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GUERRILLAS EN LATINOAMERICA
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DE NOTICIAS
BIOGRAFIA DE ROQUE DALTON A Roque Dalton lo mataron a quemarropa. La
leyenda dice que sus matadores, sin valor para mirarlo a los ojos, le
inyectaron un somnífero antes de dispararle. También se dice que lo
liquidaron de sorpresa: llegaron a su lado y de súbito le descargaron los
tiros. Pasara lo que pasara en esa hora siniestra, aquella fue la última de
las celadas que le tendió la vida. El sacrificio de Dalton estuvo en el génesis
del nuevo poder que emergió entre combates guerrilleros y protestas sociales.
Sus asesinos eran un pequeño grupo de conspiradores que con los años llegaría
a ser una poderosa organización armada. Dos de los sobrevivientes de aquella
célula estamparon su firma en el documento que puso fin a la más cruenta de
las guerras libradas hasta ahora en El Salvador. La "muerte horrenda" de Dalton,
como la llamó Julio Cortázar, levantó una exclamación de repudio en todo el
mundo y le dio paso a su leyenda. Una leyenda que Dalton
mismo, en vida, ayudó a alentar. Nació en 1935,
único hijo de la enfermera María García y de Winnal
Dalton, un tejano criado en la frontera con México,
que hablaba el español como segunda lengua. Casi nadie sabe que aquella
improbable relación entre dos personas provenientes de mundos sociales tan
dispares tuvo como origen un altercado entre Winnal
Dalton y el filántropo Benjamín Bloom.
María García se encargó de curar de sus heridas a Mr.
Dalton, y este le hizo la corte .
El niño fue inscrito con el nombre de Roque Antonio García. Roque fue calzado
con el apellido que su padre no quiso darle, y más tarde con las botas de una
leyenda, la de los hermanos Dalton, forajidos y
fabricantes de mal whisky, que en el último cuarto
del siglo XIX sembraron el terror en Arizona. No existen pruebas de parentela
alguna entre el poeta y aquellos malhechores, pero con ellos Dalton se construyó una aureola de pendenciero que lo
seguiría hasta el fin de sus días. Aquel hombre que por periodos fue devastado por el alcohol, lector
voraz, proverbial mujeriego e iconoclasta capaz de imprudencias relevantes ha
llegado a ser un icono incuestionable. Algunos no sólo tienen el justo
interés en lavar su memoria sino también el menos recto propósito de
entronizarlo como una figura moral que le otorgaría infalibilidad a sus
propios juicios políticos y estéticos. La poesía de Dalton es inseparable de su
vida, y su vida de sus opciones políticas. Sin embargo, una de esas partes
--la política-- ha predominado por encima de las demás. Uno de sus resultados
ha sido, como ya lo señaló Rafael Lara Martínez, una "invención
editorial" que privilegia la imagen de Dalton-guerrillero.
Cabe preguntarnos por la sinceridad con que han actuado los constructores de
su prestigio como guerrillero. Cuando lo mataron tenía cuarenta años de edad. Aunque sus
declaraciones de apoyo a la lucha armada comenzaron a conocerse a finales de
los años 60, Dalton efectivamente tomó las armas en
los dos últimos años de su vida. En varios momentos recibió instrucción militar, como muchos de los
escritores de su generación, cuando en la década de los sesenta el PC
salvadoreño contempló la veleidad de organizar un frente armado. Dalton se reía repetidamente de la voluntad combativa de
la nomenclatura comunista de aquellos años. En uno de sus poemas, desdoblado
en un burócrata, afirma: "Estamos por la lucha armada/ pero en contra de
comenzarla". En efecto, después de recibir una ducha de rigores en algún
campamento de Cuba, los conjurados regresaban a San Salvador a hacer
"una vida entre militante y bohemia" , a
la espera del llamado al combate. Algunos fueron adiestrados hasta en el
manejo de tanques, lo que le otorgaría a la instrucción ribetes cómicos. Una noche en La Habana Julio Cortázar presenció una discusión de Dalton con Fidel Castro sobre un problema de utilización
eficaz de quién sabe qué arma. Una metralleta invisible pasaba de las manos
del uno a las del otro. "Las diferencias entre el corpachón de Fidel y
la figura esmirriada y flexible de Roque nos causaba un regocijo
infinito", recuerda Cortázar. Dalton no
