ANAGNORISIS DE UNA CIENCIA BASTARDA

Jesús María Aguirre
(Universidad Catolica de Caracas / Venezuela)

 

La auto-reflexión latinoamericana sobre comunicación

Transformaciones de las matrices disciplinares

Una incógnita y dos exploraciones

Bibliografia

ANAGNORISIS DE UNA CIENCIA BASTARDA

La pregunta sobre la identidad obliga a remontarse al árbol genealógico de los progenitores, que no siempre son reconocibles, sobre todo en nuestra cultura, a la indagación sobre las ramas del parentesco, y en fin, al reconocimiento -anagnórisis- de los personajes. Dejemos la solución del enigma para el final, una vez que hayamos recorrido los destinos de una disciplina, crecida regionalmente, pero no tan legitimada internacionalmente por una supuesta bastardía colonial y subdesarrollada.

La presuposición de que existe un pensamiento latinoamericano de la Comunicación o unas Ciencias Latinoamericanas de la Comunicación se funda en la premisa de que la variación cultural es discontinua, es decir, que existe o existen comunidades de investigadores con un pensamiento común o compartido, y además, siguiendo una analogía antropológica (Barth,1976:9), diferencias conectadas entre sí, que distinguen a esta cultura intelectual discreta de todas las demás.

Pero ¿cabe hablar, de un pensamiento sobre las Ciencias de la Comunicación, compartido por una comunidad científica latinoamericana? Una pregunta tan genérica nos remite a tres cuestiones, que, a su vez, no tienen bien definidos sus estatutos particulares: Primera ¿qué entendemos por pensamiento latinoamericano? Segunda ¿en qué sentido es posible hablar de una ciencia unificada de la comunicación o, si se prefiere de ciencias de la comunicación? y, tercera, ¿existe realmente en el espacio latinoamericano una comunidad consolidada de rango científico, que comparta algunos rasgos paradigmáticos en el campo de la comunicación social?

1. La auto-reflexión latinoamericana sobre comunicación

La auto-referencia es la señal inequívoca para reconocer un sistema vivo con capacidad autopoiética. En nuestro caso, la tarea reflexiva de desentrañar la identidad cultural de América Latina ha ocupado a los mejores cerebros del subcontinente y sus resultados provisionales nos pueden iluminar antes de entrar en un pantanal. Me guío particularmente por las reflexiones de Mario Sambarino, quien tras un análisis pormenorizado, nos ha suministrado unas claves fundamentales para la comprensión de nuestros procesos identitarios (Sambarino, 1980:322; Tinoco, 1992)

El proceso de identificación colectiva de un pensamiento va acompañado de fenómenos de autoconocimiento y heteroconocimiento, que puede obedecer a distintos cortes o fronteras identificacionales. En la macro-área, llamada América Latina, a pesar de la multiplicidad posible de estos cortes, la región ofrece suficientes bases históricas y políticas para un proyecto identificacional, que se encuentra en su curso histórico. Dicho de otro modo, América Latina "es un proyecto para sí y para otros, sin perjuicio de la realización de identidades por áreas culturales y por nacionalidades" (Sambarino, ibid).

Tales bases históricas suponen a su vez la configuración de unas tradiciones, término sometido a debate en las ciencias sociales (Mato 1994), ya que entraña no solamente el peso de un legado cultural, sino también el juicio estimativo de su autenticidad y valor. Las confrontaciones sobre el indoamericanismo y afroamericanismo, latinoamericanismo y panamericanismo, globalización y localización, etc. reflejan bien las tempestades conceptuales, levantadas por las estrategias geopolíticas, cuando se mezclan el orden de la naturaleza y el orden nomológico, y dentro de éste la lógica entre lo que es vigente y lo que es válido.

Hecha esta advertencia sobre la posibilidad de múltiples cortes, a mi entender la vigencia del proyecto de América Latina, que posee un espesor histórico, se justifica por el interés creciente de los procesos de regionalización, apenas abordados por las ciencias sociales, ante la obnubilación generada por una globalización acelerada, que va connotada con el universalismo científico-tecnológico.

Me parece oportuno retomar el término de "regionalización", explanado ampliamente por Anthony Giddens en su teoría sociológica para contrastar cierto pensamiento abstracto sobre la globalización y las comunidades virtuales, ya que el pensamiento científico es el más propenso por naturaleza a deslizarse por los senderos de un universalismo evanescente.

