Ignacio Osorio Romero

 

 

LA LUZ IMAGINARIA

Epistolario de Atanasio Kircher con los novohispanos

 

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Refiérase a las notas al pie de esta página, para acceder a la versión pdf de este documento, así como los avances en la revisión y corrección del mismo.

La transcripción del estudio introductorio del Dr. Ignacio Osorio Romero ha sido concluída el 09 de mayo del 2004, y consta de 25 páginas, más una adicional de notas y comentarios del transcriptor.

 

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De las solapas:

 

Ignacio Osorio Romero nació en Temascalcingo, Estado de México, el 10 de mayo de 1941. Estuvo marcado por los años sesenta, de los cuales arrancaron las pasiones de su vida: los estudios del latín, las letras clásicas y el mundo novohispano, área en la que se doctoró en 1989. Tropezó al mismo tiempo con los vientos de la política, otra de sus inquietudes arraigadas; en aquellos años surge también su interés por la bibliografía; así en 1969 publicó con José Ignacio Mantecón e Irma Contreras su primer libro: Bibliografía general de don Justo Sierra.

De ahí en adelante, sus tres pasiones serán indivisibles y se verán reflejadas en sus libros: Tópicos sobre cicerón en México (1976); Colegios y profesores jesuitas que enseñaron latín en Nueva España, 1572-1767 (1979); Floresta y gramática poética y retórica en Nueva España (1980); Conquistar el eco; la paradoja de la conciencia criolla (1989) y La enseñanza del latín a los indios(1990), por señalar algunos.

La mayor parte de sus investigaciones están dedicadas a revalorar críticamente la cultura novohispana, principalmente la escrita en lengua latina. Sobre este tema impartió cursos en universidades del país, Estados Unidos y Europa. Fue investigador de los institutos de Investigaciones filológicas y Bibliográficas, y formó parte del sistema Nacional de Investigadores.

Se podría aplicar a Osorio el título que él daba a don Luis Sandoval y Zapata en la política y en la academia: “Poeta de dos ingenios”, pero también en el deber ser que condicionó su vida.

Otras importantes aportaciones suyas para la cultura mexicana fueron: Historia de las bibliotecas novohispanas (1987) e Historia de las bibliotecas en Puebla (1988). Además participó en el proyecto de la Historia de las bibliotecas en México.

Sus últimos libros fueron El sueño criollo (1991) y La luz imaginaria. Espistolario de Atanasio Kircher con los novohispanos.

La erudición, la madurez intelectual y su producción teórica, se conjugaron alrededor de la cultura clásica y su influencia en el mundo novohispano, representadas en sus formas más mexicanas: el significado de la Virgen de Guadalupe en el siglo XVI y la introducción del pensamiento que cautivó y reinventó el concepto americano a partir de Kircher, quien sedujo con sus pensamientos a Sor Juana Inés de la Cruz y a Carlos de Sigüenza y Góngora. Así, Osorio reactualizó el sentido de la contienda entre Occidente y América a partir de los estudios clásicos.

En 1989 fue director de Publicaciones de la UNAM y  desde 1990 hasta su muerte, el 2 de agosto de 1991, fue director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas (Biblioteca y Hemeroteca Nacionales) y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y de la UAM Azcapotzalco.

 

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PRESENTACIÓN

 

El doctor Ignacio Osorio Romero fue director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de marzo de 1990 a agosto de 1991.

 

Su repentina e inesperada desaparición interrumpió el proceso de publicación de esta obra que ahora presentamos. A ella había dedicado grandes esfuerzos desde años atrás y en el momento de su sentido deceso se encontraba empeñado en la formación de textos y corrección de pruebas de la misma.

 

La luz imaginaria, epistolario de Atanasio Kircher con los novohispanos es un libro pensado y fraguado durante largo tiempo y, aunque no pudo ser cuidado hasta el final por su autor, como él esperaba, el Instituto de Investigaciones bibliográficas lo presenta ahora no sólo como un póstumo homenaje a su exdirector, sino también como testimonio y fruto de su interés por nuestra cultura y tradiciones novohispanas, que tan caras le fueron.

