|
|
|
|
|
|
|||
|
|
GUERRILLAS EN LATINOAMERICA
LISTA
DE NOTICIAS
BIOGRAFIA DE RICARDO
FLORES MAGON. ANTOLOGIA DE TEXTOS DE RICARDO FLORES MAGON. * BIOGRAFIA. Ricardo Flores Magón nació en San Antonio Eloxochitlán,
Oaxaca, el año de 1873 en el seno de una familia humilde. Sus padres fueron
Teodoro Flores y Margarita Magón. OTRA BIOGRAFIA DE RICARDO FLORES MAGON "No sobreviviré a mi cautiverio, pues ya estoy viejo; pero cuando
muera, mis amigos quizás inscriban en mi tumba: "Aquí yace un
soñador", y mis enemigos: "Aquí yace un loco". Pero no habrá
nadie que se atrevera a estampar esta inscripción
"Aquí yace un cobarde y un traidor a sus ideas" Ricardo Flores Magón Ricardo Flores M. al igual que Librado R. habían caído a la cárcel por
oponerse a la lucha fraticida de los pueblos, por escribir un manifiesto
contra la Primera Guerra Mundial, por decir: "no mataras" fue
tratado como el peor de los criminales, por ejercer la libertad de expresión
fue condenado a 20 años de prisión y su compañero Librado a 15, entraron a
presidio el 15 de agosto de 1918. El era diabético y no se le proporcionaba
el alimento ni las medicinas adecuadas, y además no permitían que sus
compañeros se las proporcionaran, ni que fuera revisado y/o atendido por
medico alguno diferente al de la prisión, todos los esfuerzos legales eran
coartados, y totalmente rechazados: “Soy un soñador: éste es mi crimen. Sin embargo, mi sueño de lo bello
y mis acariciadas visiones que la máquina aborrece, no morirán con uno:
mientras exista sobre la Tierra un corazón adolorido o un ojo lleno de
lágrimas, mis sueños y mis visiones tendrán que vivir" Para salir de la prisión muchísimas se le trato de comprar, de
sobornar."Ha venido a verme (el cónsul de México) para que traicione a
mis hermanos los revolucionarios y defraude las esperanzas de los oprimidos
vendiéndome a Porfirio Díaz”. Fue tratado de sobornar por los supuestos revolucionarios que le
siguieron a Porfirio Díaz en el poder después de su caída, le ofrecieron
puestos públicos. Enrique Flore M. que presenció este encuentro y un
manifiesto aparecido en Veracruz, donde se proponía a Francisco I. Madero como
presidente provisional y a Ricardo Flores Magón
como vicepresidente provisional, al cual respondió con un artículo titulado
"No quiero ser tirano" un dia le llego
una carta en la que se le daria la libertad si pedia perdon a lo que respondio ; cegaré, me pudriré y moriré dentro de estas
horrendas paredes que me separan del resto del mundo, porque no voy a pedir
perdón. ¡No lo haré! Pedir perdón significaría que estoy arrepentido de
haberme atrevido a derrocar al capitalismo. Asi se
le persiguió, se le encarcelo decenas de veces, se le trato de asesinar otras
tantas, se le difamo, inclusive por los supuestos revolucionarios que se
comportaron igual o peor aún que el mismo Porfirio Díaz; Madero, Carranza,
antiguos miembros del PLM... todos ellos quisieron comprarlo y al no
claudicar le atacaron de la manera más feroz que podían Y El 20 de noviembre
de 1922, en la cárcel de Leavenworth, Kansas en EE.UU ya casi ciego.fue
asesinado. Si, la lucha que iniciaron, continua teniendo aún vigencia, esos
sueños y esas visiones "con una humanidad más justa, sana, más bella,
más sabia, más feliz" hoy en día son tan actuales como lo fueron en su
momento, y es por esto que hoy como ayer gritamos a los cuatro vientos, el
grito redentor de los sin techo, de los esclavos del salario, de los
diferentes, de los rebeldes, de los utopistas: ¡Muera la explotación! ¡Muera
la tiranía! ¡Viva Tierra y Libertad! "Mi espíritu se regocija con la visión de un porvenir en que no
habrá un solo hombre que diga: 'Tengo hambre', en que no haya quien diga: 'No
sé leer', en que sobre la Tierra no se oiga más el chirrido de cadenas y
cerrojos..." SOBRE LOS TEXTOS SELECCIONADOS A pesar de que estos textos deben situarse en una época de
preparación a la insurrección proletaria (1907-1910), por haber sido escritos
en el período que precede la mayor ola de acción revolucionaria del
proletariado iniciada en octubre noviembre de 1910 (aunque precedida por
algunas sublevaciones armadas emprendidas por los compañeros de Ricardo
Flores Magón en 1908) y que en ese sentido debemos
remarcar que los mismos fueron escritos en un período diferente al de hoy,
publicamos exclusivamente textos que tienen una validez muy general. En ese sentido se adecuan para que lectores,
corresponsales, compañeros, militantes revolucionarios organizados o no,
busquen las formas de reproducirlos,
fotocopiarlos, hacerlos conocer entre los proletarios y los utilicen así como
armas de lucha de nuestra clase contra todos aquellos que hoy tratan
de canalizar la rabia y energía revolucionaria hacia callejones sin salida como "la lucha contra el
neoliberalismo", el pacifismo en todas sus formas, el democratismo,
etc. El primero de esos textos "Vamos hacia la Vida",
fue escrito en San Francisco, California en julio de 1907 (1) y publicado por
primera vez en el periódico "Revolución" de Los Angeles,
aunque luego reimpreso en Regeneración número 5 del 1º de octubre de 1910.
