Testimonios Reales

Con un pasado miserable pero con un futuro glorioso
Por Clemente De Jesús Olivares Pérez

Provengo de una familia mexicana que se estableció
para vivir en el estado de Oaxaca, México,
quizá el mas pobre de la República, soy el mayor de cuatro hermanos,
fui criado con mucha disciplina por parte de mi padre, hasta que a los 15 años
ingresé a un colegio militar de donde me expulsaron
por robo y donde cometí toda suerte de pecados abominables.
A partir de entonces llevé vidas paralelas; por un lado me desempeñe
como un hijo de familia "normal" y por otro mi decadencia moral fue en aumento.

Al decir de mis compañeros y mis calificaciones, siempre fui un
alumno brillante, concluí mis estudios de ingeniería
con el mejor promedio de mi generación, obtuve mi título de inmediato
e ingresé a trabajar a la empresa petrolera de este país,
donde todavía colaboro. Mi afición por el alcohol y las mujeres
fue algo que siempre estuvo asociado a mi aparente vida de éxito.
Mi paralelismo era ahora entre cumplir con mi trabajo
e ir ascendiendo y beber tres veces por semana
hasta emborracharme o tener relaciones sexuales,
en ocasiones hasta con tres mujeres diferentes en un solo día.
Las buenas nuevas del evangelio llegaron a mi hogar por medio
del hermano que me sigue en edad (le llevo 4 años),
desde adolescente llevó a la casa música diferente
y patrones de comportamiento distintos,
que a decir verdad, en mi familia no entendíamos
y por el contrario nos dedicábamos a criticar. La actividad de mi hermano
en la Iglesia era "excesiva", todos los días al culto, campamentos, ensayos, etc.,
hasta que mi mamá también fue miembro de esa iglesia.
Fui invitado a un evento que tenía música y un conferencista especial,
se hizo una invitación para las personas que desearan que oraran por ellas,
yo pasé al frente, e inclusive asistí a la iglesia durante un año,
hasta que nuevamente sucumbí ante el sexo. Como a pesar de mis defectos
siempre he sido perfeccionista, consideré que no podía ir a la iglesia
y ser hipócrita, así que tomé la decisión de apartarme de Dios.

A partir de entonces mi existencia fue aún más miserable,
ahora yo sabía lo que era pecado contra Dios, pero estaba conforme
de ir al infierno, lo intenté todo, probé de todo y cada vez me hundía más.
Admiraba profundamente a mi hermano por no necesitar de toda esa basura
para ser feliz, pero por ningún motivo volvería a la Iglesia,
yo era responsable de mi vida y tenía todo lo necesario para triunfar,
juventud, autos, dinero, profesión, un buen trabajo, una novia decente
y algunas otras señoritas y señoras para divertirme.
Estaba lleno de pecado, soberbia y vanidad, pero consciente de mi maldad
por el conocimiento que tenía de la Biblia.

Parecía que mi caso ya no tendría remedio, yo era un esclavo del pecado,
profundamente afectado psicológicamente, tan lleno de inseguridad que cuando
salía llevaba conmigo una pistola y vivía con el temor de embarazar
a alguien, o despertaba con la zozobra de no recordar lo que había hecho.
En mi casa perdí todo respeto a la autoridad de mis padres, pues
aunque no era grosero, con el hecho de llegar borracho ante mi papá,
aquel hombre tan severo que no tomaba, ni fumaba, ni andaba con mujeres,
demostraba mi impotencia y resignación ante mi pobre condición.
Todo lo que tenía que ver con Dios me hacía sentir muy triste,
sabía que estaba mal, pero no quería, ni podía hacer algo por mí mismo;
por supuesto, ni los consejos, ni las recomendaciones, ni los regaños,
ni siquiera el amor de las personas podían hacer algo por mi.

Fue así que el 18 de febrero de 1987, regresaba por la noche de trabajar
manejando uno de mis autos cuando me encontré de frente
con un enorme camión trailer, el impacto fue tremendo
y perdí instantáneamente el brazo izquierdo,
la escena debe haber sido impresionante, un hombre solo en la carretera,
en la noche y desangrándose, que solo acertaba a llamar a su mamá.
Intenté volver a manejar pero estaba débil, nadie se detenía a auxiliarme,
la vida se me escurría a cada segundo y en cada gota de sangre,
parecía que la intención de "alguien" era dejarme morir,
sin darme cuenta que en esos momentos
ya habían sucedido varios milagros que me conservaron la vida
y que omito en obsequio a la brevedad.

