En blanco y rojo

Miguel Báez Durán
        No entiendo muy bien cuando algo importante está sucediendo en casa. Porque, desde unos meses para acá, las cosas de siempre, las chicas y las grandes han cambiado. Papá se encierra todas las noches en su biblioteca y hunde la cabeza entre las páginas de sus libros. Mamá, después de preparar la cena, va a su escritorio y revisa los trabajos de sus estudiantes de español. Mientras ellos trabajan, yo cuido a las gemelas. Eso no me cuesta mucho porque me ayuda la tele. Por las mañanas te preparo el café como te gusta. Con una pizca de leche y dos terrones de azúcar. Es el último día de clases en la escuela de Cassandra. Entonces me lo dices. Imposible enviarla a un campamento este año y nada de vacaciones para nosotros porque acabas de tomar dos cursos para el verano. Además, con las gemelas, sería un desastre. Y hoy, más que otros días, te odio. Me besas en la mejilla y te vas a la universidad. El doctor Roman Hallworth, profesor ayudante del departamento de lenguas modernas, hace el trayecto de su casa a la facultad en trece minutos. A veces, si el tráfico es pesado o si cae una nevada, tarda de cinco a veinte minutos más. Cuando disfruta sobremanera el camino al campus es durante los fines de semana, una experiencia novedosa pues, hasta hace algunos meses, no acostumbraba visitar su lugar de trabajo ni en sábado ni en domingo.
        Ahora entiendo menos lo que sucede en casa. Papá, como siempre, se pasa el tiempo en su biblioteca leyendo los ensayos de sus estudiantes de literatura. Mamá, cuando terminamos la cena, se sienta frente a su escritorio y revisa enojada examen tras examen. Las nenas y yo nos sentamos frente a la tele o jugamos a ser una de las Sailor Scouts. Algo ha cambiado. Se les nota a mis papás. Y si las nenas tuvieran más edad, también a ellas se les notaría. Podría sentarme frente a ti en silencio durante horas y no te dignarías a averiguar por qué estoy insatisfecha. Ni siquiera cuando me tiendo sobre la cama como si fuera un cadáver y tú intentas alcanzar los mínimos niveles de excitación. Desde aquello somos como muñecos de trapo. La excusa es la misma porque de entre tantas se forma una sola: tus estudiantes graduados, tus profesores enemigos, tu departamento de lenguas modernas, tus artículos en revistas académicas que nadie lee, salvo los editores. El doctor Roman Hallworth teme la llegada de la hora en que sus tres hijas duerman. Es cuando Adela, su mujer, se acuesta sobre la cama. Esa no es una buena señal. Es una petición. Con poco se conformaría, concluye él. Una caricia o un beso. Entonces habla con sutilezas: el problema con la metodología que un estudiante graduado se obstina en aplicar a su tesis o la popularidad creciente de ciertas teorías fenomenológicas en el departamento o la deficiencia de la impresora en su oficina.
        Esta noche quiero dormir tarde y, como Papá me castiga si tengo la luz prendida, mejor la apago. Pienso en los objetos de la casa. A veces, en el chupón por el cual las gemelas se pelean. Otras, en el maletín de Papá. Otras más, en los anillos de Mamá. Hoy quiero pensar en las conchas. Una vez, una adivina le dijo a Mamá que traían mala suerte. Esa señora era gente rara. Lo de Papá empezó cuando trajimos las conchas de la playa de México hace seis meses. Yo le dije a mi mamá que las guardáramos y las pusiéramos sobre la mesa del recibidor. Luego vino esa señora y nos dijo son imanes de mala suerte. Mamá no le creyó y, cuando se fue, se burló de ella. Si eso es cierto, entonces yo tengo la culpa de lo que le pasa a Papá. Ya es verano y le dedicas cada vez más tiempo a tus clases. Por eso me aburro aunque me distraiga un poco con los cursos de español. No los hubiera tomado si tú no hubieras accedido a servirle a tus amos en suprema mansedumbre. ¿Y las niñas? Que venga la babysitter, me dijiste cuando ya los dos estábamos ocupados. O si no, Cassandra está grandecita y se encargará de las nenas. Qué conveniente. Desde aquello, prácticamente vives en la universidad. Allá permaneces, en tu oficina, el día entero. De repente, te volviste solícito con tus molestos estudiantes graduados. Antes apenas los saludabas. Sólo bastó un resbalón de tu cerebro para cambiar por completo nuestras vidas. Al profesor Hallworth se le agudiza la paranoia cuando cruza los pasillos de la facultad para llegar a su oficina. La puerta anuncia DR. ROMAN HALLWORTH PH. D. Tanto sudor de neuronas, columbra, para conseguir que esas tres letras se unieran a su nombre, tanto tiempo para alcanzar el apelativo de doctor. Tres diplomas universitarios y once años. Eso sin contar los post-doctorados, los congresos, los artículos, las investigaciones, los préstamos entre bibliotecas, las fotocopias. Antes de llegar a las letras que sintetizaban sus títulos académicos, lo saluda alegre el doctor Sarabia. Debajo de esa sonrisa, lo sabe Hallworth, está la duda tenaz. Cuando se cierra, el estrépito de la puerta de Sarabia no es gratuito. La sospecha se escuda detrás de ese afán por escaparse a su escondrijo sin orden lógico, rebosante de libros y papeles. ¿Habrá sido él el traidor?, inquiere para sí. Desecha la posibilidad porque Sarabia no se vería beneficiado con hacer público el crimen que él ni siquiera se dio cuenta de cometer. Y, sobre todo, nadie pensaría en un tipo tan distraído para un puesto importante en el departamento.
