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BIOGRAFIA DE RICARDO FLORES MAGON.

 

BIOGRAFIA.

 

Ricardo Flores Magón nació en San Antonio Eloxochitlán, Oaxaca, el año de 1873 en el seno de una familia humilde. Sus padres fueron Teodoro Flores y Margarita Magón.

Realizó sus estudios primarios en la ciudad de México y ahí mismo ingresa a la Escuela Nacional Preparatoria. En 1893 inicia la carrera de abogado en la Escuela Superior de Jurisprudencia, misma que no concluye y se inicia como periodista de oposición en "El Demócrata".

En 1900, en compañía de su hermano Jesús, fundan el periódico "Regeneración", cuya campaña en contra del presidente Porfirio Díaz le da por resultado ser encarcelado. Al salir de la cárcel en 1902, colabora en el periódico "El Hijo del Ahuizóte" y vuelve a ser aprehendido. Dos años después, en 1904, escapa de la persecución de la dictadura y llega a San Antonio, Texas. Junto con su hermano Enrique (1887-1954), reanudan la publicación de "Regeneración", pero se ven obligados a trasladarse a San Luis, Missouri, debido a la implacable persecusión que el General Díaz ordenó en contra de ellos.

Fue en San Luis, Missouri, donde nació en 1906 el Partido Liberal Mexicano. En enero de 1911 los hermanos Flores Magón promovieron la insurrección de la Baja California, tomando Mexicali y Tijuana. Francisco I. Madero, trató de atraerlos a su causa a través de don Abrahám González, pero no lo logró, pues Ricardo Flores Magón, jefe de los rebeldes, no creía en lo que él llamaba una "revolución burguesa".

En 1918 Ricardo Flores Magón y Librado Rivera firmaron un manifiesto dirigido a todos los anarquistas del mundo. Esto les ocasionó que se les instruyera un proceso penal, en donde Ricardo fue condenado a 20 años de prisión y Librado a 15.

Flores Magón fue encarcelado en la Isla McNeil, estado de Washington y luego ya muy enfermo, trasladado a la prisión de Leavenworth, Kansas, en donde falleció en el año de 1922.

Ricardo Flores Magón, escribió para el teatro dos dramas de hondo contenido social y patético realismo: "Tierra y Libertad" y "Verdugos y Víctimas", además escribió numerosos ensayos, cuentos y reportajes, todos ellos con una fuerte critica social.

 

OTRA BIOGRAFIA DE RICARDO FLORES MAGON

 

"No sobreviviré a mi cautiverio, pues ya estoy viejo; pero cuando muera, mis amigos quizás inscriban en mi tumba: "Aquí yace un soñador", y mis enemigos: "Aquí yace un loco". Pero no habrá nadie que se atrevera a estampar esta inscripción "Aquí yace un cobarde y un traidor a sus ideas" Ricardo Flores Magón

 

Ricardo Flores M. al igual que Librado R. habían caído a la cárcel por oponerse a la lucha fraticida de los pueblos, por escribir un manifiesto contra la Primera Guerra Mundial, por decir: "no mataras" fue tratado como el peor de los criminales, por ejercer la libertad de expresión fue condenado a 20 años de prisión y su compañero Librado a 15, entraron a presidio el 15 de agosto de 1918. El era diabético y no se le proporcionaba el alimento ni las medicinas adecuadas, y además no permitían que sus compañeros se las proporcionaran, ni que fuera revisado y/o atendido por medico alguno diferente al de la prisión, todos los esfuerzos legales eran coartados, y totalmente rechazados:

 

“Soy un soñador: éste es mi crimen. Sin embargo, mi sueño de lo bello y mis acariciadas visiones que la máquina aborrece, no morirán con uno: mientras exista sobre la Tierra un corazón adolorido o un ojo lleno de lágrimas, mis sueños y mis visiones tendrán que vivir"

 

Para salir de la prisión muchísimas se le trato de comprar, de sobornar."Ha venido a verme (el cónsul de México) para que traicione a mis hermanos los revolucionarios y defraude las esperanzas de los oprimidos vendiéndome a Porfirio Díaz”.

 

