El silencio elocuente: Pedro Páramo desde Miguel Báez Durán

Jaime Muñoz Vargas


        Uno de los rasgos característicos de las obras maestras es su multisemia, su multisignificación, la cantidad de puertas que nos ofrecen para acceder a sus recintos. Los grandes productos de la creatividad humana parecen inagotables, tanto que sobre ellos se pueden acumular toneladas de bibliografía, como ocurre con Las señoritas de Avignon o con La consagración de la primavera, por citar sólo dos ejemplos de la etapa vanguardista. Si pensamos en La Divina Comedia o en el Quijote, las toneladas de bibliografía se apilan hasta convertirse en verdaderos témpanos de conocimiento inabarcables por una sola inteligencia, en océanos innavegables por una sola embarcación. Con algunos contemporáneos ya sucede otro tanto. Ensayar responsablemente a Borges o a Cortázar, basten esos dos casos, ahora nos obliga a tener en consideración, por lo menos a vistazo aéreo para ver "el estado de la cuestión", todo el caudal de tanteos emprendidos para allanar el camino hacia ese par de ilustres argentinos.
        Como ellos, la delgada obra de Rulfo tiene ya, igual a los cometas, una larga cauda de acercamientos críticos. Tesis, monografías, entrevistas, semblanzas, adaptaciones fílmicas y teatrales, maquinazos periodísticos, el total de las persecuciones a Rulfo alcanza hoy para poblar un anaquel bastante ancho de cualquier librero. Lo pasmoso en este caso es, a diferencia de tantos otros, que tal continente bibliográfico ha sido suscitado por un par de volúmenes así de pequeños —El llano en llamas y Pedro Páramo—, además de unos cuantos textos sueltos y un librito epistolar. Es, pues, el de Rulfo el caso más paradójico en la vieja discordia entra la cantidad y la calidad: el jaliciense escribió poco, infinitamente poco si lo comparamos a cualquier otro escritor de su prestigio, pero con misteriosa fortuna ha logrado convertirse en un clásico predilecto para una legión de usuarios.
        Miembro de esa legión, rulfiano hasta hace poco inconfeso, Miguel Báez Durán (Monterrey, NL, 12 de octubre de 1975), arrostra en Un comal lleno de voces. La oralidad en la muerte como elemento subversivo en Pedro Páramo la endemoniada tarea de abrir nuevas rendijas a la inteligencia de la celebérrima novela. Adelanto que Báez Durán lo logra venturosamente, pues no se queda su inmersión en la capa de lo meramente descriptivo o anecdótico, sino que consigue destacar un elemento acaso demasiado visible en Pedro Páramo (su estilo oral-rural-marginal), y tal vez por eso insuficientemente enfatizado por la crítica especializada. Además, y esto es quizá lo más importante del peregrinaje crítico, el autor del ensayo da sentido a esa oralidad al inscribirla, apoyado por recientes estudios en torno a dicho tema, en el territorio de la subversividad que lleva implícito el discurso de la marginación no literaturizada. Dicho de otra forma mucho más amigable, la oralidad de Rulfo esconde en sus pliegues el discurso de la alteridad, el discurso del marginado que habita el mundo sin amanuenses legitimadores de su condición, el discurso del vencido.
        Luego de despachar, en el primer y segundo capítulos, el perfil biográfico y los nortes generales de la oralidad, Miguel Báez se sigue con la vivisección de Pedro Páramo, la “novela hablante”. Me asombra de veras leer pasajes tan espesos de buen juicio, y entre ellos “Los tres niveles del silencio”, segmento de la indagación que difumina cualquier duda acerca de la pericia literaria del también autor de Vislumbre de cineastas. Allí, el joven ensayista regiomontano-lagunero nos ilumina el recorrido al permitirnos advertir la importancia del silencio, un silencio elocuente, por cierto, en la novela de don Juan Nepomuceno Pérez Rulfo Vizcaíno. El primer silencio es de tipo estructural:

