LA FIESTA DEL RENTISMO

Roberto Laserna

Ó Columnistas.net

 

Los economistas recurren a veces a las metáforas para explicar sus ideas. Por supuesto, nunca con la precisión y profundidad de los poetas, pero a veces con bastante eficacia. Una de esas metáforas es la de la maldición de los recursos naturales. Con ella se refieren a la sorprendente y penosa constatación de que la abundancia de recursos naturales parece condenar a los países que los poseen, o a las regiones en que ellos abundan, a menores niveles de desarrollo y a ritmos más lentos de crecimiento económico.

Esta maldición ha sido verificada empíricamente, tanto con el análisis histórico de casos, como Venezuela, Nigeria y los países del medio oriente, incluyendo Irak, como con estudios estadísticos y econométricos que comparan países y periodos. Por supuesto, siempre hay excepciones, pero son tan escasas que confirman la regla. De manera que es cada vez más aceptada la tesis –dicha de manera simple-- de que la abundancia de recursos naturales en vez de ser un factor de desarrollo, puede ser más bien un factor de subdesarrollo.

En lo que no hay coincidencia es en explicar por qué y cómo es que esto ocurre, cuando el sentido común sugiere que la abundancia debería ser una ventaja para el desarrollo.

El caso de Bolivia podría ayudar a explicar el problema, no solamente por la historia que ya vivimos, de abundancias de plata y estaño que desaprovechamos, sino por lo que ya empezó a ocurrir con el gas. Como en un laboratorio se puede observar la maldición en pleno funcionamiento, demostrando que la mayor dificultad para percibirla radica en que vivimos la maldición como una fiesta.

En efecto, es la fiesta de la abundancia que conduce al despilfarro e impide evaluar la pertinencia de los gastos. Es la fiesta de los subsidios y de las peticiones ilimitadas. Es la fiesta en la que se confunden gastos e inversiones y donde bailan y disfrutan los que se encuentran más cerca de la orquesta y de la mesa de tragos. Es la fiesta del rentismo corporativo, y ya ha comenzado.

Veamos algunos botones de muestra.

INVERSIONES SIN EMPLEO

En estos días el gobierno terminó de comprar las refinerías de Cochabamba y Santa Cruz a Petrobras. Gastó en esa operación alrededor de 120 millones de dólares sin crear ni un solo nuevo puesto de trabajo productivo ni ampliar la capacidad de producción del país, porque ambas refinerías ya existían.

Algo parecido ocurrirá con la Fundición de Vinto, pues su recuperación tendrá que ser pagada, así sea en productos o mediante precios especiales a la Glencore, que tarde o temprano recibirá una indemnización.

Y en la misma lógica un diputado del MAS, con apoyo de una diputada de Podemos, acaba de proponer que la Prefectura de Chuquisaca destine 26 millones de dólares a “recuperar” la fábrica de cemento de Sucre.

En ninguno de estos casos se crean nuevos empleos ni se amplía la producción,  pues lo que se hace es desplazar capitales privados fuera del circuito económico. En general, los proyectos de estatización consisten en sustituir capitales privados por recursos públicos sin aumentar la producción. De esa manera se gasta el dinero sin generar crecimiento ni empleo.

El problema puede ser incluso peor, de reducción el crecimiento. La experiencia enseña que las empresas públicas operan con menos eficiencia. Producen menos o mantienen la misma producción pero con más empleados. Se convierten en botines políticos y son víctimas de presiones e intereses de todo tipo, para terminar dando pegas a los militantes, exigiendo avales políticos a los técnicos, o aumentando salarios para mantener el apoyo político de sus sindicatos. Y con frecuencia  son obligadas a vender sus productos a precios políticamente reducidos para satisfacer las presiones de otros grupos.

SUBSIDIOS A LA INEQUIDAD

Los cooperativistas mineros y los aguateros y regantes quieren estatizar la electricidad para que les bajen las tarifas, los panaderos quieren estatizar la importación de harina para conseguir cupos subsidiados, los transportistas festejan los subsidios al diesel y confían en lograr que les paguen la transformación de sus vehículos a gas natural, y los lecheros sueñan con una Pil que les pague más por su leche mientras que quienes tienen pulperías exigirán que se la vendan por debajo del costo.

Junto a las “inversiones” que no generan crecimiento, los subsidios son otro mecanismo que disfraza de fiesta la maldición. Ellos permiten que los recursos que pertenecen a todos beneficien solamente a unos pocos, a aquellos que pueden ponerse a empujones de marchas y codazos de bloqueos cerca de la mesa del festejo.

En nuestro caso, las demandas sociales por subsidios son estimuladas por el programa político del propio gobierno. Esa es, por ejemplo, la señal que da el Mutún.

Para hacer factible el requisito de producir acero, el gobierno venderá gas natural a la empresa Jindal casi a la mitad del precio que paga Argentina. A ese precio, el Mutún representa un sacrificio económico para Bolivia superior a la totalidad de impuestos, regalías y utilidades compartidas que el país espera recibir. En efecto, el subsidio implícito llegaría a ser de 223 millones al año, cifra muy superior a los 200 que recibiríamos si todo sale bien. Nuestra vecina Chile está dispuesta a pagar a los proveedores internacionales un precio superior al que nos paga Argentina, por lo que la magnitud del sacrificio potencial es en realidad mucho mayor. A ello hay que añadir los compromisos adicionales de desarrollo de infraestructura ferroviaria, caminera o portuaria de los que no se habla.

¿Cuántos empleos productivos nuevos podrían generarse con los 223 millones que Bolivia dejará de percibir cada año que dure el contrato con Jindal? No muchos, si se deja que tomen las decisiones los burócratas, pero incontables si lo hacen los bolivianos innovadores que esperan una oportunidad o que emigran en su búsqueda.

Si el gobierno está dispuesto a dar a la Jindal, para que sea viable, un subsidio de esa magnitud, ¿por qué negar subsidios a los transportistas, las universidades, los maestros, los panaderos, los lecheros, los cooperativistas, los soyeros, los ganaderos, los productores de quinua, o a usted, si puede pedirlo? ¿Por qué quedar fuera de la fiesta cuando se la financia con recursos de todos?

ELEFANTES BLANCOS

A las malas inversiones y los subsidios, se suelen añadir los proyectos con destino de elefantes blancos. Hace unos días se presentó uno de esos en Cochabamba, donde varias municipalidades estarían dispuestas a asociarse para construir un hotel de cinco estrellas con restaurante submarino al borde de la laguna de Coña Coña. Se habla de “invertir” allá 56 millones de dólares. Es de esperar que hayan incluido en esa suma la producción de agua para la laguna puesto que ella se llena apenas en temporadas de mucha lluvia y por unos pocos meses. Salvo que la ballena-restaurante se convierta en restaurante-topo los meses de sequía.

Y que no nos extrañe que las alcaldías y prefecturas, en la feroz competencia política a la que se ven impulsadas por alcanzar la mayor “ejecución presupuestaria”, multipliquen ese tipo de inversiones construyendo además puentes sin ríos, carreteras sin vehículos, escuelas sin alumnos y hospitales sin médicos.

La maldición de los recursos naturales ya llegó, y la vivimos como una fiesta.  La fiesta del rentismo. Cuando nos llegue el ch´aki nacional seguramente culparemos al trago por el dolor de cabeza, olvidando que fuimos nosotros los que optamos por la farra y celebramos los desorejados tinkus con los que nos hizo bailar la orquesta.

 

Publicado en PULSO, 24 al 31 de agosto de 2007