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ÍNCUBO
En una prematura y triste noche de mi vida, en la que todo ardía a mi alrededor lenta e irreversiblemente, encontré en mí la memoria, toda la memoria, de las hijas de la noche en llamas.
Miradas que brillaban como si a ellas llegase un fuego que sólo ellas veían y que sólo podía reflejarse en sus pupilas. Mentes que albergaban un secreto difícil de digerir.
Yo recibí ese fuego en un momento en que me creía abandonada por todos los fuegos, también por el fuego de la vida, y aún ahora mismo, lo sigo recibiendo. Es el mejor narcótico que he conocido, pues está elaborado con la materia de la vida, y por lo mismo es el mejor estimulante.
Mientras intento no descomponerme más, no pensar más en lo inminente, recuerdo a un hombre ardiendo en un hangar, un hombre ardiendo en medio de la noche. Igual, querida Eva, todos somos ese cuerpo ardiendo en medio de la noche, desde el instante mismo en que nacemos. Ardiendo de deseo y ardiendo contra el deseo...
(De Hijas de la noche en llamas, Capítulo 1)