Fue tratado de sobornar por los supuestos revolucionarios que le siguieron a Porfirio Díaz en el poder después de su caída, le ofrecieron puestos públicos. Enrique Flore M. que presenció este encuentro y un manifiesto aparecido en Veracruz, donde se proponía a Francisco I. Madero como presidente provisional y a Ricardo Flores Magón como vicepresidente provisional, al cual respondió con un artículo titulado "No quiero ser tirano" un dia le llego una carta en la que se le daria la libertad si pedia perdon a lo que respondio ; cegaré, me pudriré y moriré dentro de estas horrendas paredes que me separan del resto del mundo, porque no voy a pedir perdón. ¡No lo haré! Pedir perdón significaría que estoy arrepentido de haberme atrevido a derrocar al capitalismo. Asi se le persiguió, se le encarcelo decenas de veces, se le trato de asesinar otras tantas, se le difamo, inclusive por los supuestos revolucionarios que se comportaron igual o peor aún que el mismo Porfirio Díaz; Madero, Carranza, antiguos miembros del PLM... todos ellos quisieron comprarlo y al no claudicar le atacaron de la manera más feroz que podían Y El 20 de noviembre de 1922, en la cárcel de Leavenworth, Kansas en EE.UU ya casi ciego.fue asesinado. Si, la lucha que iniciaron, continua teniendo aún vigencia, esos sueños y esas visiones "con una humanidad más justa, sana, más bella, más sabia, más feliz" hoy en día son tan actuales como lo fueron en su momento, y es por esto que hoy como ayer gritamos a los cuatro vientos, el grito redentor de los sin techo, de los esclavos del salario, de los diferentes, de los rebeldes, de los utopistas: ¡Muera la explotación! ¡Muera la tiranía! ¡Viva Tierra y Libertad!

 

"Mi espíritu se regocija con la visión de un porvenir en que no habrá un solo hombre que diga: 'Tengo hambre', en que no haya quien diga: 'No sé leer', en que sobre la Tierra no se oiga más el chirrido de cadenas y cerrojos..."

 

 

SOBRE LOS TEXTOS SELECCIONADOS

A pesar de que estos textos deben situarse en una época de preparación a la insurrección proletaria (1907-1910), por haber sido escritos en el período que precede la mayor ola de acción revolucionaria del proletariado iniciada en octubre noviembre de 1910 (aunque precedida por algunas sublevaciones armadas emprendidas por los compañeros de Ricardo Flores Magón en 1908) y que en ese sentido debemos remarcar que los mismos fueron escritos en un período diferente al de hoy, publicamos exclusivamente textos que tienen una validez muy general.

En ese sentido se adecuan para que lectores, corresponsales, compañeros, militantes revolucionarios organizados o no, busquen las formas de reproducirlos, fotocopiarlos, hacerlos conocer entre los proletarios y los utilicen así como armas de lucha de nuestra clase contra todos aquellos que hoy tratan de canalizar la rabia y energía revolucionaria hacia callejones sin salida como "la lucha contra el neoliberalismo", el pacifismo en todas sus formas, el democratismo, etc.

El primero de esos textos "Vamos hacia la Vida", fue escrito en San Francisco, California en julio de 1907 (1) y publicado por primera vez en el periódico "Revolución" de Los Angeles, aunque luego reimpreso en Regeneración número 5 del 1º de octubre de 1910. Los revolucionarios de entonces no podían prever, que una vez derrotada la revolución internacional, se impondrían muchas décadas de contrarrevolución y que en base a ella se impondrían nuevamente tiempos en donde una vez más las masas serían movilizadas por los nacionalismos, por las religiones,... Como otros textos de la época que llaman a la revuelta, a la indisciplina, a no ser "hombres serios", a la rebeldía,... estos escritos tienen una potencia imperecedera, una fuerza que aun hoy se contrapone con toda la ideología dominante, más allá de tal o tal límite puntual. Incluso los límites que el mismo autor teme y proyecta en la época: "... para los revolucionarios de mañana nuestros actos habrán sido de hombres serios" no han resultado así. En efecto a pesar de que ese texto se inscribe en la primera fase revolucionaria y que el grupo de vanguardia de la revolución del proletariado en México, nucleado en torno a Ricardo Flores Magón no ha realizado todavía todas las rupturas necesarias con el reformismo, constituye, desde nuestro punto de vista, un excelente ejemplo de llamado a la pelea, hacia la vida, hacia la revolución.

"A los proletarios", "El derecho a la Rebelión" y "Predicar la paz es un crimen" escritos en setiembre de 1910, es decir pleno período preinsurreccional, son textos abiertamente comprometidos con el proceso de preparación a la acción revolucionaria del proletariado y no dudamos de que nuestros lectores sientan, en su carne, la fuerza revolucionaria de los mismos y que de los mismos saquen mil ideas para utilizar en el futuro. Nosotros solo queremos aquí subrayar algunos aspectos de los mismos.

Así, queremos remarcar en el primero de estos artículos, la extraordinaria capacidad del autor para evidenciar el hecho de que la revolución no se provoca, de que la revolución no es el fruto de la voluntad, de la "acción de los revolucionarios", sino que se produce por la evolución natural de la sociedad, por el desgaste generalizado de la opresión y que por lo tanto el problema no es el de hacer entrar a miles de hombres en la acción directa revolucionaria, sino que el verdadero problema es el de la dirección de la revolución. La preocupación central de los revolucionarios en México en esos años, es la misma de la de todos los revolucionarios: que la revolución no sea parada, desviada, canalizada, transformada en un simple cambio de jeta en la jefatura del Estado burgués, que la misma se desarrolle en todo su contenido social hasta la destrucción total de esta sociedad de explotación y de opresión. Como hemos afirmado más de una vez el deber de los revolucionarios no es el de "hacer la revolución" o el de "hacer el partido", como el leninismo o/y el guevarismo dicen, sino bien por el contrario el de dirigir la revolución y el partido para que no degeneren y sucumban desviados hacia el reformismo, el de impulsar el máximo desarrollo de los mismos hasta la destrucción total de la sociedad capitalista.