El primer silencio susceptible de notarse con sólo abrir cualquier edición de la novela es el de la ya famosa estructura, la cual representa un silencio impuesto por la nada entre los setenta fragmentos que conforman el texo [sic], desconcertante sucesión de renglones en blanco que se torna, como lo afirmó Rulfo a Fernando Benítez, en “una estructura construida de silencios, de hilos colgantes, de escenas cortadas, donde todo ocurre en un tiempo simultáneo que es un no tiempo”.
        El segundo silencio, uno de los más tercos, por cierto, es el que, a juicio de Báez Durán, caracterizó la vida pública de Rulfo. Para explicar esto me da gusto que cite, del vasto muestrario de opiniones sobre el asunto, un cuento del, para mí, más sólido narrador lagunero, Saúl Rosales. “Autorretrato con Rulfo” dibuja, en efecto, la personalidad del narrador sayulense, una personalidad acorazada en el mutismo del hombre que vive para adentro, siempre introyectivamente.
        El tercer silencio descrito en este apartado eje es el de los espectros que deambulan por Comala. Este silencio es, visto con el lente de aumento proporcionado por Miguel Báez, desgarrador. Es un silencio cargado de miedo, de timidez, de rencor y de orgullo, todo eso apelmazado en cada personaje:
Desde la primera página que se abre ante el lector impactan la introversión, el semimutismo y la quietud. En el artículo de Guadalupe Grande que evoqué en el capítulo anterior, la crítica destacaba la falta de comunicación de pensamientos y de deseos por parte de los personajes, esos espectros humanos que “están herméticamente solos”.
        El capítulo tercero, “Caminos del cempasúchil: la muerte rulfiana como zona de contacto”, consigna una convergencia: la muerte en Pedro Páramo adhiere elementos católicos y prehispánicos, por lo que “tiene una naturaleza sincrética y está ubicada en la zona de contacto: así como asimila, igualmente rechaza aspectos tanto de la España católica como del periodo precolombino”. En el capítulo cuarto (“Sobre las brasas de la tierra: el lector frente al texto de Juan Rulfo”) Miguel Báez insinúa las conclusiones de su viaje al centro de la oralidad en Pedro Páramo y el papel protagónico del lector, un cómplice, en la recepción de una novela tan compleja como ésta. Cito: “El contexto de la muerte es el tiempo-espacio donde se da la oralidad como elemento subversivo (...) es necesaria la muerte de los personajes para que hablen”. De lo que afirman esos muertos depende el éxito de la recepción, pues
...cobra suma importancia la participación activa y constante del lector para preservar la memoria colectiva de los hablantes y para que la oralidad ficcionalizada encuentre así su verdadera realización. La alta actividad del receptor del texto está implícita en la estructura de Pedro Páramo que, aunque ha sido definida como desarticulada, en realidad contiene cierto “orden” desordenado que favorece el ejercicio de la memoria en el lector como lo haría una narración oral en el escucha.
        Pertrechada en un cuantioso aparato erudito, la tesis con la que su autor obtuvo el grado de maestro en Letras por la Universidad de Cálgary, Canadá, es ahora un libro que nos ratifica lo insistentemente dicho: Miguel Báez Durán es, además de dotado narrador, un crítico de mente muy bien amueblada. Tanto que se le puede augurar, aunque suene extraño, el luminoso presente de libros como Un comal lleno de voces.
 