 

 

José G. Moreno de Alba

Director

 

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INTRODUCCIÓN

 

 

 

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En 1655 llegó a la ciudad de Puebla el libro que Atanasio Kircher escribió sobre el magnetismo; lo llevaba entre sus pertenencias un jesuita que se dirigía a las misiones de Filipinas. La presencia del Magnes, aparentemente fortuita, revela los caminos por los cuales llegó la ciencia barroca a Nueva España; su paulatina difusión dejó atrás, si acaso tal cosa fuera posible en la superposición de los tiempos novohispanos, el aristotelismo y el naturalismo renacentista. Ellos habían moldeado durante 134 años la mentalidad de la naciente colonia. Ahora los misioneros y los navegantes, aventureros ambos, avivaron con las novedades europeas la imaginación de los criollos, quienes se dieron a la búsqueda de Kepler, Tycho Brahe, Sebastián Izquierdo, Caramuel, Kircher y otros autores análogos. En sus páginas conocían insólitas revelaciones sobre la estructura de los cielos y de las tierras; también se asombraban de los nuevos instrumentos que permitían observar los planetas y las intimidades del microcosmos. Pero en sus páginas encontraban así mismo la angustia, costo de comprender la inseguridad del conocimiento y la fragilidad de la vida. Tal vez los sonetos de don Luis de Sandoval y Zapata, especialmente aquellos que aluden a la manera como el brillo de la vida impulsa más rápido a la muerte, sean la mejor expresión del clima de los tiempos. La presencia del Magnes manifiesta estos nuevos saberes y, origina un interesante episodio en la historia intelectual del siglo XVII novohispano.

El jesuita Atanasio Kircher estudió la teología, la física, la vulcanología, las matemáticas, la antropología cultural, la astronomía, la música, el hermetismo, la arqueología y muchas otras ciencias. Su curiosidad se esforzó por aprehender la diversidad de los seres y el funcionamiento de la machina del universo. Kircher, el lector del libro del mundo, fue un científico como lo fueron sus contemporáneos Kepler, Leibnitz y Newton; pero el jesuita mantuvo ante la ciencia una actitud que los diferenciaba de ellos. Él buscaba conocer la armonía del universo para demostrar, a través de sus escritos, la sabiduría del Creador; aquéllos, en [XVI] cambio, aunque se fundamentan en los mismos principios, especialmente en la matemática, abandonan la pretensión omnicomprensiva, aceptan los límites del entendimiento humano y acotan su quehacer científico a parcelas del conocimiento. Tanto el afán teleológico como el deseo enciclopédico ligan a Kircher más con la ciencia del Renacimiento que con el espíritu pragmático de la ciencia barroca. Pero ambas circunstancias –teleología y enciclopedismo-, son, también, la garantía de su popularidad en los países de la Contrarreforma.

En la brevedad de la estancia de los misioneros alemanes el Puebla, apenas si hubo tiempo para que otro jesuita, entonces rector del Colegio del Espíritu Santo, hojeara el Magnes. El rápido pasar de las páginas avivó recuerdos que parecían sepultados junto con los años de la juventud. El primer nombre de este jesuita, entonces de 55 años, era François Guillot; había nacido en Fédry, en la Borgoña. Su naturaleza inquieta y ávida de novedades lo condujo a solicitar el ingreso a la Compañía que le dio una amplia formación intelectual en los colegios de Avignon y de Dôle, después enseñó retórica en Lyon.

La labor de los jesuitas en esta ciudad era una de las más significativas de Francia. En ella sustentaban dos colegios, el Collège de la Trinité y el Nôtre-Dame, ambos de gran fama por su lucha contra los protestantes. En la primera mitad del siglo XVII tuvieron gran actividad científica, especialmente en la rama de las matemáticas, le geografía, la hidrografía y la arquitectura. Durante los tiempos de la docencia de François Guillot en estos colegios, entre 1632 y 1634, llegó a la vecina Avignon un jesuita alemán, que buscaba la quietud para continuar sus investigaciones científicas. Este era Atanasio Kircher. El ambiente académico de los colegios le permitió no sentirse aislado sino que formó pronto un laborioso grupo de estudio. Ahí Kircher trazó las proyecciones de Urano e investigó, a través de la reflexión de los rayos del Sol y de la Luna, la medición de las diversas horas. Muchos años después en Puebla, con el Magnes entre las manos, François Guillot recordaba estas escenas. Pero también otras. El intervalo de 1634 a 1655 había traído cambios a su vida. El deseo de ver mundo lo hizo solicitar ser enviado a las misiones de Japón; pero, cerrada esta puerta en ese tiempo, hubo de contentarse con pasar a la Nueva España, en espera del viaje a Oriente. Aquí, desde 1635, se había aplicado a aprender la lengua náhuatl y a ejercer su celo apostólico en Tepozotlán, San Luis de la Paz, Querétaro y luego en Puebla. Poco a poco la vida hovohispana lo fue ganando, al tiempo que su don de gentes y el alto nivel de sus estudios le prometieron una relevante carrera entre los socios de la Provincia [XVII] Mexicana de la Compañía de Jesús. Ahora, a los 55 años de edad, hojeando el Magnes, recordó que él había sido uno de los jóvenes deslumbrados en Lyon, entre 1632 y 1634, por la inteligencia de Kircher. La remoción del pasado lo indujo a escribir a su antiguo maestro, entonces residente en Roma. Le contó que él, Guillot, cuyo apellido había sido latinizado en Guillotius o Xillotius y pasado al castellano como  Ximénez, era, justamente, el socio conocido en Nueva España como Francisco Ximénez. Le recordó, también que en Lyon él había sido uno de los aceptados en el círculo de sus amigos, y le dijo que no había en el mundo nada que más deseara que poseer sus libros y volver a ser admitido entre sus íntimos. Para conseguir aquello se apresuró a escribir a los procuradores de su Orden en Europa y a los libreros sevillanos.