La transformación del proyecto de búsqueda de leyes en las ciencias físico-naturales al campo de las ciencias sociales ha inducido un conjunto de equívocos teóricos, que es necesario desentrañar. Las extrapolaciones epistemológicas de las condiciones científico-técnicas al campo de las ciencias sociales, por la aureola de aquéllas, alimentan una mitología universalista sobre el saber de carácter instrumentalista o estratégico, como diría Habermas.

En primer lugar, no creo -y comparto la posición de Giddens- que en las ciencias sociales se descubran leyes universales en el sentido que se les otorgan en las ciencias naturales. Lo cual no implica sumarse al individualismo metodológico. Las generalizaciones en las ciencias sociales son de carácter histórico, es decir, están circunscritas en un tiempo y en un espacio, puesto que nacen de precisas mezclas de consecuencias buscadas y no buscadas de acción (Giddens, 1995:369).

No parece, por tanto, ni probable, ni deseable que en las actuales circunstancias, cuando se nos pretende inculcar la tesis del fin de la historia, se impongan unas interpretaciones de las realidades latinoamericanas, a partir de las teorías e investigaciones prescriptivas, provenientes de otros contextos culturales con tendencias hegemónicas.

Con ello no queremos desvirtuar el esfuerzo de latinoamericanos que, como Mario Bunge, reclaman la necesidad de una metateoría sobre lenguajes universales (teorías lógico-matemáticas) y disciplinares (epistemologías específicas), llegando incluso a cuestionar el carácter científico de las mismas ciencias sociales, porque también "la epistemología de las teorías científicas, que es la manifestación suprema del conocimiento científico, se encuentra todavía -según él mismo- subdesarrollada"(Bunge 1983).

En segundo lugar, la noción de regionalización de las ciencias sociales en un espacio-tiempo es una noción importante para contrarrestar el supuesto de que las sociedades son siempre sistemas unificados y homogéneos.

El carácter estratégico de la reflexión sobre la diferenciación temporal, espacial o espacio-temporal, no obedece al prurito de pavonearse de una "ciencia regional", sino que reside en su posibilidad de corregir las extraviadas divisiones entre investigación macro-sociológica y micro-sociológica, y para refutar el supuesto de que una sociedad es siempre una unidad bien deslindada con fronteras definidas con exactitud.

Las comunidades científicas intervienen en determinados contextos espacio-temporales, que incluyen escenarios específicos y problemas particulares, a la vez que participan en unas interacciones discursivas, con ciertas mediaciones proxémicas y lingüísticas. Naturalmente los criterios de correferencia respecto a contextos y los acuerdos de adscripción de los actores varían según los objetivos de los proyectos científicos, y, hoy, el incremento de las redes sistémicas favorece la combinatoria de composición de grupos, de cooperación multinacional e inter-regional.

Por otra parte, James Halloran observa que la pretensión de universalidad de las ciencias sociales resulta más contestada cuando se consideran los componentes geográficos y las variables contextuales del desarrollo (Halloran, 1998: 44). No deja de ser, por eso, paradójico que en investigadores de los países asiáticos en desarrollo haya una creencia mayor en el universalismo de las ciencias sociales mientras menor es el avance científico de su respectiva localidad.

A este respecto baste recordar las relaciones entre ciencia y poder para descubrir la incidencia del dominio científico-técnico en las relaciones internacionales. En el actual mercado mundializado los planes racionales de acción responden no tanto a la filantropía del ethos científico del siglo XIX, sino a las ventajas estratégicas y comparativas en las que están inmersas las industrias culturales, incluido el valor agregado del conocimiento sobre ellas.

Hay, por tanto, sobradas razones para mantener una empresa científica de un colectivo, que reflexione, diagnostique, evalúe y proyecte desde el contexto regional, y a partir de unas situaciones históricas los problemas que les conciernen. Ahora bien, ¿hasta qué punto es posible referirse a unas Ciencias de la Comunicación Social en el espacio regional latinoamericano con tanta legitimidad como en los EE.UU. (Katz, 1987) o en Europa (UAB, 1997)?

2. Transformaciones de las matrices disciplinares

La existencia de un pensamiento latinoamericano sobre comunicación no nos depara, sin embargo, mayor consuelo cuando al cuestionamiento del rigor de unas ciencias sociales regionales, se añade la ilegitimidad del campo de las ciencias de la comunicación.

En primer lugar, ¿cabe hablar de una Ciencia unificada de comunicación o sería más pertinente hablar del cajón de sastre de las Ciencias de la comunicación? La pretensión de constituir una Ciencia unificada de la comunicación, a mi entender, ha desembocado, si no en un fracaso, sí, al menos, en el redimensionamiento de las expectativas sobre tal posibilidad.