tendría ocasión de poner en práctica sus supuestas habilidades. Es poco
probable que alguna vez haya entrado en combate. No estoy poniendo en duda su
coraje y determinación, pero Dalton no fue
exactamente el prototipo de un soldado, aunque, después de todo, fue el que
llegó más lejos entre todos los poetas de su generación, que le cantaron a la
revolución con la metralleta invisible bien guardada en sus armarios. La imagen que tenemos de él ha sido en parte construida en el fértil
terreno de la fantasía y en el más fangoso de los intereses políticos. He
aquí una historia para probarlo: la ruptura de Dalton
con Casa de las Américas, en Cuba, y la manera en
que se ha relacionado este hecho con su propia decisión de incorporarse a la
guerrilla salvadoreña, es una muestra de la imaginación y el lodo que se ha
vertido sobre su nombre. Abandonar la casa De todos los libros de Dalton, el más
celebrado y el que tiene un olor más provinciano es “Las
historias prohibidas del pulgarcito” (México, 1974). Es la
quintaesencia de su estilo lúdico y experimental. Como su título lo proclama,
el libro sacó a la luz episodios que la historia oficial salvadoreña había
ocultado. El "caso Dalton" podría
engrosar ahora el volumen como una "nueva historia prohibida". Al
final del libro, a guisa de colofón, uno se encuentra con un poema que dice: "Yo volveré yo volveré no a llevarte la paz
sino el ojo del lince el olfato del
podenco amor
mío con himno nacional". Cuando este poema comenzó a circular en su país, Dalton
había cumplido su promesa. Unos meses antes había ingresado "a la
soleada caverna" de la vida en la capital salvadoreña para incorporarse
al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Con papeles falsos y una nueva
apariencia, ingresó por la terminal aérea de Ilopango
exactamente el día de Navidad de 1973. Uno de los periódicos del día
informaba de la exitosa producción de granos básicos de ese año. Para su actividad clandestina Dalton escogió
un nuevo nombre: Julio Dreyfus, tomando el apellido
del célebre oficial acusado de traición --y luego rehabilitado por la
justicia francesa. Pasó la Nochebuena en los alrededores del centro de San
Salvador, en la casa de seguridad de la mujer que se convertiría en la
compañera de sus últimos meses de vida, la guerrillera Lil
Milagro Ramírez. De alguna manera, el rumor sobre su regreso se esparció
entre algunos de sus conocidos. La leyenda, pues, había vuelto. Ahora sí, el
empuje revolucionario sería inevitable. Como diría más tarde un poema de
Alfonso Quijada Urías, era "el retorno de Gulliver"
al país de los enanos. Era el de mayor edad dentro del grupo. Se le conocía como "el tío
Julio". No existen muchos testimonios directos sobre la actividad que
desplegó, pero todo indica que el agua salada de la vida clandestina no era
exactamente el ambiente para un pez como Dalton.
Eduardo Sancho, quien fue jefe político del poeta y el único del grupo de
dirección del ERP que se opuso a su asesinato, lo recuerda como un activista
incansable. Realizó trabajos organizativos, participó en acciones de
propaganda (como realizar pintadas con aerosol en las paredes) y redactó
folletos de análisis político. Al mismo tiempo escribía los borradores de sus
“Poemas clandestinos”. No es posible saber
cuáles eran sus planes, pero el libro estaba destinado a la propaganda
inmediata. Aunque en sus composiciones usó cuatro nombres falsos, el tono, el
estilo y la voz eran los suyos. Casi nadie que hubiera leído sus poemas se
habría tragado la paja de que los autores eran una obrera textil, un joven
dirigente católico y tres estudiantes universitarios. Nicolás Guillen ha
comparado al Dalton de este libro con Fernando
Pessoa, pero me atrevo a pensar que los desdoblamientos del portugués sólo le
sirvieron como coartada al novato luchador clandestino que a ratos se veía
dominado por su ego poético. Si hemos de creer en la fatalidad --y a veces no hay remedio--, su
partida de Cuba estuvo marcada con una cruz de ceniza. Antes de volver a El
Salvador el poeta se sometió a una operación estética facial que estuvo a
cargo del mismo equipo que preparó el ingreso del Che Guevara a Bolivia. La
coincidencia no deja de ser estremecedora, pero no hay nada de extraño en que
