MUERE SIMON BOLIVAR
El 17 de diciembre de 1830, en la Quinta «San Pedro
Alejandrino», cerca de Santa Marta (Colombia), dejó de existir el Genio de la Libertad,
el más Grande Hombre de América. A la 1 en punto de la tarde, «murió el sol de
Colombia», Simón Bolívar. Había recibido de manos del Cura de la aldea de Mamatoco los
Santos Sacramentos. Después de haber dado libertad a tantos millones de suramericanos,
Bolívar se halla en su último instante muy solo. Apenas le rodean Mariano Montilla,
Fernando Bolívar, José Laurencio Silva, Portocarrero, el edecán Wilson, Ibarra, Cruz
Paredes, José María Carreño...
El médico de cabecera Alejandro Próspero Reverend, viendo que llegaba el momento supremo
los llamó y les dijo: «Señores, si queréis presenciar los últimos momentos y postrer
aliento del Libertador, ya es tiempo». Pero, indudablemente, Bolívar continúa vivo en
el corazón de los pueblos, en la ideas que parecen escritas para nuestros días, en las
acciones que son permanente ejemplo para todos aquellos que sienten de verdad lo que es
una patria redimida. El Sol de Colombia sigue brillando.
Bolívar lo vivió. Destituido de todos sus cargos por la oligarquía grancolombiana
asesinado, antes, su noble amigo el mariscal Sucre que ganara en los Andes, en 1824,
la última batalla de la Independencia y es necesario decir que nunca se supo quién le
preparó la emboscada de la muerte, fue abandonado, Bolívar, a su suerte. Camino de
su destierro a Venezuela, sublevada ya ante su posible llegada porque iba precedido de la
apelación de dictador, Bolívar no tuvo a su lado nada más que un grupo de amigos:
contados con los dedos.
Enfermo, le curaba el médico francés Alejandro Prospero Reverend. Arribado a la ciudad
costeña de Santa Marta, el Libertador no encontró techo de recepción nada más que en
la casa de un español: Joaquín de Mier. Ya próximo a la muerte se refugió en la Quinta
de San Pedro Alejandrino. Esta mansión pertenecía, también, al mismo español. En San
Pedro Alejandrino pronunció aquella invocación a la ironía: "Jesucristo, Don
Quijote y yo hemos sido los más insignes majaderos de este mundo".
AÑOS FINALES
Los últimos dos años de la vida de Bolívar están
llenos de amargura y frustración. Hizo un balance de su obra, comprobando que lo más
importante quedó sin hacer mientras lo hecho se desmoronaba. La independencia integral de
América, el plan para llevar las tropas libertarias a Cuba, Puerto Rico y Argentina, que
se aprestaba a una guerra contra el imperio brasileño, o a la España monárquica, si
fuera necesario, quedaban como lejanas utopías imposibles de realizarse. La
confederación grancolombiana, o la andina, o la anfictionía americana, todo eso que
estuvo a punto de cumplirse, debía posponerse ante otro tipo de problemas inmediatos:
fuerzas del Perú invadieron el Ecuador, y su expulsión le llevó casi todo 1829. El
general José María Córdova, uno de sus más cercanos amigos, dirigió una revuelta y
fue asesinado. El general Páez, desobediente y desleal, se le insubordinó también y
declaró la separación de Venezuela. Se vio obligado a expulsar de Colombia a Santander,
antes uno de sus mejores aliados. A comienzos de 1830, Bolívar regresó a Bogotá para
instalar otra vez un Congreso Constituyente; ante esa soberanía, renunció
irrevocablemente. Ahora sólo deseaba irse lejos de Colombia, a Jamaica o a Europa, aunque
vaciló y pensó que bien valía la pena comenzar de nuevo, reuniendo a sus leales en la
costa colombiana. Varios sectores del ejército se levantaron, esta vez en su favor, pero
ya era tarde. Cada vez más enfermo, logró llegar a Cartagena a esperar el buque que lo
