A UN AMIGO
Donde
mueren los cipreses
en su
punto más álgido,
donde
arañan a las nubes
los montes
serrados,
allá
donde el cielo
se abre,
a veces,
para
mostrar su llanto,
allí
te buscaré, amigo,
sin un
día no te hallo.
Sé
que allí encontraré
tu aliento
cálido,
tus brazos
como ramas
que envuelven
cándidos
cada
pena que te cuento
y cada
lágrima que derramo,
donde
los ángeles entonan
serenos
cánticos
estarás
siempre esperando.
Porque
fuiste y eres
la orilla
del naúfrago,
porque
tienen tus ojos
la bendición
del santo,
porque
eres la seda
que acaricia
el ánimo,
por esas
sencillas cosas,
querido
amigo,
por esto,
te quiero tanto.
Se envejecen
las caricias,
las noches
de sol cálido,
las pieles
y las ideas,
las notas
de cualquier canto,
se envejece
el niño
al nacer
la madurez,
se envejecen
tantas cosas,
tantas...
sin un por qué.
Envejecen
las paredes,
la voz
de los rapsodas,
las leyes
mal dictadas
las bombas
que derrotan,
se envejecen
los países
las gentes
que los moran
se envejecen,
inevitables,
se envejecen
cada hora.
Envejecen
estas letras,
las horas
de un invisible reloj
ancianas
son ya las palabras
del primer
verso que aquí nació,
así
envejecemos todos
sin un
motivo, sin razón,
envejecemos,
con empeño,
con cautela
y con tesón.
Envejecemos,
todos y cada uno,
con enmascarado
temor,
pero
mientras envejecemos,
vivimos,
y vivir
es la ilusión.
Yo no
te busqué,
tu tampoco
me buscaste
mas la
luna celestina
se anidó
en nuestros talles
y a la
luz de una llama
saltarina
y en contraste,
unimos
nuestras almas
nuestras
pieles y detalles.
Yo no
te adoré,
tú
tampoco me adoraste,
mas la
arena de una playa
testigo
de amantes,
paseó
por nuestro cuerpos
mezcla
de ansia y fuego
uniendo
nuestros labios
con sabor
de vino añejo.
Yo no
te amé,
tú
tampoco me amaste
mas nuestras
pieles gritaban
zalameras
e ignorantes
buscándose
incautas
infantiles
y rebosantes
queriendo
unirse alegres
en un
abrazo constante.
Unimos
los segundos
en momentos
inconfesables
nos dimos
a media tinta
esperando
anhelantes
a que
esa luna serena
se nos
muestre lisonjera
regalándonos
una noche
de pasión
constante.
Nací
con in
colgada
de mis abriles
la in
de ingrávida e insegura
de intrépida
e indomable
de indecisa
e inmadura.
Nací
con la in
imprimiéndole
mi carácter
incauta
o intransigente,
indecorosa
e inocente
indefensa
o indiferente.
Nací
casi inconsciente
con la
in de inacabada
inmadura
e invariable
inmediata
e incandescente,
intrusa
e inolvidable.
Nací
con la in
grabada
en cada poro
intimista
e inteligente
intachable
e intranquila
inquieta
e indecente.
Nací
con la in
impresa
en las
rayas de mi frente.
En la
tibieza de un junio nocturno
con las
estrellas asomadas al balcón,
añoro
los dedos conquistadores
del hombre
que entibie, sin pudores,
cada
poro de mi cuerpo y cada herida del corazón.
No puedo
ofrecerle mares, ni cielos,
ni cometas,
ni lunas, ni arco iris de color,
tan solo
alguna poesía, caricias, susurros pausados,
una pizca
de locura, sentimientos no acotados,
lujuria
de pasiones y, algunas veces, hasta dolor.
No quiero
un sueño azul, perfecto,
ni un
sabio, ni un necio, ni un trovador,
tan solo
quiero al que mendigue, quedamente,
con la
dulzura y el ingenio del demente,
una caricia
sincera u obscena, sin temor.
No soy
de arena, ni de barro, ni de nubes, ni de sol,
estoy
hecha de cicatrices de rancio sabor
que con
empeño, con tesón y con paciencia
son ahora
nostálgica experiencia
que aromatizan
mi vida de un quimérico olor.
Soy de
carne, de viento, de lluvia y de pasión
un espíritu
insaciable de sonrisas francas
que prodiga
tímidamente pequeños besos
a quien
vuelva locos mis solitarios sesos
con gotas
de aceite o nubes blancas.