un mismo equipo se encargara de misiones tan confidenciales. Seguramente, habrán mandado a muchos al sacrificio. El detalle revela,
sin embargo, que Dalton todavía gozaba del apoyo de
un sector del Partido cubano, porque en realidad su situación en la isla
había atravesado por un momento muy difícil. Tres años antes había renunciado
a sus cargos en Casa de las Américas mediante una
carta dirigida a Roberto Fernández Retamar. Esta carta, publicada por primera vez en el número 200 de Casa, ha
sido rodeada con un halo romántico. Se ha querido presentarla como la
despedida de un amigo que deja la máxima institución cultural cubana para
abrazar la causa guerrillera. Luis Alvarenga,
biógrafo de Dalton, anota: "Dalton está decidido a integrarse a la lucha armada en El
Salvador. Decide renunciar al Comité de Colaboración de Casa de las Américas y así se lo comunica a Roberto Fernández Retamar en carta fechada el 20 de julio de 1970" . La primera biografía del poeta, publicada
veintisiete años después de su asesinato, todavía se mueve a merced del
oleaje de la leyenda. El trasfondo de esa carta ahora está iluminado por la existencia de
otra carta de Dalton , que ha permanecido inédita, dirigida a la Dirección del
Partido Comunista de Cuba un mes después de la primera, el 7 de agosto de ese
mismo año. Dicha carta de diecisiete folios, sin numeración, expone de manera
precisa los motivos que llevaron a Dalton a
renunciar como trabajador de Casa de las Américas y
miembro del Comité de Colaboración de la revista. La escribió cuando los
rumores sobre su "traición" a Cuba lo obligaron a romper el
silencio. Una cosa es clara: la renuncia no tuvo relación directa con la
decisión de Dalton de regresar a El Salvador,
aunque posiblemente sí precipitó la manera en que lo hizo. Nadie puede dudar
que la idea de regresar a su país, no de vacaciones sino a luchar, estuvo intermitentemente en la cabeza del poeta. Lo anunció, lo proclamó, lo repitió cuanta vez pudo. Pero para un
internacionalista, como Dalton se consideraba a sí
mismo, la decisión de luchar no tenía por qué tener a El Salvador como único destino.
En la carta de agosto, en ningún momento habla de volver a su país. Cuando se
describe como "un militante revolucionario que sólo temporalmente reside
en Cuba y que debe preparar diversas condiciones para su participación futura
en la actividad concreta en América Latina" ,
confirma lo que sabemos por diversas fuentes: que Dalton
intentó sin éxito incorporarse también a "la actividad concreta" en
otros dos países centroamericanos, Guatemala y Nicaragua. Dalton había llegado a ser
uno de los mimados de Casa. Su relación venía desde el año 1962, cuando su
libro “El turno del ofendido” obtuvo una
mención en el Premio de ese año y posteriormente fue publicado. Dalton volvió en 1963 a El Salvador. En el año 1964 fue
capturado e internado en el centro de detención de Cojutepeque,
ubicado al oriente de la capital. Su salida de este penal ha estado bañada
con la luz de la leyenda. Dalton siempre dijo que
se había fugado del penal. Aquella espectacular escapada está contada en su
novela “Pobrecito poeta que era yo”.En la
obra, Dalton cuenta de su encuentro con un agente
de la CIA en la casa de un alto funcionario del gobierno militar. Al año
siguiente, el Partido lo envió a Checoslovaquia como su representante en la
Revista Internacional. Dalton ya había tenido
algunas desavenencias con la dirección del PC, por el carácter de sus
críticas a la política del partido y también por sus repetidas crisis
alcohólicas. Algunos se han empeñado en desmentir sus borracheras, pero Dalton mismo, casi con fascinación, se encargó de
retratarse bajo los efectos del alcohol, reconociéndose en un texto de Raymond Chandler, como
"Horrible. Brillante, duro y cruel". Alguna vez el propio
Secretario General, el obrero Salvador Cayetano Carpio, se encargó
personalmente de reconvenirlo para que asumiera sus responsabilidades, a lo
que Dalton habría respondido con una autocrítica.
Existe el rumor de que en el partido se rieron de la ingenuidad de Carpio.
Praga fue, según algunos, una especie de exilio dorado. Pudo dedicarse a
escribir, crear y armar la estructura de poemas que dio origen al libro mayor
de su obra literaria: “Taberna y otros lugares”.