Los revolucionarios de entonces no podían prever, que una vez derrotada la
revolución internacional, se impondrían muchas décadas de contrarrevolución y
que en base a ella se impondrían nuevamente tiempos en donde una vez más las
masas serían movilizadas por los nacionalismos, por las religiones,... Como
otros textos de la época que llaman a la revuelta, a la indisciplina, a no
ser "hombres serios", a la rebeldía,... estos escritos tienen una potencia imperecedera, una fuerza
que aun hoy se contrapone con toda la ideología dominante, más allá de tal o
tal límite puntual. Incluso los límites que el mismo autor teme y proyecta en
la época: "... para los revolucionarios de mañana nuestros actos
habrán sido de hombres serios" no han resultado así. En efecto a
pesar de que ese texto se inscribe en la primera fase revolucionaria y que el
grupo de vanguardia de la revolución del proletariado en México, nucleado en torno a Ricardo Flores Magón
no ha realizado todavía todas las rupturas necesarias con el reformismo,
constituye, desde nuestro punto de vista, un excelente ejemplo de llamado a
la pelea, hacia la vida, hacia la revolución. "A los proletarios", "El derecho a la
Rebelión" y "Predicar la paz es un crimen" escritos en
setiembre de 1910, es decir pleno período preinsurreccional,
son textos abiertamente comprometidos con el proceso de preparación a la
acción revolucionaria del proletariado y no dudamos de que nuestros lectores
sientan, en su carne, la fuerza revolucionaria de los mismos y que de los
mismos saquen mil ideas para utilizar en el futuro. Nosotros solo queremos
aquí subrayar algunos aspectos de los mismos. Así, queremos remarcar en el primero de estos artículos,
la extraordinaria capacidad del autor para evidenciar el hecho de que la
revolución no se provoca, de que la revolución no es el fruto de la voluntad,
de la "acción de los revolucionarios", sino que se produce por la
evolución natural de la sociedad, por el desgaste generalizado de la opresión
y que por lo tanto el problema no es el de hacer entrar a miles de hombres en
la acción directa revolucionaria, sino que el verdadero problema es el de la dirección de la revolución. La
preocupación central de los revolucionarios en México en esos años, es la
misma de la de todos los revolucionarios: que la revolución no sea parada, desviada,
canalizada, transformada en un simple cambio de jeta
en la jefatura del Estado burgués, que la misma se desarrolle en todo su
contenido social hasta la destrucción total de esta sociedad de explotación y
de opresión. Como hemos afirmado más de una vez el deber de los
revolucionarios no es el de "hacer
la revolución" o el de "hacer
el partido", como el leninismo o/y el guevarismo
dicen, sino bien por el contrario el de dirigir la revolución y el partido para que no degeneren y
sucumban desviados hacia el reformismo, el de impulsar el máximo desarrollo
de los mismos hasta la destrucción total de la sociedad capitalista. Ese artículo forma parte a su vez de una prédica mucho más
general contra los peligros, que se verificarán prácticamente enseguida, de
la transformación de la revolución social del proletariado en una mera
"revolución" por las libertades políticas, en una simple
"revolución democrático burguesa". Con respecto al segundo de estos artículos "El
derecho a la rebelión"ya subrayamos la importancia
contracorriente, incluso para el día de hoy, de mostrar la rebelión como
necesidad imperiosa del ser humano, como el impulso vital más decisivo de la
humanidad. En cuanto a "Predicar la paz
es un crimen" subrayemos únicamente, junto a Ricardo Flores Magón, nuestro vómito contra la paz de la sociedad
burguesa y no olvidemos nunca que los primeros enemigos que hay que aplastar
son a aquellos que predican en nuestras filas las ideas de la burguesía, a
aquellos que constituyen el más seguro apoyo de todo despotismo "levantémonos
todos para aplastar, primero a
los cobardes que predican la paz; enseguida a los tiranos". A
propósito de ello recordemos entonces que ningún despotismo se hubiese
impuesto sin los predicadores de la paz, que, para solo dar algunos ejemplos
obvios, que no hubiese habido Nazis sin socialdemócratas, as sin socialopacifistas,
NOTAS : [1] Los textos que publicamos en este número
fueron escritos en principio por Ricardo Flores Magón
aunque todo parece indicar que algunos, como precisamente "Vamos hacia
la vida" fue redactado con la colaboración decisiva de otros militantes
