Diario Clarin
Martes 02 de diciembre de 1997
En su nuevo disco, Soledad sigue revoleando el poncho
Ahora que pasó definitivamente de la paz de Arequito a los entreveros mediáticos, ahora
que es un paisaje cotidiano como Maradona, ahora que toda discusión artística se ve
debilitada (y, paradójicamente, fortalecida) por cifras espectaculares -470 mil discos
vendidos, 30 mil personas en el ciclo del Gran Rex, 100 mil en La Plata- que golpearon
fuerte en el mercado del folclore y discográfico en general, Soledad larga su segundo
disco titulado La Sole.
Las incógnitas frente a este trabajo eran muchas, pero se pueden sintetizar en las dos
siguientes:
1) ¿Seguirá la muchacha con la fórmula efectiva de Poncho al viento, esto es, un
repertorio rítmicamente tradicional que combina autores nuevos con consagrados?
2) ¿O aprovechará el huracán que levantó para pisar territorios al menos un poco más
arriesgados?
Bueno, se eligió lo primero: La Sole sigue revoleando con fuerza el Poncho al viento.
Es más: se puede hacer una analogía simétrica tema por tema. Así, mientras en el
anterior estaba la chacarera A don Ata, ahora es el turno de Del norte cordobés. Antes
se incluía el vals Alma, corazón y vida; ahora Que nadie sepa mi sufrir. Etcétera.
Soledad se siente cómoda ahí. No hay mayores pretensiones: guitarras claras y fogoneras
al frente, algún colchón de teclados de Fernando Isella -arreglador del disco- y la voz
de Soledad que, con los cambios naturales de la adolescencia, mejoró respecto del
primero. El crédito de Arequito, además, está cantando mejor: se nota, aun con
limitaciones, cierto progreso.
Y no hay mucho más. Un poco de la hermana Natalia por ahí, algún toque sensiblero por
allí (La carta perdida), canciones nuevas, chacareras, zambas, alguna cueca, algún
rasguido doble, clásicos como Kilómetro 11 y la sensación de escuchar a una chica de
17 años tironeada entre la frescura genuina de una adolescente de pueblo chico, el
cliché tan temido y los insondables dictados de la industria discográfica.