Descubrir a Sendic, es la tarea pendiente

    

     Hace poco, en una entrevista, el Pepe Mujica comentaba que está emergiendo una nueva izquierda, compuesta por unos 20 mil productores que viven bajo la línea de pobreza y por 130 mil asalariados rurales, "mano de obra trashumante que va del trigo a la naranja, del arroz a la esquila. Son los peludos de fin de siglo que están reclamando otro Sendic".

    No es necesario explicar que el Pepe se refería al Sendic que a fines de los años 50 organizó a los trabajadores de la remolacha y de la caña de azúcar. No necesitan que se lo expliquen los viejos peludos que fundaron SUDOR (Sindicato Unico de Obreros Rurales) en Paysandú, la URDE (Unión de Regadores y Destajistas de El Espinillar) en Salto, y UTAA (Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas), y que aun lo recuerdan con cariño y devoción inextinguible a 40 años de su paso por el litoral norte.

    Pero no solo los "peludos de fin de siglo" pueden reclamar a un nuevo Sendic. También pueden hacerlo los trabajadores de Norteña, hoy víctimas de la "globalización" ; o la masa de desocupados de las industrias sanduceras que alguna vez oyeron de aquel hombre retacón, de sonrisa perenne, tímido e irreductible, cálido y corajudo, austero y generoso, que vivía en el local sindical de Paycueros, desataba tormentas en los juzgados y gastaba el vicio de dormir bajo las estrellas a orillas del Río Uruguay.

    Es extraño que, desde la derecha, se haya dejado pasar la oportunidad de "condenar" esta invocación a la "violencia" del Pepe Mujica. Porque con eficaz perseverancia se ha cultivado la imagen del Raúl Sendic "sedicioso", para reducir su figura a la categoría de un hombre al que sólo se le reconoce la actitud "consecuente" pero descalificadora de haber empuñado las armas.
Otros han empuñado las armas, lanzas o máuseres, y tienen, hoy y aquí, sus mármoles y sus bronces ; pero seguramente se equivocan quienes piensen que, en este caso, el paso del tiempo hará germinar el reconocimiento histórico. Podrán pasar diez años, o diez décadas, y ese reconocimiento seguir siendo una asignatura pendiente, mientras sigan pendientes los reclamos que obligaron a empuñar las armas, mientras sean necesarios otros Sendic.


    Reducir la estatura de Raúl es parte del juego. Es cómodo explicar la opción del sacrificio, de la separación de la familia, los avatares de la clandestinidad, el riesgo del combate (la tortura, el aislamiento extremo en un aljibe, en una pileta de sal, en una perrera, por años) por un insano violentismo, por un radicalismo irracional o una inmadurez romántica.
    
    Es fácil reducir la historia al voluntarismo, cuando ello facilita eludir el análisis de las causas y, sobretodo, eludir las explicaciones.

    El mecanismo falla para quienes lo conocieron. Pero, que hay de las generaciones que oyen susurrar su nombre como un pecado, de esos jóvenes y no tan jóvenes, que adivinan una incógnita detrás de la leyenda fantasmal, que intuyen en la imagen recortada, desflecada, ciertas claves necesarias para comprender una parte de nuestra historia escamoteada? ¿Qué hay de los que siguen, empecinados, buscando respuestas y perciben que, quizás, los hechos de hace diez, veinte, treinta años, no son historia, son presente, porque siguen encerrando, en su envoltorio de pasión política, las preguntas, y no las respuestas?

    Antes que el reconocimiento de sus enemigos, que no vendrá, esta el conocimiento de lo que fue Sendic, de lo que hizo. Ni siquiera entre sus compañeros de lucha hay una idea cabal de su trayectoria.

    Sendic es una parte ineludible de la historia de la izquierda uruguaya, del pueblo uruguayo. Fue un militante estudiantil, fue un sindicalista, fue un periodista, fue un dirigente político, fue un teórico, fue un intelectual, fue un combatiente, fue revolucionario. Y fue, por sobretodo, un hombre consecuente con sus raíces humildes, campesinas. Es mucho decir, pero es estrictamente verdad, y porque es verdad lo convierte en excepcional. Eso es precisamente lo que asusta de su personalidad.

    De su trayectoria intensa hay dos anécdotas muy conocidas. Aquella que cuenta que en un boliche de campaña, en Artigas, un terrateniente puso su revolver sobre el mostrador y preguntó por un tal Sendic. Sendic se acercó al mostrador, puso también su revólver y dijo: "Soy yo, ¿qué se le ofrece?".

    La otra anécdota cuenta que el día que en que fue preso, herido de un balazo en la boca, cercado por tropas de la Marina, en la Ciudad Vieja, grito: "Soy el Rufo y no me entrego".

    Ambas anécdotas son falsas, pero podrían ser ciertas, porque lo retratan cabalmente. Circulan y perduran con la obstinación de lo verdadero, a la espera de que la historia sea contada. Entonces sé ver que su vida es una secuencia interminable de anécdotas, es decir, de hechos, de acciones de un hombre múltiple, complejo, contradictorio, completo, como solo lo son aquellos que hacen la historia. Un revolucionario, en el sentido m s profundo. Descubrir al Sendic integro, que abarca al muchacho que comienza a leer a Rosa Luxemburgo en Trinidad, hasta el hombre de barba blanca, que propone, antes que Fidel el no pago de la deuda externa, y conversa debajo de una parra, con políticos de todo pelo, en ese Cordobés ciudadano que fue la casona familiar de la calle Ejido, es la tarea pendiente, necesaria.

Samuel Blixen