del nucleo de vanguardia del proletariado en esos
años, como Práxedis Guerrero, Enrique Flores Magón... VAMOS HACIA LA VIDA
No vamos los revolucionarios en pos
de una quimera: vamos en pos de la realidad. Los pueblos ya no toman las
armas para imponer un dios o una religión; los dioses se pudren en los libros
sagrados; las religiones se deslíen en las sombras de la indiferencia. El Korán, los Vedas, la Biblia, ya no esplenden:
en sus hojas amarillentas agonizan los dioses tristes como el sol en un
crepúsculo de invierno. Vamos hacia la vida. Ayer fue
el cielo el objetivo de los pueblos; ahora es la tierra. Ya no hay manos que
empuñen las lanzas de los caballeros. La cimitarra de Alá yace en las
vitrinas de los museos. Las hordas del dios de Israel se hacen ateas. El
polvo de los dogmas va desapareciendo al soplo de los años. Los pueblos ya no se rebelan,
porque prefieren adorar un dios en vez de otro. Las grandes conmociones
sociales que tuvieron su génesis en las religiones, han quedado petrificadas
en la historia. La Revolución francesa conquistó el derecho de pensar; pero
no conquistó el derecho de vivir, y a tomar este derecho se disponen los
hombres conscientes de todos loa países y de todas las razas. Todos tenemos derecho de
vivir, dicen los pensadores, y esta doctrina humana ha llegado al corazón de la
gleba como un rocío bienhechor. Vivir, para el hombre, no significa vegetar.
Vivir significa ser libre y ser feliz. Tenemos, pues, todos derecho a la
libertad y a la felicidad. La desigualdad social murió
en teoría al morir la metafísica por la rebeldía del pensamiento. Es
necesario que muera en la práctica. A este fin encaminan sus esfuerzos todos
los hombres libres de la tierra. He aquí por qué los
revolucionarios no vamos en pos de una quimera. No luchamos por
abstracciones, sino por materialidades. Queremos tierra para todos, para todos pan. Ya que forzosamente ha de correr sangre, que
las conquistas que se obtengan beneficien a todos y no a determinada casta
social. Por eso nos escuchan las
multitudes; por eso nuestra voz llega hasta las masas y la sacude y las
despierta, y, pobres como somos, podemos levantar un pueblo. Somos la plebe; pero no la
plebe de los Faraones, mustia y doliente; ni la plebe que bate palmas al paso
de Porfirio Díaz. Somos la plebe rebelde al yugo; somos la plebe de Espartaco, la plebe que con Munzer
proclama la igualdad, la plebe que con Camilio Desmoulins aplasta la Bastilla, la plebe que con Hidalgo
incendia Granaditas, somos la plebe que con Juárez sostiene la Reforma. Somos la plebe que despierta
en medio de la francachela de los hartos y arroja a los cuatro vientos como
un trueno esta frase formidable: "¡Todos tenemos derecho a ser libres y
felices!" Y el pueblo, que ya no espera que descienda a algún Sinaí la palabra de Dios grabada en unas tablas, nos
escucha. Debajo de las burdas telas se inflaman los corazones de los leales.
En las negras pocilgas, donde se amontonan y pudren los que fabrican la
felicidad de los de arriba, entra un rayo de esperanza. En los surcos medita
el peón. En el vientre de la tierra el minero repite la frase a sus
compañeros de cadenas. Por todas partes se escucha la respiración anhelosa de
los que van a rebelarse. En la obscuridad, mil
manos nerviosas acarician el arma y mil pechos impacientes consideran siglos
los días que faltan para que se escuche este grito de hombres: ¡rebeldía! El miedo huye de los pechos:
sólo los viles lo guardan. El miedo es un fardo pesado, del que se despojan
los valientes que se avergüenzan de ser bestias de carga. Los fardos obligan
a encorvarse, y los valientes quieren andar erguidos. Si hay que soportar
algún peso, que sea un peso digno de titanes; que sea el peso del mundo o de
un universo de responsabilidades. ¡Sumisión! Es el grito de los
viles; ¡rebeldía! Es el grito de los hombres. Luzbel, rebelde, es más digno
que el esbirro Gabriel, sumiso. Bienaventurado los corazones
donde enraiza la protesta. ¡Indisciplina y
rebeldía! Bellas flores que no han sido debidamente cultivadas. Los timoratos palidecen de
miedo y los hombres "serios" se escandalizan al oír nuestras
palabras; los timoratos y los hombres "serios" de hoy, que adoran a
Cristo, fueron los mismos que ayer lo condenaron y lo crucificaron por
rebelde. Los que hoy levantan estatuas a los hombres de genio, fueron los que
ayer los persiguieron, los cargaron de cadenas o los echaron a la hoguera.
