Entrevista / La política económica según Roberto Laserna

La democracia en el ch’enko

Diálogo con el autor de la más reciente “provocación” intelectual, quien ofrece una lectura poco ortodoxa y certera de la realidad, y esboza parte de su propuesta

Por Miguel E. Gómez Balboa

La Fundación Milenio ha presentado este mes en La Paz, Santa Cruz y Cochabamba el libro La democracia en el ch’enko, de Roberto Laserna. Se trata de un libro que analiza lo ocurrido en el país durante las dos últimas décadas combinando enfoques disciplinarios de la sociología, la ciencia política y la economía.
Laserna es actualmente presidente de la Fundación Milenio e investigador de Ceres; escribió parte del libro durante su reciente estadía como profesor en la Universidad de Princeton, en Estados Unidos. Anteriormente publicó otros libros como 20 juicios y prejuicios sobre coca y cocaína, Productores de democracia y tuvo a su cargo la coordinación del informe Derechos Humanos en Bolivia publicado por el Defensor del Pueblo. Domingo no quiso desaprovechar la oportunidad para dialogar con este intelectual, aquí lo conseguido.

—¿Cuál es el contenido del libro y cómo lo define?
—El libro expone inicialmente las reformas que han caracterizado a nuestra joven democracia, destaca sus tensiones a través del análisis de las crisis sociales, especialmente las que se han producido desde el año 2000 y, finalmente, busca en las estructuras económicas algunas explicaciones a la incertidumbre actual. Quienes lo han leído dicen que es un libro “provocador”, lo cual es un gran cumplido. Creo que el principal deber de un intelectual es motivar dudas y reflexiones, es decir, provocar. Espero que así sea.

—¿En qué consiste este ch’enko democrático en lo político y económico? ¿Cuáles son sus causas más notorias?
—La idea del ch’enko se refiere sobre todo a la maraña económica, donde no solamente existen formas diversas de producir, trabajar y consumir, sino que esas formas se nutren y se obstruyen mutuamente, se apoyan y se bloquean entre sí. El concepto de ch’enko es preciso porque incluye una dimensión dinámica: la maraña se reproduce, el enredo es parte de las relaciones.
El ch’enko es, en ese sentido, el rasgo fundamental de nuestra economía o, más bien, la característica principal de nuestro modelo de (sub)desarrollo. Mi hipótesis es que el ch’enko explica tanto la persistencia de la pobreza como las dificultades que hemos tenido para que las inversiones de los años 90 se traduzcan en mayor crecimiento, e incluso se diría que nos ha impedido aprovechar las oportunidades de la globalización. Tomar en cuenta el ch’enko resalta las inconsistencias entre nuestro sistema político e institucional y la estructura social y económica.
En el libro propongo comenzar el análisis donde nos dejó el artículo primero de la Constitución, que dice que somos un país multicultural. Porque además de reconocer lenguajes, fiestas, vestimentas, música y danzas diferentes, tenemos también que reconocer diferentes racionalidades, tecnologías y formas de organización económica. La cultura es mucho más que folklore, ¿verdad?

—Bolivia ha vivido, desde 1982, un proceso de reformas institucionales —más aún en la década de 1990—. Su propuesta plantea que ese proceso ha sido afectado por el ch’enko. ¿Han fracasado estos cambios estructurales?
—Podría decirse que la democracia (política) está atrapada en el ch’enko, que es estructural, de ahí el título del libro. Ahora bien, el fracaso o el éxito son siempre relativos... dependen de cómo uno los mide y evalúa. El club Bolívar fracasó en el intento de obtener la Copa Sudamericana, pero tuvo éxito llegando más lejos que los brasileños, pese a tener recursos más modestos. El MAS tuvo éxito en estas elecciones, pero fracasó al no obtener una proporción mayor que el 2002 a pesar de no tener adversarios y, sobre todo, al no lograr credibilidad en el eje urbano. La Coordinadora del Agua tuvo éxito al expulsar a Aguas del Tunari, pero fracasó si se cuentan los miles de hogares que no tienen acceso al servicio de agua en Cochabamba.
Los cambios estructurales no han resuelto todos los problemas del país, y han fracasado si se los mide por las expectativas insatisfechas de mucha gente. Pero, por otro lado, han permitido éxitos importantes, como el aumento de la escolaridad y el alfabetismo, la disminución de la mortalidad materna e infantil, el crecimiento de la inversión pública y su mejor distribución territorial, el mejoramiento de los sistemas electoral, judicial y de defensa ciudadana, el desarrollo de nuevas opciones de inserción económica, como el gas.

