Colega:

En 1958 ingresé al Seminario de Teoría y Composición Dramática de la maestra Hernández en la UNAM. Permanecí en él durante ocho años y cada uno presenté un trabajo específico. Ese año tomaba clases de tragedia griega con el Padre Garibay en la Facultad de Filosofía y Letras. Nos habló del Teatro Ritual Popular Griego: las fiestas sagradas de siembra y de cosecha, las dionisiacas, los misterios de Eleusys. Yo levanté la mano y dije “Pues entonces también hay un Teatro Ritual Popular Mexicano”. El Padre Garibay, el  gran estudioso de la literatura en náhuatl, se dio una palmada en la frente  y dijo muy fuerte: “Tienes razón. Y desde ahora te me pones a estudiarlo. Como manda”. Así ha sido durante cuarenta años: como manda. En el Seminario de la maestra Luisa Josefina Hernández pedí como tema estudiar la estructura dramática de las viejas ceremonias como la Pastorela, el Carnaval, el Nican Mopohua (Las apariciones de la Virgen de Guadalupe), la Epifanía tlaxcalteca; mientras mis compañeros estudiaban la estructura de “Hamlet”, “Edipo Rey” o “Casa de muñecas”. Con la profunda generosidad y sabiduría que la caracteriza, la maestra Hernández no solamente aceptó mi proyecto sino lo alentó definitivamente. Lo dijo en clase: “Tan teatro mexicano es una obra de Rodolfo Usigli como una Pastorela anónima”.  Inicié el trabajo que habría de continuar toda la vida: analizar la estructura dramática de los rituales populares para poder encontrar los procedimientos para reproducirlos de manera contemporánea respetando íntegramente el espíritu que les había dado vida. A este proceso dedico el segundo volumen.

  En 1962 presenté como trabajo del Seminario mi Teoría del Tono que habría de regir mi actividad  profesional el resto de la vida. Terminé mi carrera y se me presentaron dos opciones: dirigir obras culturales siempre subsidiadas por la UNAM o Bellas Artes o dedicarme de lleno al teatro comercial poniendo pequeños vodeviles en los entonces tan en boga “teatros de bolsillo” como el “Caracol”, el “Arena” o el “Arlequín”. Por fortuna, por entonces conocí a Alvaro e Isabel Custodio. Me hice amigo de Isabel a la primera mirada y para siempre. Nos sentábamos largas horas en la cocina de su departamento en los “Condesa” tomando café y platicando sobre el problema. “Pues mira tú, cuando llegamos con el exilio español nos estábamos muriendo de hambre y mi marido tuvo que escribir unas películas horrorosas como esa “Aventurera” con Ninón Sevilla. Pero él quería hacer teatro clásico: le propuso a varios productores profesionales poner el teatro del gran repertorio clásico español. Se rieron de él. Y yo decía: pero, chico, si Fuenteovejuna es tan preciosa como esa “Con M de muerte” que ya lleva trescientas representaciones. Y “La Celestina”: es clásica y, además, está más llena de violaciones, asesinatos y suicidios que “Aventurera”. Nadie nos hacía caso.  Un día me harté y le dije a mi marido: “Mira, Alvaro...si tanto quieres dirigir esas obras... pues vamos a hacerlo nosotros y ya”. Y lo hicieron. Organizaron una Asociación Civil: “Teatro Español de México A. C. ” y descubrieron juntos una serie de mecanismos ingeniosos que les permitió hacer una labor maravillosa en la historia del teatro mexicano: montar “Fuenteovejuna” de Lope, en la Plaza de Chimalistac, “El auto de la Vida es sueño” de Calderón de la Barca   en Tlalmanalco, “Las mocedades del Cid” en la catedral de Cuernavaca, poner “La Celestina”, “Las coplas a la Muerte” de Jorge Manrique, “La zapatera prodigiosa”.

