Roberto Laserna[1].
Las drogas no son un fenómeno nuevo. Ellas
son parte de la historia de la humanidad. Mire uno hacia donde quiera en tiempo
y espacio y encontrará siempre algún tipo de droga, algún tipo de sustancia psicoactiva, algún tipo de sustancia transformadora de la
conciencia asociada a ritos, a festejos y actividades cotidianas. Ellas se
encuentran en prácticamente todos los pueblos del mundo, en todas las culturas,
sin importar hasta dónde se remita uno en el pasado.
Como la historia misma de la humanidad, el de
las drogas es también un fenómeno que tiene características cambiantes, que
reflejan y revelan al mismo tiempo los cambios sociales, económicos y
culturales. En ese sentido, como Eusebio Megías
anticipó en su amistosa presentación, se me ha pedido que haga una reflexión
que vincule el tema de las drogas a los procesos contemporáneos y el proceso
contemporáneo más importante, sin duda, es el de la mundialización,
como llamaba la Delegada de Gobierno, o lo que en América Latina llamamos la
Globalización.
La integración global...
no
es un fenómeno totalmente nuevo. Los procesos de integración, de vinculación
tienen largos antecedentes. De hecho la relación entre América y España es
parte de ese proceso de integración, de interrelación,
de mundialización... pero es también indudable que
dicho proceso tiene hoy características absolutamente nuevas que se manifiestan
sobretodo en los últimos quince, veinte años.
El proceso de globalización o mundialización abarca todo el planeta pero no incluye a
todo el planeta, ya que se trata de un proceso altamente desigual que tanto
incluye como excluye a escala planetaria. Si empleamos la metáfora que usa un
compatriota suyo, Manuel Castells, diríamos que se está produciendo una red que
incluye y abarca a todo el planeta pero que, como toda red, está llena de
agujeros. Hay nodos, hay flujos, pero también hay agujeros donde se encuentra
la gente que no logra conectarse a esos flujos y a esos nodos. Este proceso
también marca fuertemente el fenómeno de las drogas.
No voy a abundar en esta ocasión con
referencias a la base estructural o a las características de este proceso
puesto que hay una abundante y excelente literatura al respecto. Baste recordar
que es un proceso dinamizado por las tecnologías de información, y que se
caracteriza por un intenso el desarrollo tecnológico, el surgimiento de nuevos
métodos y nuevos mecanismos de transporte, de comercio, nuevos materiales, etc.
Y sin duda es importante insistir en que se trata de un proceso de inclusión y
exclusión al mismo tiempo, que es moldeado por esta tensión de integración y
segregación. Hace veinte años en América Latina el gran problema que se
planteaba en el debate intelectual y político era el de la dependencia. En este
momento lo que más preocupa es la exclusión. Ya no se trata de ser o no ser
dependiente, se trata de estar o no estar conectados o más bien, de cómo está
uno conectado, ya que inevitablemente uno termina estándolo.
Pero es importante remarcar que ese proceso
es moldeado por la forma en que la gente actúa, es decir, por cómo nosotros,
las sociedades, los pueblos, los individuos aprovechamos o resistimos ese
proceso. No se trata de un proceso ajeno a las decisiones y a las acciones que
realizamos los seres humanos. No es un proceso que funciona por sí sólo
independientemente de la voluntad de la gente. Es necesario recordar y
reconocer que somos nosotros los que moldeamos ese proceso, ya sea aprovechando
las oportunidades que ese proceso genera o resistiendo lo que ese proceso
ofrece.
Concentremos nuestra
atención en América Latina.
Cuando este proceso de integración global se
aceleró con la revolución tecnológica, encontró a los países y a las sociedades
de América Latina en una muy mala posición para ajustarse y para adaptarse a
ese proceso. Se nos presentó en un momento de transición y crisis que en cierta
medida impidieron que lo asumamos y aprovechemos adecuadamente. El desafío para
América Latina fue extraordinariamente grande y creo que todavía no lo hemos
logrado asumir a cabalidad.