Se me proporcionaron los primeros auxilios en un consultorio médico,
pero era necesaria una intervención quirúrgica, para lo cual me trasladarían
a un hospital a 50 km. de distancia.
Cuando mi papá le avisó del accidente a mi hermano
a quien me referí anteriormente, "para variar", estaba en la Iglesia
y fue quien me acompañó en la ambulancia,
él oraba con fervor intercediendo por mí, pero a la vez me dijo
que probablemente no llegaría con vida al hospital,
había perdido demasiada sangre y era preciso ponerme a cuentas con Dios.
Fue en este momento, en medio del gran dolor que sentía, en que pude
darme cuenta que estaba cara a cara con la muerte y tuve un miedo terrible
¿a dónde iba a parar después de cerrar los ojos por última vez? ¿qué pasa cuando uno muere?
. El futuro no lo podía ver, pero si pude ver mi pasado
¿qué de bueno había en mi vida? ¿había sembrado amor? ¿para qué servía todo lo que había logrado?.

Tuve que llegar a esa situación dramática de mi vida para sentir
arrepentimiento; entonces, de lo más profundo de mi corazón
salió una oración, una súplica, un grito ¡Señor, dame una oportunidad de vivir,
quiero conocerte y servirte!. Dice mi hermano que instantáneamente
desapareció el rictus de dolor de mi cara y esa ambulancia se llenó
de la paz de Dios. Me desmayé cuando me estaban subiendo al quirófano;
salvé la vida con la operación, las transfusiones de sangre
y la infinita gracia de Jesucristo mi redentor.

Al otro día desperté en otra realidad, sin un brazo pero vivo,
afectado pero gozoso, derrumbado en una cama pero listo para ir al cielo,
el cuerpo marcado pero mi alma limpia,
con mi nombre fuera de los equipos deportivos pero ahora inscripto en el libro de la vida,
con un pasado miserable pero con un futuro glorioso
¡Dios me había perdonado!. La noticia del accidente de aquel joven ingeniero
causó consternación, como era posible si había gente peor, Clement no merecía eso;
el hospital se llenó de tanta gente entre compañeros de trabajo,
amigos y familiares que desfilaron todo el día para verme,
hasta que los médicos negaron el acceso por considerar que era demasiado.
Lo que más agradezco y me dio tanta fortaleza fue la visita de
las personas de la 1ª. Iglesia del Nazareno en Juchitán, Oaxaca, quienes
me manifestaban que desde antes habían estado orando por mí ¡Qué amor incomprensible!
En ese mismo hospital se dieron cita mis compañeros de parranda y mujeres
con las que andaba, como recordándome que no me preocupara, que todo podía seguir como antes;
pero yo era una nueva criatura que estaba dispuesto a no volver atrás,
y al contrario, a ir hacia adelante en obediencia a la voluntad de Dios.
Postrado en esa cama le pedí a mis ahora suegros que me permitieran casarme con su hija,
necesitaba reordenar mi vida y comprender el plan de Dios para mí.
Tuve la oportunidad de vivir, pero yo también cumplí mi palabra,
de inmediato comencé a estudiar la Biblia y a congregarme.
El 4 de abril de 1987, Julisa y yo unimos nuestras vidas en la Iglesia del Nazareno,
fue una boda muy emotiva donde pude compartir públicamente mi testimonio.

Por necesidad de lograr mi rehabilitación me enviaron a la ciudad de México,
donde los médicos concluyeron que solo requería ejercicios físicos
para manejar mi prótesis y que no tenía ninguna necesidad de la obligada terapia psicológica;
no cabe duda, es sorprendente la forma en que restaura el Señor.
Una vez en esta ciudad, en la búsqueda de una Iglesia donde congregarme,
llegué a la Iglesia del Nazareno "Jesús es Señor",
la que tenía como templo una cochera o garaje; en ese lugar se nos recibió
de una manera muy especial y se me invitó a compartir mi testimonio,
que al parecer fue de bendición para lo asistentes.
Al término del culto un par de mujeres nos llevaron para hablar con un joven
que se había intentado suicidar en tres ocasiones y pude testificarle de Jesús.
Así fue que nos involucramos con la Iglesia a la que aún asistimos.

