Carlota de Bélgica, Emperatriz de México
(1840-1927)
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Carlota
Niñez y juventud

   El 7 de junio de 1840, a la una de la madrugada, en el castillo de Leaken, situado a aproximadas dos millas de distancia de la ciudad de Bruselas, la
reina Luisa María, segunda esposa de Leopoldo I, rey de los Belgas, después de un embarazo agotador y un parto largo y difícil,  dio a luz a su cuarto vástago. Su primer bebé había muerto casi recién nacido y tenía dos varones más, Leopoldo y Felipe.  Esta vez nació una niña a la que pusieron por nombre María Carlota Amalia Victoria Clementina Leopoldina, aunque dentro del seno familiar era llamada simplemente Carlota.  La abuela de la niña, la reina María Amalia de Francia, viajó a Bélgica, desde Francia, acompañada de la condesa  de Hulst, amiga de la infancia de Luisa, para atender al nacimiento de su nueva  nieta.
    El padre de la recién nacida, el rey Leopoldo, no acogió con mucho entusiasmo la llegada de su hija; él esperaba otro varón, pues estaba obsesionado con asegurar la dinastía, y dejando a su esposa y a la recién nacida, se retiró a su coto de caza en las Ardennes. "No os preocupéis, dijo la reina María Amalia, la pequeña pronto será la niña consentida de su padre".
   Y no se equivocó. Cuando Carlota cumplió cuatro años, la reina Luisa escribió a su madre: "Carlota, como predijiste, se ha convertido en la consentida de su padre. Hoy, por ser su cumpleaños, cenó con nosotros, rodeada de sus regalos y coronada con una diadema de flores".
    El rey Leopoldo se mostraba orgulloso de la belleza de su hija, que era una niña encantadora, de tez delicada, grandes ojos oscuros, nariz fina, minúscula boca rosada, sedosos cabellos negros, y un brillo de inteligencia en la mirada. A pesar del amor que su padre sentía por ella, la educó con mano firme, al igual que  a sus hijos varones.
   Al igual que su padre, Carlota mostró interés desde muy temprana edad por los más variados temas; desde que tenía cinco años hablaba como un adulto y usaba las palabras más elaboradas; asistía a misa en Santa Gúdula, estudiando su libro de oraciones con mucha atención y viéndose tan adorable como un ángel.
   La reina Luisa llevaba a Carlota con frecuencia a visitar a sus abuelos,
el rey Luis Felipe y la reina María Amalia, al palacio de las Tullerías en París. La pequeña acostumbraba a arrojarse en brazos de su abuelo y cortar flores en los jardines del palacio. Desde muy pequeña, Carlota estuvo estrechamente unida a su abuela.    En 1848, cuando Carlota tenía ocho años, el rey Luis Felipe fue derrocado del trono francés y se vio obligado a huir de París. Carlota compartió la pena de su madre de ver a sus abuelos viviendo exiliados en Inglaterra. El rey Luis Felipe escribió: "Que más podía haber hecho sino abdicar, cuando ni una mano de aquellos que me apoyaron en el pasado se levantó en mi defensa". Carlota no estaba de acuerdo con la idea de la abdicación; su padre le había inculcado un gran sentido del deber. Luis Felipe murió en Inglaterra en 1850 y su nieta estaba convencida de que había muerto por no poder soportar la humillación del exilio. La reina Luisa no pudo sobrellevar la muerte de su padre y murió el 10 de octubre de aquel mismo año, cuando Carlota tenía sólo diez años.
   Después del funeral de su madre Carlota escribió a su abuela María Amalia para consolarla: "Estamos muy agradecidos de que hayas estado con nosotros compartiendo nuestra pena: Pero Leaken es un lugar muy solitario ahora que te has ido. Ha sido una pena terrible para ti pero trataré de ser muy buena para reconfortarte lo más que pueda por todo lo que has perdido".
   El rey Leopoldo estaba inconsolable y sólo encontró consuelo en su hija. Carlota trató por todos los medios de tomar el lugar de su madre pero era demasiado para una niña de su edad. Su carácter cambió y de ser una niña afectuosa y alegre pasó a ser seria e introspectiva, que gustaba de leer a Plutarco y otros filósofos y prefería la música de Bach y sabía de memoria los nombres y fechas de los reyes de Inglaterra.
   Leopoldo comparaba siempre desfavorablemente a sus hijos con Carlota; en 1851 escribió:
"Carlota es mucho más solícita que sus hermanos; es una lástima que no haya sido un niño" Y unios años más tarde: "Carlota es más inteligente que sus hermanos". Esto no era del todo cierto ya que Leopoldo II demostró años más tarde ser tan o más inteligente que su padre. Carlota prefería a su hermano menor, Felipe, conde de Flandes, sobre Leopoldo con quien nunca pudo congeniar, debido a su crueldad y mal trato para con todos; Felipe era en cambio dulce y gentil con ella. Carlota acostumbraba llamarlo "mi gran Felipe".
    La princesa practicaba el deporte. Más que por gusto, por conservar su figura y su salud se ejercitaba en natación y equitación logrando así conservarse esbelta y elegante. Sus ojos tenían una peculiaridad: eran de color castaño a la sombra y verdes a la luz del sol. Su cara redonda estaba enmarcada por una abundante cabellera castaña y aunque su físico no se podía considerar en general como una belleza, su padre solía decir que era la "princesa más bella de Europa"
Carlota y sus hermanos, Leopoldo, Duque de Brabante y Felipe, Conde de Flandes.