Los que torturaron al Galileo y le exigieron su retractación, hoy lo
glorifican; los que quemaron vivo a Giordano Bruno,
hoy lo admiran; las manos que tiraron de la cuerda que ahorcó a John Brown, el generoso
defensor de los negros, fueron las mismas que más tarde rompieron las cadenas
de la esclavitud por la guerra de secesión; los que ayer condenaron,
excomulgaron y degradaron a Hidalgo, hoy lo veneran; las manos temblorosas
que llevaron la cicuta a los labios de Sócrates, escriben hoy llorosas
apologías de ese titán del pensamiento. "Todo hombre -dice
Carlos Malato- es a la vez un REACCIONARIO de otro
hombre y el REVOLUCIONARIO de otro también". Para los reaccionarios
-hombres "serios" de hoy- somos revolucionarios; para los
revolucionarios de mañana nuestros actos habrán sido de hombres
"serios". Las ideas de la humanidad varían siempre en el sentido
del progreso, y es absurdo pretender que sean inmutables como las figuras de
las plantas y los animales impresas en las capas geológicas. Pero si los timoratos y los
hombres "serios" palidecen de miedo y se escandalizan con nuestra
doctrina, la gleba se alienta. Los rostros que la miseria y el dolor han
hecho feos, se transfiguran; por las mejillas tostadas ya no corren lágrimas;
se humanizan las caras, todavía mejor, se divinizan, animadas por el fuego
sagrado de la rebelión. ¿Qué escultor ha esculpido, jamás un héroe feo? ¿Qué
pintor ha dejado en el lienzo la figura deforme de algún héroe? Hay una luz
misteriosa que envuelve a los héroes y los hace deslumbradores. Hidalgo,
Juárez, Morelos, Zaragoza, deslumbran como soles. Los griegos colocaban a sus
héroes entre los semidioses. Vamos hacia la vida; por eso
se alienta la gleba, por eso ha despertado el gigante y por eso no retroceden
los bravos. Desde su Olimpo, fabricado sobre las piedras de Chapultepec, un Júpiter de zarzuela pone precio a las
cabezas de los que luchan; sus manos viejas firman sentencias de caníbales,
sus canas deshonradas se rizan como los pelos de un lobo atacado de rabia.
Deshonra de la ancianidad, este viejo perverso se aferra a la vida con la
desesperación de un náufrago. Ha quitado la vida a miles de hombres y lucha a
brazo partido con la muerte para no perder la suya. No importa; los
revolucionarios vamos adelante. El abismo no nos detiene: el agua es más
bella despeñándose. Si morimos, moriremos como
soles: despidiendo luz. Este artículo fue escrito en San Francisco, California, en julio de
1907, y publicado en el mismo mes en Los Angeles,
California, en un periódico llamado "Revolución". Después se volvió
a reimprimir en el número 5 de "Regeneración", 1 de octubre de
1910. A LOS PROLETARIOS
Obreros, escuchad: muy pronto quedará
rota la infame paz que por más de treinta años hemos sufrido los mexicanos.
La calma del momento contiene en potencia la insurrección del mañana. La
revolución es la consecuencia lógica de los mil hechos que han constituido el
despotismo que ahora vemos en agonía. Ella tiene que venir indefectiblemente,
fatalmente con la puntualidad con que aparece de nuevo el sol para desvanecer
la angustia de la noche. Y vais a ser vosotros, obreros, la fuerza de esa
revolución. Van a ser vuestros brazos los que empuñen el fusil reivindicador. Vuestra va a ser la sangre que matizará el
suelo patrio, como rojas flores de fuego. Si algunos ojos van a llorar su
luto y su viudez, esos serán los de vuestras madres, de vuestras esposas, de
vuestras hijas. Vosotros, pues, vais a ser el músculo de la voluntad nacional
convertida en fuerza. La revolución tiene que
efectuarse irremisiblemente, y, lo que es mejor todavía, tiene que triunfar,
esto es, tiene que llegar a sangre y fuego hasta el cubil donde celebran su
último festín los chacales que os han devorado en esta larga noche de treinta
y cuatro años. Pero ¿es esto todo? ¿No os parece absurdo llegar hasta el
sacrificio por el simple capricho de cambiar de amos? Obreros, amigos míos,
escuchad: es preciso, es urgente que llevéis a la revolución que se acerca la
conciencia de la época; es preciso, es urgente que encarnéis en la pugna
magna el espíritu del siglo. De lo contrario, la revolución que con cariño
vemos incubarse en nada diferirá de las ya casi olvidadas revueltas
fomentadas por la burguesía y dirigidas por el caudillaje militaresco,
en las cuales no jugasteis el papel heroico de propulsores conscientes, sino
el nada airoso de carne de cañón. Sabedlo de una vez: derramar
