PARO CIVICO Y AUTONOMIA REGIONAL

 

Roberto Laserna

 

Santa Cruz y Tarija se han lanzado a un paro cívico en demanda, entre otras cosas, de las autonomías regionales. El Presidente Mesa se ha proclamado paladín de las autonomías y ha prometido impulsarlas. ¿Cómo entender este entuerto?

A primera vista podría pensarse que el conflicto muestra que no hay credibilidad en las promesas del Presidente. Hay quienes argumentan que no resulta convincente su adhesión a la causa descentralista luego de años de haber predicado en su contra.

Otra interpretación advertirá en este conflicto una nueva amenaza a la unidad nacional acusando a cruceños y tarijeños de separatistas. De hecho, este argumento surge cada vez que se plantean críticas al centralismo.

Es importante reconocer que la demanda autonomista expresa, en realidad, una demanda de integración política. Las regiones, es decir, las personas que viven en las regiones alejadas del centro, exigen ser tomadas en cuenta. Se saben con derecho a ello y ponen en tela de juicio la representatividad “nacional” del Poder Ejecutivo. La propuesta autonomista propone un horizonte institucional, pero tiene motivaciones más inmediatas. No le basta un acuerdo con esa imagen de futuro, sino que espera acciones en el presente.

Veamos de qué se trata.

El Presidente Mesa asumió el cargo, hace más de un año, como resultado de una rebelión que en los hechos fue regional. Se concentró en El Alto y La Paz y tuvo alguna adhesión en el resto del occidente del país. Para el oriente y el sur, que habían respaldado electoralmente a Sánchez de Lozada y también a Paz Zamora, núcleos de la coalición de gobierno, Octubre fue una derrota y la agenda que abrazó el nuevo Presidente les fue ajena desde el principio.

El riesgo de que la derrota fuera mayor y se llevara por delante la institucionalidad democrática los mantuvo a la expectativa. Cuando comprobaron que el gobierno no desarrollaba una política de alianzas que equilibrara las presiones de que era objeto por parte de los grupos que habían logrado la renuncia de Sánchez de Lozada, propusieron una agenda alternativa. Una multitudinaria marcha en Santa Cruz intentó contraponer la “Agenda de Junio” a la “Agenda de Octubre”. Era evidente la intención de equilibrar la balanza de poder.

El Presidente no aprovechó la oportunidad. Al contrario, reiteró su compromiso con la llamada “Agenda de Octubre”, a pesar de que varios analistas destacaron el origen espúreo y parcializado de la misma.

Desde entonces, el Presidente ha perdido continuamente credibilidad y apoyo en esas regiones y sus relaciones con los grupos dirigentes han estado marcadas por la susceptibilidad y la desconfianza. El problema no es de personalidades, o de palabras más o menos. En este conflicto hay razones de fondo como las que tienen que ver con la política de hidrocarburos que no termina de nacer y con una incertidumbre que erosiona continuamente la economía boliviana, indudablemente muy frágil y vulnerable.

Lo que las regiones en paro esperan es que sus propuestas e intereses sean tomados en cuenta en el diseño de políticas y en los cambios normativos y que eso tenga lugar ya.

En ese marco, que la demanda de autonomía deje de ser un horizonte de futuro y se convierta en una amenaza presente depende del gobierno, es decir, de cómo interprete el conflicto.

La adhesión a una imagen de futuro no pasa de ser simbólica. Y los símbolos difícilmente son suficientes para gobernar en un momento como el que vivimos.

 

Publicado en La Prensa, 12 de noviembre de 2004