En los años ochenta, recuerden ustedes,
estábamos enfrentando el problema de la Deuda Externa: aumento de las tasas de
interés y reducción de la liquidez, lo que aumentó muchísimo el servicio de la
deuda externa en América Latina, obligándonos a dedicar una gran parte de los
recursos que obteníamos en el comercio exterior al pago y a la renegociación de
la Deuda Externa. Y eso sucedió en un momento en que justamente por la
revolución tecnológica, las economías de América Latina perdían competitividad
internacional. Las exportaciones más importantes de América Latina perdían
valor, los precios caían, muchos materiales eran sustituidos por otros
materiales nuevos y entonces nuestra capacidad de conseguir recursos para
enfrentar el tema de la deuda y enfrentar los desafíos de la globalización
estaba severamente limitada.
Por supuesto, este tampoco fue un fenómeno
que cayó del cielo. Era el resultado de una combinación de elementos. Primero,
muchos años de proteccionismo habían derivado en mecanismos corporativos
excluyentes, particularistas, que erosionaron aún más la capacidad de nuestras
economías para adaptarse a estos desafíos. Segundo, en la mayor parte de los
casos se vivía un momento en el que la legitimidad del estado era muy baja,
porque había sido erosionada por varias décadas de autoritarismo, de
militarismo y violencia política, de abuso y corrupción. América Latina estaba
en una situación desventajosa para enfrentar los nuevos desafíos. A la crisis
económica por agotamiento del modelo estatista se le sumaba la crisis política
del autoritarismo, del populismo distributivo y del corporativismo. Estábamos
en un momento de extrema vulnerabilidad para adaptarnos a la globalización
emergente en ese momento. Una globalización que requiere nuevas inversiones en
el campo económico que renueven la tecnología y que mejoren la articulación de
los mercados.
Y aquí quisiera enfatizar que esa
articulación de mercados que se presenta como un desafío para América Latina,
no implica solamente la articulación de América Latina al resto del mundo sino
también de América Latina internamente, dentro de cada uno de los países y
entre los países de América Latina. Y es que nuestras sociedades todavía están
fuertemente marcadas por la desigualdad y por la exclusión interna. De modo que
el desafío de integrar mercados y de integrar sociedades sigue siendo todavía
muy grande y no ha sido resuelto del todo, es un desafío pendiente que nos ha
sido enrrostrado -si ustedes quieren- por la
globalización.
Un fenómeno asociado que es muy importante es
el de la revolución de expectativas que caracteriza la dimensión cultural de la
globalización. La mayor parte de nuestras poblaciones, de nuestras comunidades,
aspiran ahora a tener niveles de consumo similares a los que se observan en los
países de Europa, en los países asiáticos más avanzados, en los Estados Unidos.
Es muy fácil para todos comunicarnos y observar lo que está sucediendo en el
resto del mundo y de ahí emerge una revolución de expectativas que marca
fuertemente también los comportamientos sociales, generando desafíos que los
gobiernos todavía no han podido resolver ni enfrentar… y menos las economías.
Y finalmente, tenemos desafíos en el campo
político porque las estructuras de poder a nivel mundial también han sido
revolucionadas, también han sido reformadas y modificadas. Tenemos ahora nuevas
estructuras de poder que no las teníamos hace 20 años, hace tan solo 20 años.
El tema de la soberanía, por ejemplo, que fue el principio organizativo del
Estado-Nación, hoy se encuentra profundamente cuestionado. No tanto en términos
culturales o políticos, sino sobre todo en términos prácticos. La práctica
cotidiana de los gobiernos les exige ir cediendo paulatinamente soberanía. No
me refiero solamente al caso de Europa, que es más claro que cualquier otro,
pero también a América Latina ya sea que se embarque en el ALCA, ya sea se
limite a las relaciones tradicionales de integración. El tema central es cómo
ceder soberanía o cómo administrar el proceso de cesión de soberanía nacional.
En contraste, claro, persiste la ideología nacionalista que organiza esos
estados. Se presenta aquí una disociación que a los políticos --a los sistemas
políticos y a los gobiernos-- les es muy
difícil de manejar.