sangre para llevar al Poder a otro bandido que oprima al pueblo, es un
crimen, y eso será lo que suceda si tomáis las armas sin más objeto que
derribar a Díaz para poner en su lugar un nuevo gobernante. La larga opresión que ha
sufrido el pueblo mexicano; la desesperación que se ha apoderado de todos
como el resultado de esa opresión, han fecundado en el alma entristecida del
pueblo una sola ambición: la de un cambio en los hombres del Gobierno. Ya no
se soporta a los hombres actuales; se les odia con toda la fuerza de un odio
por tanto tiempo comprimido, y la idea fija de un cambio de gobernantes ha
venido a empequeñecer los ideales; los principios salvadores han quedado
subordinados al solo deseo del cambio en la Administración pública. Un
ejemplo tristísimo de la verdad de esto se encuentra en ese loco entusiasmo,
en esa absurda alegría con que se acogió la candidatura de uno de los
funcionarios más perversos, de uno de los verdugos más crueles que ha tenido
la nación mexicana: la candidatura de Bernardo Reyes. Cuando se lanzó esa
candidatura, no reflexionó el pueblo mexicano acerca de la personalidad del
postulado. Lo interesante para él, para el pueblo, era el cambio. La
desesperación popular parecía haberse cristalizado en estas palabras:
cualquiera, menos Díaz, y como el que está a punto de rodar hacia un abismo,
se asió de la candidatura reyista como de un clavo
ardiendo. Por fortuna, si Reyes es ambicioso, al mismo tiempo es cobarde para
ponerse frente a Díaz y luchar contra él. Esta cobardía salvó al pueblo
mexicano de sufrir una tiranía más cruel, una opresión más salvaje, si cabe,
que la que actualmente lamenta. Para evitar estos lamentables
extravíos, es preciso reflexionar. La revolución es inminente: ni el Gobierno
ni los oposicionistas podrán detenerla. Un cuerpo cae por su propio peso,
obedeciendo las leyes de la gravedad; una sociedad revolucionaria,
obedeciendo leyes sociológicas incontrastables. Pretender oponerse a que la
revolución estalle, es una locura que sólo puede cometer el pequeño grupo de
interesados en que no suceda tal cosa. Y ya que la revolución tiene que
estallar, sin que nadie ni nada pueda contenerla, buen es, obreros, que
saquéis de ese gran movimiento popular todas las ventajas que trae en su seno
y que serían para la burguesía, si, inconscientes de vuestros derechos como
clase productora de la riqueza social, figuraseis en la contienda simplemente
como máquinas de matar y de destruir, pero sin llevar en vuestros cerebros la
idea clara y precisa de vuestra emancipación y engrandecimiento sociales. Tened en cuenta, obreros, que
sois los únicos productores de la riqueza. Casas, palacios, ferrocarriles,
barcos, fábricas, campos cultivados, todo, absolutamente todo está hecho por
vuestra manos creadoras y, sin embargo, de todo carecéis. Tejéis las telas, y
andáis casi desnudos; cosecháis el grano, y apenas tenéis un miserable
mendrugo que llevar a la familia; edificáis casas y palacios, y habitáis
covachas y desvanes; los metales que arrancáis de la tierra sólo sirven para
hacer más poderosos a vuestros amos, y, por lo mismo, más pesada y más dura
vuestra cadena. Mientras más producís, más pobres sois y menos libres, por la
sencilla razón de que hacéis a vuestros señores más ricos y más libres,
porque la libertad política sólo aprovecha a los ricos. Así pues, si vais a
la revolución con el propósito de derribar al despotismo de Porfirio Díaz,
cosa que lograréis indudablemente, porque el triunfo es seguro, si os va bien
después del triunfo, obtendréis un Gobierno que ponga en vigor la
Constitución de 1857, y, con ello, habréis adquirido, al menos por escrito,
vuestra libertad política; pero en la práctica seguiréis siendo tan esclavos
como hoy, y como hoy sólo tendréis un derecho: el de reventar de miseria. La libertad política requiere
la concurrencia de otra libertad para ser efectiva: esa libertad es la
económica: los ricos gozan de libertad económica y es por ello por lo que son
los únicos que se benefician con la libertad política. Cuando la Junta Organizadora
del Partido Liberal mexicano formuló el programa promulgado en St. Louis, Mo., el 1º de julio
de 1906, tuvo la convicción, convicción que tiene todavía, firmísima convicción que guarda con cariño, de que la
libertad política debe ir acompañada de la libertad económica para ser
efectiva. Por eso se exponen en el programa los medios que hay que emplear
