Diario La Nacion 
Sabado 18 de julio de 1999

                  El tifón Soledad se serena ante los porteños

Recital de Soledad. Músicos: Jorge Calcaterra (primera guitarra), Alberto Arauco 
(segunda guitarra), Silvio López (bombo), Mateo Villalba (guitarra), Pochi Fernández 
(percusión) y Fernando Isella (teclados y dirección musical). Teatro Gran Rex. 
Nuestra opinión: regular. 

Hay un movimiento constante en el entorno de Soledad que avanza sobre determinadas 
decisiones o actos individuales, a veces incontrolables hasta para una maquinaria 
aceitada como ésta. Señales que van construyendo el fenómeno como un complicado 
rompecabezas, donde los intereses de los productores y su sello discográfico, los 
impulsos naturales de la cantante, los nervios de los músicos que no tuvieron el tiempo 
necesario para ensayar -como lo confesarían después del concierto- y las sutiles 
sugerencias que pueden aportar los dueños de su exclusividad, juegan un papel 
determinante en lo que se verá después del show. 
Porque lo que antes explotaba como un emergente de las masas populares del interior y 
podía ser visto de manera llana, toma ahora caminos más controlados. Al ser muchos más 
los que se reparten la torta de este negocio telúrico, que antes era patrimonio de la 
familia Pastorutti, los consejos deben estar a la orden del día. 
Esa presión no debe ser poca cosa para una chica que, si bien se comporta como una 
veterana en escena, no vivió demasiado para tener una postura tomada sobre determinados 
temas. Por lo menos debe resultar confuso para su imaginario tener que saltar de la 
reivindicación patriótica de antes, en "La carta perdida", un tema dedicado a las 
Malvinas, a la actual reivindicación de la clase trabajadora en el tema de Los 
Olimareños, "A mi gente". 
Cambios que empiezan a tornear otro perfil dentro de su repertorio y que empiezan a 
encauzar a la cantante en un camino que pretende ser más sólido y serio:eso si se toma 
en cuenta la inclusión de autores como Alfredo Zitarroza o de Patricio Mans, de países 
donde empezaron a comprar sus discos. 
Esos cambios decididos o decisivos para su corta carrera modificarán el futuro de la 
intérprete. Es que no debe ser conveniente quedar absorbido por el oficialismo. Por eso,
es mejor dar un paso al costado y hacer su propio juego. Sin apoyos políticos, sino 
empresariales. Si hay que estar del lado de alguien, pensarán quienes la rodean, será 
del lado de la gente, que es la que generó todo este microclima exitoso a su alrededor, 
en un contexto social miserable. Todas estas sensaciones encontradas se hicieron carne 
en este concierto. El recital fue un puzzle telúrico donde hubo lugar para ambivalencias
musicales, artísticas e ideológicas, que se fueron revelando a lo largo de 26 temas. 
Una tela con su figura como si fuera una ídola a la que había que rendirle culto era lo 
primero que veía la gente cuando entraba al teatro. Sus seguidores no dudaron en hacerlo,
pero en dosificadas dosis de histeria. Hubo un clima de ansiedad y expectativa que se 
vio satisfecho casi al final del concierto cuando la cantante sacó de la galera otra 
potente chacarera "Dejame que me vaya" (Ternán-Carabajal), que será la sucesora de "A 
Don Ata". 
Soledad apareció entre unas nubes proyectadas y parada en una plataforma colocada sobre 
el resto de los músicos. Así se mantendrían virtualmente las posiciones en la escala de 
crecimientos con respecto a sus anteriores shows. Soledad, reservándose la voz para no 
plegarse a la estridencia sonora o estirando su caudal vocal. Mejorando su fraseo o 
dominando los demonios de su interior. 
Hay una marcada tendencia a manejar los ánimos de un público como cuando intercala 
chayas encendidas con un tango como "Garganta con arena", con fueye de Gabriel Rivano. 
El público escucha: si se aburre, o no, es otra cuestión. Aunque cuando se sumaba a la 
vorágine de la banda en zambas como "Potrerito de mi infancia" o la cueca "Chilenito de 
Pucón", otra vez su voz se perdía en la confusión y volvía a ser la de siempre. 
Del implacable y explosivo efecto de su garganta quedan los encuentros con su hermana 
Natalia. Eso refleja una transformación que todavía no es asimilada por el público. 
Para llamar su atención se apostó por una puesta pretenciosa para el folklore, de Aníbal
Pachano, que fue un elemento decorativo más. 
Los músicos no le encontraron la vuelta a muchas de las canciones nuevas (en rigor, 
canciones viejas que no había grabado la cantante).Y Natalia demostró mucha voluntad, 
pero sin un perfil propio. Eso sí, Soledad y toda su troupe se arriesgaron por un 
repertorio variado, que nunca antes habían desarrollado, y eso es valorable. Pero al 
final quedó claro que ciertos errores se siguen repitiendo. Y es la falta de decisión 
para crecer en un sentido estrictamente musical. Ahí está la clave de todo.

    Source: geocities.com/lasolehomepage