Lo primero que debo decir acerca de cómo escribo mi teatro es que no lo escribo como quiero, sino como puedo. Y a veces ni sé como lo escribo. Expliquemos esto inmediatamente, para que no lo saquen de contexto los amigos periodistas, para que no aparezcan esos entrevistadores de quienes el excelente escritor amigo, Gabriel Zaíd, decía recientemente que hacen periodismo “ a lo mata Hari”: te conquistan haciéndote ver que te aman para después sacarte una declaración que te hunda.
Cuando digo que en ocasiones no sé cómo escribo mi teatro es porque entra en escena eso que llaman “inspiración”.
En mi caso, para que la inspiración llegue, debo tener un escenario preparado para recibirla. Debo saber, en primer lugar, dónde me encuentro, dónde me sitúo. No es lo mismo que la acción de mi obra suceda en la playa o que transcurra en un campo de batalla. Tengo que saber dónde estoy y quiénes son mis personajes.
La creación del personaje no fácil. En vez de creación quizás debería decir aparición. Desde el momento en que el personaje aparece y lo conozco, sé quién es y cómo vive y cómo siente. Y entonces el que habla es él . Lo dejo decir y me convierto en su escribiente. Me dicta y yo escribo, guardándome mucho de contradecirlo porque rechazaría de inmediato todo lo que quisiera imponerle. Y sería fatal para la obra si quisiera yo prevalecer sobre él.
Lo difícil es llegar a ese nivel en que ya se tiene a un personaje con vida propia y que sabe a dónde va. Cuando ya existe, por lo menos en mi caso, escribir el diálogo es fácil. Pero antes hubo que crear a ese ente, que ahora se empeña en tener vida propia.
Diferentes técnicas o procedimientos