De alguna manera, cada teoría científico-social con afanes imperialistas, y, por tanto, transdisciplinares, ha creido contar con la clave para arropar conceptualmente los nuevos fenómenos de difusión de masas y las distintas vertiente de investigación. Más aún los espíritus fundadores de cada nueva disciplina, a pesar de estar obsesionados, en un principio, con las fronteras, emprenden la colonización de otros campos disciplinares.

Así hemos visto fluir la teoría de la información de Shannon y Weaver, las escolásticas funcionalista y marxista con sus subespecies estructuro-funcionalista y crítica, hasta llegar a la semiótica social y a las teorías cibernéticas. Frente a estas macro-teorías no han faltado teorías de menor rango, o bien sectorializando el campo de la sociología ("mass communication research"), o construyendo tópicos particulares sobre la ciencia del periodismo (teoría de la información periodística, etc.).

La situación de los años 90 no ha variado mucho con la que describiera Oswaldo Capriles al cierre de los 70. En efecto, aludiendo a la dificultad de marcar las fronteras de la pertenencia disciplinar en los estudios sobre la comunicación social y la tendencia a subsumirlas en una Sociología de la Comunicación de Masas comenta: "una Sociología de la Comunicación llega a ser más bien un conjunto de disciplinas, ligadas a aspectos macro-sociales (opinión pública, acción de los mass-media, influencia de la propaganda política o de la publicidad comercial que se definen por la relación a la sicología más que a una verdadera especificación" (Capriles 1982). Y su propuesta, acorde con el pensamiento de Pasquali apunta hacia una Sociopolítica de la Comunicación (Aguirre 1995).

No creo que esta crisis disciplinar sea peor que la desatada por Berelson en Estados Unidos a finales de los 50. Según este investigador, de las diferentes orientaciones desarrolladas germinalmente por Lasswell, Lazarsfeld, Hovland y Lewin, solamente la línea de Lazarsfeld merecía llamarse con propiedad investigación de la comunicación, pero incluso este enfoque había llegado al fin del camino ("the end of the route"). Y, tanto él como Lazarsfeld emigraron a otros campos como la demografía y las indagaciones metodológicas (Katz 1987; Kivijuru, 1998).

Para Schramm, menos pesimista, el nuevo campo estaría situado en una serie de encrucijadas con diferentes direcciones -digamos pertinencias- de las ciencias sociales a las humanidades, de la ingeniería al derecho, etc. La verdadera investigación comunicacional dentro de la multiplicidad de formas y fronteras móviles, correspondería a la que se sitúa en la intersección. A mi juicio, es una manera elegante de referirse a la interdisciplinariedad sin complicarse con problemas epistemológicos (Schramm 1972).

A fin de cuentas, el debate refleja las posiciones de los pioneros, quienes resentidos por cierto olvido, anuncian poco menos que el "fin del mundo" de la investigación comunicacional o al menos la amenaza de que "sus funerales serán sangrientos". La interpretación más plausible para mí es que se dio el agotamiento de cierto pragmatismo sin gran alcance ni renovación teórica, en que la investigación admininistrativa y empresarial terminó devorando el cerebro, tal como el mismo Lazarsfeld había presentido.

En el contexto de los 90 no veo mayores luces en el panorama de la cultura sajona respecto a la redefinición de las fronteras disciplinares, y en ciertos aspectos se evidencian hasta regresiones. El ensayo reciente de Halloran, quien fuera presidente de la AIERI, sobre las Ciencias Sociales y la investigación de la Comunicación en el Tercer Mundo, se refiera a ellas como un conjunto de disciplinas que incluyen la sicología, la sociología, la antropología, la economía y la ciencia política, siempre y cuando supongan un estudio disciplinado y sistemático de la sociedad y sus instituciones, así como de las pautas y motivaciones de la conductas de la gente, en cuanto individuos o grupos.

Es decir, que el mínimo requisito para calificar de científica una investigación sería el método sistemático y disciplinado de adquirir conocimiento, bajo la premisa de que este conocimiento sea verificable.

Ahora bien, siendo así que en las llamadas Ciencias de la comunicación son detectables varias perspectivas como la crítica, la teorética, la empírica y la humanística, se pregunta hasta qué punto se mantienen las anteriores precondiciones en las respectivas áreas, particularmente cuando el Gobierno Británico en los año 80 decidió cambiar el estatuto de las Ciencias Sociales, ya que, estrictamente hablando, el estudio de la sociedad y sus instituciones no serían susceptibles de un estudio científico.