Parte de los desafíos políticos se presentan
en las estructuras de poder internacional. Los organismos internacionales
tienen una nueva relevancia, son cada vez más importantes, cada vez más
influyentes, pero ellos tampoco se han adaptado a las nuevas realidades. Siguen
siendo organismos muy poco responsables frente a sus mandantes, el FMI, el
Banco Mundial, el BID son burocracias relativamente autónomas. Algunos
argumentarán que eso es lo que las salva de la inestabilidad política y les
permite ser más eficientes o más eficaces en ciertas acciones. Pero habrá que
reconocer también que eso las hace menos democráticas y menos “respondables” (accountable) hacia
sus mandantes.
Las respuestas de América
Latina frente a la globalización son diversas.
Yo diría que hay tres modelos básicos de
respuesta y de conexión al proceso de globalización. No son tres modelos puros.
Son tres modelos que en los hechos se mezclan de modo que en todos los países
seguramente vamos a encontrar indicios de que esos modelos sí funcionan y están
ahí presentes, en algunos más que otros, algunos modelos con mayor fuerza que
otros. Esos tres modelos a los que yo me quiero referir muy rápidamente en esta
sesión son: la reestructuración liberal;
la globalización desde abajo que le
llamaríamos al proceso de migración trasnacional; y finalmente la conexión perversa que es básicamente el
tema que me invitaron a conversar en esta mañana.
Como el tema de las drogas es el que más nos
preocupa en este evento, voy a dedicar más tiempo al modelo de la conexión perversa, pero creo que es importante trazar paralelos y
líneas de vinculación entre ese modelo y los otros dos, que son un poco más
oficiales.
El modelo de la reestructuración liberal ...
es el modelo oficial
que han tratado de impulsar la mayor parte de los gobiernos de América Latina.
Se trata de un proceso que va más allá del esfuerzo inicial de ajuste
financiero que acompañó la democratización de América Latina en los años
ochenta. El ajuste fiscal fue la base inicial de ese proceso, pero la reestructuración liberal fue más allá de
combatir la hiperinflación o la inflación, la inestabilidad, el déficit fiscal.
Se ha tratado de un proceso dirigido por el estado y orientado a desarrollar políticas
de integración más activas a los mercados mundiales. Es un proceso marcado por
la apertura comercial, la reducción de tarifas de comercio, la búsqueda de una
mayor seguridad jurídica para las inversiones y por tanto es acompañado de
esfuerzos de institucionalización. Se trata de estabilizar los sistemas
políticos, los mecanismos de participación electoral y participación política
pero también y sobretodo intenta renovar la infraestructura de transporte, de
comunicaciones y de educación a fin de atraer nuevas inversiones. La estrategia
clave es que sean estas nuevas inversiones las que dinamicen la transformación
productiva de modo que ésta se adecúe mejor a las
condiciones del mercado.
El éxito de esta política es muy variado y
está muy localizado. Hay ciudades que han logrado captar mejor este proceso,
hay países que lo han hecho mejor que otros y hay momentos en que se han
logrado más avances que en otros. Y podemos encontrar señales de este modelo y
de este éxito desde México hasta la Argentina, incluyendo Bolivia, Ecuador,
Colombia, etc. Hay momentos, lugares y mecanismos que sí han permitido
aprovechar la integración global a partir de la reestructuración liberal.
Se han generado sin duda tensiones políticas
internas muy fuertes en la mayor parte de los países ya que este modelo
requería el desmantelamiento del estado proteccionista que había signado la
política y la economía de América Latina en los últimos 30 ó 40 años. Requería el desmantelamiento de las
relaciones corporativistas y clientelares entre la
sociedad y el estado lo que implicaba romper con muchos de los actores que
habían marcado esa relación o habían intermediado la relación entre la sociedad
y el estado, llámese sindicatos o federaciones empresariales. Y requería
también el desarrollo de un nuevo tipo de déficit fiscal que todavía no ha sido
cubierto, porque las nuevas inversiones que debía hacer el estado no han
logrado encontrar una base de sustento en el sistema impositivo. El sistema
fiscal de América Latina, como todos sabemos, es un sistema muy débil. La mayor
parte de los países de América Latina se nutren mas
bien de gravámenes de tipo rentista a las exportaciones más que de gravámenes a
los ingresos o a la producción, al trabajo de los ciudadanos y ese es una de
las fuentes de debilidad de este proceso.
