¿Hacia un nuevo nacionalismo?
Hacia
una nueva Asamblea de Bergara
La jornada electoral del 12 de marzo ha sido una caja de sorpresas. En el
ámbito vasco, la reflexión se presenta con matices que le dan una mayor
complejidad. Entre nosotros, la sorpresa ha sido aún mayor. De todas las
reflexiones que cabe hacer, la atención se polariza en HB, el PP y el PNV.
HB propugnó la abstención. Sin embargo, la media de la abstención en
el ámbito vasco ha crecido en menor proporción en que lo ha hecho en el
conjunto del Estado y su aumento no ha llegado al porcentaje de votos que obtuvo
en 1.996. Esto puede quedar matizado por algo que diré después, pero en todo
caso quiere decir que la sociedad, mayoritariamente, no ha considerado que esa
abstención era una herramienta política válida y utilizable.
Por
lo que se refiere al PP, hay que reconocer que ha tenido un éxito notable. La
tendencia ascendente que había demostrado en anteriores confrontaciones, ha
quedado superada, con un incremento de unos 90.000 votos. Un hecho que aún
llama más la atención si se tiene en cuenta que el mensaje electoral de
algunas personalidades del PP ha sido, en bastantes ocasiones, escasamente
tranquilizador.
Las
autoridades del PNV han mostrado su satisfacción por el resultado, al
incrementar el número de parlamentarios y los votos, en unos 25.000. Sin
embargo, en los análisis que se van efectuando de la situación, las cosas no
son tan claras, sino más bien agridulces. Es innegable que el PNV ha perdido
votos en favor del PP, especialmente en las poblaciones importantes. No sabemos
con exactitud si el trasvase está consolidado o es coyuntural, como reacción a
determinadas actitudes emanadas del PNV. No hay dudas de que el PNV se ve
abocado a una profunda reflexión para determinar las causas de los votos que se
han escapado hacia el PP y dejar, en sus justos límites, los votos que ha
recibido prestados de EA y de HB.
La
noche electoral, el presidente del Euzkadi Buru Batzar reconoció este préstamo
de votos, con lo que no estoy descubriendo ningún secreto que, por otra parte,
es un hecho ampliamente reconocido. ¿Cuál hubiera sido el resultado si HB
hubiera tenido una participación activa en el proceso electoral? Los trasvases
de votos de EA y HB hacia el PNV, junto con la pérdida notable del voto urbano,
son interrogantes a desvelar.
De
este panorama surgen de inmediato dos preguntas que afectan a todo el
nacionalismo vasco: o bien es que se ha difuminado el sentimiento de identidad
vasca, o bien es que el mensaje recibido no le resulta atractivo o creíble, por
el estilo con el que se le está planteando el futuro. En líneas generales, la
respuesta es clara: hay un cambio social, pero, sobre todo, apenas se entiende
el mensaje de los responsables nacionalistas. Sus propuestas, aun para los
comprometidos, se presentan como algo abstracto, inconcreto e inseguro. Guste o
no guste escucharlo, no se está convenciendo.
El
nacionalismo vasco en general, el PNV en particular, pueden radicalizar sus
mensajes y seguir asumiendo los riesgos electorales que esto conlleva. También
puede optar por desconocer el aviso del electorado y continuar como hasta ahora.
Cualquiera de estas dos opciones serían una desgracia.
El
único camino serio es el de hacer un replanteamiento sereno de la situación.
La revisión tiene que ser bastante más vigorosa que las planteadas hasta ahora
y debe estar orientada
por quienes tienen algo que decir y pueden hacerlo. El nacionalismo vasco
necesita abrirse a la sociedad y más después de la experiencia del pasado día
12. Debe intuir lo que ésta desea y convertirlo en un proyecto, acorde con la
realidad de la Unión Europea. En el umbral del año 2000, falta lo que me
atrevo a identificar como la "gran reflexión".
Al
llegar el año 1930 el nacionalismo vasco estaba dividido. Las circunstancias
políticas exigieron una reflexión y ésta se produjo en torno a una Asamblea
celebrada dicho año, en Bergara, de la que salió la unión de las fuerzas
nacionalistas de aquel entonces. La unión fue más organizativa que ideológica.
Los acontecimientos siguientes de la historia
aplazaron sine die el debate ideológico.
Las
premuras de la transición tampoco dieron muchas oportunidades para la
serenidad, pero ahora pocas dudas hay de que ha llegado el momento de revisar
planteamientos apenas entendidos por una amplia mayoría de la nueva sociedad.
El PNV cuenta con un importante acervo de lealtades, consolidadas a través de
muchos años, pero los cambios generacionales y los ciclos de la historia marcan
sus pautas y esto es algo que no pueden ignorarse. De alguna forma, el
equivalente a una nueva Asamblea de Bergara es una necesidad imperiosa para
entrar en las nuevas realidades.
En
el horizonte de diez años, a pesar de los Estados nacionales, Europa será un
espacio abierto, estructurado por una serie de redes para los intercambios económicos,
sociales y culturales, que se articularán en torno a las grandes ciudades. De
aquí el peligroso resultado que para el nacionalismo vasco representa no
conservar la mayoría en las
capitales. Lo importante será estar bien situado en la red y saber
gestionar los intereses propios y los comunes. El que quede fuera, vivirá de la
caridad institucional. Las
consecuencias políticas vendrán después, pero no como las imaginamos
hasta ahora.