Parece que no era esta vez la primera que una obra de Kircher pasaba a Nueva España o que éste se relacionara con alguno de sus habitantes. El testimonio de Giovanni Montiel sugiere que la Misurgia universalis (1650) pasó por esta provincia en los años inmediatos a su edición. En 1654 Montiel escribe desde Manila a Kircher que sus libros, en esa última parte del mundo, son tan estimados como en Europa, y que a él, en lo particular, todo el día le proporcionan enseñanzas, especialmente la Misurgia, la cual “io sono stato il primo che l’ho portato nell’indie”, y que es de gran utilidad en las misiones que enseñan públicamente la música.

Además, el mismo Kircher, en el Oedipus aegyptiacus (Roma, 1652), parece insinuar que había tenido contacto con algunos jesuitas novohispanos: al tratar brevemente sobre el paralelo de las religiones azteca y egipcia, escribe que “podría decir muchas cosas sobre las místicas imágenes de este ídolo, cuya interpretación recibí de nuestros padres mexicanos”. Estos contactos, si los hubo, no serían extraños, pues Kircher, por la índole misma de sus intereses, mantenía relación con socios de la compañía de diversas partes del mundo; las tuvo con Anchieta en Brasil y con Moscardo en Chile. Sólo es de lamentar que actualmente desconozcamos los nombres de sus informantes mexicanos anteriores a 1655. Así pues, cuando Kircher recibió las cartas de Ximénez, la primera escrita en 1655 y la segunda, insistiendo en el mismo asunto, en 1656, no dudó en contestarlas.

Tal vez la primera petición hecha los libreros de Sevilla fue ineficaz; lo cierto es que el propio Kircher intervino y, entre 1656 y 1660, Ximénez recibió tanto el catálogo como algunos de los libros. Su llegada a Puebla produjo un gran impacto; el contenido difería en mucho de la ciencia discursiva que se practicaba en Nueva España. El mismo [XVIII] Ximénez encomiásticamente lo expresa en una de sus cartas, diciendo que los españoles sólo se desviven por la teología y por los predicadores, y añade que él no daría un solo libro de Kircher a cambio ni de mil de estas pajas.

 

 

 

 

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La opinión de Ximénez sobre la cultura española debe ser matizada, como la enuncia, parece eco de juicios difundidos en Europa, los cuales Ximénez, a quien no abandonaba el genio francés, repite o por agradar a Kircher o porque desconoce las preocupaciones intelectuales de Nueva España. Después de todo, su vida, desde 1635 hasta 1655 había transcurrido en la periferia de la capital. No es del todo cierto que los criollos practicaran solamente el verbalismo inocuo. En el momento en que Ximénez escribe, la cátedra de astrología tenía más de dos décadas de vida en la Universidad; su apertura responde a la creciente influencia de hombres, como Horacio Carochi y fray Diego Rodríguez, interesados en la nueva astronomía y en las matemáticas. Aún más, en 1654, precisamente un año antes de la primera carta de Ximénez, Melchor Pérez de Soto ingresó a las cárceles de la Inquisición, acusado de poseer libros relacionados con estos saberes.