En esta ciudad mi esposa se embarazó, pero debido a que éste era ectópico
(alojado en una trompa de falopio hasta que esta estalló)
se perdió en medio de un gran riesgo de muerte por causa de la terrible hemorragia.
Poco antes de cumplirse un año de nuestra estancia en el Distrito Federal,
llegó el tiempo de regresar a nuestro lugar de origen, pero para ese tiempo
ya Dios había puesto una carga muy grande en nuestros corazones
de que éramos llamados para hacer "algo" en la capital, así que rentamos
y amueblamos un departamento, con la certeza de que pronto
volveríamos para vivir allí.

Regresé a trabajar a la Refinería de Salina Cruz, Oaxaca, donde por cierto
el impacto emocional fue tremendo, volver a un lugar donde todo seguía igual
pero ahora yo tenía un aspecto físico distinto, me produjo incomodidad;
esta situación la conocía el Señor, por eso solo estuve un mes en ese lugar
y se me invitó a colaborar en México D.F. ¡El todo lo hace perfecto!.
Contra todo pronóstico, abandonamos a nuestras familias y dejando atrás nuestras raíces
fuimos a enfrentarnos a un mundo nuevo, en ocasiones hostil,
pero estabamos decididos a obedecer y descubrir el plan de Dios
para nuestro matrimonio.

Como parte de mi actitud por cumplir la promesa que hice de buscar y conocer más de Dios,
realizamos un viaje a Tierra Santa, después del cual podemos afirmar
de que lo dicho en la Biblia tiene una gran concordancia geográfica e histórica,
todo nos pareció fascinante, pero lo más emotivo fue sin duda
el haber participado del Sacramento de la Comunión en el lugar que se reconoce,
al menos por el pueblo evangélico, como el jardín de la tumba.
Es paradójicamente emocionante entrar a una abertura en la pared de roca
y no encontrar rastro de nada, gracias a la gloriosa resurrección
del Hijo de Dios que dio su vida por nosotros;
¡esta es la gran diferencia de nuestra fe!.

Una vez de regreso enfrentamos otra prueba, no podíamos tener hijos,
visitamos gran cantidad de médicos y nos sometimos a todo tipo de estudios
intentando todos los recursos disponibles en busca del embarazo,
recibimos apoyo por parte de nuestros amigos, pero no había avance.
Pronto esta necesidad se convirtió en obsesión,
la familia y la iglesia preguntaban por los bebés y aunque de manera involuntaria,
ejercían una gran presión emocional sobre nosotros;
después, la carga era insoportable, sobre todo para mi esposa
que pasaba por frecuentes crisis de llanto y desesperación,
hasta que un día en una actividad juvenil Dios habló a nuestras vidas
a través de un canto, indicándonos que debíamos darle a El nuestras cargas
y ese sueño irrealizable. Así lo hicimos, esa noche dejamos todo en el altar
y por fin tuvimos paz en nuestros corazones, El nos hizo descansar y también
hizo el milagro, el examen del siguiente mes reveló que mi esposa estaba embarazada.

Hoy tenemos dos hijos: Samuel (8) y Clement (6), y somos felices
a pesar de que las pruebas han continuado; por mencionar una más,
debo decir que mi padre fue asesinado a balazos delante de mi madre.
Aunque nuestra vida no ha sido fácil, una cosa tengo por cierta,
que Dios ha estado con nosotros en todas y cada una de las circunstancias.
Estamos agradecidos con El por su bondad y misericordia;
no hay duda, sus bendiciones son abundantes cada día.

Tengo 38 años y desde mi conversión no he dejado de servir al Señor,
se me ha permitido participar en diferentes proyectos de la Iglesia
para extender Su reino; por su gracia, El también me usa cuando expongo su Palabra
o mi testimonio y estoy comprometido en seguir fiel la preciosa carrera de la fe.

Deseo prepararme para servirle cada vez mejor ¡a El sea la Gloria

!. Abril de 1999

El autor esta a sus órdenes en: Felipe Carrillo Puerto No. 206-C-101; Col.
Anáhuac; C.P. 11320; Del. Miguel Hidalgo; México D.F.;
Tel. 91 (5) 3-86-35-41

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