para que el proletariado mexicano pueda conquistar su independencia
económica. Si a la lucha que se aproxima
no lleváis la convicción de que sois los productores de la riqueza social, y
de que por ese solo hecho tenéis el derecho no sólo de vivir, sino de gozar
de todas las comodidades materiales y de todos los beneficios morales e
intelectuales de que ahora se aprovechan exclusivamente vuestros amos, no
haréis obra revolucionaria tal como la sienten vuestros hermanos de los
países más cultos. Si no sois conscientes de vuestros derechos como clase
productora, la burguesía se aprovechará de vuestro sacrificios, de vuestra
sangre y del dolor de los vuestros, del mismo modo que hoy se aprovecha de
vuestro trabajo, de vuestra salud y de vuestro porvenir en la fábrica, en el
campo, en el taller, en la mina. Así pues, obreros, es
necesario que os deis cuenta de que tenéis más derechos que los que os otorga
la Constitución política de 1857, y, sobre todo, convenceos de que, por el
solo hecho de vivir y de formar parte de la humanidad, tenéis el inalienable
derecho de la felicidad. La felicidad no es patrimonio exclusivo de vuestros
amos y señores, sino vuestro también y con mejor derecho de vuestra parte,
porque sois los que producís todo lo que hace amena y confortable la vida. Ahora sólo me resta
exhortaros a que no desmayéis. Veo en vosotros el firme propósito de lanzaros
a la revolución para derribar el despotismo más vergonzoso, más odioso que ha
pesado sobre la raza mexicana: el de Porfirio Díaz. Vuestra actitud merece el
aplauso de todo hombre horado; pero os repito,
llevar al combate la conciencia de que la revolución se hace por vosotros, de
que el movimiento se sostiene con vuestra sangre y de que los frutos de esa
lucha serán vuestros y de vuestras familias, si sostenéis con la entereza que
da la convicción vuestro derecho a gozar de todos los beneficios de la
civilización. Proletarios: tened presente
que vais a ser el nervio de la revolución; id a
ella, no como el ganado que se lleva al matadero, sino como hombres
conscientes de todos sus derechos. Id a la lucha;
tocad resueltamente a las puertas de la epopeya; la gloria os espera
impaciente de que no hayáis hecho pedazos todavía vuestras cadenas en el cráneo
de nuestros verdugos. "Regeneración", 3 de septiembre
de 1910 EL DERECHO DE REBELION
Desde lo alto de su roca el Buitre
Viejo acecha. Una claridad inquietante comienza a disipar las sombras que en el
horizonte amontonó el Crimen, y en la lividez del paisaje aparece adivinarse
la silueta de un gigante que avanza: es la Insurrección. El Buitre Viejo se sumerge en
el abismo de su conciencia, hurga los lodos del bajo fondo; pero nada halla
en aquellas negruras que le explique el porqué de la rebelión. Acude entonces
a los recuerdos; hombres y cosas y fechas y circunstancias pasan por su mente
como un desfile dantesco: pasan los mártires de Veracruz, pálidos, mostrando
las heridas de sus cuerpos recibidas una noche, a la luz de un farolillo, en
el patio de un cartel, por soldados borrachos mandados por un jefe borracho
también de vino y de miedo; pasan los obreros de "El Republicano",
lívidos, las ropas humildes y las carnes desgarradas por los sables y las
bayonetas de los esbirros; pasan las familias de Papantla,
ancianos, mujeres, niños, acribillados a balazos; pasan los obreros de
Cananea, sublimes en su sacrificio chorreando sangre, pasan los trabajadores
de Río Blanco, magníficos, mostrando las heridas denunciadoras del crimen
oficial; pasan los mártires de Juchitán, de Velardeña, de Monterrey, de Acayucan,
de Tomóchic; pasan Ordóñez, Olmos y Contreras,
Rivero Echegaray, Martínez, Valadés,
Martínez Carreón; pasan Ramírez Bonilla, Albertos, Kankum, Leyva, Lugo; pasan legiones de espectros, legiones de
viudas, legiones de huérfanos, legiones de prisioneros y el pueblo entero
pasa, desnudo, macilento, débil por la ignorancia y el hambre. El Buitre Viejo alisa con
rabia las plumas alborotadas por el torbellino de los recuerdos, sin
encontrar en éstos el porqué de la Revolución. Su conciencia de ave de rapiña
justifica la muerte. ¿Hay cadáveres? La vida está asegurada. Así viven las clases
dominantes: del sufrimiento y de la muerte de las clases dominadas, y pobres
y ricos, oprimidos y déspotas, en virtud de la costumbre y de las
preocupaciones heredadas, consideran natural este absurdo estado de cosas. Pero un día uno de los
