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Quizá Salazar Bondy
nos perdone la confianza de llamarlo sencillamente "Sebastián"
cuando, en algún momento de nuestra imaginación,
como parte de una entretenida conversación de sábado
en la tarde tomando café en uno de aquellos lugares
del Centro de Lima que él disfrutaba tanto, pudiéramos
hablarle de la familiaridad que nos inspira al hacer una lectura
colectiva sus obras de teatro, al detenernos calladamente
en alguno de sus poemas leídos a solas, al averiguar
las cosas sobre las que le interesaba escribir, los problemas
que deseaba solucionar, las cosas que le preocupaban, lo que
estaba dispuesto a hacer.
Con su aprobación, entonces, podríamos ya despedirnos
de él, dejarlo, como en una nube del tiempo, camino
a su trabajo en el Jirón de la Unión para, ya
por nuestra cuenta, dirigirnos a las labores cotidianas. Y
en ese encuentro con los demás, con todos, podríamos
hablarles de cierto amigo que escribe poemas, obras de teatro,
que publica sus artículos en tal o cual revista, tal
o cual periódico. Podríamos decir con toda confianza
que este amigo, llamado Sebastián, casi no se da descanso
cuando se trata de opinar sobre artes plásticas, poesía,
teatro, política o cultura. Ya más en confianza
podríamos decir que Sebastián es flaco y alto,
que es medio refinado en su hablar pero no tiene ni asomo
de pedantería, que parece buena gente, cumple con su
palabra y sobre todo, tiene ganas de transformar el mundo.
Y de tanto jugar con la imaginación, quisiéramos
ya poder decir: "¡Nos vemos, tengo una reunión
con Sebastián!" en la seguridad que esa reunión
sería para tratar alguna cosa urgente que debe hacerse
porque si no se hace se produce un vacío, y si no se
hace de una vez nunca se hará como ahora porque los
momentos son únicos.
Pero Sebastián falleció en 1965, apenas a los
40. Vivió en una Lima mucho menos agitada que la actual,
pero también intensa, una ciudad depositaria de las
contradicciones de nuestro país. Afirmaba de sí
mismo: "Soy el triste pintor de la triste clase media
limeña". Esa preocupación lo lleva a escribir
el conocido libro "Lima la horrible". Sus obras
de teatro breves "El de la valija" y "Un cierto
tic-tac" deben ser las obras más representadas
del teatro peruano. Ejerció docencia en la universidad
y consolidó un camino como poeta, y su acercamiento
al teatro le mostró un camino que recorrió con
gusto. Ganador varias veces de premios nacionales por sus
obras de teatro, no dejó nunca de preocuparse por el
desarrollo del arte teatral y su consolidación en el
Perú. El teatro y su país, su cultura en general,
le ocupaban el pensamiento.
Sebastián fue un escritor preocupado por la inserción
de su profesión dentro del quehacer social. Un teatrista
dispuesto a arriesgar y comprometerse por el desarrollo de
su arte.
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