EL CAMPO Y LA DESIGUALDAD EN BOLIVIA

Roberto Laserna

 

El área rural de Bolivia no solamente alberga a la mayor proporción de pobres del país, sino que también es la zona de mayor desigualdad económica.

Estas son las conclusiones principales de un estudio de Wilson Jiménez y Susana Lizárraga sobre “Ingresos y desigualdad en el área rural de Bolivia” que UDAPE acaba de poner en circulación. Ese trabajo se basa en las encuestas de hogares que levanta el Instituto Nacional de Estadística.

Pobreza y desigualdad son dos fenómenos diferentes que no deben ser confundidos.

La pobreza se mide, convencionalmente, comparando los niveles de ingreso de las familias con un umbral determinado por la capacidad de compra, o calculando el acceso de las familias a servicios que son considerados básicos para llevar un nivel de vida decoroso. En cualquiera de ambas metodologías, el área rural se caracteriza por la pobreza. Las estimaciones varían pero muestran sin lugar a dudas que hay más pobreza en el campo que en las ciudades.

Los estudios que describen esta problemática, sin embargo, no exploran las causas de esta situación por lo que dan lugar a que se generalice la creencia de que la pobreza rural es causada por las ciudades o, en algunos casos, por el abandono estatal. Solo algunos autores destacan la baja productividad rural, especialmente en la agricultura campesina y comunitaria, pero no la relacionan claramente con las formas de organización del trabajo y de utilización de los recursos en esas unidades económicas familiares.

La desigualdad se refiere a cómo se distribuyen los recursos y qué resultados se obtiene con ellos en términos de ingresos. Jiménez y Lizárraga no estudian la desigualdad en el país en su conjunto, sino dentro del área rural. Por tanto, no analizan la desigualdad entre el campo y la ciudad, sino dentro del campo. Tampoco estudian la distribución de recursos sino de resultados, a partir de los ingresos (y consumos).

Para medir la desigualdad utilizan el coeficiente de Gini, que indica que la concentración del ingreso es mayor cuanto más se acerca a 1, y es más igualitaria cuanto más se acerca a 0. El cálculo obtenido es que el coeficiente de Gini en el área rural alcanza a 0.65, cuando el correspondiente a Bolivia en conjunto ha sido estimado en alrededor de 0.45.

Este dato es sorprendente porque hasta hoy existía la  imagen de que dentro del área rural de Bolivia había mucha pobreza pero también más igualdad. Por lo visto eso no es cierto.

¿Será que esto se debe a que el área rural se ha diferenciado mucho y que no es posible unir o mezclar realidades tan diferentes como el campo occidental y el campo oriental? El mismo estudio desagrega la información y encuentra que hay diferencias y que la mayor desigualdad corresponde al altiplano (Gini de 0.674), y la menor a los llanos (Gini de 0.558). 

¿Será entonces que eso es porque se están mezclando empresarios con campesinos y que de todos modos es a estos últimos que corresponde la imagen de pobreza pero igualdad, mientras que la agricultura empresarial sería menos pobre pero más desigual?

La respuesta es que esto tampoco es cierto. Para verificarlo me remito a los datos de la misma encuesta de hogares. Tomando la información del año 2000 encontré que en la Bolivia campesina (trabajadores por cuenta propia y familiares en la agricultura rural) el ingreso promedio del hogar es muy bajo (de menos de 80 dólares al mes), pero también que su distribución es extremadamente desigual: el coeficiente de Gini alcanza a poco más de 0.63 en el área rural propiamente campesina. En contraste, los ingresos en el resto de la economía son más elevados y se distribuyen con mayor igualdad. De hecho, si comparáramos solamente la Bolivia moderna, encontraríamos que su coeficiente de Gini es más igualitario que el que corresponde al promedio de América Latina y muy cercano al de Costa Rica, que es considerado el país más equitativo del área.

Este tipo de datos debieran ayudarnos en el debate sobre “el modelo” que se ha iniciado con tanta fuerza en el país. Nos podría servir para anticipar el impacto que puede tener sobre la pobreza y la desigualdad una nueva distribución de tierras como la que impulsan algunos sectores. A la luz de la experiencia histórica, es posible que esas presiones conduzcan a una nueva frustración, y que en vez de resolver los problemas sociales y económicos, se los agrave aún más, afectando sobre todo a quienes supuestamente se beneficiarían de esa política. Pero también nos podría servir para evaluar de otra manera el proceso de modernización de nuestra economía.

 

Publicado en Los Tiempos, 12 de diciembre de 2003