Isabel vendía funciones; organizó unos “Amigos del Teatro Clásico Español” que les compraban seis u ocho boletos con anterioridad. Me dediqué a analizar la labor de los dos: autogestión cultural. Claro.  Y exitosa, porque Alvaro le propuso al público de la entonces muy pequeña ciudad de México una experiencia novedosa: el uso de los escenarios naturales y las magníficas actuaciones de “gran gesto”  de los entonces muy jóvenes Ignacio López Tarso, Ofelia Guilmain, Rosenda Monteros. Lograron hacer el repertorio cultural que quería dirigir Alvaro y vivieron de una manera digna. Nunca dependieron de que el funcionario en turno en la UNAM o Bellas Artes les quisiera autorizar el presupuesto. A veces les compraban una función: “Nada más, decía Isabel, nada más. No vayan a creer que dependemos de ellos”.  Nunca tuvieron que canibalizarse con otros directores que estuvieran esperando el mismo presupuesto. Y vivieron de manera digna y profesional montando “Fuenteovejuna”.

 En 1963 organicé la asociación civil “Teatro de México” con las actrices Graciela Orozco y Lourdes Canale siguiendo el modelo de autogestión de Alvaro e Isabel. Produje y dirigí “El Gran Teatro del Mundo” en el interior de la prodigiosa Iglesia de Tepotzotlán. El éxito fue asombroso: era El Gran Teatro, era Calderón de la Barca, pagaba yo una renta por el uso de la iglesia, tenía actores profesionales como Virginia Gutiérrez.  Y gané dinero. Y no tuve que esperar a que ningún funcionario me autorizara el presupuesto. Apareció el niño indígena: con lo que gané escribí y produje mi primera Pastorela en el Patio del Convento.

         En 1967 escribí “Las Tentaciones de María Egipciaca” y la dirigí con la gran trágica María Douglas. Como verá el lector, en ella inserto poemas de San Juan de la Cruz, Unamuno, Octavio Paz, Blas de  Otero. Es una obra cultural y mexicana. Merecía que le dieran todos los patrocinios: mi Universidad, la UNAM, Bellas Artes y la SEP. Sin embargo, no los pedí. Empecé a diseñar mecánicas que me permitieran ejercer la autogestión. Estaba yo convencido que se podían montar obras culturales y ganar dinero de una manera digna con ellas. Fue cierto. Hicimos trescientas representaciones con gran éxito. Pedía yo ayuda a las autoridades culturales, no dinero: promoción, programas, los teatros gubernamentales pagando pequeños porcentajes. Para estrenar la Egipciaca en el interior de la Iglesia de San Diego, personalmente visité más de treinta empresas para venderles veinte o treinta boletos por función. Así saqué los gastos. Ricardo García Sainz nos prestó el teatro Xola,  mientras estaba vacío entre dos obras y el Arquitecto Ramírez Vázquez nos incluyó en la Programación Cultural de las Olimpiadas. Gracias.

Graciela y Lourdes abandonaron el proyecto. Seguí el mismo sistema al producir con mi hermana Irene “La Celestina” con Rosenda Monteros y Martha Zavaleta. Funcionó. Y así se fue construyendo una carrera de obras culturales que daban a ganar dinero. Los ejemplos más notorios fueron mis puestas de “El Avaro” de Moliere que llegó a doscientas representaciones con López Tarso y 300 más con Rafael Inclán, “Los Entremeses” de Cervantes y “Falsa Crónica de Juana la loca” en la que para estrenarla, la UNAM me proporcionó el uso del interior de la Iglesia de San Agustín, yo produje y llegamos, en diversos teatros, a ochocientas representaciones. Todas las obras que he producido, dirigido y escrito tenían derecho a participar del presupuesto ya que son culturales y mexicanas. Me siento orgulloso al afirmar que he logrado desarrollar un sistema de autogestión con ellas y las he puesto en contacto con  miles de espectadores con ellas.

 

Miguel Sabido