El poemario tiene como marco el mundo cosmopolita de la capital checa y en
especial la taberna U Flekú,
una maltería y fábrica de cerveza oscura que
parroquianos provenientes de todos los rincones del mundo consumen en medio
de música de polkas. Un buen día, Dalton recibió una carta de Roberto Fernández Retamar, quien le invitaba a formar parte del Comité de
Colaboración de la revista Casa. Por el prestigio de la publicación y la
composición de su plantilla de colaboradores, la invitación consolidaba su
reputación como escritor y revolucionario. La colaboración se intensificó; cuando Dalton
regresó a Cuba, en 1968, tuvo una espléndida acogida. Los cubanos le dieron
condiciones para que se volcara de lleno a sus actividades literarias;
trabajó en al menos siete libros suyos, al tiempo que participaba en paneles,
recitales, coloquios y escribía para las principales revistas cubanas del
momento. Pero en medio de aquella vigorosa actividad Casa de las Américas vivía una hora difícil. Las conocidas críticas y
las diferencias por parte de algunos escritores e intelectuales
latinoamericanos respecto del gobierno de Castro, habían comenzado a hacerse
públicas. "De los catorce miembros del Comité original", detalla Dalton, "hay que decir que seis... [habían] variado en sus posiciones o presentado puntos de
vista conflictivos" frente a la visión sobre arte y literatura que
sostenía la plana mayor de la institución cultural. En estos conflictos
participaron también autores cubanos, lo que provocó numerosas asperezas
entre el régimen y los artistas. Estaba iniciando lo que Ambrosio Fornet llamaría "el quinquenio gris" de la
cultura cubana. En medio de ese caldo, Casa de las Américas
convocó al Premio correspondiente al año 1970, invitando como jurados a un
grupo de escritores, sociólogos y académicos extranjeros. La convocatoria,
como cuenta Dalton, fue acompañada de una intensa
jornada de preparación política. Los cubanos veían con sospecha a la
representación peruana (encabezada por el Rector de la Universidad de San
Marcos) y a un grupo "potencialmente conflictivo" que tenía a la
cabeza al poeta Ernesto Cardenal, integrante del jurado de poesía. Una de las
principales misiones de Dalton fue ganarse la
confianza del nicaragüense. Como se lee en la carta, Fernández Retamar le habría dicho que contaba con él como un
"hombre de confianza" de la Revolución. Fue el Caballo de Troya de
aquel jurado. Las cosas comenzaron a complicarse muy pronto. Algunos de los jurados
plantearon la necesidad de que se les dejara tomar contacto directo, sin
mediaciones, con la realidad del país. Los jefes de Casa no parecían
dispuestos. Dalton, que se encontraba mezclado con
los jurados y les servía como una especie de enlace con la institución,
observó que una parte de las quejas y dudas confluían sobre él. "Yo me
sentía entre varios fuegos", se lamenta. "Las cosas no eran
explicadas ni tampoco cambiaban", dando lugar a tensiones y, en su caso
personal, dice, "a un verdadero desconcierto". Cuando terminó su actividad como jurado, Dalton
se quedó en La Habana y no participó en las giras por el interior del país
que les habían preparado a los visitantes. Días más tarde, no sin desasosiego,
pudo constatar que los jurados volvían con los ánimos caldeados,
especialmente Cardenal, a quien miraban con recelo. Si un heterodoxo como Dalton fue capaz de considerar "anormal" la
petición de Cardenal de conversar con seminaristas católicos, "negativas"
sus preocupaciones por la suerte de los homosexuales, y hasta de contemplar
la posibilidad de que el cura fuera un agente de la CIA "navegando con
bandera de bobo", ¿qué podía esperarse de los
duros? Los hechos en torno a Cardenal son interesentes de seguir porque, como
veremos, si bien no fue el único que estuvo en la mira en aquel año 1970 en
La Habana, su conducta se convertiría en el principal detonante de la
renuncia de Dalton. Cardenal se reunió también con el poeta Heberto
Padilla, que ya había causado una primera conmoción internacional en contra
del gobierno cubano. Por si fuera poco, recibió también un telegrama del
arzobispo nicaragüense Miguel Obando y Bravo. El
obispo le pedía que interviniera a favor del preso político Chester Lacayo. Cardenal accedió, pero a cambió le pidió
al obispo que intercediera ante Somoza por los
presos políticos del FSLN. La inquietud de Dalton
es característica: "Detrás del Arzobispo de Nicaragua está la CIA. ¿Cuál
es el papel de Cardenal en esto?". La mecha se encendió durante un almuerzo donde estuvieron presentes
tres poetas que han llegado a ser emblemas de rebeldía: Mario Benedetti, Ernesto Cardenal y Roque Dalton. En la comida, Cardenal lanzó fuego
graneado sobre Benedetti pidiéndole explicaciones,
formulando críticas y reclamando que por fin se le dejara hablar con
campesinos. En ese momento, Dalton apoyó a
Cardenal. El ataque en dos flancos alteró al uruguayo. Los tres se levantaron
de la mesa con el estómago revuelto. Más tarde, Benedetti
sostuvo que Dalton se había portado con él de
manera insolente. En su carta, Dalton le replicó
con una bufonada: "...no somos señoritas de un colegio de monjas". Pero aquel fue solamente el primer round.
