UNIVERSIDAD: ¿25 AÑOS DE CRISIS?

Por Roberto Laserna

 

Una constante de los 25 años de vida docente que llevo en la universidad ha sido el diagnóstico de crisis y la oferta del cambio. Ningún frente, en ningún acto electoral, sea a nivel de centro de estudiantes o de rector, de federación docente o de congreso universitario, ninguno se libró de hacer promesas de cambio y de denunciar la crisis. El que hoy vivimos no es una excepción. ¿Por qué?

A veces parece que nos hubiéramos quedado atrapados en las luchas, en los slogans y en los discursos que nos animaron hace 25 años o, peor aún, que los poderes gremiales que levantamos en aquella época nos hubieran terminado controlando. Seguimos hablando de una universidad autónoma, popular y democrática cuando desde afuera son cada vez más las voces que nos acusan de habernos enclaustrado como institución, de que salimos a las calles sobre todo para reclamar un presupuesto que tal vez deje sin escuelas a los niños rurales o sin médicos las fronteras, de que ya no aportamos con ideas, conocimiento, capacidades científicas al país. Incluso observan que al buscar respaldo a la demanda presupuestaria negociamos nuestro apoyo a otros sectores, muchas veces sin reflexionar sobre la justicia de sus causas.

¿Tienen razón esas críticas? ¿Podemos rebatirlas?

Es verdad que ésta es una de las mejores universidades del sistema público. ¿Nos libra eso de la crítica feroz que acusa a todo el sistema de estar reproduciendo privilegios mediante una subvención pública que es inequitativa porque se basa en nuestro poder de presión callejera, inmensamente superior al de los grupos más pobres y vulnerables?

La autonomía y el cogobierno fueron inicialmente concebidas como medios para establecer y defender la libertad académica y luchar contra la oligarquía. Poco a poco las hemos convertido en fines intocables, en ídolos sacros. Tal vez sea ésa la causa de nuestra asfixia.

La autonomía se conquistó para defendernos del gobierno, pero ahora parece que nos aísla de la sociedad. La autonomía es esencial para garantizar la libertad intelectual, pero en nuestro caso se la emplea sobre todo para amparar y cobijar el control gremial al que nos ha llevado un sistema de cogobierno que es excluyente, autoritario y demagógico.

Un par de ejemplos ilustrará lo afirmado. El último congreso de universidades ha determinado que no podemos elegir a quienes desempeñaron funciones de responsabilidad durante períodos de intervención. ¿De nada importa si fueron buenos o malos, sumisos o críticos, soplones o rebeldes? Se ha aprobado una nueva norma que restringe nuestra capacidad para discernir a quién queremos elegir. Como se la restringe cuando las convocatorias imponen como requisito para ser candidato a algo el ser boliviano de nacimiento y profesor titular de ésta universidad o facultad con tantos años de antigüedad. Peor aún, cuando en los concursos de mérito académico vale más haber sido dirigente que haber escrito un libro, registrado una patente, o ser miembro de una sociedad científica. ¿Acaso sólo vale quien está en el círculo de los elegidos, quien es parte de nuestra corporación, de nuestro gremio? ¿No somos suficientemente responsables como para ejercer nuestra libertad?

El cogobierno ha derivado en el gremialismo y éste nos está coartando libertades y no está cerrando como institución. También ha derivado en la demagogia, porque nuestras autoridades no pueden ser elegidas, y por tanto no pueden ejercer sus cargos, sin satisfacer las demandas de quienes los eligieron. Y entre esas demandas están las fiestas en el campus, los televisores en los centros, el ingreso libre y el derecho al aplazo reiterado, el título rápido y el vencimiento con la mitad del conocimiento, la segunda y la tercera instancias, la semana facultativa, el campeonato de cacho y una elección por semana.

Josep Barnadas decía que la universidad ya no estará ocupada por las dictaduras militares, pero lo está, muy democráticamente, por sus gremios. ¿Lo hemos escuchado? ¿Lo hemos debatido? Si queremos servir de verdad los intereses de la gente y justificar la subvención pública que reclamamos y recibimos tal vez debamos pensar nuevamente en cómo reconquistar la libertad científica, es decir, en cómo evitar que la autonomía nos aísle y el cogobierno nos encarcele.

El problema no es de personas. Quienes han sido y son autoridades lo saben: sus mejores intenciones, su coraje político y su honestidad intelectual naufragan en este sistema. Lo que logran es mucho menos de lo que quisieran. No lo dirán en público pero lo confesarán en privado, una prueba más de que este poder a ellos también les quitó la libertad. Como se la quita a los candidatos, que tampoco se atreverán a decir lo que en verdad piensan sobre estos temas.

Sé que al decir todo esto puedo ser censurado. Sé muy bien que nuestro Estatuto prohibe los sacrilegios y las herejías contra la diosa autonomía y san cogobierno. He ahí otra prueba de cómo perdimos adentro la libertad que ayudamos a ganar afuera.

Escribo desde adentro, con toda la complicidad y la culpa que este hecho conlleva. Al empezar mi carrera ayudé a producir este monstruo insaciable. Pero es más digno cumplir 25 años en la docencia evitando el intercambio de alabanzas y, en su lugar, compartiendo preocupaciones que tal vez todavía sirvan a esta universidad que amamos con dolor.

 

Publicado en Los Tiempos, el domingo 8 de junio de 2003