El éxito de este modelo depende mucho de la
proximidad de los países, de las ciudades, a los nuevos flujos comerciales, de
bienes, de ideas, de iniciativas que
marcan la globalización. No todos los países y lugares tienen esa proximidad.
Un segundo elemento que puede facilitar el éxito de este modelo es la
existencia de mercados internos sólidos o que pudieran ampliarse con relativa
facilidad. Brasil tiene mayores probabilidades de éxito que el Ecuador, por
ejemplo. Por las dimensiones y la magnitud de su mercado, tiene mayor capacidad
de negociación con los grandes inversionistas. El tercer elemento de éxito que
podía garantizar un cierto cumplimiento de las metas de este modelo era la
existencia en el país de recursos relevantes para el nuevo modelo económico
mundial. Cuando esos recursos dejan de ser relevantes, claro está, el país
también deja de tener relevancia.
Pero siempre existen otros mecanismos cuando
este modelo, dirigido por el estado y manejado desde la política, no funciona.
El segundo modelo, que recién lo estamos empezando a reconocer y sobre el que
alguno de mis colegas seguramente van a trabajar con
más detalle a lo largo del día, es lo que llamamos
... la globalización desde abajo.
El segundo modelo de conexión con la
globalización es la migración trasnacional. A diferencia del anterior, éste es
dirigido por la gente, viene desde abajo, es manejado por las familias, es
decir, por redes familiares, de comunidades, de parentesco, que permiten que una
gran cantidad de población empiece a transitar de uno a otro país.
Es importante reconocer en la migración de
Ecuador y Marruecos hacia España, de Bolivia hacia Italia o los Estados Unidos,
de la Argentina hacia Estados Unidos, de Argelia a Francia, de El Salvador
hacia Estados Unidos, una dimensión fundamental de la globalización. Todos esos
fenómenos, cada vez más grandes e importantes, son parte del proceso de
integración global. Pero mediante un procedimiento que ya no es dirigido por el
estado sino por las familias y por los individuos que son los que establecen
redes trasnacionales, que aprovechan las nuevas tecnologías tanto como una
empresa trasnacional o tanto como una empresa privada. Utilizan el internet, los celulares, los containers,
todas las nuevas tecnologías para establecerse e intercambiar información,
bienes, dinero, etc.
Las cifras hablan de 30.000 millones de
dólares al año de intercambios comerciales de América Latina a través de la
migración trasnacional. Para tener una idea de magnitud digamos que esto
representa dos veces la inversión privada en América Latina, o 20 veces la
cooperación internacional no reembolsable. Se trata entonces de un fenómeno
realmente importante y que puede tener un impacto sobre el desarrollo de los países
de América Latina inmensamente superior al de la cooperación internacional o al
de la propia inversión extranjera. Establece flujos que van directamente a las
familias. Sin intermediación política, sin riesgos de corrupción, sin
intermediación burocrática. Es dinero que va a las familias y que las familias
la utilizan para el consumo, para las inversiones, para la satisfacción de sus
deudas.
Se trata entonces de un mecanismo muy
importante que amplía las oportunidades económicas y está acelerando el proceso
de transformación y de cambio social en América Latina.
Lamentablemente es un modelo con un enorme
costo personal. Una gran parte del costo, del sacrificio de este mecanismo
recae justamente en las familias, en las relaciones personales. El año pasado
salió en EEUU un libro muy interesante sobre uno de los componentes de este
proceso, que nos hablaba de la exportación amor y de cariño desde los países
del sur hacia los paises del norte, justamente por la
escasez de amor o de cariño que ha generado esta dinámica excesiva de trabajo,
de producción y de consumo en los países más desarrollados. La idea es que
cuando uno contrata a una nanny – una niñera- para
los niños, o una cuidadora para los ancianos, no solamente está
contratando fuerza de trabajo, está contratando una fuerza de cariño que
sustituye el que los padres o los hijos no están pudiendo dar a los miembros de
su familia. Entonces, esto nos ilustra también la enorme relevancia que tienen
estos procesos para los países de los cuales provienen los inmigrantes, donde
niños y ancianos se ven también privados de cariño para lograr satisfacción a
otras necesidades con las remesas que reciben. Los mayores costos de este
modelo son personales.
