La clonación de Dante, el de Focssap

Roberto Laserna

 

Los lectores deben recordar a Dante Escóbar Plata. Fue uno de los principales implicados en las millonarias estafas de FOCSSAP, que hicieron desaparecer los ahorros de largo plazo que los empleados públicos fueron realizando durante largos años. FOCSSAP era la sigla del Fondo Complementario de Seguridad Social de la Administración Pública, una especie de fondo de pensiones administrado por una combinación de directores designados por el gobierno y por los sindicatos de trabajadores.

Los fondos complementarios eran una especie de parches creados para resolver problemas que el antiguo sistema de jubilaciones no había podido superar. Al final, los hechos demostraron que ninguno funcionaba. El sistema público de jubilaciones tuvo una cobertura muy limitada y no garantizó jubilaciones dignas ni siquiera a quienes aportaron regularmente una parte de sus sueldos durante toda su vida laboral, que a veces se extendió por 40 años. Simplemente no funcionaba y absorbía cada vez más recursos públicos.

Y los fondos complementarios, administrados inadecuadamente y vulnerables al uso abusivo de recursos, tampoco lograron desempeñar el papel “complementario” que se esperaba de ellos. Casi todos terminaron quebrados.

Un mudo pero triste testimonio de lo que sucedió con estos fondos se encuentra, en Cochabamba, en la esquina de las calles 25 de Mayo y Colombia. Hubo un tiempo en que allá funcionaron un cine y un hotel. Hoy siguen los edificios pero no hay en ellos más que ratas y cucarachas. Fueron adquiridos, como inversión, por un fondo complementario, quién sabe si en una transacción con sobreprecios y comisiones, y terminó en lo que se ve ahora. Los verdaderos dueños de ese dinero “disfrutaron un tiempo” de la sala del cine, haciendo ahí asambleas, congresos y reuniones sindicales, pero terminaron perdiendo millonarias sumas de los ahorros que debían garantizar su jubilación.

El otro testimonio de esa época, menos mudo pero igualmente penoso, fue precisamente el caso de Dante Escóbar. De dirigente sindical de los empleados públicos pasó al directorio del FOCSSAP y una vez allí subió hasta ejercer el máximo cargo ejecutivo. Utilizó entonces el dinero que depositaban para su jubilación los afiliados en inversiones millonarias: terrenos, quintas y haciendas. Se suponía que eran inversiones seguras, que no rendían nada pero que podrían valorizarse en el largo plazo. Probablemente fuera así si se pagaba por ellas un precio adecuado. Pero ocurrió que se pagaron sumas que sobrepasaban varias veces el precio de mercado, de manera tal que resultaba imposible recuperar el dinero que supuestamente se invirtió para proteger a los aportantes.

Escóbar terminó en la cárcel pero el dinero no fue recuperado y el Estado tuvo que asumir parte de las obligaciones contraídas con los aportantes y jubilados.

Los casos mencionados son dos botones de muestra del descalabro que significó el sistema antiguo de pensiones y jubilaciones. Funcionó durante casi medio siglo, pero nunca se supo a cuánto ascendieron los ahorros de los aportantes ni se pudo evitar que sus inversiones terminaran como en Cochabamba o al cuidado de personas como Dante Escóbar.

El cambio era inevitable y se produjo en los 90, luego de largos estudios y de una licitación pública e internacional que fue apreciada por su transparencia.

Hoy, en cualquier día y desde cualquier terminal de internet, el aportante, el jubilado o el ciudadano inquieto pueden saber cuántos aportantes hay en el sistema, a cuánto ascienden los aportes, dónde están invertidos, cuánto cuesta administrarlos y cuál es el rendimiento que obtienen. Y un aportante individual puede saber cuánto dinero ya existe en su cuenta personal, y de ahí calcular su jubilación. Incluso puede optar por ahorrar sumas mayores si es que quiere mejorar la situación de su vejez. Los datos los ofrecen las administradoras de fondos de pensiones pero pueden comprobarse en la Superintendencia de Pensiones.

El nuevo sistema es mucho más transparente que el anterior y limita la posibilidad de que se produzcan casos como los recordados en esta nota, y es también mucho más justo e incluyente. Prueba de ello es que hoy la cobertura del sistema de pensiones es mucho más amplia de lo que nunca fue, y pueden ahorrar para su jubilación tanto los asalariados, que eran los privilegiados del sistema antiguo, como también los trabajadores independientes. No son muchos los que lo hacen, pero su número iba en aumento hasta que los rumores de confiscación e intervención han generado la desconfianza actual.

El anterior sistema es añorado por las dirigencias sindicales porque era una fuente inagotable de recursos para sus campañas prebendales o para la corrupción de algunos de ellos. Y es añorado porque, a partir de las alianzas políticas con los gobiernos de turno, lograban transferir hacia el pueblo en su conjunto, a través del gasto fiscal, los costos del despilfarro, la mala administración o la corrupción. En ese sistema los ciudadanos más pobres, aquellos que ni siquiera podían ahorrar para su jubilación, terminaban financiando con sus impuestos los abusos de individuos como Dante Escóbar. El viejo sistema es añorado porque permitía a sus ejecutivos y directivos disfrutar de privilegios mientras levantaban banderas de solidaridad y justicia social, envolviendo en mentiras sus abusos.

El retorno al viejo sistema que se plantea desde las dirigencias sindicales representa, nada más y nada menos, que el riesgo de clonar a Dante Escóbar, y reproducirlo en los bolsillos de los trabajadores que, asalariados o independientes, tienen derecho a aspirar a una jubilación justa y a que se respete el sacrificio que han hecho al ahorrar para lograrlo.

 

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Publicado el 22 de julio en La Razón y Los Tiempos.