Al decir de mis compañeros y mis calificaciones, siempre fui un
alumno
brillante, concluí mis estudios de ingeniería
con el mejor promedio de mi
generación, obtuve mi título de inmediato
e ingresé a trabajar a la empresa
petrolera de este país,
donde todavía colaboro. Mi afición por el alcohol y
las mujeres
fue algo que siempre estuvo asociado a mi aparente vida de
éxito.
Mi paralelismo era ahora entre cumplir con mi trabajo
e ir
ascendiendo y beber tres veces por semana
hasta emborracharme o tener
relaciones sexuales,
en ocasiones hasta con tres mujeres diferentes en un
solo día.
Las buenas nuevas del evangelio llegaron a mi hogar por medio
del hermano
que me sigue en edad (le llevo 4 años),
desde adolescente llevó a la casa
música diferente
y patrones de comportamiento distintos,
que a decir verdad,
en mi familia no entendíamos
y por el contrario nos dedicábamos a criticar.
La actividad de mi hermano
en la Iglesia era "excesiva", todos los días al
culto, campamentos, ensayos, etc.,
hasta que mi mamá también fue miembro de
esa iglesia.
Fui invitado a un evento que tenía música y un conferencista
especial,
se hizo una invitación para las personas que desearan que oraran
por ellas,
yo pasé al frente, e inclusive asistí a la iglesia durante un
año,
hasta que nuevamente sucumbí ante el sexo. Como a pesar de mis defectos
siempre he sido perfeccionista, consideré que no podía ir a la iglesia
y ser
hipócrita, así que tomé la decisión de apartarme de Dios.
A partir de entonces mi existencia fue aún más miserable,
ahora yo sabía lo
que era pecado contra Dios, pero estaba conforme
de ir al infierno, lo
intenté todo, probé de todo y cada vez me hundía más.
Admiraba profundamente
a mi hermano por no necesitar de toda esa basura
para ser feliz, pero por
ningún motivo volvería a la Iglesia,
yo era responsable de mi vida y tenía
todo lo necesario para triunfar,
juventud, autos, dinero, profesión, un buen
trabajo, una novia decente
y algunas otras señoritas y señoras para
divertirme.
Estaba lleno de pecado, soberbia y vanidad, pero consciente de
mi maldad
por el conocimiento que tenía de la Biblia.
Parecía que mi caso ya no tendría remedio, yo era un esclavo del pecado,
profundamente afectado psicológicamente, tan lleno de inseguridad que cuando
salía llevaba conmigo una pistola y vivía con el temor de embarazar
a
alguien, o despertaba con la zozobra de no recordar lo que había hecho.
En
mi casa perdí todo respeto a la autoridad de mis padres, pues
aunque no era
grosero, con el hecho de llegar borracho ante mi papá,
aquel hombre tan
severo que no tomaba, ni fumaba, ni andaba con mujeres,
demostraba mi
impotencia y resignación ante mi pobre condición.
Todo lo que tenía que ver
con Dios me hacía sentir muy triste,
sabía que estaba mal, pero no quería,
ni podía hacer algo por mí mismo;
por supuesto, ni los consejos, ni las
recomendaciones, ni los regaños,
ni siquiera el amor de las personas podían
hacer algo por mi.
Fue así que el 18 de febrero de 1987, regresaba por la noche de trabajar
manejando uno de mis autos cuando me encontré de frente
con un enorme camión
trailer, el impacto fue tremendo
y perdí instantáneamente el brazo
izquierdo,
la escena debe haber sido impresionante, un hombre solo en la
carretera,
en la noche y desangrándose, que solo acertaba a llamar a su
mamá.
Intenté volver a manejar pero estaba débil, nadie se detenía a
auxiliarme,
la vida se me escurría a cada segundo y en cada gota de sangre,
parecía que la intención de "alguien" era dejarme morir,
sin darme cuenta
que en esos momentos
ya habían sucedido varios milagros que me conservaron
la vida
y que omito en obsequio a la brevedad.
Se me proporcionaron los primeros auxilios en un consultorio médico,
pero
era necesaria una intervención quirúrgica, para lo cual me trasladarían
a un
hospital a 50 km. de distancia.