Ese artículo forma parte a su vez de una prédica mucho más general contra los peligros, que se verificarán prácticamente enseguida, de la transformación de la revolución social del proletariado en una mera "revolución" por las libertades políticas, en una simple "revolución democrático burguesa".

Con respecto al segundo de estos artículos "El derecho a la rebelión"ya subrayamos la importancia contracorriente, incluso para el día de hoy, de mostrar la rebelión como necesidad imperiosa del ser humano, como el impulso vital más decisivo de la humanidad.

En cuanto a "Predicar la paz es un crimen" subrayemos únicamente, junto a Ricardo Flores Magón, nuestro vómito contra la paz de la sociedad burguesa y no olvidemos nunca que los primeros enemigos que hay que aplastar son a aquellos que predican en nuestras filas las ideas de la burguesía, a aquellos que constituyen el más seguro apoyo de todo despotismo "levantémonos todos para aplastar, primero a los cobardes que predican la paz; enseguida a los tiranos". A propósito de ello recordemos entonces que ningún despotismo se hubiese impuesto sin los predicadores de la paz, que, para solo dar algunos ejemplos obvios, que no hubiese habido Nazis sin socialdemócratas, as sin socialopacifistas, 
Pinochet sin Allende, Franco sin República Española.

 

NOTAS :

[1] Los textos que publicamos en este número fueron escritos en principio por Ricardo Flores Magón aunque todo parece indicar que algunos, como precisamente "Vamos hacia la vida" fue redactado con la colaboración decisiva de otros militantes del nucleo de vanguardia del proletariado en esos años, como Práxedis Guerrero, Enrique Flores Magón...

 

 

VAMOS HACIA LA VIDA

 

No vamos los revolucionarios en pos de una quimera: vamos en pos de la realidad. Los pueblos ya no toman las armas para imponer un dios o una religión; los dioses se pudren en los libros sagrados; las religiones se deslíen en las sombras de la indiferencia. El Korán, los Vedas, la Biblia, ya no esplenden: en sus hojas amarillentas agonizan los dioses tristes como el sol en un crepúsculo de invierno.

 Vamos hacia la vida. Ayer fue el cielo el objetivo de los pueblos; ahora es la tierra. Ya no hay manos que empuñen las lanzas de los caballeros. La cimitarra de Alá yace en las vitrinas de los museos. Las hordas del dios de Israel se hacen ateas. El polvo de los dogmas va desapareciendo al soplo de los años.

 Los pueblos ya no se rebelan, porque prefieren adorar un dios en vez de otro. Las grandes conmociones sociales que tuvieron su génesis en las religiones, han quedado petrificadas en la historia. La Revolución francesa conquistó el derecho de pensar; pero no conquistó el derecho de vivir, y a tomar este derecho se disponen los hombres conscientes de todos loa países y de todas las razas.

 Todos tenemos derecho de vivir, dicen los pensadores, y esta doctrina humana ha llegado al corazón de la gleba como un rocío bienhechor. Vivir, para el hombre, no significa vegetar. Vivir significa ser libre y ser feliz. Tenemos, pues, todos derecho a la libertad y a la felicidad.

 La desigualdad social murió en teoría al morir la metafísica por la rebeldía del pensamiento. Es necesario que muera en la práctica. A este fin encaminan sus esfuerzos todos los hombres libres de la tierra.

 He aquí por qué los revolucionarios no vamos en pos de una quimera. No luchamos por abstracciones, sino por materialidades. Queremos tierra para todos, para todos pan. Ya que forzosamente ha de correr sangre, que las conquistas que se obtengan beneficien a todos y no a determinada casta social.

 Por eso nos escuchan las multitudes; por eso nuestra voz llega hasta las masas y la sacude y las despierta, y, pobres como somos, podemos levantar un pueblo.

 Somos la plebe; pero no la plebe de los Faraones, mustia y doliente; ni la plebe que bate palmas al paso de Porfirio Díaz. Somos la plebe rebelde al yugo; somos la plebe de Espartaco, la plebe que con Munzer proclama la igualdad, la plebe que con Camilio Desmoulins aplasta la Bastilla, la plebe que con Hidalgo incendia Granaditas, somos la plebe que con Juárez sostiene la Reforma.