Horas, o a lo sumo días más tarde, en un cóctel ofrecido a Cardenal, Dalton volvió con el tema de su desacuerdo por la manera
en que se estaban manejando las cosas con los invitados internacionales. Esta
vez tuvo que enfrentar la ira del propio Director. En medio de una
conversación tensa, Fernández Retamar le advirtió
que ya sabía que andaba "hablando basura", y remató diciéndole:
"Roque, en último caso somos nosotros quienes invitamos a los jurados
extranjeros y somos nosotros los que sabemos qué hacer con ellos".
Aquella frase, proveniente de su "mejor amigo cubano", dice, "no
me dejaba otra alternativa [que la de] retirarme del trabajo de Casa".
Las cosas no terminaron allí. Entre dos rones, Dalton
insultó a Fernández Retamar. Dalton tuvo tiempo de
lamentar aquel error, pero su destino en la más respetada institución cultural
cubana estaba sellado. El ambiente en su derredor se hizo frío. En vista de
los hechos, Dalton presentó dos cartas de renuncia,
una de ellas, la del 20 de julio, dirigida a Retamar,
y otra a Haydée Santamaría, sin dar explicaciones
de sus motivaciones, pensando que le iban a ser pedidas expresamente. Pero
esto no ocurrió. "... Retamar hizo retirar mi nombre de
la lista del Comité antes de dos horas después de leer mi nota". En medio del crispado clima político de ese momento, Dalton temió que su renuncia fuera tomada como una
maniobra "destinada a causar daño a Casa ".
Comenzaron a circular rumores en su contra, algunos graves. Genoveva Daniel,
una funcionaria de la institución, habría dicho públicamente de Dalton que ya "no se sabía si todavía era revolucionario
o no". Entonces se decidió a escribir una nueva carta, esta vez al
todopoderoso Comité Central del partido, en la cual insistió:"Yo
renuncié de Casa, repito, porque se me dijo en otras palabras que no siguiera
metiéndome en asuntos que no eran de mi incumbencia". Las cosas ya no volvieron a ser como antes. De Casa de las Américas pasó a la agencia Prensa Latina, alternando sus
viajes con la redacción de sus libros. Dalton
siguió escribiendo para la revista, pero para entonces ya era un preso de su
futuro. En sus poemas, frecuentemente pringados de sentencias, hay una que
dice: "La política se hace jugándose la vida o no se habla de ella". Dalton no parecía dispuesto
a que el recuerdo de ese verso se convirtiera en una voz burlona. Su nariz
apuntaba fuera de Cuba. Ese mismo año se habían fundado en su país natal las
FPL. Carpio había renunciado a la Secretaría General del PC salvadoreño y
entrado a la clandestinidad, donde sería conocido como "Marcial".
En algún momento, Dalton y Carpio se encontraron en
París, cerca de Pigalle, en el pequeño apartamento
del poeta Roberto Armijo. En esa ocasión Dalton le pidió a su ex jefe
que le hiciera sitio dentro de su organización. Según Claribel
Alegría, le habría respondido que su lugar era como "poeta y escritor
marxista y no como un combatiente". Detrás de ese lenguaje diplomático
es fácil adivinar que Marcial no quería volver a pasar por las sesiones de
"autocrítica" de Dalton. No está claro si buscó incorporarse al guatemalteco EGP y al FSLN,
antes o después de aquella reunión. Lo cierto es que no tuvo éxito. Luego, La
Habana le facilitó un encuentro con un tipo que tenía toda la "pinta de
un revolucionario de almanaque" (según lo recuerda Sancho). Era
Alejandro Rivas Mira, el primero en la jefatura del ERP, un grupo armado que
recién debutaba en la escena salvadoreña. "Sebastián", como se le
conoció en la clandestinidad, a pesar de su juventud ya tenía una aureola.
Era un estudioso del marxismo y había estado en París en 1968. Quienes lo
conocieron aseguran que tenía una personalidad de gran magnetismo y un humor
corrosivo. Con este comandante subió a bordo. "Otra jugarreta
de la locura y perdería mi puesto
de centinela formidable cayendo como la
lengua de un ahorcado hasta una jaula de
lobos frágiles" |
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