Decíamos que este modelo es dirigido por la
gente pero es también seguido por el estado. Los estados han empezado a
reconocer la importancia de este modelo y han empezado a modificar sus
políticas cambiando los mecanismos de recepción migratoria o cambiando los
mecanismos de apoyo a los migrantes. El Salvador, por
ejemplo, está desarrollando una política activa para aprovechar internamente la
dinámica migratoria a fin de que sea mejor aprovechado para el desarrollo y
establece nuevos servicios consulares, busca ampliar los mecanismos de cooperación y los convenios con otros
países. Pero son iniciativas estatales que van detrás de las iniciativas que ya
la gente ha estado estableciendo y que ya la gente ha estado construyendo.
Cuando este mecanismo no funciona, porque
para ello se necesitan medios de transporte, comunicación, lazos sociales muy
fuertes que no existen de igual manera en todos los estratos pobres de los
países subdesarrollados. Se necesita disponibilidad al riesgo ya sea basado en
recursos o desesperación. Pero cuando nada de eso hay, queda el tercer modelo
que es justamente el que nos ocupa en la jornada de hoy día: es el mecanismo de
las drogas que podemos asimilarlo a otros mecanismos ilegales, a otros
mecanismos que configuran
... la conexión perversa en la globalización.
Este es un modelo que también lo hace la
gente, que también nace desde abajo, a través de redes que son declaradas
ilegales y reprimidas por los gobiernos. Así, si el primer modelo es impulsado
por gobiernos y el segundo es impulsado por la gente y apoyado por los gobiernos,
el tercer modelo es impulsado por la gente pero reprimido por los gobiernos. Y
esto marca de distinta manera también las oportunidades o la posibilidad de
aprovechar estas oportunidades por parte de los actores, protagonistas de estos
mecanismos.
Cuando me refiero a este mecanismo como
“perverso” no lo hago porque crea que es intrínsecamente malo, sino porque la
palabra perverso también denota mecanismos que quiebran el estado normal de las
cosas, una normalidad que es políticamente creada, que es políticamente
sustentada, de modo que el mecanismo es perverso porque corrompe el orden
deseado, el orden políticamente consensuado. En este mecanismo incluimos el
tráfico de drogas, que en el caso de América Latina se refiere sobre todo a la cocaina, y también el contrabando de bienes, de dinero, de
servicios y de personas, e por supuesto también el lavado de dinero.
En las redes informales a través de las
cuales fluyen estos bienes ilegales, puede encontrarse que un elemento central
son los lazos de confianza. Son éstos los que permiten sustituir o reducir los
costos de transacción. Allá donde no existe seguridad jurídica, donde no se
puede recurrir a un juez por el incumplimiento de un contrato de drogas, lo que
resuelve el problema es la confianza y ella se alcanza más rápido sobre la base
de lazos de parentesco y vecindad. La mafia italiana se basaba en la familia y
las familias son también la base central de este modelo, pero a partir de ahí
se extienden hacia las comunidades y utilizan los lazos de identidad étnica
para detectar y afianzar la confianza. Otro mecanismo para generar o para
imponer la confianza es el de la violencia, la posibilidad de ser eliminado, de
ser asesinado por el incumplimiento de un contrato es siempre un instrumento
convincente para que los contratos se respeten, pero creo que es más importante
la existencia de lazos sociales, de vínculos de parentesco, de confianza
comunitaria. No importa dónde vean ustedes bandas de traficantes de drogas, de
armas, de dinero, etc siempre van a encontrar que este tipo de lazo es
importante. Las redes se forman por miembros de la misma familia o del mismo
pueblo o de la misma comunidad.
¿Cuán importante es este proceso? Se habla de
cifras fantásticas -como de 400,000 millones de dolares
al año o 500,000-, es imposible saberlo
pero es inevitable reconocer que es mucho. Cuán importante es en términos
demográficos es todavía más difícil de evaluar porque la mayor parte de la
gente que participa en estos procesos lo hace de manera irregular, no permanente.