        Antes Mamá me llevaba cada día por la tarde a la clase de patinaje artístico. A mí me gustaría ser una patinadora muy famosa cuando sea grande. Me gustaría ir a las Olimpiadas de invierno. Además, estoy enamorada de Elvis Stojko. Tengo muchas fotos de él pegadas en la pared de mi cuarto. Y, si fuera una estrella como él, lo conocería. Ahora Mamá ya no me lleva a las clases de patinaje porque en verano no hay. Y quién sabe cuándo vuelva a hacerlo porque Papá dijo la semana pasada que debíamos recortar gastos. Si él me quita el patinaje artístico, me muero. Y hablas además de ahorrar porque, desde tu pifia, está vedado para ti un mejor puesto. Borrarás las diversiones de nuestras hijas, me mandarás a pedir más grupos de español y seguirás yendo los fines de semana a la universidad. Sólo por un descuido. La oficina del doctor Hallworth huele a rancio. Sus libros —casi todos de teoría o crítica literarias— se hallan ordenados según el apellido del autor. Al fondo, un archivero donde sus documentos —fotocopias de ensayos en su mayoría— se encuentran también en orden alfabético. Algunas plantas marchitas están detrás de su escritorio. Esa mañana tiene varias citas con estudiantes y un curso sobre Dante.
* * *
        Cuando me despedí de Roberta el último día de clases, le deseé un verano feliz. No sé por qué nuestra disputa ascendió hasta la niña y luego al patinaje artístico. El doctor Roman Hallworth se siente estúpido cuando le tiemblan las manos. Desde entonces, la extraño. Por fin logré una reacción tuya, algo más que condescendencia o frialdad. Acaba de abofetear a su mujer. Ella se fue de campamento y yo me quedé en casa. De haberlo sabido antes, te habría gritado esa palabra todos los días. Tras unos segundos, el doctor se avergüenza. A Roberta le gustaría ser como Sailor Mercury de grande. Me río porque pareces un tomate a punto de explotar. No sabe desde cuándo Cassandra, con lágrimas en los ojos, está asida a su pierna. Siempre le digo de todas, Sailor Mars es la mejor. Sólo te recordé tu desliz con una palabra. La hace a un lado para huir a la calle y despejar su cabeza. Se enoja y después nos reconciliamos. Al final desapareces y nos dejas solas de nuevo a mí y a mis hijas. Se detiene a tomar un café con una pizca de leche y dos terrones de azúcar mientras el nombre de su crimen le truena en los oídos. Quisiera tener el cabello tan largo como Sailor Mars. Será la primera y la última vez que me pegas. Plagio plagio plagio.