esclavos toma un periódico y lo lee: es un periódico libertario. En él se ve cómo
el rico abusa del pobre sin más derecho que el de la fuerza y la astucia; en
él se ve cómo el Gobierno abusa del pueblo sin otro derecho que el de la
fuerza. El esclavo piensa entonces y acaba por concluir que, hoy como ayer,
la fuerza es soberana y, consecuente con su pensamiento, se hace rebelde. A
la fuerza no se la domina con razones: a la fuerza se la domina con la
fuerza. El derecho de rebelión
penetra en las conciencias, el descontento crece, el malestar se hace
insoportable, la protesta estalla al fin y se inflama el ambiente. Se respira
una atmósfera fuerte por los efluvios de rebeldía que la saturan y el
horizonte comienza a aclararse. Desde lo alto de su roca el Buitre Viejo
acecha. De las llanadas no suben ya rumores de quejas, ni de suspiros, ni de
llantos: es rugido el que se escucha. Baja la vista y se estremece, no
percibe una sola espalda: es que el pueblo se ha puesto de pie. Bendito momento aquel en que
un pueblo se yergue. Ya no es el rebaño de lomos tostados por el sol, ya no
es la muchedumbre sórdida de resignados y de sumisos, sino la hueste de
rebeldes que se lanza a la conquista de la tierra ennoblecida porque al fin
la pisan hombres. El derecho de rebelión es
sagrado porque su ejercicio es indispensable para romper los obstáculos que
se oponen al derecho de vivir. Rebeldía, grita la mariposa al romper el
capullo que la aprisiona: rebeldía, grita la yema al desgarrar la recia
corteza que la cierra el paso; rebeldía, grita el grano en el surco al
agrietar la tierra para recibir los rayos del sol; rebeldía, grita el tierno
ser humano al desgarrar las entrañas maternas; rebeldía, grita el pueblo
cuando se pone de pie para aplastar a tiranos y explotadores. La rebeldía es la vida; la
sumisión es la muerte. ¿Hay rebeldes en un pueblo? La vida está asegurada y
asegurados están también el arte y la ciencia y la industria. Desde Prometeo
hasta Kropotkin, los rebeldes han hecho avanzar a
la humanidad. Supremo derecho de los
instantes supremos en la rebeldía. Sin ella, la humanidad andaría perdida aún
en aquel lejano crepúsculo que la Historia llama la Edad de Piedra; sin ella
la inteligencia humana hace tiempo que habría naufragado en el lodo de los
dogmas; sin ella, los pueblos vivirían aún de rodillas ante los principios de
derecho divino; sin ella, esta América hermosa continuaría durmiendo bajo la
protección del misterioso océano; sin ella, los hombres verían aún perfilarse
los recios contornos de esa afrenta humana que se llamó la Bastilla. Y el Buitre Viejo acecha
desde lo alto de su roca, fija la sanguinolenta pupila en el gigante que
avanza sin darse cuenta aún del porqué de la insurrección. El derecho de
rebelión no lo entienden los tiranos. "Regeneración", 10 de septiembre
de 1910 PREDICAR LA PAZ ES UN CRIMEN
Trémulo y pálido, inquieta la
mirada, colgante el belfo, un hombre se abre paso entre la multitud, y dando
tropezones, arrastrando los pies como si fueran de plomo, sube a la tribuna:
es el Miedo quien va a hablar. Filosofía de bestias de cuadra es la que predica.
"La paz es buena, dice; la paz es un gran bien. La vida es dulce y es
amable, prosigue; cuidemos, pues, la vida." Momentos antes, altivos
tribunos habían sacudido a aquella multitud, y el heroísmo, el arrojo y la
rebelde audacia habían hecho vibrar aquellas almas, almas proletarias,
espíritus taciturnos de vencidos seculares que, al grito de rebelión, habían
sentido levantarse de los más escondidos rincones de su ser el ansia de los
héroes, el coraje de los bravos. Un grito más, y aquellos esclavos habrían
dejado caer con rabia ese fardo que los encorva y los somete con más eficacia
que el presidio y el cadalso: el respeto a los de arriba. Pero el Miedo se
encarama y habla; sus palabras pasan sobre aquellas cabezas como un soplo de
invierno; y los entusiasmos se apagan, el ansia ardiente se entumece, y
aquellos seres humanos, que habían podido llegar a los umbrales del heroísmo
e iban ya a franquear sus puertas, abren los ojos con espanto y retroceden
para caer de nuevo envilecidos y sumisos a los pies de sus verdugos,
repitiendo las palabras malditas: "la paz es buena; la paz es un gran
bien". Esta es la historia de todos
los humanos esfuerzos hacia la libertad y la felicidad. Poniendo en riesgo su
vida y su bienestar, habla el apóstol. Los esclavos se enderezan y escuchan.
