Centenario de Rojas
Paúl
R.J.LOVERA DE-SOLA
Se habla tanto y tan mal actualmente de la
política y de los políticos, de los errores y horrores de los
presidentes y de los partidos de ayer y de hoy que se hace difícil
prohijar algunas observaciones sobre el centenario de un político y
primer magistrado que dejó en su hora su huella en el devenir
venezolano.
Nos referimos al doctor Juan Pablo Rojas Paúl (1826-1905), hombre
preparado, profesor, abogado, quien deseó ser médico, hacendista,
político civil, para quien, como anotó Guillermo Morón, la política fue
su vicio (Los Presidentes de Venezuela, ed.1993, p.157) pero quien hizo
de esa costumbre un sendero para hacer pública su voluntad de servir
aunque en muchos momentos su actividad no estuvo lejana a la
politiquería maldita, que tanto tiempo nos ha hecho perder a los
venezolanos en la construcción del país.
Sólo que en el caso de Rojas Paúl, a cien años de distancia, pese a
ello, el balance se nos presenta más positivo que negativo.
Su vida y su tiempo lo podemos repasar ahora gracias a una bien tejida
biografía suya publicada por Edgar Otálvora en el volumen Juan Pablo
Rojas Paúl. (Caracas: El Nacional /Banco del
Caribe, 2005. 134 p.). Se trata de la primera vez que de forma orgánica,
en un libro sólo a él dedicado, se mira el conjunto de la vida y obra de
Rojas Paúl.
Fue Rojas Paúl, nos lo hace ver Otálvora diáfanamente, organizador de la
hacienda pública, uno de los llamados “liberales de Antonio” por su
cercanía del general Antonio Guzmán Blanco, de quien fue ministro,
hombre que comprendió que para 1888 la hora final del guzmancismo había
llegado, era momento de concluir con un gobierno personalista sólo en
ciertos aspectos cercano a la dictadura, en otros situado muy lejos de
ella.
Por ello el guzmancismo es una de nuestras grandes ocasiones político
sociales.
Rojas Paúl supo, muy astutamente, conducir las fuerzas políticas hasta
los hechos del 26 de octubre de 1889, cuando cayeron las estatuas del
Ilustre Americano, y se inició un nuevo tiempo político. Sin embargo fue
tal la impronta dejada por Guzmán Blanco en el país que lo que inició,
con Rojas Paúl como fundador, fue la etapa del “guzmancismo sin Guzmán”,
que dijo Augusto Mijares y que examinó, muy hondamente, Tomás Polanco
Alcántara en su biografía de Guzmán Blanco.
Repasar hoy la vida y las acciones de Rojas Paúl nos lo permite el libro
que comentamos, con él en las manos podemos repasar el significado de
este hombre, de su tiempo y de su actividad; podemos comprender aquello
a lo cual nos hemos referido y podemos penetrar también las acciones que
dieron singularidad a su presidencia:
construcción de las iglesias de La Pastora y San José, la fundación del
Hospital Vargas con mil camas; la traída a Venezuela de las Hermanas de
San José de Tarbes y la inauguración de su Colegio en la esquina de
Carmelitas y el establecimiento de la Academia Nacional de la Historia.
Insiste Otálvora, con mucha perspicacia, en cómo la bonanza económica
acompañó a Rojas Paúl a lo largo de su presidencia, durante aquel breve
período de dos años (1888-1890) que era el que indicaba la llamada
Constitución “Suiza” entonces en vigencia, cosa que aquel magistrado,
especialista como era en Finanzas Públicas, con larga trayectoria en ese
campo al servicio del Estado venezolano, supo utilizar para hacer obras
de interés público y para dejar las arcas llenas, el futuro seguro, al
hombre que debió sucederle al término de su breve gobierno.
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