la
- carne.
- Y luego, decid si no ha sido abundante la cosecha de balas,
- si los campos no están sembrados de bayonetas,
- si no han reventado a su tiempo las granadas...
- Decid si hay algún pozo, un hueco, un escondrijo
- que no sea un fecundo nido de bombas robustas;
- decid si este diluvio de fuego líquido
- no es más hermoso y más terrible que el de Noé,
- ¡sin que haya un arca de acero que resista
- ni un avión que regrese con la rama de olivo!
- Vosotros, dominadores del cristal, he ahí vuestros vidrios
- fundidos.
- Vuestras casas de porcelana, vuestros trenes de mica,
- vuestras lágrimas envueltas en celofán, vuestros corazones
- de bakelita,
- vuestros risibles y hediondos pies de hule,
- todo se funde y corre al llamado de guerra de las cosas,
- como se funde y se escapa con rencor el acero que ha
- sostenido una estatua.
- Los marineros están un poco excitados. Algo les turba
- su viaje.
- Se asoman a la borda y escudriñan el agua,
- se asoman a la torre y escudriñan el aire.
- Pero no hay nada.
- No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros.
- Señor capitán, ¿a dónde vamos?
- Lo sabremos más tarde.
- Cuando hayamos llegado.
- Los marineros quieren lanzar el ancla,
- los marineros quieren saber qué pasa.
- Pero no es nada. Están un poco excitados.
- El agua del mar tiene un sabor más amargo,
- el viento del mar es demasiado pesado.
- Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje.
- Los marineros se preguntan ¿qué pasa? con las manos,
- han perdido el habla.
- No ha pasado nada. Están un poco excitados.
- Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.
- No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los
juegos
- de la cábala.
- En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las
- de navegar.
- Todas los signos llevaban su signo.
- Izaba su bandera sin color, fantasmas de bandera para ser
- pintada con colores de sangre de fantasma,
- bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba el
- viento.
- Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si
- fuera viniendo.
- Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y
- besaba a cada hombre.
- Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora
- de marfil.
- Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
- cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa.
- Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas,
- Sobre el río de todos los puentes,
- por el cielo de todas las ventanas.
- Era la misma vida que flota ciega en las calles como una
- niebla borracha.
- Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de
- mendigos,
- era un diluvio en el aire.
- Era tenaz, y también dulce, como el tiempo.
- Con la opaca voz de un destrozado amor sin remedio,
- con el hueco de un corazón fugitivo,
- con la sombra del cuerpo
- con la sombra del alma, apenas sombra de vidrio,
- con el espacio vacío de una mano sin dueño,
- con los labios heridos
- con los párpados sin sueño,
- con el pedazo de pecho donde está sembrado el musgo del
- resentimiento
- y el narciso,
- con el hombro izquierdo
- con el hombro que carga las flores y el vino,
- con las uñas que aún están adentro
- y no han salido,
- con el porvenir sin premio con el pasado sin castigo,
- con el aliento,
- con el silbido,
- con el último bocado de tiempo, con el último sorbo de
- líquido
- con el último verso del último libro.
- Y con lo que será ajeno. Y con lo que fue mío.
- Somos la orquídea de acero,
- florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la
- espada,
- somos una vegetación de sangre,
- somos flores de carne que chorrean sangre,
- somos la muerte recién podada
- que florecerá muertes y más muertes hasta hacer un
- inmenso jardín de muertes.
- Como la enredadera púrpura de filosa raíz,
- que corta el corazón y se siembra en la fangosa sangre
- y sube y baja según su peligrosa marea.
- Así hemos inundado el pecho de los vivos,
- somos la selva que avanza.
- Somos la tierra presente. Vegetal y podrida.
- Pantano corrompido que burbujea mariposas y arco-iris.
- Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos,
- nuestro dolor brillante en carne viva,
- oh santa y hedionda tierra nuestra,
- humus humanos.