La posición de Halloran aboga por la necesidad de una aproximación holística, contextual y societal de la comunicación, no centrada en los medios, ya que la multiplicidad de acercamientos disciplinares conlleva a la dilución del campo por múltiples vías. Supuestamente el consenso en una perspectiva denotaría madurez y ello otorgaría mayor credibilidad pública a la disciplina.

Estamos, pues, de nuevo ante la vieja discusión entre las fronteras de las ciencias físico-naturales y las ciencias sociales en una vuelta de carrusel, donde parece que las viejas discusiones entre positivistas y dialécticos, no hubieran aportado ninguna luz (Adorno, 1973; Piaget 1973;) .

Permítanme lanzar una conjetura con el afán de no dejarles con una incógnita desgastada por demasiado conocida, y sin visos de despeje. En primer lugar, creo que en el impasse actual de las ciencias de la comunicación cabe adoptar dos estrategias de avance. Me imagino dos escenarios conceptuales, que metafóricamente llamaré el arborescente y el rizomático. El primero, en que la necesidad de un concepción unificada del campo científico llevaría a exigir una visión teorética coherente -propia del sujeto trascendental de Kant- se imaginaría la Ciencia de la Comunicación, como una especie de árbol de Porfirio, en que es posible congregar las diversas disciplinas, que se desprenden del tallo de una metateoría; el segundo, más ajustado a la teoría del caos y del principio de incertidumbre, apoyaría la tesis de que las diversas ciencias de la comunicación se constituyen con cierta autonomía, estableciendo relaciones rizomáticas según los problemas que intentan solucionar a partir de interpenetraciones disciplinares.

En la primera vertiente disponemos de ciertos lineamientos, en la teoría general de la comunicación de los sistemas sociales, esbozada por Niklas Luhmann (Luhmann 1991), al tratar la relación Acción/Comunicación, y que acoge ciertos planteamientos de Maturana (1980); o también con otro giro más crítico, en la teoría de la acción comunicativa de J. Habermas (1988). A este nivel también se superponen las teorías sociales del rango más general sobre la producción social de comunicación (Martín Serrano 1986) y la estructuración de la sociedad (Giddens 1986).

En la segunda vertiente encontramos una serie de teorías fragmentarias sobre cada fase del proceso comunicacional, cuya integración aún es muy difícil de realizar por la ubicación de las especialidades en campos, tradicionalmente distantes, que han estado más preocupados por defender las fronteras disciplinares que en interpenetrarse (Wolf, 1987; Mc Quail, 1991). Se supondría que la creciente realimentación interdisciplinar de estas teorías rizomáticamente contactadas, y el esfuerzo de articulación con las teorías competitivas del primer rango, iría abriendo un campo disciplinar complejo, pero con cierta progresión y coherencia. Pues, como apuntara Bunge, no es la aparición de disciplinas puente o híbridas como la psicología social o la sociolingüística lo que ha llevado al caos teórico en el campo de las ciencias sociales, sino más bien la compartimentación excesiva de las distintas ramas de la ciencias social" (Bunge, 1988).

Pero el hecho es que las Ciencias de la Comunicación, surgidas al amparo de la sociología, sicología, semiótica y otras ciencias sociales, y trasplantadas en las Escuelas de Periodismo y Comunicación Social, se encuentran hoy confundidas entre un proyecto de construcción disciplinar de largo alcance y los reclamos perentorios de la identidad profesional de los comunicadores, que buscan legitimar el oficio con un maquillaje científico. Pues ¿qué cosa más útil que consolidar la imagen de experto en comunicación con una aureola de cientificidad, a partir del manejo de una jerga fácilmente adquirible?.

Sin desconocer la peculiaridad del conocimiento periodístico, es hora como diría Bourdieu, de trazar la frontera que existe entre la formación profesional de periodistas o comunicadores y de los científicos sociales en comunicación: "No es una cuestión de prestigio. Hay sistemas coherentes de hipótesis, conceptos, métodos de verificación, todo lo que comúnmente conlleva la idea de ciencia" (Bourdieu, 1980).

Así nos evitaríamos la acusación de Elihu Katz, quien considera que las Escuelas de Periodismo en busca de respetabilidad se metaforsearon en Escuelas de Comunicación, incorporando algunos componentes sociológicos y de investigación.

