Comercio
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Los
famas habían puesto una fábrica de mangueras, y emplearon a numerosos
cronopios para el enrollado y depósito. Apenas los cronopios estuvieron
en el lugar del hecho, una grandísima alegría. Había mangueras verdes,
rojas, azules, amarillas y violetas. Eran transparentes y al ensayarlas
se veía correr el agua con todas sus burbujas y a veces un sorprendido
insecto. Los cronopios empezaron a lanzar grandes gritos, y querían
bailar tregua y bailar catala en vez de trabajar. Los famas se enfurecieron
y aplicaron en seguida los artículos 21, 22 y 23 del reglamento interno.
A fin de evitar la repetición de tales hechos.
Como los famas son muy descuidados,
los cronopios esperaron circunstancias favorables
y cargaron muchísimas mangueras en un camión. Cuando
encontraban una niña, cortaban un pedazo de manguera
azul y se la obsequiaban para que pudiese saltar a la
manguera. Así en todas las esquinas se vieron nacer bellísimas
burbujas azules transparentes, con una niña adentro que
parecía una ardilla en su jaula. Los padres de la niña
aspiraban a quitarle la manguera para regar el jardín,
pero se supo que los astutos cronopios las habían
pinchado de modo que el agua se hacía pedazos en ellas y
no servía para nada. Al final los padres se cansaban y
la niña iba a la esquina y saltaba y saltaba.
Con las mangueras amarillas los
cronopios adornaron diversos monumentos, y con las
mangueras verdes tendieron trampas al modo africano en
pleno rosedal, para ver cómo las esperanzas caían una a
una. Alrededor de las esperanzas caídas los cronopios
bailaban tregua y bailaban catala, y las esperanzas les
reprochaban su acción diciendo así:
-Crueles cronopios cruentos. ¡Crueles!
Los cronopios, que no deseaban ningún
mal a las esperanzas, las ayudaban a levantarse y les
regalaban pedazos de manguera roja. Así las esperanzas
pudieron ir a sus casas y cumplir el más intenso de sus
anhelos: regar los jardines verdes con mangueras rojas.
Los famas cerraron la fábrica y
dieron un banquete lleno de discursos fúnebres y
camareros que servían el pescado en medio de grandes
suspiros. Y no invitaron a ningún cronopio, y solamente
a las esperanzas que no habían caído en las trampas del
rosedal, porque las otras se habían quedado con pedazos
de manguera y los famas estaban enojados con esas
esperanzas.
Cortázar, Julio; Historias
de cronopios y de famas, Buenos Aires, Sudamericana, 1994
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