El diablo y Margarita

Roberto Laserna

 

Mikhail Bulgakov escribió en los años 30 una extraordinaria novela de parecido título, que no llegó a ver publicada. Ha sido traducida como “El maestro y Margarita” y es verdaderamente magistral. Todavía agradezco a mi cuñado Agustín el haberla leído y disfrutado. Fue regalo suyo. Se trata de una obra que relata, con humor desternillante, la llegada del diablo a Moscú en 1920. En el fondo del relato hay una sátira vitriólica a la burocracia leninista y a las seducciones del poder, que explica por qué la novela permaneció escondida por tanto tiempo.

Sirva el párrafo como un homenaje a ese escritor y un anzuelo a los posibles lectores de esta nota, que no tratará de novelas ni de la Margarita de Bulgakov, sino de la seducción que ejerce otra Margarita, aquí y ahora, desquiciando a los bolivianos que habitan el Chaco y sus entornos de Tarija, Chuquisaca y Santa Cruz. Me refiero al campo Margarita, tan pródigo y generoso en gas, y a los delirios que provoca en nuestros compatriotas.

La disputa que ha paralizado las provincias tarijeñas, que refuerzan sus bloqueos insensibles al drama provocado por los desastres naturales, gira en torno al centro de producción de gas Margarita, donde se encuentra cerca del 21% de las reservas nacionales que se han probado hasta hoy. La pertenencia del cantón Chimeo a la provincia O´Connor o a la del Gran Chaco definiría en cuál de ellas se encuentra Margarita y, por tanto, a cuál debería ir la participación en regalías.

Sobrepuesto a este conflicto, todavía latente pero ya manipulado sin misericordia, está la demanda de creación del décimo departamento, el del Chaco, que podría estar formado por desprendimientos de Chuquisaca, Tarija y Santa Cruz. Puede ser que para algunos esta demanda sea una manera de poner contra la pared a los Prefectos, y para otros una estratagema para conseguir un espacio propio de poder. Pero para la mayor parte de la gente que habita esas zonas la cuestión es muy clara: quieren tener acceso a la riqueza natural del subsuelo chaqueño. Ellos temen que se repita allá la historia potosina, que luego del auge de la plata quedó como si nunca.

¿Cómo negarles la razón? La historia abunda en experiencias que demuestran que la explotación de recursos naturales, y sobre todo aquellos que requieren alta tecnología y poca mano de obra como el gas y el petróleo, deja pocos beneficios a las poblaciones locales, cuando no destruye sus precarias bases productivas. Algunas obras de buena voluntad de las empresas, como escuelas, puentes o campos deportivos, no alcanzan a satisfacer las expectativas de la gente. Incluso puede ser que estimulen nuevas y mayores frustraciones. Esto lo saben también los inversionistas, pues sucede aquí y en todo el mundo.

El modelo boliviano para enfrentar este problema, aplicado desde hace 50 años, es el de las regalías. Una parte del producto se paga como renta al departamento y sus autoridades lo invierten, supuestamente donde su población quiere. Pero lo que quiere su población resulta siempre discutible, pues las decisiones se toman de acuerdo a las relaciones de poder. Y el poder siempre tiene una dimensión territorial, por lo que los beneficios suelen concentrarse, creando descontentos más allá. Si los campos están en una zona poco habitada, como pasa con frecuencia, sus pobladores no tendrán la fuerza suficiente para hacerse escuchar y argumentarán, por supuesto, el mismo derecho territorial que lo hicieron sus antecesores. Si el departamento disputó al país, al departamento le reclamará la provincia, a ésta el municipio y luego se levantará el cantón. Si el argumento fue válido y legítimo arriba, ¿por qué no puede serlo abajo?

Y si usted intenta desenredar esta trenza de argumentos para restar legitimidad al pedido de los de abajo se dará cuenta muy pronto de que los mismos que utilice pueden ser también empleados en su contra.

Así las cosas, parece claro que el modelo boliviano de regalías territoriales está llegando a su agotamiento. Ya no resuelve problemas. Ahora los crea. Porque hoy es Chimeo y el chaco, mañana puede ser Bulo Bulo y el amazonas y, quién dice, pasado mañana Uyuni y el altiplano sur, es cosa de que aumente un poco más el precio del litio y alguien se anime a invertir.

Las propuestas de obras y planes de inversión que hacen las Prefecturas no satisfacen a la gente, pues se desconfía de las burocracias alejadas. La aspiración de los locales, sin embargo, es ilusoria, pues si se distribuyen regalías por medio de entidades públicas, las burocracias que manejen los recursos serán cercanas pero seguirán siendo burocracias, sujetas al voluntarismo y a las presiones del poder, cuando no a las tentaciones del despilfarro y la corrupción.

El modelo empieza a funcionar como una fuente china que va derramando el dinero desde el nivel más alto a los más bajos, de modo que fácilmente una parte, como el agua de las fuentes, termina salpicando fuera o evaporándose bajo el calor de la política.

Así pues, para evitar que las disputas de límites nos desgarren es necesario superar la seducción de Margarita, que en nuestro caso anda mezclada con el diablo, pero al mismo tiempo satisfacer las justas y legítimas aspiraciones de los bolivianos, no sólo de los chaqueños, que quieren que los beneficios de los recursos naturales lleguen a todos. Esto nos coloca ante el desafío de pensar otro modelo.

Hasta ahora, la estatización y las regalías han sido el modelo de referencia. En él están pensando todos, los bloqueadores del chaco, quienes se oponen y quienes los apoyan. En ese modelo está, por lo tanto, una parte central del problema.

El desafío consiste en responder a la pregunta: ¿cómo hacer que las riquezas del gas lleguen a la gente sin destrozar el país?

Pienso en Bulgakov y se me ocurre que habría que distanciar a Margarita del diablo…

 

 

Publicado en Los Tiempos y en La Razón, 9 de abril de 2006