Autonomías con federalismo

Por:ROBERTO LASERNA

Federalismo y autonomías tienen un común denominador: descentralización. Y ésta tiene a la democracia como su principal referente. ¿Podremos ir más allá de las desconfianzas para debatir a fondo nuestro futuro?

Aunque tiene antecedentes en lo más profundo de nuestra historia, es necesario recordar que la demanda de descentralización acompaña a la democracia contemporánea desde su misma reconquista. En 1981 fue colocada en la agenda política haciendo referencia a la Constitución Política del Estado en un proceso que terminó acorralando a García Meza, Torrelio y Vildoso para abrir el cauce de la democracia en octubre de 1982. En esa gran movilización sumaron fuerzas cambas, collas y chapacos, comités cívicos y organismos sindicales y empresariales en un objetivo común de construcción institucional.

La descentralización fue, en los hechos, la primera propuesta concreta de reforma del Estado que se planteó para fortalecer la democracia. Durante más de 10 años los comités cívicos desplegaron esfuerzos para concertar una posición que armonizara los intereses regionales y convenciera al resto de los actores de la viabilidad de la propuesta. Y casi lo logran con un proyecto de ley que aprobó el Senado y se perdió en el olvido. Es que en 1994 el gobierno de Sánchez de Lozada dio un giro al debate promoviendo una descentralización desde los municipios que, en su radicalidad y eficacia, sobrepasó la demanda regional concentrada hasta entonces en el nivel departamental.

Casi al mismo tiempo, con la reforma constitucional y una nueva ley de descentralización se trató de zanjar las discrepancias acerca de la elección de Prefectos y el rol de las Prefecturas.

Han pasado otros diez años desde entonces y la demanda descentralista está de vuelta, esta vez con la energía cruceña que levanta la bandera de las autonomías y en un contexto de crisis muy diferente al que se vivía hace dos décadas.

Lo primero que hay que reconocer es que la descentralización sigue siendo una demanda insatisfecha en el país. A pesar de los evidentes logros de la municipalización, las Prefecturas no desempeñan el rol de bisagras institucionales que asigna la ley y su funcionamiento no permite la adaptación de políticas que estimulen el desarrollo de acuerdo a las diferenciadas necesidades y potencialidades de las regiones.

Lo segundo es que la demanda se ha teñido de urgencia por la incertidumbre que caracteriza la actual coyuntura nacional. Como se ha destacado tantas veces, la "agenda de Octubre" no es más que un conjunto de procedimientos (referéndum y constituyente) que abren nuevas controversias y conflictos, como ya se puede comprobar en el tema de los hidrocarburos.

En ese marco, es también evidente que la demanda descentralista está hoy impregnada de un carácter defensivo. Una motivación inmediata incluye en este movimiento a muchos que se sienten avasallados por las presiones populistas que han venido marcando límites a la gestión gubernamental desde abril del 2000.

Si el primer elemento, de demanda insatisfecha, inscribe y justifica la reivindicación autonomista en un proyecto constructivo de democracia, no debe ignorarse que los dos últimos, de urgencia y defensa, aumentan los riesgos de que el proceso sea excluyente y destructivo.

En este sentido, el ejemplo de España, que inspira a los autonomistas, es pertinente siempre que se lo considere en su integridad. Porque su éxito no proviene solamente de la autonomía sino también de la integración europea.

Hacia adentro, España puso en marcha el proceso autonómico de una manera flexible, diferenciada y gradual. Unas regiones la alcanzaron antes que otras y algunas asumieron mayores responsabilidades que las demás. Pero nada de eso hubiera funcionado en un entorno de debilidad institucional. El respeto a las normas y el compromiso con las leyes y las organizaciones formales impidió excesos y garantizó equilibrios, permitiendo que las autonomías fueran creándose de acuerdo a normas claras y precisas y en base a consultas sociales previamente debatidas.

Por lo tanto, un desafío crucial que tenemos en Bolivia es el del fortalecimiento de nuestras instituciones. Su debilidad es, hoy, la mayor amenaza a la unidad nacional porque implica conductas separatistas, no tanto de las regiones, como algunos temen y denuncian con exageración injustificada, sino más bien de los individuos y los gremios, que en los hechos se separan del Estado al enfrentarlo para defender intereses particulares.

Como están las cosas, la Constituyente es una fuente de incertidumbre en la que se justifican muchas actitudes de debilitamiento del Estado de Derecho.

Además de la institucionalidad, el proceso tuvo sentido en España porque, hacia fuera, el país entero se comprometió en la integración europea, cambiando incluso arraigadas costumbres. Al avanzar hacia su incorporación plena en la Comunidad Europea, los españoles fueron cediendo espacios de soberanía nacional. Eso indujo a que la formación de autonomías, en vez de representar capturas regionales de poder, que son siempre posibles, representara la adquisición paulatina de responsabilidades, soportadas por un nuevo entramado de solidaridades que provienen de esa nueva entidad que es la Unión Europea.

Por lo tanto, si queremos aprender la lección española no debemos quedarnos en las autonomías sino proyectar nuestros esfuerzos también hacia la institucionalidad y la integración.

Para esta última tarea contamos con un instrumento político eficaz y poderoso: el federalismo.

Todas las experiencias de federalismo muestran que tiene éxito cuando es un proceso de agregación de entidades o estados ya existentes, que al incorporarse en la federación ceden y suman poderes para crear una organización más fuerte y eficaz. Fue el caso de los Estados Unidos y es ahora el de Europa. Y se trata de procesos de agregación que pueden empezar con pocos pero que está abierto para incorporar a los demás.

Lo que esto implica es que hay plena compatibilidad entre autonomías y federalismo. El desafío que tenemos es el de avanzar en ambos sentidos, promoviendo la descentralización que dará mayor versatilidad a nuestro sistema institucional y político, y promoviendo nuestra integración con Argentina, Paraguay, Chile, Perú y Brasil en un ente federal que nos de la fuerza que necesitamos para superar la pobreza y el subdesarrollo.

Consuela, pero sirve de poco, hablar o marchar por la integración y la democracia, la unidad nacional y la solidaridad. El desafío trascendental es recuperar institucionalidad en la práctica diaria, y promover descentralización hacia adentro, y federalismo hacia fuera en el diseño de las normas y el proyecto de futuro.

 

(Publicado en Los Tiempos y La Prensa, 6 de febrero de 2005)