 Somos la plebe que despierta en medio de la francachela de los hartos y arroja a los cuatro vientos como un trueno esta frase formidable: "¡Todos tenemos derecho a ser libres y felices!" Y el pueblo, que ya no espera que descienda a algún Sinaí la palabra de Dios grabada en unas tablas, nos escucha. Debajo de las burdas telas se inflaman los corazones de los leales. En las negras pocilgas, donde se amontonan y pudren los que fabrican la felicidad de los de arriba, entra un rayo de esperanza. En los surcos medita el peón. En el vientre de la tierra el minero repite la frase a sus compañeros de cadenas. Por todas partes se escucha la respiración anhelosa de los que van a rebelarse. En la obscuridad, mil manos nerviosas acarician el arma y mil pechos impacientes consideran siglos los días que faltan para que se escuche este grito de hombres: ¡rebeldía!

 El miedo huye de los pechos: sólo los viles lo guardan. El miedo es un fardo pesado, del que se despojan los valientes que se avergüenzan de ser bestias de carga. Los fardos obligan a encorvarse, y los valientes quieren andar erguidos. Si hay que soportar algún peso, que sea un peso digno de titanes; que sea el peso del mundo o de un universo de responsabilidades.

 ¡Sumisión! Es el grito de los viles; ¡rebeldía! Es el grito de los hombres. Luzbel, rebelde, es más digno que el esbirro Gabriel, sumiso.

 Bienaventurado los corazones donde enraiza la protesta. ¡Indisciplina y rebeldía! Bellas flores que no han sido debidamente cultivadas.

 Los timoratos palidecen de miedo y los hombres "serios" se escandalizan al oír nuestras palabras; los timoratos y los hombres "serios" de hoy, que adoran a Cristo, fueron los mismos que ayer lo condenaron y lo crucificaron por rebelde. Los que hoy levantan estatuas a los hombres de genio, fueron los que ayer los persiguieron, los cargaron de cadenas o los echaron a la hoguera. Los que torturaron al Galileo y le exigieron su retractación, hoy lo glorifican; los que quemaron vivo a Giordano Bruno, hoy lo admiran; las manos que tiraron de la cuerda que ahorcó a John Brown, el generoso defensor de los negros, fueron las mismas que más tarde rompieron las cadenas de la esclavitud por la guerra de secesión; los que ayer condenaron, excomulgaron y degradaron a Hidalgo, hoy lo veneran; las manos temblorosas que llevaron la cicuta a los labios de Sócrates, escriben hoy llorosas apologías de ese titán del pensamiento.

 "Todo hombre -dice Carlos Malato- es a la vez un REACCIONARIO de otro hombre y el REVOLUCIONARIO de otro también".

 Para los reaccionarios -hombres "serios" de hoy- somos revolucionarios; para los revolucionarios de mañana nuestros actos habrán sido de hombres "serios". Las ideas de la humanidad varían siempre en el sentido del progreso, y es absurdo pretender que sean inmutables como las figuras de las plantas y los animales impresas en las capas geológicas.

 Pero si los timoratos y los hombres "serios" palidecen de miedo y se escandalizan con nuestra doctrina, la gleba se alienta. Los rostros que la miseria y el dolor han hecho feos, se transfiguran; por las mejillas tostadas ya no corren lágrimas; se humanizan las caras, todavía mejor, se divinizan, animadas por el fuego sagrado de la rebelión. ¿Qué escultor ha esculpido, jamás un héroe feo? ¿Qué pintor ha dejado en el lienzo la figura deforme de algún héroe? Hay una luz misteriosa que envuelve a los héroes y los hace deslumbradores. Hidalgo, Juárez, Morelos, Zaragoza, deslumbran como soles. Los griegos colocaban a sus héroes entre los semidioses.

 Vamos hacia la vida; por eso se alienta la gleba, por eso ha despertado el gigante y por eso no retroceden los bravos. Desde su Olimpo, fabricado sobre las piedras de Chapultepec, un Júpiter de zarzuela pone precio a las cabezas de los que luchan; sus manos viejas firman sentencias de caníbales, sus canas deshonradas se rizan como los pelos de un lobo atacado de rabia. Deshonra de la ancianidad, este viejo perverso se aferra a la vida con la desesperación de un náufrago. Ha quitado la vida a miles de hombres y lucha a brazo partido con la muerte para no perder la suya.

 No importa; los revolucionarios vamos adelante. El abismo no nos detiene: el agua es más bella despeñándose.

 Si morimos, moriremos como soles: despidiendo luz.

 Este artículo fue escrito en San Francisco, California, en julio de 1907, y publicado en el mismo mes en Los Angeles, California, en un periódico llamado "Revolución". Después se volvió a reimprimir en el número 5 de "Regeneración", 1 de octubre de 1910.
 

 

 

A LOS PROLETARIOS

 

Obreros, escuchad: muy pronto quedará rota la infame paz que por más de treinta años hemos sufrido los mexicanos. La calma del momento contiene en potencia la insurrección del mañana. La revolución es la consecuencia lógica de los mil hechos que han constituido el despotismo que ahora vemos en agonía. Ella tiene que venir indefectiblemente, fatalmente con la puntualidad con que aparece de nuevo el sol para desvanecer la angustia de la noche. Y vais a ser vosotros, obreros, la fuerza de esa revolución. Van a ser vuestros brazos los que empuñen el fusil reivindicador. Vuestra va a ser la sangre que matizará el suelo patrio, como rojas flores de fuego. Si algunos ojos van a llorar su luto y su viudez, esos serán los de vuestras madres, de vuestras esposas, de vuestras hijas. Vosotros, pues, vais a ser el músculo de la voluntad nacional convertida en fuerza.