La vívida palabra del apóstol cae sobre las almas entristecidas por el
secular dolor como un bálsamo bienhechor. Es un consuelo saber que todos, por
el hecho solo de nacer, tenemos derecho a vivir y a ser felices. ¿No somos
felices? Es que hay alguien que pone obstáculos al libre disfrute de la
felicidad. Y el apóstol habla entonces del amo, del fraile, del soldado y del
gobernante. Estos pesan sobre los proletarios desde que apareció el primer
ladrón que dijo: "este pedazo de tierra es mío," y desde entones
han moldeado a su antojo la inteligencia humana, amedrentándola unos con el
temor al infierno y aterrorizándola otros con el calabozo y la muerte. De
aquí deriva el religioso respeto a los de arriba; respeto al fraile que
embrutece; respeto al soldado que asesina; respeto al gobernante que oprime;
respeto al amo que vive del trabajo de los parias, y ese respeto prescrito
por las leyes, tan admirablemente dispuestas que con ellas sólo se benefician
los de arriba y se perjudican los de abajo, oprime a la humanidad, la hace
esclava, la hace desgraciada porque quita el derecho al libre examen,
arrebata la prerrogativa de gozar de todos los bienes con que nos brinda la
Naturaleza, no tienta la civilización y hace al hombre incapaz de levantar la
vista y mirar de frente a sus opresores. Contra ese respeto habla el
apóstol y sus palabras son inyecciones de santa soberbia que vigoriza a las
multitudes. El deseo de ser libres se apodera y el espíritu de la justicia
inmortal parece que al fin se decide a echar sus raíces en el corazón del
hombre. Pero viene el Miedo y habla; se sobrecogen de terror los corazones;
los brazos más firmes dejan caer con desaliento las armas libertarias y de los
labios envilecidos brotan una por una las odiosas palabras: la vida es dulce
y amable; cuidemos, pues, la vida. Y bien, predicar la paz es un
crimen. Predicar la paz cuando el tirano nos deshonra imponiéndonos su
voluntad; cuando el rico nos extorsiona hasta convertirnos en sus esclavos:
cuando el Gobierno, y la Burguesía y el Clero matan toda aspiración y toda
esperanza; predicar la paz en tales circunstancias es cobarde, es vil, es
criminal. La paz con cadenas es una afrenta que se debe rechazar. Hay paz en
la ergástula, hay paz en el cementerio, hay paz en el convento; pero esa paz
no es vida; esa paz no enaltece; esa es la paz de Porfirio Díaz, la paz en
que medra el eunuco y se prostituye el ciudadano; la paz de los Césares, la
paz de los sátrapas del Oriente. Un paz así,
¡maldita sea! Contra una paz así debemos
rebelarnos todos los que todavía andamos en dos pies. La muerte en medio de
la Revolución es más dulce que la vida en medio de la opresión. La libertad o
la muerte, deber ser nuestro grito, y a su conjuro levantémonos todos para
aplastar, primero, a los cobardes que predican la paz; en seguida, a los
tiranos. Primero a los cobardes,
porque ellos son el más seguro apoyo de todo despotismo y los enemigos más
peligrosos de todo progreso. "Blasfemia," gritan los cobardes. Sí,
bendita blasfemia, responde el revolucionario; blasfemia creadora; blasfemia
vidente, blasfemia sabia; blasfemia justa. La blasfemia puso sus manos en los
altares y los tronos de la tierra, y los hizo pedazos; la blasfemia se elevó
al cielo donde otra corte, la celestial, imperaba y la hizo añicos con la
razón dejando en su lugar soles magníficos cuya composición química nos dio a
conocer; la blasfemia rompió el freno con que la ignorancia tenía fija a la
Tierra en un punto del espacio y la echó a rodar en su elipse gloriosa
alrededor del Sol; la blasfemia arrancó el rayo de las manos de Júpiter y lo
redujo a prisión en la botella de Leyde, e
infatigable y audaz la blasfemia, después de haber llegado al cielo y
derribado dioses; después de haber encadenado las fuerzas ciegas de la
naturaleza; después de haber descubierto la impostura del derecho divino de
los llamados señores de la Tierra; después de haber escudriñado los mares de
la Tierra; después de haber escudriñando los mares hasta encontrar el
protoplasma, o sea la más pequeña raíz del árbol zoológico cuyo más bello
fruto es el hombre, se levanta serena, con la serenidad augusta de la
Ciencia, para formular ante el Capital esta sencilla pregunta: ¿por qué
reinas? Obreros de la Revolución:
cultivad de irreverencia. "Regeneración",
17 de septiembre de 1910
*NOTA DE LOS EDITORES: Esta es una selección de textos de
Ricardo Flores Magón, mexicano, latinoamericano y
universal. Estos textos empezaron a circular en la red, aproximadamente el
año 1996. Agradecemos su difusión. Enero 2003. |
|
|
||||
|
|
|
|
|
|
|||