alejaría de tanta ingratitud. Para su mayor desgracia, recibió en Cartagena la noticia
de que Sucre, el más capaz de sus generales y tal vez el único que podía sustituirlo,
había sido asesinado en Berruecos, a los 35 años de edad. Contemporizando con la muerte
que ya se anunciaba, aceptó la hospitalidad que le ofrecía el generoso español Joaquín
de Mier, para llevarlo a su finca, un trapiche llamado San Pedro Alejandrino, en las
proximidades de Santa Marta, a descansar. Tradicionalmente se ha dicho que Bolívar estaba
tuberculoso, pero algunos médicos sostienen hoy día que una amibiasis le atacó el
hígado y los pulmones. Dictó testamento el 10 de diciembre de 1830. Ese mismo día
emitió su última proclama pidiendo, rogando por la unión. Siete días después, a la
una de la tarde, como dijo el comunicado oficial, «murió el Sol de Colombia». Vivió 47
años, 4 meses y 23 días. Sepultado en la iglesia mayor de Santa Marta, allí quedó su
corazón, en una urna, cuando los restos fueron llevados a Caracas doce años después.
Un recuento de su obra militar no encuentra similar en la historia de América. Participó
en 427 combates, entre grandes y pequeños; dirigió 37 campañas, donde obtuvo 27
victorias, 8 fracasos y un resultado incierto; recorrió a caballo, a mula o a pie cerca
de 90 mil kilómetros, algo así como dos veces y media la vuelta al mundo por el Ecuador;
escribió cerca de 10 mil cartas, según cálculo de su mejor estudioso, Vicente Lecuna;
de ellas, se conocen 2939 publicadas en los 13 tomos de los Escritos del Libertador; su
correspondencia está incluida en los 34 tomos de las Memorias del general Florencio
O'Leary; escribió 189 proclamas, 21 mensajes, 14 manifiestos, 18 discursos y una breve
biografía, la del general Sucre. Personalmente, o bajo su inspiración, se redactaron
cuatro Constituciones, a saber: la Ley Fundamental del 17 de diciembre, creadora de
Colombia (Angostura); la Constitución de Cúcuta (1821); el proyecto de Constitución
para Bolivia (1825); y el decreto orgánico de la dictadura (1828). No tuvo tiempo para
completar su obra magna: la unidad política de Latinoamérica, la liberación de Cuba y
Puerto Rico, el apoyo a Argentina contra el imperio brasileño, la Confederación Andina
(1825), la ayuda a la propia España para liberarse de los monarquistas (1826), en fin, el
establecimiento de una sociedad utópica, donde se logre «la mayor suma de felicidad
posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política»
(1819). En 20 años de intensa vida política, 7538 días de actividad revolucionaria, a
partir de su misión diplomática a Londres (1810) y hasta su deceso en Santa Marta, casi
no hubo día en que no redactara una carta o emitiera un decreto, o que recorriera 13
kilómetros diarios en promedio. América ha reconocido a Bolívar como el paradigma y
símbolo más querido de su identidad y soberanía. En 1842 el Congreso de Venezuela
dispuso que las cenizas del Libertador fueran trasladadas con toda pompa de Santa Marta a
Caracas y reposan hoy en el magnífico Panteón Nacional. En 1846 Colombia puso la estatua
de Pietro Tenerani en el centro de Bogotá. En 1858 Lima le erigió una estatua ecuestre,
reconociéndolo como Libertador de la nación peruana. En 1891 Santa Marta puso una
estatua de mármol junto a la Quinta de San Pedro Alejandrino. Ya desde la segunda mitad
del siglo XIX se le levantaron monumentos en casi todas las ciudades importantes de
América y en muchas de Europa. Se cumplió así la insuperable sentencia de Choquehuanca:
«Con los siglos crecerá vuestra gloria como crece la sombra cuando el sol declina».
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