* * *
        Un coro de niños está cantando muy bonito y yo sigo sin entender bien qué pasa porque (nous sommes chez nous oh Canada) es el colmo hasta en el día de Canadá te vas a tu oficina y nos dejas con la ceremonia de Ottawa como única diversión (ladies and gentlemen mesdames et messieurs) él no comprende cómo pudo filtrarse esa teoría tan enredada en su artículo sin haberlo notado y sobre todo con las exhaustivas revisiones que le hizo (bienvenus dans la capitale nationale) Papá no está con nosotras y en la tele están pasando un programa del día de Canadá una muchacha toca el violín estoy muy aburrida y no nada más yo hasta las nenas se están durmiendo (your master of ceremonies) no voy a aguantar más este abandono ni tus angustias y qué si no confían en ti y qué si ya no habrá más cumbres en tu carrera de académico y qué si nunca terminas tu interminable novela (merci beaucoup thank you very much) cómo iba a saberlo cuándo se convirtió su mente en un pantano donde todo tipo de organismos muertos se unían cómo iba a imaginarse que esa referencia se le escaparía en la redacción del artículo (happy birthday bonne fête Canada) ahora sale un negrito antipático no para de hablar sólo cuando la gente del público aplaude se calla y ellos no aplauden muy fuerte están vestidos en blanco y rojo eso me gusta Mamá se levanta del sillón y estrangula una servilleta con la mano izquierda (a brand new millennium) y qué si en vez de quedarme sola con las nenas tú te quedas solo con tus colegas y tus estudiantes con el director del departamento y el decano y qué si me voy muy muy lejos de regreso a mi país y no nos vuelves a ver (et de tolérance) cómo iba a saber el profesor Hallworth con una experiencia de veinte años que alguien ese maldito alguien iba a leer el artículo se iba a tomar el tiempo de subrayar el plagio e iba a dejar fotocopias en la oficina del director y en el buzón de cada maestro días después de anunciarse su nombramiento como coordinador de estudios graduados (respect) Mamá nos mira con tristeza y luego va a la cocina por los biberones de las gemelas aunque ellas no lloran de hambre nada más ven tan aburridas como yo al negrito (et de liberté de tous) pero aunque no lo creas no me voy a ir sin mis hijas no eso nunca me las llevo de seguro ni siquiera te va a importar ni siquiera vas a luchar porque estás tan atareado con la limpieza de tu imagen de gran académico el gran hombre de ideas inteligentes el gran teórico de la literatura cuyo único mérito es envidiar a escritores de renombre y presentarlos cuando se dignan a venir a tu universidad tan insignificante como tú (hey world look at us look at Canada) por lo pronto el doctor Hallworth decide olvidarse de su novela la novela siempre pendiente desde que la comenzó hacía casi una década estaba en constante proceso tal vez en cinco o seis años cuando se hayan olvidado de su falibilidad tal vez pueda pedir un sabático y sólo entonces terminar la infame novela (le meilleur pays du monde) el negrito habla de la UN y le pregunto a Mamá desde aquí qué es la UN no me contesta porque de seguro sigue estando triste y además está allá abajo en la cocina no sé qué sea la UN pero el negrito dice que ellos dicen que mi país es el mejor del mundo (notre secret) la niña me grita algo no capto con claridad y ni siquiera le contesto qué le diré cómo va a reaccionar cuando lo sepa cuánto tiempo espero para explicárselo ellas tampoco deberían vivir así contigo con un padre indiferente un hombre ridículo y desquiciado por una verdadera pendejada más atento ahora con desconocidos que con su propia familia (le rêve canadien) si esto no hubiera pasado él sería coordinador lo había anunciado Highsmith el director del departamento si no se hubieran dado cuenta del plagio habría asegurado el pago de la casa y el ahorro de la niñas para la universidad habría buscado una cabañita junto al lago para las vacaciones y allí habría finalizado la novela la habría completado en dos o tres años (a genetic love for the ucranian culture) Mamá sube otra vez con los biberones le pregunto sobre la UN y me dice que son las iniciales de las Naciones Unidas cómo pueden esos señores saber cuál es el mejor país del mundo si es imposible vivir en todos los países del mundo Mamá no me contesta y deja los biberones de las nenas sobre la mesa para cuando tengan hambre (notre passé) antes de venir aquí nunca escuché aplausos tan desganados en un día de fiesta nacional tu puto país tu perfecto país tu mundo valiente y nuevo el mejor país del mundo y salen los nativos las primeras naciones como les dicen en su corrección política sí cómo no inmenso orgullo nacional el inspirado por los de las reservas