  Aunque se dejaba dominar por las emociones mucho menos que las demás mujeres, Carlota era a veces impulsiva y su inteligencia y sentido práctico desaparecían impidiéndole reaccionar con su habitual manera de ser. El rey Leopoldo le aconsejara que no se dejara dominar por el orgullo ni la vanidad y que no permitiera que nadie la adulara. Le decía que la vida de la gente que ocupaba altos cargos era extremadamente más difícil que la de cualquier individuo normal, pues era calumniada y juzgada con muy poca indulgencia, y que la seguridad para los reyes no volvería a ser la misma que antes de la Revolución Francesa. El carácter debía ser moldeado de manera que los infortunios no lo quiebren ni lo exalten. Desgraciadamente para ella, Carlota no siempre puso en práctica los consejos de su padre, lo que la llevaría más tarde a su tragedia final.
   Antes de que Carlota cumpliera dieciséis años, surgieron dos aspirantes a su mano. El primero de ellos fue su primo el joven rey Pedro V de Portugal, hijo de la difunta reina de Portugal Maria da Gloria  y de Fernando de Sajonia Coburgo, sobrino del rey Leopoldo. El joven monarca le pareció a Carlota algo insípido y lo rechazó a pesar de la insistencia de su prima la reina Victoria para que lo aceptara. El otro pretendiente fue el príncipe Jorge de Sajonia, de veinticuatro años, hermano menor del nuevo rey, pero tampoco fue del agrado de la joven princesa de Bélgica.
   Poco después en 1856 la corte de Bélgica recibió la visita del archiduque Maximiliano de Austria. Carlota quedó prendada del joven que "alto, hermoso, galante, diferente a todos los demás hombres que la rodeaban". Le impresionó la cantidad de temas de los que el archiduque era capaz de platicar, sobre las mejoras que pensaba hacer a la armada naval austriaca a la cual pertenecía, sobre el puerto que deseaba construir en Trieste, sobre arte, sobre el mar, sobre botánica. La princesa estaba totalmente enamorada.
   Maximiliano, por su lado, no estaba del todo convencido acerca de Carlota. Sin embargo al fín se decidió y cuando regresó a Austria, inició las negociaciones para pedir su mano.
   Debido al gran interés que mostraba el rey Leopoldo por formalizar las relaciones entre su hija y el archiduque austriaco, éste comenzó a pensar que el interés del rey podía esconder alguna jugada política. Esto llegó a oídos del monarca quien escribió a Maximiliano asegurándole que su interés formalizar el noviazgo era puramente debido a la simpatía que Carlota sentía por él y no escondía ninguna razón política. Maximiliano respondió escribiéndole a Leopoldo pidiendo formalmente la mano de Carlota. La petición fue aceptada y el archiduque escribió a su novia: "La favorable respuesta de Su Majestad, vuestro augusto padre, me hace profundamente feliz. Me autoriza a dirigirme a Vuestra Alteza Real para expresarle los sentimientos más hondos, agradecidos y cordiales ... asegura la felicidad de mi vida... expreso mi gratitud a Vuestra Alteza Real ...vuestro Señora, el más rendido Maximiliano".
   En diciembre de 1856 Maximiliano volvió a Bélgica con el fin de formalizar los esponsales. Carlota encontró a su novio "encantador desde todos los puntos de vista. Él le mostró los planos del castillo que planeaba construir en Trieste a orillas del Adriático, cuyo nombre sería Miramar. A Carlota le pareció "arrebatador". El archiduque pasó en Bruselas la Navidad y el Año Nuevo y ofreció como regalo a su prometida un par de pendientes, un broche de diamantes y una pulsera con guardapelo que contenía un rizo suyo.
    Leopoldo se negaba a dar a su hija ninguna otra dote, además de la herencia materna que ya había recibido y la fijada por el Parlamento, pero Maximiliano logró que el viejo rey fijara una dote con la condición de que no figurara en las capitulaciones matrimoniales.
   Gracias al rey Leopoldo, el emperador de Austria, Francisco José, hermano de Maximiliano, nombró a éste Gobernador General del reino de Lombardía y Venecia, provincias italianas en poder de Austria. El 19 de abril de 1857 Maximiliano hizo su entrada en Milán para tomar posesión de su nuevo cargo.
   El 27 de julio de 1857 se celebró la boda de la Princesa Carlota de Bélgica con el Archiduque Maximiliano de Austria. El matrimonio civil se llevó a cabo en el Salón Azul del Palacio Real de Bruselas. La novia apareció con un traje de seda blanco bordado en oro y un velo inmenso, obra de las encajeras de Bruselas, que caía en ondulados pliegues coronado con una diadema de azahares y diamantes. Iba del brazo de su padre, el Rey Leopoldo, quien iba enfundado en un uniforme de teniente general del Ejército Belga. Maximiliano iba vestido de almirante de la Armada Austriaca. La ceremonia oficial la ofició el Alcalde de Bruselas. Después se trasladaron a la Iglesia de Santa Gúdula, en donde el Obispo Cardenal Deschamps ofició la ceremonia religiosa. Asistieron as la boda, entre otros,  la ex-reina Maria Amalia de Francia, abuela de Carlota, el príncipe Alberto, en representación de su esposa, la reina Victoria, y el archiduque Carlos Luis, hermano de Maximiliano. El archiduque entregó a su esposa veinte mil florines como regalo de boda.
   Al día siguiente los nuevos esposos rezaron ante el sepulcro de la madre de Carlota, la Reina Luisa María. La archiduquesa estalló en sollozos. Desde que su madre murió había guardado siempre una serenidad inquebrantable, pero ahora, al lado de un hombre al que amaba, llena de esperanzas y de felicidad, dio rienda suelta  sus sentimientos ante la tumba de la Reina. Maximiliano la condujo fuera dela capilla pero antes de salir, Carlota volvió la cara hacia el sepulcro y se arrodilló de nuevo.
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