LA RAZON (05/02/2003)
Oportunidades y desafíos de la
integración: a propósito del ALCA
Roberto
Laserna*
La integración es fundamental para
el desarrollo humano y la noción de soberanía nacional, convertida en mito y
centrada en el Estado más que en la persona, se está convirtiendo en un
estorbo.
Ocho países post comunistas luchan para
incorporarse a la Comunidad Europea: Estonia, Latvia, Lituania, Polonia, la
República Checa, Eslovaquia, Hungría y Eslovenia. Ellos se encontraron con
problemas de obsolescencia tecnológica y pobreza y optaron por acercarse a
Europa. Han cambiado ya sus políticas comerciales e industriales para
satisfacer los requisitos que la Unión Europea exige. Entre el 60 y el 80 por
ciento de la población apoya el proceso. Saben que las ideas de Estado y de
Nación no pueden estar por encima de las necesidades concretas de la gente y
saben que la fuerza de una cultura no depende del tráfico comercial o de los
símbolos de un pasaporte. Es interesante contrastar esa racionalidad con la que
ha empezado a envolver el ALCA, un proyecto de integración de alcances más
limitados, pues es un acuerdo de libre comercio y está en plena negociación. Tendrá
repercusiones y exigirá esfuerzos de adaptación, pero no como los que se
enfrentan esos países, sin que en ellos resuene el temor a ser “devorados” por
Europa a pesar de que algunos son incluso más pequeños en población que
Bolivia.
Es verdad que la comparación
es algo forzada pero ayuda a marcar contrastes en dos procesos de integración
que al cabo implican cambiar soberanía por desarrollo.
Una mirada más pragmática y
más cercana la obtenemos del impacto económico de la integración en México, que
firmó el Tratado de Libre Comercio con EEUU y Canadá en 1994 (TLCAN o NAFTA en
inglés) pese a la oposición de grupos nacionalistas en los tres países.
Los primeros cuatro años las
exportaciones mexicanas triplicaron (de 31 a 95 mil millones de dólares), y
México desplazó al Japón como segundo socio comercial de EEUU. Hoy, México
exporta más de 170 mil millones de dólares e importa otro tanto para consumo de
su población. Las exportaciones se diversificaron: el petróleo dejó de ser el
rubro más importante, bajando del 31 al 9 por ciento, y aparecieron productos
como los motores de vehículos (11 por ciento), televisores (4 por ciento) y
partes electrónicas. La producción mexicana domina mercados tan disímiles en
EEUU como el de televisores (60 por ciento) y verduras (45 por ciento).
La explicación de este
explosivo crecimiento de las exportaciones se encuentra en la inversión extranjera
directa. Entre 1994 y 2000, atraídos por la posibilidad de acceder al mercado
ampliado y de aprovechar las facilidades de transporte y los recursos
materiales mexicanos, llegaron 3 mil millones de dólares, renovando viejas
plantas y creando nuevas, empleos incluidos. No en vano las
remuneraciones se multiplicaron por 7 entre 1990 y 2001, aunque en la
agricultura y en la industria “solamente” se multiplicaron por 5 y 6
veces en el periodo.
Una parte importante de este
proceso ha sido la maquila, que ensambla productos de exportación con
tecnología y materiales libremente importados. Este sistema se inició como
política unilateral antes del Tratado pero permitió que éste tuviera un impacto
inmediato. Las condiciones de trabajo en la maquila son difíciles. Repite
operaciones simples y tediosas, y aunque paga salarios más altos que en la
agricultura o el sector informal, son más bajos que en el resto de la
industria. La maquila es para muchos una puerta de ingreso al trabajo
asalariado pues la experiencia adquirida permite acceder a mejores empleos. Para
otros, especialmente mujeres, es un trabajo suplementario y temporal. En todo
caso, la maquiladora no es la muestra más clara de los impactos de la
integración en la economía mexicana. Estos son más amplios y complejos e
incluyen también la expansión de las empresas mexicanas hacia mercados
externos.
Es claro que todo proceso de
cambio tiene costos y beneficios. La apertura comercial que ha dinamizado tan
vigorosamente la economía mexicana ha generado también profundas
transformaciones internas, que quizás pudieron prevenirse reduciendo los costos
sociales. Por la competencia y sin capacidad para adaptarse bajando precios o
mejorando la calidad de sus productos, muchas empresas quebraron mientras otras
surgían. Las regiones menos integradas no han podido atraer inversiones,
agudizando las desigualdades regionales. Las migraciones aumentaron y el mapa
de bienestar de México explica que la gente se va hacia el norte y la capital
para encontrar mejores niveles de vida. La renovación tecnológica ha desplazado
industrias tradicionales, y en algunas zonas aceleró la expansión de la
microempresa y del empleo precario, una alta proporción de trabajadores carece
de seguridad social. Pero éstos no son necesariamente problemas derivados de la
apertura comercial y tampoco son inevitables.
Lo que debemos aprender de
este proceso es que el Estado y la sociedad deben prepararse para apoyar los
esfuerzos de adecuación de las empresas, proteger a los sectores sociales más
vulnerables y desarrollar un sistema de seguridad social que no dependa de la
vinculación laboral de las personas. Y es clave que en los tratados de
libre comercio se renueven los compromisos en torno a los derechos humanos. En
especial los establecidos en los Pactos de Derechos Civiles y Políticos, y de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales a los que, a pesar de su discurso,
Estados Unidos no se ha adherido plenamente. En el fondo, el mayor desafío
político que plantean los procesos de integración es el de compensar el
debilitamiento del Estado con un paraguas normativo (y coercitivo) mayor. Es
decir, con reglas e instituciones que contribuyan a que la integración mejore
las condiciones de vida de la gente y no solamente sus oportunidades
económicas.
* Roberto Laserna
es economista y especialista en Planificación.