- Desde mi gris sube mi ávida mirada,
- mi ojo viejo y tardo, ya encanecido,
- desde el fondo de un vértigo lamoso
- sin negro y sin color completamente ciego.
- Asciendo como topo hacia el aire
- que huele mi vista,
- el ojo de mi olfato, y el murciélago
- todo hecho de sonido.
- Aqui la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo
- puede imaginar si vamos o venimos,
- pero venimos, sí, desde mi fondo espeso,
- pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos
- y en esta cruel mudez que quiere cantar.
- Como un súbito amanecer que la sangre dibuja
- irrumpe el violento deseo de sufrir,
- y luego el llanto fluyendo como la uña de la carne
- y el rabioso corazón ladrando en la puerta.
- Y en la puerta un cubo que se palpa
- y un camino verde bajo los pies hasta el pozo,
- hasta más hondo aún, hasta el agua,
- y en el agua una palabra samaritana
- hasta más hondo aún, hasta el beso,
- Del mar opaco que me empuja
- llevo en mi sangre el hueco de su ola,
- el hueco de su huida,
- un precipicio de sal aposentada.
- Si algo traigo para decir, dispensadme,
- em el bello camino lo he olvidado.
- Por un descuido me comí la espuma,
- perdonadme, que vengo enamorado.
- Detrás de ti quedan ahora cosas despreocupadas, dulces.
- Pájaros muertos, árboles sin riego.
- Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo.
- No hay nada exacto, no hay nada malo ni bueno,
- y parece que la vida se ha marchado hacia el país del trueno.
- Tú, que vista en un jarrón de flores el golpe de esta
fuerza,
- tú, la invitada al viento en fiesta.
- tu, la dueña de una cotorra y un coche de ágiles ruedas,
sobre
- la verja
- tú que miraste a un caballo del tiovivo
- y quedar sobre la grama como esperando que lo montasen
- los niños de la escuela,
- asiste ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta.
- Los frutos no maduran en este aire dormido
- sino lentamente, de tal suerte que parecen marchitos,
- y hasta los insectos se equivocan en esta primavera
- sonámbula, sin sentido.
- La naturaleza tiene ausente a su marido.
- No tienen ni fuerzas suficientes para morir las semillas del
- cultivo
- y su muerte se oye como el hilito de sangre que sale de
- la boca del hombre herido.
- Rosas solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta del
olvido,
- débil olor de tumbas, de hierbas que mueren sobre mármoles
- inscritos.
- Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un
niño
- o el ruido de un bravo asesino con su cuchillo.
- ¡Qué dieras hoy por tener manchado de sangre el vestido!
- ¡Qué dieras por encontrar habitado algún nido!
- ¡Qué dieras porque sembraran en tu carne un hijo!
- Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo.
- He aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos,
- el dolor verdadero.
- Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado
- en seco.
- No es un dolor por los heridos ni por los muertos,
- ni por la sangre derramada ni por la tierra llena de lamentos
- ni por las ciudades vacías de casas ni por los campos llenos
de
- huérfanos.
- Es el dolor entero.
- No pueden haber lágrims ni duelo
- ni palabras ni recuerdos,
- pues nada cabe ya dentro del pecho.
- Todos los ruidos del mundo forman un gran silencio.
- Todos los hombres del mundo forman un solo espectro.
- En medio de este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto
- vacío o lleno.
- Las vidas de los que quedan están con huecos,
- tienen vacíos completos,
- como si se hubieran sacado bocados de carne de sus cuerpos.
- Asómate a este boquete, a éste que tengo en el pecho,
- para ver cielos e infiernos.
- Mira mi cabeza hendida por millares de agujeros:
- a través brilla un sol blanco, a través un astro negro.
- Toca mi mano, esta mano que ayer sostuvo un acero:
- ¡puedes pasar en el aire, a través de ella, tus dedos!
- He aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
- días, cosas, almas, fuego.
- Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.
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