Educación de príncipe
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Los cronopios no
tienen casi nunca hijos, pero si los tienen pierden la
cabeza y ocurren cosas extraordinarias. Por ejemplo un
cronopio tiene un hijo, y en seguida lo invade la
maravilla y está seguro de que su hijo es el pararrayos
de la hermosura y que por sus venas corre la química
completa con aquí y allá islas llenas de bellas artes y
poesía y urbanismo. Entonces este cronopio no puede ver
a su hijo sin inclinarse profundamente ante él y decirle
palabras de respetuoso homenaje.
El hijo, como es natural, lo odia
minuciosamente. Cuando entra en la edad escolar, su padre
lo inscribe en primero inferior y el niño está contento
entre otros pequeños cronopios, famas y esperanzas. Pero
se va desmejorando a medida que se acerca el mediodía,
porque sabe que a la salida lo estará esperando su
padre, quien al verlo levantará las manos y dirá
diversas cosas, a saber:
-Buenas salenas cronopio cronopio, el más
bueno y más crecido y más arrebolado y más prolijo y más
respetuoso y más aplicado de los hijos!
Con lo cual los famas y las esperanzas
júnior se retuercen de la risa en el cordón de la
vereda, y el pequeño cronopio odia empecinadamente a su
padre y acabará siempre por hacerle una mala jugada
entre la primera comunión y el servicio militar. Pero
los cronopios no sufren demasiado con eso, porque también
ellos odiaban a sus padres, y hasta parecería que ese
odio es otro nombre de la libertad o del vasto mundo.
Cortázar, Julio; Historias
de cronopios y de famas, Buenos Aires, Sudamericana, 1994
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