El ingreso y el egreso del mundo ilegal es muy fluido.
En el caso de Bolivia por ejemplo, yo diría que de cada 100 personas que se
involucran en el tema de las drogas, no solamente de la coca sino de su
transformación en cocaína y exportación ilegal, solamente 5 podrían ser
consideradas “profesionales del narcotráfico”. Los otros 95 son aficionados que
entran y salen al mercado ilegal de acuerdo a sus necesidades en los otros
mercados en que se desenvuelven y que son legales.
La
vinculación tiene varias caras.
Creo que hay que reconocer que el mundo de las drogas es sobretodo un
mundo que permite a los excluidos vincularse al mercado, vincularse a los
flujos monetarios y comerciales que se establecen dentro y entre los países.
Por lo tanto, es también un vínculo de los más marginados en el proceso de
globalización con los núcleos centrales del mismo. A través de él se relaciona
el campesino boliviano con el corredor de bolsa en NuevaYork,
el campesino afgano con el diseñador de modas en Los Angeles,
el campesino birmano con los artistas en Madrid por mencionar algunos ejemplos.
Y así como todo este proceso es parte de la globalización, las condiciones
políticas también lo son. Pensemos para empezar en la prohibición que marca las
fronteras de aprovechamiento de este mecanismo. La normativa legal, y el
discurso moral que la sustenta, son parte de la globalización. Lo mencionó
justamente la delegada presidencial hace un momento, describiendo cómo las
convenciones han ido generando normas
internacionales más allá de la soberanía o de la capacidad de decisión interna
de los países.
El vínculo con el mercado que se establece a
través de las drogas tiene usos y efectos diferentes para cada grupo, desde la
oportunidad de diversificación económica en los campesinos del Chapare o del
Alto Huallaga, hasta la posibilidad de acumular
algunos recursos y acceder a bienes de consumo en los grupos que logran la
mayor rentabilidad en este proceso. Incluso, se puede observar que hay grupos
que utilizan este mecanismo de vínculo con el mercado para resistir una
penetración más amplia del mercado en sus vidas como es el caso de los
campesinos más tradicionales.
¿Cómo es posible vincularse al mercado para,
al mismo tiempo, resistirlo? Esa es una de las grandes paradojas de la economía
campesina diversificada. La posibilidad de usar del mercado para reproducir
lógicas comunitarias de sobrevivencia permite estar
en el mercado pero al mismo tiempo, resistir una reorganización absoluta y
total de su actividad productiva a partir de la lógica del intercambio
impersonal. Entonces, la forma en que utilizan la producción de coca por
ejemplo, en muchas de las comunidades andinas, es la de vender la coca para
acceder a recursos con los cuales pueden mantenerse como campesinos sin entregarse
totalmente a la lógica mercantil. Para ellos, entregarse a la lógica mercantil
supondría organizar toda su actividad económica en función de la rentabilidad
del mercado y lo que hacen es organizar su actividad económica en función de la
sobrevivencia de la familia, a veces en contra de las señales del mercado. Sólo así se
explica, por ejemplo, que a medida que bajaba el precio de la coca, en vez de
sustituir la coca por otros bienes, que era lo que esperaba o deseaba el modelo
de desarrollo alternativo, lo que ocurría era que muchos campesinos expandían
sus cultivos para poder producir más coca y reemplazar de esa manera el ingreso
que perdían por la caída de los precios. Durante varios años, por eso, el
modelo de lucha antidroga tuvo el inesperado efecto de colocar más coca y más
barata en los mercados del narcotráfico, perjudicando a los campesinos que
debían salir del negocio. Como ésa, hay otras contradicciones de la política
antidrogas a las cuales ya tendremos ocasión de referirnos durante la jornada.