Hoy, los "expertos en comunicación" pululan en todas partes, si bien su quehacer y sus resultados resultan más que dudosos desde el punto de vista científico. Como en el amor y en la guerra, ahora parece que también en la ciencia postmoderna, todo vale, sobre todo para nuestros estudiantes empachados de la retórica antimetodológica. Si en los sesenta cualquier método o antimétodo se justificaba en razón de los objetivos revolucionarios, ahora el realismo mágico o la teoría del caos dejarían las compuertas abiertas para un ensayismo irresponsable. ¿Acaso, nos replican los estudiantes, Monsiváis, Martín Barbero, Baudrillard, Vattimo, etc. no son ensayistas que alumbran las incertidumbres latinoamericanas en el marasmo postmoderno?

A juicio de Lazar las Ciencias de la Comunicación necesitan poner cierto orden en sus filas si pretenden legitimarse en el campo de la producción científica dentro de las Ciencias Sociales (Lazar1988). Entre los retos más urgentes se hallarían los siguientes:

la definición de fronteras de la disciplina, buscando su centro teórico o ciertos focos interdisciplinares;

el logro de la legitimidad con base a unos mínimos consensos metodológicos para ser reconocidas en el campo de las Ciencias Sociales;

la organización de cursos universitarios de cuarto nivel, vinculados a instituciones investigativas, para garantizar la formación de científicos entre las jóvenes generaciones.

Cabe hacer una anotación pragmática respecto a las posibles tareas, ya que requerirían una división del trabajo.

Es obvio que la definición de fronteras disciplinares va a estar más en manos de filósofos, antropólogos culturales, sicólogos sociales y sociólogos, que entre periodistas o comunicadores sociales, hecha la salvedad de que algunos de éstos incursionan en los otros campos. De hecho Pasquali, Verón, Martín Barbero, Assmann, Piscitelli y otros inspiradores, capaces de abrir perspectivas teóricas, han provenido del campo de la filosofía.

El logro de la legitimación, en segundo lugar, parece ubicarse estratégicamente en el espacio de las Ciencias Sociales, que cobran creciente reconocimiento en las organizaciones científicas. Tanto las tareas de diagnóstico y planificación en la administración pública, y la consolidación/innovación metodológica en la academia, como las asesorías empresariales, son un lugar de legitimación, que favorece el reconocimiento de las organizaciones científicas. Numerosos investigadores como Roncagliolo, Brunner, Bordenave, Fuenzalida, Orozco, González y otros, han trajinado por los intersticios de las ciencias sociales, consolidando un saber que cobra cada día mayor legitimidad social.

La tarea última de formar cuadros de investigadores y generar investigación no puede estar sometida simplemente a una retórica de las Escuelas de Comunicación sobre la necesidad de profesores-investigadores, pues éstas se han convertido en fábricas de transmisión más que de investigación/innovación Se requieren instituciones dedicadas ad hoc, sin mengua de que puedan ofrecer su experiencia en seminarios y talleres, y con una gran articulación con los programas de cuarto nivel, donde se forman los cuadros investigativos.

Por fin, me queda por responder la cuestión de si en Latinoamérica contamos con una masa crítica de investigadores, suficientemente legitimada a nivel nacional e internacional, y su posibles perspectivas.

3. Una incógnita y dos exploraciones

Partiendo, pues, de que la situación actual del campo de las Ciencias de la Comunicación dista mucho de estar consolidada y que desde siempre ha estado marcada por múltiples identidades disciplinares, por la heterogeneidad y expuesta a fuertes solicitaciones prácticas externas (Wolf 1987: 15), me pregunto cuál ha sido el denominador común de esta empresa científica en el ámbito latinoamericano y en qué programas se ha traducido.

Siguiendo el método kuhniano, es posible detectar en el contexto latinoamericano un conjunto de actores y problemáticas que han focalizado la atención de un nutrido grupo de investigadores, sobre todo, a partir de la década del 70. Y, hoy, tenemos más conciencia que entonces de las competencias disciplinares suscitadas a la hora de formular problemas y seleccionar estrategias (Aguirre y Bisbal 1980). Nuestra sorpresa no es muy distinta que la de Kuhn, cuando cuando se asombró de las disparidades existentes en el mismo campo de las ciencias físicas y naturales, siendo así que daba por supuesto que ahí se encontraría respuestas más firmes o permanentes.