Estar
bien situados supone la posibilidad de estar a la cabeza en el diseño de las
nuevas formas del Estado de bienestar y las nuevas relaciones de trabajo.
Definir correctamente el papel que realmente corresponde a la tercera edad, a la
mujer y a la juventud (¿cuál ha sido la posición de la juventud en las
pasadas elecciones?). A pesar de algunas calamidades que afectan al País Vasco,
no estamos mal situados. Hay un potencial humano importante, que junto a nuestra
histórica capacidad para recorrer el mundo, constituyen oportunidades inéditas para los vascos. El prestigio que hemos tenido, puede ser
recuperado e incrementado. Pero, antes hay que pensar, creer e impulsar cuanto
conduzca hacia las nuevas realidades, que van por delante del derecho y la política.
El
nacionalismo vasco, en general, debe ser consciente de la realidad del País y
ofrecerle un proyecto en línea con las aspiraciones mayoritarias. Los proyectos
que no alcancen este nivel de aceptación, por muy legítimos que sean, no tendrán
apoyos electorales suficientes. El nacionalismo vasco necesita convencer a más
electores. Un nacionalismo que no tenga apoyos parlamentarios claramente
mayoritarios sólo puede predicar, pero no desarrollar un proyecto político
para Euskalherria.
Reducir
el nacionalismo, incluido el vasco, a definir ortodoxias en base de conceptos y
realidades de hace muchos años, es pura nostalgia, que respeto, pero que carece
de vigor Hay que comprender que las nuevas generaciones se sienten vascas, pero
de otra manera. Ellas no arrastran la carga emocional de la represión. Apenas
saben lo que es un estado de excepción o un visado de salida. Son vascos y
libres, desde que han entrado en el torbellino de la sociedad cambiante.
Funcionan con sus propios criterios. Si el nacionalismo vasco se adapta al nuevo
ciclo de la historia, tendrá un papel que jugar. Si sólo se improvisa,
prefiero no pensarlo.
Estos
días se celebra en la Biblioteca Municipal de Bilbao una exposición homenaje a
Jesús de Sarría, director de la revista Hermes en la segunda década del siglo
XX. Fue todo un precursor de un nacionalismo abierto, urbano, liberal, europeo y
culturalmente inquieto. Me temo que muy pocos nacionalistas vascos saben lo que
significó.
Desgraciadamente,
se anticipó demasiado en el tiempo, pero nos legó sus ideas, que siguen
mereciendo la pena. Es otra forma de ser nacionalista vasco.
Se
me objetará que todo esto está muy bien, pero que el nacionalismo español
sigue apretando los anillos. Acepto que hay un fondo de verdad, pero el ciclo va
en contra de estos planteamientos, y para todos. Vamos hacia los espacios
abiertos, en los que el territorio nacional ya no es un límite.
Lo
que contará será el tejido humano. La diferencia radica en que mientras el
nacionalismo español está consolidado en una estructura estatal y un
reconocimiento internacional, el
nacionalismo vasco tiene que buscarse la vida, sabiendo aprovechar las
coyunturas y consiguiendo, a la vez, el apoyo social suficiente. No es fácil y
quizás no sea justo, pero es así. Cada vez tengo más claro lo difícil que es
cambiar las mentalidades y que muchas veces, el refugio en el pasado, esconde un
miedo a ver el camino del futuro. Hay que repetir el refrán bereber: "No
se puede enseñar el cielo al que no quiere verlo". Todos los nacionalismos
requieren una reflexión. Cada uno según su circunstancia. En poco tiempo, toda
la Península Ibérica será una macroregión de Europa, que a su vez se
integrará en varias regiones, cuyos límites serán variables, en función de
las redes interurbanas, que es donde se harán los principales intercambios.
En
este entramado es donde todos tenemos que encontrar el espacio para nuestras
vidas. Será mejor que lo hagamos de común acuerdo. Si somos de verdad
tolerantes, nadie tiene que renunciar a su identidad. En el mundo de Internet
las homogeneidades culturales nacionales pertenecen al pasado, próximo, pero
pasado. Los Estados tendrán que legitimar su razón de ser en otros parámetros
diferentes y los sentimientos nacionalistas se estructurarán en torno a otros
esquemas. Me gustaría que todos los nacionalismos, los que se reconocen y los
que lo ocultan, entrásemos en trance de reflexión, aunque sólo sea por egoísmo,
y que, superando dogmas y prejuicios, flexibilizáramos nuestras rigideces para
abrirnos a las nuevas realidades. Podríamos así acercarnos mejor al nuevo
orden social que viene, empezando por interiorizar la Plegaria de la Serenidad:
"Concédenos la serenidad para aceptar las cosas que no pueden cambiar, el
valor para cambiar las que sí pueden cambiar y la sabiduría para establecer
esta diferencia".
Mitxel Unzueta, abogado, fue senador del PNV. (Artículo publicado en El País, Marzo 2000)