Lo que quisiera en este caso es destacar que
esta “conexión perversa” permite aprovechar los vínculos y permite aprovechar
los flujos comerciales de la globalización, pero no genera oportunidades de
acumulación y de transformación productiva que sean sostenibles en el largo
plazo. Se trata por ello de una ilusión de integración más que de una
integración efectiva. Son muy pocos los casos en que la economía de la droga ha
facilitado la transformación productiva, la acumulación o el establecimiento de
nuevas empresas. No hay traficante colombiano que hubiera logrado “blanquearse”
totalmente. Lo intentan pero casi siempre fracasan al volcar su dinero ilegal
en industrias legales. Los campesinos bolivianos y peruanos pueden haber tenido
ingresos más altos durante mucho tiempo pero no han podido utilizar ese dinero
para transformar productivamente sus granjas y hacerlas más eficaces, más
productivas, más modernas. La mayor parte de ese dinero se vuelca en consumo,
muchas veces suntuario e improductivo.
Esto no nace de las características
intrínsecas de la producción de drogas sino de las condiciones de ilegalidad e
incertidumbre impuestas por las políticas antidrogas. Nace de las condiciones
políticas en que se desenvuelven estos procesos. La ilegalidad, al aumentar los
costos de transacción, dificulta de tal manera el blanqueo de dinero que lo
hace inviable como mecanismo de acumulación o como mecanismo de transformación.
Esa es otra razón por la cual denomino a esta conexión como “perversa”, porque aunque
establece el vínculo, no puede ser realmente aprovechado por los actores que
forman parte de este proceso. Ellos
asumen enormes riesgos y costos y muchas veces terminan en peores condiciones
que las que tenían antes de haber establecido este vínculo “perverso”.
La primera de ellas es la existencia de
amplios grupos sociales con enormes expectativas y con pocas oportunidades para
satisfacer esas expectativas. Hablamos de grandes masas de campesinos o de
trabajadores informales en las ciudades. Esta es una condición crítica. La
escasez de oportunidades y la existencia de altas expectativas. Y quiero
insistir acá que la explosión de expectativas tiene mucho que ver con la dimensión
cultural de la globalización.
En segundo lugar – aunque ya mencioné el tema
quisiera recordarlo- es esencial la
existencia de fuertes lazos de cohesión social en esos grupos. Sin cohesión, la
brecha de expectativas y oportunidades dispersa esfuerzos y crea malestar. Pero
cuando hay cohesión encontramos a comunidades enteras vinculándose, o
legitimando y respaldando este tipo de vinculación ilegal. Así se modera el
impacto de la represión política, judicial y policial. En la mayor parte de los
casos encontramos que hay una cierta protección y tolerancia social que nace
justamente de la existencia de estos mecanismos de cohesión, de identidad, de
comunidad entre los participantes.
Y finalmente, una tercera condición básica
tiene que ver con la debilidad del sistema político. Allá donde el sistema
político se debilita, ya sea por la guerra, la rebelión, la insurgencia, o ya
sea por crisis políticas, encontraremos con mayor facilidad estos mecanismos de
vinculación perversa. Estoy hablando obviamente de mi país, de Bolivia, donde
el mecanismo institucional es muy débil y la cohesión social es muy fuerte,
pero estoy hablando también de Colombia donde la guerra civil y la insurgencia
guerrillera debilitan al estado en enormes áreas del país. Y algo similar se
encuentra en el Perú, en Afganistán o en Burma.
En síntesis, allá donde veamos debilitamiento
institucional, fuertes comunidades, altas expectativas y pocas oportunidades
encontremos que los mecanismos de vinculación perversa empiezan a funcionar y
forman parte de este proceso de globalización.
El fenómeno de las drogas no es nuevo, pero
no puede ser comprendido sólo en referencia a su tradición porque su presente
nos está diciendo que es parte de la historia que hoy vivimos. Esta historia de
integración y desintegración, de inclusiones y exclusiones que estamos viviendo
En suma, de este proceso de globalización que, con sus luces y sombras, todos
nosotros construimos. Porque no es un fenómeno que funciona automáticamente
sino por decisiones que todos tomamos y realizamos cada día, por lo que se
trata de un proceso del que todos somos también responsables.
[1] Investigador social, consultor y profesor universitario. Reside en Bolivia. Esta es la transcripción de la conferencia realizada en la Casa de América en el marco del Seminario “Drogas: dos miradas” realizado en junio de 2004. Por esa razón carece de citas y referencias bibliográficas o a fuentes estadísticas.