 La revolución tiene que efectuarse irremisiblemente, y, lo que es mejor todavía, tiene que triunfar, esto es, tiene que llegar a sangre y fuego hasta el cubil donde celebran su último festín los chacales que os han devorado en esta larga noche de treinta y cuatro años. Pero ¿es esto todo? ¿No os parece absurdo llegar hasta el sacrificio por el simple capricho de cambiar de amos?

 Obreros, amigos míos, escuchad: es preciso, es urgente que llevéis a la revolución que se acerca la conciencia de la época; es preciso, es urgente que encarnéis en la pugna magna el espíritu del siglo. De lo contrario, la revolución que con cariño vemos incubarse en nada diferirá de las ya casi olvidadas revueltas fomentadas por la burguesía y dirigidas por el caudillaje militaresco, en las cuales no jugasteis el papel heroico de propulsores conscientes, sino el nada airoso de carne de cañón.

 Sabedlo de una vez: derramar sangre para llevar al Poder a otro bandido que oprima al pueblo, es un crimen, y eso será lo que suceda si tomáis las armas sin más objeto que derribar a Díaz para poner en su lugar un nuevo gobernante.

 La larga opresión que ha sufrido el pueblo mexicano; la desesperación que se ha apoderado de todos como el resultado de esa opresión, han fecundado en el alma entristecida del pueblo una sola ambición: la de un cambio en los hombres del Gobierno. Ya no se soporta a los hombres actuales; se les odia con toda la fuerza de un odio por tanto tiempo comprimido, y la idea fija de un cambio de gobernantes ha venido a empequeñecer los ideales; los principios salvadores han quedado subordinados al solo deseo del cambio en la Administración pública. Un ejemplo tristísimo de la verdad de esto se encuentra en ese loco entusiasmo, en esa absurda alegría con que se acogió la candidatura de uno de los funcionarios más perversos, de uno de los verdugos más crueles que ha tenido la nación mexicana: la candidatura de Bernardo Reyes.

 Cuando se lanzó esa candidatura, no reflexionó el pueblo mexicano acerca de la personalidad del postulado. Lo interesante para él, para el pueblo, era el cambio. La desesperación popular parecía haberse cristalizado en estas palabras: cualquiera, menos Díaz, y como el que está a punto de rodar hacia un abismo, se asió de la candidatura reyista como de un clavo ardiendo. Por fortuna, si Reyes es ambicioso, al mismo tiempo es cobarde para ponerse frente a Díaz y luchar contra él. Esta cobardía salvó al pueblo mexicano de sufrir una tiranía más cruel, una opresión más salvaje, si cabe, que la que actualmente lamenta.

 Para evitar estos lamentables extravíos, es preciso reflexionar. La revolución es inminente: ni el Gobierno ni los oposicionistas podrán detenerla. Un cuerpo cae por su propio peso, obedeciendo las leyes de la gravedad; una sociedad revolucionaria, obedeciendo leyes sociológicas incontrastables. Pretender oponerse a que la revolución estalle, es una locura que sólo puede cometer el pequeño grupo de interesados en que no suceda tal cosa. Y ya que la revolución tiene que estallar, sin que nadie ni nada pueda contenerla, buen es, obreros, que saquéis de ese gran movimiento popular todas las ventajas que trae en su seno y que serían para la burguesía, si, inconscientes de vuestros derechos como clase productora de la riqueza social, figuraseis en la contienda simplemente como máquinas de matar y de destruir, pero sin llevar en vuestros cerebros la idea clara y precisa de vuestra emancipación y engrandecimiento sociales.

 Tened en cuenta, obreros, que sois los únicos productores de la riqueza. Casas, palacios, ferrocarriles, barcos, fábricas, campos cultivados, todo, absolutamente todo está hecho por vuestra manos creadoras y, sin embargo, de todo carecéis. Tejéis las telas, y andáis casi desnudos; cosecháis el grano, y apenas tenéis un miserable mendrugo que llevar a la familia; edificáis casas y palacios, y habitáis covachas y desvanes; los metales que arrancáis de la tierra sólo sirven para hacer más poderosos a vuestros amos, y, por lo mismo, más pesada y más dura vuestra cadena. Mientras más producís, más pobres sois y menos libres, por la sencilla razón de que hacéis a vuestros señores más ricos y más libres, porque la libertad política sólo aprovecha a los ricos. Así pues, si vais a la revolución con el propósito de derribar al despotismo de Porfirio Díaz, cosa que lograréis indudablemente, porque el triunfo es seguro, si os va bien después del triunfo, obtendréis un Gobierno que ponga en vigor la Constitución de 1857, y, con ello, habréis adquirido, al menos por escrito, vuestra libertad política; pero en la práctica seguiréis siendo tan esclavos como hoy, y como hoy sólo tendréis un derecho: el de reventar de miseria.

