Maldito Bonosol

 

Roberto Laserna

 

El Bonosol puede resultar siendo una de las inversiones sociales de mayor impacto para el crecimiento económico y la reducción de la pobreza en Bolivia. El mundo está aprendiendo de esta experiencia que los bolivianos, sin embargo, seguimos menospreciando. 

Debo confesar que compartí con la mayor parte de los economistas la desconfianza en el Bonosol. Me habían enseñado que, para el desarrollo, lo importante es invertir, y eso de distribuir dinero a los adultos mayores parecía un acto de beneficiencia, tal vez justificable por sí mismo, pero poco aconsejable para el desarrollo. Se decía que favorecía el consumo, incluso suntuario o importado, pero no la producción ni el empleo.

La realidad ha cambiado mi punto de vista. Los datos muestran que los 94 millones de dólares que se dedican anualmente al pago del Bonosol pueden estar entre los mejor invertidos del país. De maldito no tiene nada.

La Superintendencia de Pensiones ha difundido en su página web una síntesis de la encuesta aplicada a los bonosolistas sobre el uso que le dan al dinero recibido. La información se parece mucho a la difundida por HelpAge International sobre otros países con programas semejantes de pensiones a los adultos mayores, como Sudáfrica, Brasil y Zambia. Cerca del 40% se destina a mejorar la alimentación de los miembros del hogar, y el resto se dedica a una gran variedad de opciones que incluyen la compra de semillas mejoradas y animales de granja en el área rural, o libros y material escolar para los niños en el área urbana. En Bolivia resalta el hecho de que un 20% del Bonosol cubre necesidades de salud. Aún más notable es que, a diferencia de los otros, el Bonosol tiene cobertura universal, lo que sitúa a Bolivia como el único país de América Latina que ofrece esta mínima protección a sus mayores.

Este aspecto es muy relevante en la lucha contra la pobreza, pues más de la mitad de los mayores de 65 años pertenece a los hogares de menores ingresos. De hecho, uno de cada cinco bonosolistas pertenece al 10% de hogares más pobres.

El impacto del Bonosol, sin embargo, va mucho más allá del bienestar o del consumo inmediato. Los testimonios recogidos muestran que, en la mayor parte de los casos, el nivel de consumo de todo el hogar mejora, y en particular el de los niños, sobre todo en el área rural.

Un reciente estudio de Sebastián Martinez, de la Universidad de California en Berkeley, ha llegado a conclusiones notables sobre el tema. Este joven economista utiliza las encuestas de hogares obtenidas por el INE entre 1999 y 2002 y, aplicando modernas técnicas econométricas, estima que en el área rural el mejoramiento del consumo en los hogares que tienen bonosolistas duplica el valor del Bonosol recibido. Esto, debido a que la familia destina una parte del Bonosol a mejorar su capacidad productiva comprando semillas, animales, herramientas, o ampliando cultivos y realizando mejoras, de modo que produce más y, por tanto, consume más. Esto demuestra que el Bonosol tiene también un impacto productivo directo que mejora las capacidades de los más pobres.

Adicionalmente, es lógico deducir que las compras que se hacen con el Bonosol, ya sea de alimentos, medicinas, animales, herramientas, o ya sea de joyas o vestimenta, tienen un importante efecto dinamizador en el mercado, pues los que venden esos productos aumentan sus ingresos y, a su vez, incrementan sus compras.

Considerando este efecto multiplicador, y utilizando la información sobre la distribución de los ingresos que proporciona la encuesta de hogares del INE, puede estimarse que el Bonosol de 94 millones, como el pagado el 2005, pudo generar un aumento en el ingreso real de todos los hogares superior en promedio al 1,3 por ciento. De acuerdo a mis estimaciones, resulta que ese aumento ha sido proporcionalmente mucho mayor en los grupos de menores ingresos, pues representa un aumento del 14% para el quintil inferior.  Es indudable que el Bonosol contribuye de manera relevante a la equidad social.

Estas rápidas estimaciones respaldan las conclusiones del estudio de Martínez, que sugiere a las instituciones de desarrollo, y por supuesto a los gobiernos, considerar que las transferencias directas de dinero a la gente tienen varios efectos positivos en los hogares y que generan impactos más que proporcionales en ingresos y consumo.

Lo que todo esto nos demuestra es que, cuando el dinero llega directamente a las personas, es utilizado con racionalidad y cuidado, y no solamente genera beneficios directos para sus receptores, sino que también contribuye al crecimiento de la economía. Y todo esto a un mínimo costo administrativo, y prácticamente sin corrupción, abuso ni prebendalismo.

En el resto del mundo hay muchos que aprenden de Bolivia. ¿Será posible que los bolivianos, en vez de maldecirlas, aprendamos de nuestras propias experiencias?