Cuando mi papá le avisó del accidente a mi
hermano
a quien me referí anteriormente, "para variar", estaba en la Iglesia
y fue quien me acompañó en la ambulancia,
él oraba con fervor intercediendo
por mí, pero a la vez me dijo
que probablemente no llegaría con vida al
hospital,
había perdido demasiada sangre y era preciso ponerme a cuentas con
Dios.
Fue en este momento, en medio del gran dolor que sentía, en que pude
darme cuenta que estaba cara a cara con la muerte y tuve un miedo terrible
¿a dónde iba a parar después de cerrar los ojos por última vez? ¿qué pasa
cuando uno muere?
. El futuro no lo podía ver, pero si pude ver mi pasado
¿qué de bueno había en mi vida? ¿había sembrado amor? ¿para qué servía todo
lo que había logrado?.
Tuve que llegar a esa situación dramática de mi vida para sentir
arrepentimiento; entonces, de lo más profundo de mi corazón
salió una
oración, una súplica, un grito ¡Señor, dame una oportunidad de vivir,
quiero
conocerte y servirte!. Dice mi hermano que instantáneamente
desapareció el
rictus de dolor de mi cara y esa ambulancia se llenó
de la paz de Dios. Me
desmayé cuando me estaban subiendo al quirófano;
salvé la vida con la
operación, las transfusiones de sangre
y la infinita gracia de Jesucristo mi
redentor.
Al otro día desperté en otra realidad, sin un brazo pero vivo,
afectado pero
gozoso, derrumbado en una cama pero listo para ir al cielo,
el cuerpo
marcado pero mi alma limpia,
con mi nombre fuera de los equipos deportivos
pero ahora inscripto en el libro de la vida,
con un pasado miserable pero con
un futuro glorioso
¡Dios me había perdonado!. La noticia del accidente de
aquel joven ingeniero
causó consternación, como era posible si había gente
peor, Clement no merecía eso;
el hospital se llenó de tanta gente entre
compañeros de trabajo,
amigos y familiares que desfilaron todo el día para
verme,
hasta que los médicos negaron el acceso por considerar que era
demasiado.
Lo que más agradezco y me dio tanta fortaleza fue la visita de
las personas de la 1ª. Iglesia del Nazareno en Juchitán, Oaxaca, quienes
me
manifestaban que desde antes habían estado orando por mí ¡Qué amor
incomprensible!
En ese mismo hospital se dieron cita mis compañeros de parranda y mujeres
con las que andaba, como recordándome que no me preocupara, que todo podía
seguir como antes;
pero yo era una nueva criatura que estaba dispuesto a no
volver atrás,
y al contrario, a ir hacia adelante en obediencia a la
voluntad de Dios.
Postrado en esa cama le pedí a mis ahora suegros que me
permitieran casarme con su hija,
necesitaba reordenar mi vida y comprender
el plan de Dios para mí.
Tuve la oportunidad de vivir, pero yo también
cumplí mi palabra,
de inmediato comencé a estudiar la Biblia y a
congregarme.
El 4 de abril de 1987, Julisa y yo unimos nuestras vidas en la
Iglesia del Nazareno,
fue una boda muy emotiva donde pude compartir
públicamente mi testimonio.
Por necesidad de lograr mi rehabilitación me enviaron a la ciudad de
México,
donde los médicos concluyeron que solo requería ejercicios físicos
para manejar mi prótesis y que no tenía ninguna necesidad de la obligada
terapia psicológica;
no cabe duda, es sorprendente la forma en que restaura
el Señor.
Una vez en esta ciudad, en la búsqueda de una Iglesia donde
congregarme,
llegué a la Iglesia del Nazareno "Jesús es Señor",
la que tenía
como templo una cochera o garaje; en ese lugar se nos recibió
de una manera
muy especial y se me invitó a compartir mi testimonio,
que al parecer fue de
bendición para lo asistentes.
Al término del culto un par de mujeres nos
llevaron para hablar con un joven
que se había intentado suicidar en tres
ocasiones y pude testificarle de Jesús.
Así fue que nos involucramos con la
Iglesia a la que aún asistimos.