 La libertad política requiere la concurrencia de otra libertad para ser efectiva: esa libertad es la económica: los ricos gozan de libertad económica y es por ello por lo que son los únicos que se benefician con la libertad política.

 Cuando la Junta Organizadora del Partido Liberal mexicano formuló el programa promulgado en St. Louis, Mo., el 1º de julio de 1906, tuvo la convicción, convicción que tiene todavía, firmísima convicción que guarda con cariño, de que la libertad política debe ir acompañada de la libertad económica para ser efectiva. Por eso se exponen en el programa los medios que hay que emplear para que el proletariado mexicano pueda conquistar su independencia económica.

 Si a la lucha que se aproxima no lleváis la convicción de que sois los productores de la riqueza social, y de que por ese solo hecho tenéis el derecho no sólo de vivir, sino de gozar de todas las comodidades materiales y de todos los beneficios morales e intelectuales de que ahora se aprovechan exclusivamente vuestros amos, no haréis obra revolucionaria tal como la sienten vuestros hermanos de los países más cultos. Si no sois conscientes de vuestros derechos como clase productora, la burguesía se aprovechará de vuestro sacrificios, de vuestra sangre y del dolor de los vuestros, del mismo modo que hoy se aprovecha de vuestro trabajo, de vuestra salud y de vuestro porvenir en la fábrica, en el campo, en el taller, en la mina.

 Así pues, obreros, es necesario que os deis cuenta de que tenéis más derechos que los que os otorga la Constitución política de 1857, y, sobre todo, convenceos de que, por el solo hecho de vivir y de formar parte de la humanidad, tenéis el inalienable derecho de la felicidad. La felicidad no es patrimonio exclusivo de vuestros amos y señores, sino vuestro también y con mejor derecho de vuestra parte, porque sois los que producís todo lo que hace amena y confortable la vida.

 Ahora sólo me resta exhortaros a que no desmayéis. Veo en vosotros el firme propósito de lanzaros a la revolución para derribar el despotismo más vergonzoso, más odioso que ha pesado sobre la raza mexicana: el de Porfirio Díaz. Vuestra actitud merece el aplauso de todo hombre horado; pero os repito, llevar al combate la conciencia de que la revolución se hace por vosotros, de que el movimiento se sostiene con vuestra sangre y de que los frutos de esa lucha serán vuestros y de vuestras familias, si sostenéis con la entereza que da la convicción vuestro derecho a gozar de todos los beneficios de la civilización.

 Proletarios: tened presente que vais a ser el nervio de la revolución; id a ella, no como el ganado que se lleva al matadero, sino como hombres conscientes de todos sus derechos. Id a la lucha; tocad resueltamente a las puertas de la epopeya; la gloria os espera impaciente de que no hayáis hecho pedazos todavía vuestras cadenas en el cráneo de nuestros verdugos.

 "Regeneración", 3 de septiembre de 1910
 

 

 

EL DERECHO DE REBELION

 

Desde lo alto de su roca el Buitre Viejo acecha. Una claridad inquietante comienza a disipar las sombras que en el horizonte amontonó el Crimen, y en la lividez del paisaje aparece adivinarse la silueta de un gigante que avanza: es la Insurrección.

 El Buitre Viejo se sumerge en el abismo de su conciencia, hurga los lodos del bajo fondo; pero nada halla en aquellas negruras que le explique el porqué de la rebelión. Acude entonces a los recuerdos; hombres y cosas y fechas y circunstancias pasan por su mente como un desfile dantesco: pasan los mártires de Veracruz, pálidos, mostrando las heridas de sus cuerpos recibidas una noche, a la luz de un farolillo, en el patio de un cartel, por soldados borrachos mandados por un jefe borracho también de vino y de miedo; pasan los obreros de "El Republicano", lívidos, las ropas humildes y las carnes desgarradas por los sables y las bayonetas de los esbirros; pasan las familias de Papantla, ancianos, mujeres, niños, acribillados a balazos; pasan los obreros de Cananea, sublimes en su sacrificio chorreando sangre, pasan los trabajadores de Río Blanco, magníficos, mostrando las heridas denunciadoras del crimen oficial; pasan los mártires de Juchitán, de Velardeña, de Monterrey, de Acayucan, de Tomóchic; pasan Ordóñez, Olmos y Contreras, Rivero Echegaray, Martínez, Valadés, Martínez Carreón; pasan Ramírez Bonilla, Albertos, Kankum, Leyva, Lugo; pasan legiones de espectros, legiones de viudas, legiones de huérfanos, legiones de prisioneros y el pueblo entero pasa, desnudo, macilento, débil por la ignorancia y el hambre.