Autopercepción y heteropercepción

Entremos por pregunta sobre la existencia y autocomprensión que ha habido de los investigadores de la comunicación. Una exploración de las autopercepciones y heteropercepciones identitarias nos demuestra que existe un conjunto de pensadores, que desde diversas procedencias disciplinares, han focalizado su atención en el diagnóstico y solución de problemas comunicacionales de América Latina, o bien tomando el conjunto regional, o bien segmentando el mosaico de estados-nación que poseen una historicidad compartida.

Tomando en cuenta los repertorios sistematizados y narrados sobre el pensamiento latinoamericano por Utreras (1974), Assmann (1974), Capriles (1982), Marques de Melo (1983; 1995), Fuentes Navarro (1991; 1992), Catalán y Sunkel (1991) y Herscovitz (1994), podemos comprobar la existencia de un quehacer estable, referido tanto a proyectos globales, - definición de objetivos y líneas de investigación, transnacionalización de la información…-, como a las distintas realidades nacionales -políticas nacionales de comunicación, propiedad y estructura de los medios, etc.).

Las delimitaciones geográficas corresponden básicamente a las establecidas por la UNESCO en los programas que apoya en el área, teniendo sobre todo, al principio, a CIESPAL como observatorio y núcleo de operaciones. Históricamente el Seminario, auspiciado también por CIESPAL en Costa Rica sobre "La investigación de la comunicación en América Latina" marcará el rumbo -naturaleza y fines- de la mayor parte de los programas y estudios que se realizarán hasta bien entrada la década del 80.

Las inclusiones y exclusiones de los temas se realizan bajo la perspectiva del espacio-geográfico, cruzado generalmente por variables de clase y de la zonificación rural o urbana. Aún no se consideran apenas otras mediaciones culturales, ni las interpenetraciones e hibridaciones, ni siquiera las comunidades migrantes en los Estados Unidos, y otras configuraciones fronterizas.

En esta genealogía los padres fundadores, según Fuentes Navarro, serían A. Pasquali, Luis Ramiro Beltrán, A. Mattelart, y E. Verón, entre otros, sobre todo ateniéndose a los criterios de fecundidad e influencia (Fuentes 1992: 14). Los núcleos más activos de Chile (antes de la caida de Allende), Venezuela, Colombia (por la presencia del boliviano L.R.Beltrán) y Argentina operan con vocación regional sin ensimismarse en las problemáticas nacionales. Más aún los investigadores refugiados fuera de sus países de origen facilitarán la fecundación cruzada, fortaleciendo el sentido regional (Schmucler, Faraone, Kaplun, Mata, Graciano, Gacitúa…).

La heteropercepción de las producciones latinoamericanas, particularmente desde el campo europeo, es obviamente más marcada en España y Portugal, dado el acercamiento lingüístico. Entre los primeros investigadores interesados por auscultar nuestro campo hallamos a Miquel de Moragas, quien en su obra "Teorías de la Comunicación" ofrece sucintamente en un capítulo las "Investigaciones sobre medios en América y Europa".

Basado en un estudio encargado para 1975 por la UNESCO a M.Katzen afirma que: "la práctica totalidad de los países latinoamericanos disponen en la actualidad de centros especializados en la formación de comunicadores y en la investigación de la comunicación" (Moragas 1981: 199). Estima, siguiendo a Katzen, que de aqcuerdo a los Consejos emanados de la UNESCO en los años 50, la región se ha situado al frente de los países en desarrollo.

Tal vez el elogio mayor es que, contra los harúspices de la degradación del pensamiento por la proliferación de escuelas, se ha ido "abriendo paso una reflexión crítica sobre la comunicación de masas que a través de distintas etapas ha conseguido colocarse en el vértice, en muchos aspectos, de la actual investigación mundial de la comunicación" (ibid. 199).

Cabe también referirse al número especial que la revista española TELOS dedicó a América Latina casi una década después (TELOS 1989, n.19). El reconocimiento, plasmado por E. Bustamante, alude a dos deudas de la investigación española respecto a América Latina. En primer lugar al impulso de autores primeros como Pasquali y Mattelart o a revistas como "Chasqui" y "Comunicación y Cultura", que les enseñaron las trampas del funcionalismo asfixiante que el franquismo había cobijado instintivamente, y, en segundo lugar, a la fecundación de temas, perspectivas y metodologías inéditas en España y Europa.

Justamente, también el británico Schlesinger, si bien alude a la rareza de los trabajos traducidos y disponibles para el público sajón, expresa su grata sorpresa por la "innegable y apreciable dimensión del campo intelectual - en el sentido que le da Pierre Bourdieu - existente en América Latina. Además, constata un determinado grupo de temas y problemas que delimita la especificidad del trabajo latinoamericano (Schlesinger 1988).

