PARA
DEFENDER LA DEMOCRACIA (Volver al inicio)
Roberto Laserna
A pesar de
haber dado nuevas muestras de apertura y flexibilidad de la coalición que
encabezaba al condicionar el proyecto de gas a consultas con la sociedad, al
aceptar la propuesta de una Asamblea Constituyente y la revisión concertada de
la Ley de Hidrocarburos, el Presidente Sanchez de Lozada ha sido obligado a renunciar. El tratamiento de los
temas reivindicados por las facciones rebeldes ya había sido inicialmente
aceptado en el proceso de “Reencuentro” nacional auspiciado por los obispos
católicos.
Ese proceso
fue impulsado por el compromiso de evitar justamente un enfrentamiento como el
que sufre el país, y los obispos hicieron el mayor esfuerzo para integrar en su
documento final tanto las demandas sociales como las propuestas de los
partidos, incluidas obviamente las del MAS, y tomando en cuenta la
reivindicación clave de su base campesina: la coca.
En ese
proceso de concertación ya se pudo anticipar que era muy difícil descartar el desenlace
violento que hoy vive el país.
El MIP de
Felipe Quispe hizo explícito su rechazo al diálogo
cuando se negó a concurrir a las varias convocatorias de los Obispos de la
Iglesia Católica. Era una señal clara de su posición.
El MAS jugó al diálogo, pero se negó a firmar el documento
final a pesar de que sus principales demandas estaban incorporadas. Cierto que
no de la manera absoluta que ellos deseaban, pues eso significaba imponer su
perspectiva, pero definiendo claramente espacios y principios de negociación.
La actitud
de los dirigentes del MAS y su rechazo final a la firma del documento del
“Reencuentro” planteado por los Obispos fue una muestra elocuente de que no tenían
ni paciencia ni confianza para esperar las elecciones del 2007 y que, sobre
todo, no estaban dispuestos a perder la oportunidad de llevar a cabo una
movilización manipulada, a la que finalmente recurrieron.
Esta
oportunidad la ofrecía el proyecto de exportación de gas, porque era posible utilizarlo
para articular los miedos y traumas con que la demagogia ha ido construyendo
esa conciencia nacional que nos hace ver como “mendigos en silla de oro”, y víctimas
inevitables de Chile y de las transnacionales. La demagogia podía convertir el
proyecto de exportación de gas en el nudo que vincule en un solo sentimiento el
rechazo a Chile y el miedo a ser explotados una vez más, personalizando ese
sentimiento en quien encabeza el gobierno. Y eso es precisamente lo que han
venido haciendo. Al manipular esos sentimientos se ha creado un estado de
apasionamiento social en el que todo es creíble y nada es confiable, en el que
el engaño es fácil y la razón se esconde.
En ese
contexto, el nuevo rechazo de los dirigentes rebeldes a la propuesta
gubernamental era previsible. Y se equivocan quienes afirmaron que la propuesta
llegó tarde, porque ella ya estaba anticipada en el “Reencuentro” y ya entonces
fue rechazada.
Las
posibilidades de una salida concertada en este momento se redujeron por la varias veces demostrada voluntad de confrontación de las
fracciones rebeldes, que se negaron sistemáticamente al diálogo.
Pero el
diálogo tenía tiene, además, otras dificultades.
En el nivel
mas cercano e inmediato, el movimiento rebelde era la
suma de muchas reivindicaciones, a veces contrapuestas entre sí, y nunca tuvo un
liderazgo capaz de controlarlo. Los líderes son muchos, aunque la prensa se
concentrara en uno o dos de ellos, y una parte de los movilizados no reconoce
liderazgo alguno. Es la que bloquea una esquina, asalta un cajero automático y vandaliza la ciudad al amparo de la protesta. Las profundas
discrepancias que hay entre esos líderes también les impiden negociar, porque
al hacerlo pondrían en evidencia sus diferencias y su impotencia para controlar
las movilizaciones.
En un nivel
más profundo la concertación es todavía más difícil porque en el extremo
de la movilización se enarbola un proyecto de país y de nación que es
incompatible con el respeto a los derechos humanos, con la libertad individual,
la apertura comercial, con la democracia representativa y la modernización
cultural. Por ello, ese proyecto implicaría una ruptura geográfica e histórica
con respecto a nuestros vecinos y tal vez con respecto a lo que ha sido hasta
hoy Bolivia, y con respecto a la penosa construcción de una república mestiza
pluralista, abierta y tolerante. (Un antecedente inmediato fueron los conflictos del 2000).
Si la
concertación era difícil ¿quiere eso decir que la violencia es inevitable? No.
La violencia puede y debe detenerse, y corresponde que lo hagan quienes la
iniciaron, quienes incitaron a movilizaciones, bloqueos y saqueos.
No podemos
confundirnos en este momento. El gobierno democrático no ha buscado ni perseguido
a los opositores, como lo hacían las superadas dictaduras. El gobierno ha respondido
a quienes bloquean, incendian y saquean y lo hizo, como todos sabemos, con las
fuerzas a su alcance, que son inexpertas, poco profesionales y mal equipadas.
La
violencia puede cesar de inmediato y los derechos de los bolivianos se
restablecerían al instante si quienes dirigen las protestas renunciaran a la
violencia. Porque hay que destacar que esa
violencia no está dirigida contra el gobierno, sino contra la sociedad misma.
En los hechos, opera como una especie de secuestro colectivo en el que se ha
pedido, como rescate, la renuncia del Presidente, el entierro del gas, la
quiebra del orden constitucional. Lamentablemente, muchos ya padecen el
“síndrome de Estocolmo”, expresando su solidaridad con los secuestradores,
buscando su amistad, identificándose con ellos.
La renuncia
del Presidente de la República, precipitada por la presión política, crea un
precedente de enorme costo político y social hacia el futuro. Toda elección será
objetable y toda presidencia incierta, empezando por la de quien eventualmente
le sucede. Todo el sistema de la democracia representativa ha vuelto a la
fragilidad de los tiempos que abrieron espacio para las dictaduras.
Es claro
que las opciones son pocas y limitadas, pero el futuro no. Es pensando en ese
futuro que debemos seguir apostando por la democracia, es decir, por la
tolerancia y la paz social en los marcos de la legalidad. El respeto a los
poderes constitucionales es la única defensa efectiva de la democracia.
Roberto Laserna es investigador social
(http://www.oocities.org/laserna_r)