En esta ciudad mi esposa se embarazó, pero debido a que éste era ectópico
(alojado en una trompa de falopio hasta que esta estalló)
se perdió en
medio de un gran riesgo de muerte por causa de la terrible hemorragia.
Poco
antes de cumplirse un año de nuestra estancia en el Distrito Federal,
llegó
el tiempo de regresar a nuestro lugar de origen, pero para ese tiempo
ya
Dios había puesto una carga muy grande en nuestros corazones
de que éramos
llamados para hacer "algo" en la capital, así que rentamos
y amueblamos un
departamento, con la certeza de que pronto
volveríamos para vivir allí.
Regresé a trabajar a la Refinería de Salina Cruz, Oaxaca, donde por cierto
el impacto emocional fue tremendo, volver a un lugar donde todo seguía igual
pero ahora yo tenía un aspecto físico distinto, me produjo incomodidad;
esta
situación la conocía el Señor, por eso solo estuve un mes en ese lugar
y se
me invitó a colaborar en México D.F. ¡El todo lo hace perfecto!.
Contra todo
pronóstico, abandonamos a nuestras familias y dejando atrás nuestras raíces
fuimos a enfrentarnos a un mundo nuevo, en ocasiones hostil,
pero estabamos
decididos a obedecer y descubrir el plan de Dios
para nuestro matrimonio.
Como parte de mi actitud por cumplir la promesa que hice de buscar y conocer
más de Dios,
realizamos un viaje a Tierra Santa, después del cual podemos
afirmar
de que lo dicho en la Biblia tiene una gran concordancia geográfica
e histórica,
todo nos pareció fascinante, pero lo más emotivo fue sin duda
el haber participado del Sacramento de la Comunión en el lugar que se
reconoce,
al menos por el pueblo evangélico, como el jardín de la tumba.
Es
paradójicamente emocionante entrar a una abertura en la pared de roca
y no
encontrar rastro de nada, gracias a la gloriosa resurrección
del Hijo de
Dios que dio su vida por nosotros;
¡esta es la gran diferencia de nuestra
fe!.
Una vez de regreso enfrentamos otra prueba, no podíamos tener hijos,
visitamos gran cantidad de médicos y nos sometimos a todo tipo de estudios
intentando todos los recursos disponibles en busca del embarazo,
recibimos
apoyo por parte de nuestros amigos, pero no había avance.
Pronto esta
necesidad se convirtió en obsesión,
la familia y la iglesia preguntaban
por los bebés y aunque de manera involuntaria,
ejercían una gran presión
emocional sobre nosotros;
después, la carga era insoportable, sobre todo
para mi esposa
que pasaba por frecuentes crisis de llanto y desesperación,
hasta que un día en una actividad juvenil Dios habló a nuestras vidas
a
través de un canto, indicándonos que debíamos darle a El nuestras cargas
y
ese sueño irrealizable. Así lo hicimos, esa noche dejamos todo en el altar
y
por fin tuvimos paz en nuestros corazones, El nos hizo descansar y también
hizo el milagro, el examen del siguiente mes reveló que mi esposa estaba
embarazada.
Hoy tenemos dos hijos: Samuel (8) y Clement (6), y somos felices
a pesar de
que las pruebas han continuado; por mencionar una más,
debo decir que mi
padre fue asesinado a balazos delante de mi madre.
Aunque nuestra vida no ha
sido fácil, una cosa tengo por cierta,
que Dios ha estado con nosotros en
todas y cada una de las circunstancias.
Estamos agradecidos con El por su
bondad y misericordia;
no hay duda, sus bendiciones son abundantes cada día.
Tengo 38 años y desde mi conversión no he dejado de servir al Señor,
se me
ha permitido participar en diferentes proyectos de la Iglesia
para extender
Su reino; por su gracia, El también me usa cuando expongo su Palabra
o mi
testimonio y estoy comprometido en seguir fiel la preciosa carrera de la fe.
Deseo prepararme para servirle cada vez mejor ¡a El sea la Gloria
!. Abril de 1999
El autor esta a sus órdenes en: Felipe Carrillo Puerto No. 206-C-101; Col.
Anáhuac; C.P. 11320; Del. Miguel Hidalgo; México D.F.;
Tel. 91 (5)
3-86-35-41