Si conjugamos, pues, las autopercepciones y heteropercepciones podemos hablar sin sonrojo de la existencia de un pensamiento latinoamericano de comunicación, serio, enraizado en los problemas de la región, específico en su conjunto, a pesar de los desarrollos desiguales a nivel nacional, y de las desventajas lingüísticas y editoriales de nuestras industrias. Ello, sin embargo, no nos debe llevar a una aceptación eufórica de la tradición.

Los enigmas del actual estado del arte

Más allá de las mutuas percepciones identificadoras, trataré de delimitar, también siguiendo a Kuhn, aquellas problemáticas, susceptibles de considerarse como paradigmáticas. Según su definción los paradigmas serían "las realizaciones científicas, universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica" (Kuhn, 1975:13).

Su adquisición, acompañada de ejemplos compartidos dentro de una matriz disciplinar, constituiría un síntoma de madurez. En su transmisión intervendrían diversos medios transmisores como los libros de texto con un cuerpo articulado, las divulgaciones con un lenguaje menos especializado, y por fin, las obras filosóficas, que fundamentan la estructura lógica (ibid. 84). A través de la recepción de estos textos y el ejercicio práctico, aprenden su profesión los miembros de las comunidades institucionales correspondientes.

Según advierte Gosselin, no hay que confundir la problemática con la aproximación o marco teórico, pues en sentido propio la problematización es un proceso, no único o estandard, que da cuenta de las lagunas existentes en el estado de los conocimientos de un campo (Gosselin 1994:122).

Sin la pretensión de examinar todas las vertientes problemáticas (lagunas de conocimientos, punto de vista diferente, contradicción entre dos tesis, paso de la descripción a la explicación, vacíos teóricos y metodológicos, epistemología, praxeología) voy a ilustrar el proceso con algunos ejemplos, que nos son familiares.

Este es el caso cuando Luis Ramiro Beltrán en 1976 nos cambia de anteojeras para revelar las "Premisas, objetos y métodos foráneos en la Investigación de la Comunicación en América Latina (Beltrán 1987). Particularmente nos alertaba sobre la insensibilidad de tales enfoques para detectar variables contextuales, cuestionando la matriz disciplinar predominante y las soluciones pragmáticas de ajuste. Revisando además las limitaciones del algunos métodos y técnicas abre una nueva dirección hacia una nueva ciencia de la comunicación en América Latina.

En este contexto afirma que "al fin, algunos estudios de la comunicación en Latinoamérica están dando señales de ser capaces de pensar por sí mismos y de enmarcar su trabajo en los términos de sus propias realidades" (ibid.).

Las lagunas fundamentales detectadas en esta primera etapa de problematización se refieren principalmente a las distorsiones operadas en el conocimiento y diagnóstico de la realidad latinoamericana, distorsiones que tienen que ver con la concepción monolineal de la comunicación, las desconsideración de las variables contextuales y las reducciones metodológicas inherentes.

Con cierta anticipación, también en Venezuela, Pasquali en los años 60 emprendió una tarea crítica de fuerte impronta ética. Su obra epistemológica, que deriva posteriormente hacia unos proyectos de carácter pragmático sobre las políticas de comunicación en los años 70, aparece esbozada en el prólogo del primer manual de textos para comunicadores audiovisuales. Su propósito es doble: emprender "la gran tarea continental de estudiar y comprender el fenómeno audiovisual, como hecho estratégico de la información pública, y orientar tal estudio y comprensión de modo que tiendan a desembocar en última instancia, en medios y formas autóctonas de expresión" (Pasquali 1960). También hallamos observaciones metodológicas cuando precisa que la "comprensión no debe entenderse como descubrimiento de las relaciones causales, sino como ensayo de revivencia profunda de un fenómenos a partir de sus componentes esenciales" (ibid).

Tales propuestas apuntan en el fondo hacia la constitución del objeto de investigación de la comunicación, ubicándola en el contexto de la cultura, y desde la pertinencia sociopolítica (Aguirre, 1995).