 El Buitre Viejo alisa con rabia las plumas alborotadas por el torbellino de los recuerdos, sin encontrar en éstos el porqué de la Revolución. Su conciencia de ave de rapiña justifica la muerte. ¿Hay cadáveres? La vida está asegurada.

 Así viven las clases dominantes: del sufrimiento y de la muerte de las clases dominadas, y pobres y ricos, oprimidos y déspotas, en virtud de la costumbre y de las preocupaciones heredadas, consideran natural este absurdo estado de cosas.

 Pero un día uno de los esclavos toma un periódico y lo lee: es un periódico libertario. En él se ve cómo el rico abusa del pobre sin más derecho que el de la fuerza y la astucia; en él se ve cómo el Gobierno abusa del pueblo sin otro derecho que el de la fuerza. El esclavo piensa entonces y acaba por concluir que, hoy como ayer, la fuerza es soberana y, consecuente con su pensamiento, se hace rebelde. A la fuerza no se la domina con razones: a la fuerza se la domina con la fuerza.

 El derecho de rebelión penetra en las conciencias, el descontento crece, el malestar se hace insoportable, la protesta estalla al fin y se inflama el ambiente. Se respira una atmósfera fuerte por los efluvios de rebeldía que la saturan y el horizonte comienza a aclararse. Desde lo alto de su roca el Buitre Viejo acecha. De las llanadas no suben ya rumores de quejas, ni de suspiros, ni de llantos: es rugido el que se escucha. Baja la vista y se estremece, no percibe una sola espalda: es que el pueblo se ha puesto de pie.

 Bendito momento aquel en que un pueblo se yergue. Ya no es el rebaño de lomos tostados por el sol, ya no es la muchedumbre sórdida de resignados y de sumisos, sino la hueste de rebeldes que se lanza a la conquista de la tierra ennoblecida porque al fin la pisan hombres.

 El derecho de rebelión es sagrado porque su ejercicio es indispensable para romper los obstáculos que se oponen al derecho de vivir. Rebeldía, grita la mariposa al romper el capullo que la aprisiona: rebeldía, grita la yema al desgarrar la recia corteza que la cierra el paso; rebeldía, grita el grano en el surco al agrietar la tierra para recibir los rayos del sol; rebeldía, grita el tierno ser humano al desgarrar las entrañas maternas; rebeldía, grita el pueblo cuando se pone de pie para aplastar a tiranos y explotadores.

 La rebeldía es la vida; la sumisión es la muerte. ¿Hay rebeldes en un pueblo? La vida está asegurada y asegurados están también el arte y la ciencia y la industria. Desde Prometeo hasta Kropotkin, los rebeldes han hecho avanzar a la humanidad.

 Supremo derecho de los instantes supremos en la rebeldía. Sin ella, la humanidad andaría perdida aún en aquel lejano crepúsculo que la Historia llama la Edad de Piedra; sin ella la inteligencia humana hace tiempo que habría naufragado en el lodo de los dogmas; sin ella, los pueblos vivirían aún de rodillas ante los principios de derecho divino; sin ella, esta América hermosa continuaría durmiendo bajo la protección del misterioso océano; sin ella, los hombres verían aún perfilarse los recios contornos de esa afrenta humana que se llamó la Bastilla.

 Y el Buitre Viejo acecha desde lo alto de su roca, fija la sanguinolenta pupila en el gigante que avanza sin darse cuenta aún del porqué de la insurrección. El derecho de rebelión no lo entienden los tiranos.

 "Regeneración", 10 de septiembre de 1910
 

 

 

PREDICAR LA PAZ ES UN CRIMEN

 

Trémulo y pálido, inquieta la mirada, colgante el belfo, un hombre se abre paso entre la multitud, y dando tropezones, arrastrando los pies como si fueran de plomo, sube a la tribuna: es el Miedo quien va a hablar. Filosofía de bestias de cuadra es la que predica. "La paz es buena, dice; la paz es un gran bien. La vida es dulce y es amable, prosigue; cuidemos, pues, la vida."

 Momentos antes, altivos tribunos habían sacudido a aquella multitud, y el heroísmo, el arrojo y la rebelde audacia habían hecho vibrar aquellas almas, almas proletarias, espíritus taciturnos de vencidos seculares que, al grito de rebelión, habían sentido levantarse de los más escondidos rincones de su ser el ansia de los héroes, el coraje de los bravos. Un grito más, y aquellos esclavos habrían dejado caer con rabia ese fardo que los encorva y los somete con más eficacia que el presidio y el cadalso: el respeto a los de arriba. Pero el Miedo se encarama y habla; sus palabras pasan sobre aquellas cabezas como un soplo de invierno; y los entusiasmos se apagan, el ansia ardiente se entumece, y aquellos seres humanos, que habían podido llegar a los umbrales del heroísmo e iban ya a franquear sus puertas, abren los ojos con espanto y retroceden para caer de nuevo envilecidos y sumisos a los pies de sus verdugos, repitiendo las palabras malditas: "la paz es buena; la paz es un gran bien".