los despojados de sus tierras al tocar sus tambores por tu paisito gigante (first nations) si él supiera quién fue el hijo de puta o la perra que dejó el artículo en la oficina del director al menos podría hacerle ver su suerte no sabe con exactitud cómo pero se encargaría de él o de ella profesor o alumno porque podría ser cualquier persona cualquier reptil dispuesto a morder con tal de vengar una nota baja o con tal de quedarse con un puesto en una universidad humilde (our prime minister) sube ese señor viejo medio pelón y raro por tener la boca tan chueca (Jean Chrétien) tu primer ministro ni siquiera presidente tiene tu país aún bajo el yugo de una monarquía momificada el fantoche no puede hablar ni inglés ni francés y hasta ustedes se mofan eso no cambia en ningún país (when our history) él también debió haber hablado como lo hizo el traidor y sugerir que el doctor Kavalevski se encierra en la oficina con sus alumnas o que el doctor Renart se ha presentado a clases con aliento alcohólico o que la doctora Utrera es una ninfómana sin bridas debería delatarlos como lo hicieron con él (vive le Canada) se va el señor de la boca chueca y regresa el negrito antipático presenta a un cantante y al rato vuelve a regresar entonces Mamá se ríe de algo no sé de qué y ni siquiera le pregunto porque sé que no me va a contestar luego salen a bailar seis personas en unos trajes llenos de colores (world dance) mira cómo tu país se mofa del mío incorporando sus bailes folclóricos a su celebración nacional no son más que ladrones de culturas y de lo peor de las culturas lo más ridiculizable lo más exótico para deleite y admiración de tus compatriotas (thank you to the musicians) el profesor lo jura la verdad prevalece y la víbora pagaría pronto por su mordida porque en una semana iban a anunciar el nombramiento del nuevo coordinador de estudios graduados (jam session) Mamá no parece ya tan triste tiene una sonrisa muy extraña le pregunto por qué sonríe y tarda unos minutos en contestarme (les émigrants) nuestra hija quiere saber por qué sonrío ni siquiera estás cuando me deslumbra con sus preguntas y sólo le contesto porque nunca había visto charros rubios y de ojos azules bailar tan bien el jarabe tapatío (always welcome) al menos se dice el doctor Hallworth le queda un hogar estable donde siempre lo esperará Adela donde lo esperarán las niñas un hogar aparte de las inmisericordes charadas del mundo académico.
* * *
        El doctor Roman Hallworth no despide a su esposa y a sus hijas en el aeropuerto porque esa tarde será sinodal en una defensa de tesis. Está convencido de que Adela y las niñas regresarán en un mes. Esperé hasta lo último para darte la noticia. No sé qué vacía esperanza me guió. Sólo te encogiste de hombros y me dijiste que no ibas a alejarte de la universidad ni por dos o tres días porque acaban de anunciar el nombramiento de Sarabia. Como si yo me fuera a México de vacaciones. Todo por tu imbécil plagio. Mamá me lleva de la mano mientras empuja la carriola de las nenas. Nos sentamos en la sala de espera. Estoy triste porque Papá no viene con nosotras a México, a la casa del tío Gabriel, y porque no sé cuándo vaya a regresar a Canadá. Por mí, me quedaba con Papá y con mis clases de patinaje.
        El profesor Roman Hallworth se sorprende cuando regresa borracho a casa a las once de la noche y encuentra histérica a su mujer. Ella le grita de todo y le golpea el pecho. Él la acaricia y le pide calma. Ahora te me quedas viendo como si fuera la última oportunidad entre los dos. Cancelé los boletos de avión y los planes para quedarnos en casa de Gabriel. Por lo menos un tiempo. Sólo un plazo de un mes o dos. Me abrazas. Hueles a alcohol. No me queda otro camino. Si a la niña no le hubiera bajado… Vine al baño antes de que saliera el avión y ahora tengo los calzones rojos. Mamá no está. Cuida a mis hermanas. No puedo salir de aquí así porque me da pena. Sólo veo hacia abajo. Sólo veo en blanco y rojo. Y grito mamá.
        El doctor Roman Hallworth sale de su oficina a las cinco de la tarde. Ha dejado de dar citas a los alumnos después de esa hora. Esta tarde te preparo el café como te gusta. Con una pizca de leche y dos terrones de azúcar. Hoy me prometiste llegar temprano. Mamá se equivocó con mis gritos. A mí la sangre no me asusta. Y de lo otro ya me habían contado en la escuela. Pero, mientras piense que estoy tan asustada por esto como ella, no nos vamos a México. Ahora entiendo mucho mejor lo sucedido en casa y, por lo pronto, ya tiré las conchas del recibidor a la basura.
 
Torreón, enero de 2002

Publicado en Estepa del Nazas en febrero de 2002.

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