Esta conciencia sobre la constitución de un nuevo paradigma no solamente está implícita en los pioneros, sino que se expresa formalmente en numerosas obras, algunas de carácter más retórico y otras de mayor peso científico. Así, por ejemplo, Díaz Bordenave en su obra conjunta con Carvalho, destaca que "lo más significativo, quizá, desde los años 70, empezó a tomar cuerpo en lo que Harms llama un nuevo paradigma delas ciencias de la comunicación: "Este además de incorporar los conceptos críticos apuntados, se aparta en sus lineamientos del viejo esquema verticalista y lasswelliano de la comunicación tipificada como relación unidireccional ´fuente-receptor´ y se basa en principios como el derecho a la comunicación, la participación en la toma de decisiones, las necesidades de comunicación y la prerrogativa del hombre a disponer de adecuados recursos de comunicación (Díaz Bordenave y Carvalho 1978: 15).

Por fin, quisiera apuntar a otra característica de la investigación latinoamericana, que está vinculada a la hipótesis de las transformaciones científicas, y que tiene que ver con los episodios extraordinarios y las rupturas, que cuestionan los paradigmas anteriores con un cambio en la distribución de adeptos.

Me atrevo a apuntar la hipótesis de que en Latinoamérica se están gestando actualmente un conjunto de transformaciones paradigmáticas de honda repercusión. Pasamos de una época, aparentemente perdida, de los años 80, a otra de incertidumbre, pero, como bien advierte Raúl Fuentes Navarro, dicha década ha sido "enormemente rica en cambios y rupturas dentro del campo de la comunicación" (Fuentes Navarro 1992: 16).

Así como en la antropología cultural es ya un lugar común hablar de culturas híbridas, en las Ciencias de la Comunicación, se da hoy una fertilización cruzada de teorías y métodos, que tiende a una revuelta paradigmática, a partir del aflojamiento de las reglas para la investigación normal.

Este proceso de mayor complejidad, que en el pasado favorecía la confusión y el eclecticismo, resulta hoy más manejable debido al procesamiento sistemático de la información a nivel continental y a los intercambios en línea de los científicos, constituidos en comunidades virtuales. Nunca como ahora, por otra parte, existe una masa crítica de investigadores con una preparación que articula la doble disciplinariedad en los actores y, además propulsa los proyectos interdisciplinarios, como en el caso de Martín Barbero,
García Canclini, Renato Ortiz, Alejandro Piscitelli, Aníbal Ford, Nora Mazziotti y otros.

Los recorridos teórico-metodológicos de Enrique Sánchez Ruiz y María I. Vassalo de López, constituyen una prueba de la búsqueda de articulaciones en competencia, de las interpenetraciones disciplinares y de la disposición de ensayarlo todo, debatiendo los mismos fundamentos, que según Kuhn, suelen ser síntomas de transformación profunda (Sánchez Ruiz, 1992; Vassalo de López, 1990).

Hemos abundado en la determinación de numerosos fenómenos significativos y aún nuevos, sobre todo, en torno a la problemática de las identidades colectivas y las transformaciones tecno-culturales; incluso nunca se ha avanzado tanto en el acoplamiento de metodologías mixtas. Pero estamos necesitados de articulaciones teóricas más coherentes, que faciliten estrategias compartidas tanto de búsqueda como de transmisión a las nuevas generaciones.

El lamento de José Marques de Melo sobre "el relativo desconocimiento de las nuevas generaciones sobre el pensamiento construido por nuestros pioneros en el área" (Marques de Melo 1988) me rememora una adivinanza de Katz: "¿Por qué la investigación en comunicación se parece a una serie televisada (griega)? En primer lugar porque tiene muchos padres putativos, de los cuales ninguno se apresura a reivindicar la paternidad; además porque el bebé se perdió o fue secuestrado y encontrado tiempo después, ya grande y seductor, e ignorante de toda la fabulosa herencia que le toca; por último, porque nosotros los espectadores, sabemos que se conocerá la identidad del verdadero padre, tras preguntarnos quién es ése, al que los vástagos tratan de eliminar" (Katz 1987).

Pero Katz no pensó que en las telenovelas del futuro latinoamericano es posible imaginar la historia de un posible bebé de probeta, que tras un trasplante de óvulo en la matriz de otra madre, está pendiente de su fecundación entre uno de los múltiples y potenciales padres. Entonces el criterio de bastardía habrá cambiado.

Recife, 12 de septiembre de 1998

BIBLIOGRAFIA

-Adorno, Th.W. y otros (1973) La disputa del positivismo en la sociología alemana, Grijalbo, Barcelona.

-Aguirre Jesús María (1995) De la práctica periodística a la investigación comunicacional. Hitos del pensamiento venezolano sobre comunicación y cultura de masas. Universidad Católica Andrés Bello/Fundación Polar, Caracas.

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