—Pero, al mismo tiempo, suele mencionarse que a pesar de todos estos avances el ingreso per cápita es hoy casi el mismo que hace veinte años.
—Todo depende de qué y cómo se mide. El dato del ingreso per cápita sólo tiene sentido en relación con lo que se puede comprar y, por tanto, a las necesidades que se pueden satisfacer. Y si bien se toma en cuenta el costo de la canasta familiar, se olvida que la canasta familiar misma ha cambiado. El desarrollo tecnológico aumentó la productividad y redujo los costos y los precios de casi todos los productos, desde medicamentos y alimentos hasta teléfonos y automóviles, haciéndolos más accesibles.
Si sólo ejercitáramos la memoria nos daríamos cuenta del progreso que hemos alcanzado. Tomemos ejemplos de la vida cotidiana en las ciudades, donde ya vive la mayor parte de los bolivianos. Antes se comía pollo sólo en fiestas, los alimentos conservados eran un lujo, como también lo era hablar con Buenos Aires, tener fotos familiares o escuchar música en la casa. Esos bienes son hoy más accesibles porque son más baratos y forman parte de la canasta familiar común, que hoy no es la misma de hace 20 ó 30 años. Como ve, los indicadores que se utilizan son discutibles.
Además, hay que tomar en cuenta que este proceso ha ocurrido en un contexto de fuertes resistencias políticas y económicas. Mencionemos entre las primeras, por ejemplo, la del magisterio a la Reforma Educativa. Entre las económicas está, justamente, la resistencia que antepone el ch’enko al desarrollo de una economía más abierta.

—La economía de mercado en la cual está inserta Bolivia, y que es criticada porque se le atribuye la pobreza de los sectores populares ¿ha sido ineficiente?
—No se puede atribuir la pobreza actual a los cambios estructurales. Ya había pobreza antes y era incluso más profunda y extendida. A los cambios se les puede atribuir la desigualdad, pero si uno analiza con detenimiento lo ocurrido se da cuenta de que la desigualdad aumentó porque una parte de la economía creció más y mejor, mientras que la otra se estancó. La que creció más y mejor es la que se encuentra más cerca del mercado y su expansión no se sustentó en la explotación o en la pobreza de esa parte de la economía que quedó estancada.
Por lo tanto, el hecho de que el crecimiento se haya concentrado en algunos sectores no se debe a las reformas, sino a que ellas no tuvieron la fuerza suficiente para alcanzar a todos los sectores. Lo evidente es que los sectores estancados de la economía, que componen lo que llamo las economías natural y familiar, fueron y son bastante exitosos para resistir la disciplina y la lógica del mercado. Son miles los campesinos e informales que usan el mercado pero al mismo tiempo obstaculizan su expansión... eso es el ch’enko estructural.

—Así planteado, ¿hacia dónde debería apuntar el papel del Estado?
—La política económica rara vez ha tomado en cuenta el ch’enko estructural, que implica que una misma medida puede generar distintos resultados en las diversas economías del país. Resultados a veces contrapuestos entre sí. Esto puede anticiparse y el Estado debe estar atento para corregirlos o aliviar sus impactos si es el caso.
El Estado tiene, entonces, un papel muy importante que cumplir. Pero en el proceso de desarrollo nunca podrá suplantar el papel central que tenemos los productores y los consumidores, es decir, las personas y las comunidades que, en cada acto y en cada decisión que tomamos, enviamos también señales que otros utilizan para tomar sus decisiones.
Lo peor que nos puede ocurrir es que resurja el populismo estatista, que promete desarrollo a cambio de apoyo, inmovilizando las energías sociales, y que nos llevaría a repetir los caminos de la frustración que ya hemos vivido tantas veces.

—¿Cómo percibe la dirección en la que se orienta el actual gobierno en lo económico y político?
—Me resulta muy difícil responder a esta pregunta porque no logro ver si el gobierno tiene realmente una dirección en lo económico. En lo político está claro, su programa es sobrevivir: llegar al 2007 a fuerza de eventos condensados como el referéndum, las municipales o la Constituyente. Pero no encuentro signos que definan una orientación en lo económico. La cuestión de los hidrocarburos es la mejor muestra. Se trata de la política más importante y lo único que el gobierno ha aportado en el debate es indecisión y ambigüedad, incluyendo, por supuesto, las preguntas del referéndum que lograron apoyo porque cada uno las podía interpretar a su manera. Y en la integración económica, que es clave, ha predominado una política sentimental y muy poco práctica. Los únicos indicadores alentadores de nuestra economía son los de exportaciones, pero
ellos se deben más a los precios internacionales que a políticas nacionales. La democracia puede haberse enredado en el ch’enko, pero este gobierno parece enredado en su propia política.