 Esta es la historia de todos los humanos esfuerzos hacia la libertad y la felicidad. Poniendo en riesgo su vida y su bienestar, habla el apóstol. Los esclavos se enderezan y escuchan. La vívida palabra del apóstol cae sobre las almas entristecidas por el secular dolor como un bálsamo bienhechor. Es un consuelo saber que todos, por el hecho solo de nacer, tenemos derecho a vivir y a ser felices. ¿No somos felices? Es que hay alguien que pone obstáculos al libre disfrute de la felicidad. Y el apóstol habla entonces del amo, del fraile, del soldado y del gobernante. Estos pesan sobre los proletarios desde que apareció el primer ladrón que dijo: "este pedazo de tierra es mío," y desde entones han moldeado a su antojo la inteligencia humana, amedrentándola unos con el temor al infierno y aterrorizándola otros con el calabozo y la muerte. De aquí deriva el religioso respeto a los de arriba; respeto al fraile que embrutece; respeto al soldado que asesina; respeto al gobernante que oprime; respeto al amo que vive del trabajo de los parias, y ese respeto prescrito por las leyes, tan admirablemente dispuestas que con ellas sólo se benefician los de arriba y se perjudican los de abajo, oprime a la humanidad, la hace esclava, la hace desgraciada porque quita el derecho al libre examen, arrebata la prerrogativa de gozar de todos los bienes con que nos brinda la Naturaleza, no tienta la civilización y hace al hombre incapaz de levantar la vista y mirar de frente a sus opresores.

 Contra ese respeto habla el apóstol y sus palabras son inyecciones de santa soberbia que vigoriza a las multitudes. El deseo de ser libres se apodera y el espíritu de la justicia inmortal parece que al fin se decide a echar sus raíces en el corazón del hombre. Pero viene el Miedo y habla; se sobrecogen de terror los corazones; los brazos más firmes dejan caer con desaliento las armas libertarias y de los labios envilecidos brotan una por una las odiosas palabras: la vida es dulce y amable; cuidemos, pues, la vida.

 Y bien, predicar la paz es un crimen. Predicar la paz cuando el tirano nos deshonra imponiéndonos su voluntad; cuando el rico nos extorsiona hasta convertirnos en sus esclavos: cuando el Gobierno, y la Burguesía y el Clero matan toda aspiración y toda esperanza; predicar la paz en tales circunstancias es cobarde, es vil, es criminal. La paz con cadenas es una afrenta que se debe rechazar. Hay paz en la ergástula, hay paz en el cementerio, hay paz en el convento; pero esa paz no es vida; esa paz no enaltece; esa es la paz de Porfirio Díaz, la paz en que medra el eunuco y se prostituye el ciudadano; la paz de los Césares, la paz de los sátrapas del Oriente. Un paz así, ¡maldita sea!

 Contra una paz así debemos rebelarnos todos los que todavía andamos en dos pies. La muerte en medio de la Revolución es más dulce que la vida en medio de la opresión. La libertad o la muerte, deber ser nuestro grito, y a su conjuro levantémonos todos para aplastar, primero, a los cobardes que predican la paz; en seguida, a los tiranos.

 Primero a los cobardes, porque ellos son el más seguro apoyo de todo despotismo y los enemigos más peligrosos de todo progreso. "Blasfemia," gritan los cobardes. Sí, bendita blasfemia, responde el revolucionario; blasfemia creadora; blasfemia vidente, blasfemia sabia; blasfemia justa. La blasfemia puso sus manos en los altares y los tronos de la tierra, y los hizo pedazos; la blasfemia se elevó al cielo donde otra corte, la celestial, imperaba y la hizo añicos con la razón dejando en su lugar soles magníficos cuya composición química nos dio a conocer; la blasfemia rompió el freno con que la ignorancia tenía fija a la Tierra en un punto del espacio y la echó a rodar en su elipse gloriosa alrededor del Sol; la blasfemia arrancó el rayo de las manos de Júpiter y lo redujo a prisión en la botella de Leyde, e infatigable y audaz la blasfemia, después de haber llegado al cielo y derribado dioses; después de haber encadenado las fuerzas ciegas de la naturaleza; después de haber descubierto la impostura del derecho divino de los llamados señores de la Tierra; después de haber escudriñado los mares de la Tierra; después de haber escudriñando los mares hasta encontrar el protoplasma, o sea la más pequeña raíz del árbol zoológico cuyo más bello fruto es el hombre, se levanta serena, con la serenidad augusta de la Ciencia, para formular ante el Capital esta sencilla pregunta: ¿por qué reinas?

 Obreros de la Revolución: cultivad de irreverencia.

 "Regeneración", 17 de septiembre de 1910

 

*NOTA DE LOS EDITORES: Esta es una selección de textos de Ricardo Flores Magón, mexicano, latinoamericano y universal. Estos textos empezaron a circular en la red, aproximadamente el año 1996. Agradecemos su difusión. Enero 2003.