Un comal para reafirmar la oralidad como valor literario

Saúl Rosales

        Mucha de la estructura del libro Un comal lleno de voces. La oralidad en la muerte como elemento subversivo en Pedro Páramo, de Miguel Báez, se sostiene en la dicotomía habla-escritura. El análisis de esta dualidad se entrama a lo largo de las páginas para reafirmar la oralidad como alto valor literario en la novela de Juan Rulfo. Por todo ello, al empezar su capítulo número dos Báez advierte: "Si se pretende hablar de la oralidad en la obra de Rulfo será necesario acercarse a este término y a su importancia para la literatura hispanoamericana".
        En seguida, en el mismo lugar, Báez cita el libro La comarca oral, del crítico Carlos Pacheco, con el fin de acercarse al vocablo, para caracterizar los términos de habla y escritura. Además, enriquece la posibilidad de comprensión del concepto de oralidad con la nota número 36, donde el mismo Pacheco dice con relación a la oralidad: "Es como si la voz, al ingresar a la novela o el cuento por esos diversos cauces de elaboración ficcional, estuviera invadiendo los terrenos tradicionalmente reservados a la letra, y por ese medio subvirtiéndola, al carcomer su fijeza, al descuadrar sus certezas racionales."
        Ante la necesidad que sentí de comprender mejor todas esas ideas acerca de la oralidad y la escritura me dediqué a barrenar la inexpugnabilidad de mi memoria, horadé en ella misma porque, persistente pero imprecisa, me recomendaba indagar con la garantía de que desenterraría algo de interés para el tema. Me sugirió que el hallazgo no ocurriría en Qué es un acto de habla, de Searle; tampoco en Palabras y acciones, de Austin, ni en Cuestiones de forma y de interpretación, de Chomsky, todos muy contemporáneos y académicos; ni siquiera en el gran clásico Curso de lingüística general, de Saussure. A donde mi memoria, acuciada por las ideas del libro de Miguel Báez me quería llevar es a un poeta amante del habla, tan decidido panegirista de la lengua oral que la contrapone a la lengua escrita para realzar sus cualidades. A donde mi memoria me quería llevar, pues, es a Dante, quien en su Tratado de la lengua vulgar considera primaria a la que llama vulgar, y a la otra, a la que "los romanos llamaron gramatical", es decir, a la lengua escrita, la considera secundaria. "De estas dos hay que decir que la más noble es la vulgar", sentencia Dante. De esa manera, enalteciéndola como "la más noble", el poeta renacentista se adelanta a la alta valoración actual del habla, de la oralidad.
        Por otra parte, me parece que Dante establece la sinonimia entre lengua vulgar y oralidad con las siguientes palabras: "llamamos lengua vulgar aquella a que los infantes se acostumbran por oírla de los que los rodean cuando al principio de sus vidas empiezan a distinguir los sonidos".
        En esta cita de Dante he subrayado oírla y distinguir los sonidos con el propósito de acentuar la oralidad que ambas expresiones presuponen en tanto que son actitudes de oyente.
        De vuelta en el presente y en Un comal lleno de voces, el libro de Miguel Báez, podemos reencontrarnos la explicitación de su propósito enaltecedor de la oralidad en Pedro Páramo, la novela de Rulfo, cuando dice: "Estudios como los centrados en la oralidad favorecen la expresión de otros discursos, los que han sido desterrados hasta hace poco de la atención de la academia. La voz y su huella de Lienhard constituye un ejemplo y un esfuerzo del crítico por contar la historia alterna de la literatura latinoamericana, una historia que recoja las voces y los textos sin cabida en recuentos canónicos pues, según el propio Lienhard, 'el discurso dominante, europeizado y elitista, no expresó ni expresa realmente la visión y la sensibilidad de amplias muchedumbres marginadas'."
        En su libro, y para contribuir a la reivindicación de la oralidad subversiva presente en la novela de Rulfo, Miguel Báez dice que en Pedro Páramo: "La muerte le otorga una nueva dimensión a la palabra. Las sombras de Comala por fin emiten los pensamientos, los sufrimientos y los deseos por tanto tiempo callados. Dicha oralidad, mucho más abierta, es un instrumento de liberación. La importancia de la voz también le es útil al receptor del mensaje, la persona que sigue la biografía en pedazos de Comala desde su lectura porque sólo se logra una identificación a través de lo que estos espectros humanos hablan desde su tumba. No se conoce a los personajes por su descripción ni por su cuerpo ni por imágenes que Rulfo retrate con su pluma. Se conocen por la voz, la que les da forma, la que transmite al receptor la esencia. El propio Rulfo destacó que a los personajes de Pedro Páramo sólo se les adivinaba lo que habían sido por la palabra". Creo que estas palabras de Miguel Báez se pueden exhibir como núcleo del sentido total de su libro.
        Finalmente, en el último capítulo de su texto, el analista de la obra rulfiana reitera la ubicación de la subversión enunciada en el subtítulo: "La espina dorsal de tal subversión —advierte Báez— está en la oralidad ficcionalizada dentro del texto compuesta por el coro de voces del pueblo, protagonista colectivo. La oralidad hace posible la incursión de la palabra hablada en territorios antes dominados por la escrita. También logra que el discurso autoritario del cacique sea sustituido en su preponderancia por el de los comalenses."
        Como me parece que revelan las citas anteriores, enarbolando la obra de Juan Rulfo, Miguel Báez se suma con su libro a la corriente de panegiristas de lo que Dante llamó "lengua vulgar", del habla, de la oralidad. Entre otros lúcidos apologistas de esa corriente favorecedora del habla como valor literario me gusta recordar a Juan de Valdés, con sus refranes y gramatiquerías del Diálogo de la lengua y a Fernando de Rojas, con su inagotable conocimiento y magistral retrato del donaire del habla en su tiempo que puso en los parlamentos de La Celestina; precisamente en parlamentos, como si hubiera querido acentuar y convalidar el valor de la oralidad.
        Concluyo con otra cita en la que Miguel Báez devela la circularidad del comal prefigurado en la novela de Rulfo. Dice: "En Comala, por hallarse enclavada en el campo mexicano, prepondera el discurso oral que, por no poseer sustento escrito, subraya las cualidades de la memoria retornando constantemente al punto de origen y dándole así forma al comal."

Miguel Báez Durán, Un comal lleno de voces. La oralidad en la muerte como elemento subversivo en Pedro Páramo, Colección MM, Ayuntamiento de Torreón/Dirección Municipal de Cultura, Torreón, 2002, 108 pp.


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