EL LINAJE DE LOS BOLIVAR EN AMERICA
Bolívar, pertenece a la oligarquía criolla o patriciado de Caracas. El patriciado, en la
América española, ocupa el puesto que en otros pueblos ocupa la nobleza titular. De este
patriciado salen, durante la Revolución, las minorías receptoras y saldrán soldados y
caudillos, de ese número son, en Caracas, Mariano y Tomás Montilla, Narciso Blanco,
José Félix Ribas, Fernando Toro y su hermano el Marqués, Martín Tovar Ponte, Leandro y
Florencio Palacios, Simón Bolívar. En otras ciudades de Venezuela y en las capitales de
toda América, desde México hasta Chile, aparecen otros y todos ellos trabajan por la
Revolución, por la Democracia, por la República; es decir, por lo que va a vivir.
Aquella oligarquía o patriciado, soberbia y combativa -mal elemento para la pasividad de
una colonia-, se imagina muy superior a lo que en realidad es. Lo peligroso consistió en
que se hubiese resuelto, para probar su capacidad de ejercer el gobierno propio, a
sacrificar vidas, intereses, preeminencias de clase. Todo. La herencia psicológica de
aquellas familias o -de muchas de ellas- las impulsa, sin que ellas mismas lo sepan, a la
audacia y a la acción. Retoños trasatlánticos de la altiva y guerrera raza española,
vástagos de aventureros y militares. La Corona fomentó esa clase como seguro aliado de
la Monarquía. Por razones complicadas y múltiples, ocurrió lo contrario.
Uno de estos peligros sociales es la familia de Bolívar. El padre de Simón, don Juan
Vicente de Bolívar y Ponte, es coronel de las Milicias de los Valles de Aragua. La
familia posee cuantiosos bienes, cafetales, cacahueles, minas, dehesas, vastas tierras,
numerosas esclavitudes. Posee también muchas relaciones y ejerce poderoso influjo social.
De hecho los Bolívar, poseedores de Aroa, zona de mineral de cobre, ejercen el señorío
sobre aquellas regiones mineras.
El señorío de Aroa, con jurisdicción en los pueblos que comprendía, Cocorote y San
Nicolás, fue todo en 1605 a don Francisco Marín de Narváez. Don Francisco fue padre de
doña Josefa María Narváez, esposa del licenciado don Pedro Ponte Andrade. Este fue el
padre de doña Petronila Ponte, casada con don Juan de Bolívar, abuelo paterno del
Libertador. El señorío pasó a los Bolívar.
Este don Juan, no queriendo ser menos que su esposa, hizo por adquirir el título de
Marqués de San Luis; de San Luis, por un pueblo fundado en Aragua.
Murió don Juan antes de que la complicada y lenta burocracia española decidiese la
cesión de aquél marquesado cuya venta el Rey había otorgado a un monasterio para
beneficiarlo.
Ni los hijos ni los nietos de don Juan continuaron pretendiendo el título ni se allanaron
a cubrir los gastos que faltaban para obtenerlo.
El abuelo de Bolívar, por parte de madre, don Feliciano Palacios, insistió con su hijo
Esteban, cuando éste vivía en Madrid para que obtuviese aquél título, en beneficio de
Juan Vicente, hermano mayor de Bolívar. Se aspiró más tarde, para Juan Vicente, a
instancias de don Esteban, al título de Marqués de Casa Palacios. Todo quedó en
proyectos.
Los Palacios eran más conservadores y vanidosos que los Bolívar. Se preocupaban más de
exterioridades. Ni el padre de Bolívar quiso gastar dinero para obtener el marquesado de
San Luis, ni Juan Vicente el de Casa Palacios. Simón renunció hasta a la partícula de
su apellido. Mientras Miranda se la puso sin tenerla, Simón Bolívar, teniéndola, no la
usó. Esta familia, pues, se creyó superior a marquesados y señoríos. Le bastaba con su
nombre.
Tan orgullosos están de él, que lo prefieren a rimbombantes títulos. No por espíritu
democrático precisamente, sino por el contrario: por orgulloso patricio. Porque este
nombre que se universalizó con el Libertador venía siendo ilustre en la Colonia por el
recuerdo de los Bolívar y Vizcaya y, más prácticamente, desde que el primer Simón
Bolívar, en el siglo XVI, prestó servicios a la comunidad, recabando y obteniendo de
Felipe II beneficios para la Colonia. Después la familia creció en riquezas, en orgullo,
en servicios y en presunción.
Arriba