Pero también estas preocupaciones eran alentadas en la periferia. En Puebla, concretamente, sabemos que los libros de Kircher no sólo eran vistos con admiración sino, también, con pasmo. Uno de los que quedaron deslumbrados fue Alexandro Favián; la vida de este criollo cambió después de conocerlos. A ello contribuyó un temperamento apasionado cuya desmesura únicamente estaba en proporción a su fantasía. Favián al principio vio en Kircher la fuente de la ciencia y después puso en él la del poder. De ambas quiso beber y en este intento consumió su existencia. Alexandro nació en Puebla probablemente en 1624; su padre, natural de Génova, había acumulado en Puebla una gran fortuna. Este italiano, llamado también Alexandro Favián, procreó tres varones –Alexandro, Ignacio y Tomás- y tres hijas –Francisca de San Ignacio, María de la Santísima Trinidad y otra, cuyo nombre desconocemos, pero que estaba casada con el rico hacendado Francisco Colón-. Dos varones abrazaron la carrera sacerdotal y dos mujeres la de monja.

Alexandro Favián, nuestro criollo, desde pequeño tuvo intimidad con los jesuitas pues, según propio testimonio, su casa familiar estaba al lado [XIX] del Colegio del Espíritu Santo. En él recibió la educación y luego entró al Seminario Palafoxiano donde se ordenó de sacerdote. Tal vez esto ocurrió en 1652, cuando contaba con 28 años de edad. Hombre de temperamento impulsivo, después de su ordenación se dio por celda un cuarto de la propia casa; en él permaneció durante cuatro años orando y estudiando a la luz de la ventana. Luego pretendió continuar su retiro en la Cartuja para lo que quiso pasar a España. Pero en 1656, cuando tenía 32 años de edad, tuvo una revelación y supo entonces que su vida estaba predestinada a fundar una nueva congregación la Compañía de Cristo, destinada a la santificación de los sacerdotes. Abandonó, en consecuencia, el proyectado viaje a España y se dio por entero a fomentar la congregación y a construir los templos y las estancias en que hicieran vida de comunidad. En estos menesteres consumió por entero su cuantiosa herencia.

Al mismo tiempo Alexandro se aplicó a sus aficiones científicas. Amaba la música y, según su testimonio, ocupaba parte del tiempo en componer instrumentos de este arte, especialmente la lira. También estaba interesado en la mecánica y en las matemáticas. Le era especialmente atrayente el problema del movimiento. En este aspecto le preocupó el mecanismo de los relojes y juegos más complejos, como las cajas de música. Al considerar la imagen que de su propia pluma emana, el espectador no puede sino dejarse cautivar por esta desmesura. ¿Alexandro Favián fue un místico? ¿Un hombre de ciencia? ¿Un frívolo amante del poder y de la riqueza? Todas esas cosas. La metáfora barroca en apogeo.

Cuenta Alexandro que, ocupado en arreglar una caja de música, le sucedió soñar una noche que aparecía un libro que le revelaba los secretos del mecanismo. Grande fue su sorpresa cuando, al despertar, el padre Francisco Ximénez le mostró la Misurgia de Kircher: era justo el libro con el que había soñado; tal prodigio se acrecentó al examinar las ilustraciones y el contenido de los otros libros que Ximénez había recibido. Este hecho y sus pláticas con otra persona residente en Puebla, presumiblemente otro jesuita, que había tenido relación con Kircher, hicieron que Favián no descansara hasta lograr su amistad. Se inicia entonces una correspondencia alucinante, cuya parte fundamental está a cargo de Alexandro. [XX]

 

 

 

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Favián se mueve en dos escenarios. La lectura de los libros de Kircher desencadena un mundo de sueños; la ambivalencia es el fiel de sus deseos. En el primer momento aparece como hombre de ciencia preocupado por los problemas de la mecánica y de la física; en el segundo mira sólo por el resarcimiento de su hacienda y de su honor maltrechos. Kircher no era ajeno a estos fantasmas del novohispano. Después de todo, a la par que hombre de ciencia fue un excelente cortesano que supo tocar con acierto las puertas de los príncipes católicos. Esta dualidad, aunque sin fortuna, atormentó a Favián. Nada extraño hay que alegara a su favor las teorías de Kircher sobre la armonía y la correspondencia de los seres: “Juzgo que tenemos un mesmo natural y somos de un mesmo genio”, escribió el novohispano; y luego, “mi grande afecto, que debo tener con vuestra reverencia”. Expresiones como éstas, que conjugan las teorías de la Misurgia con las del magnetismo, recorren toda la correspondencia y nos dan pie para afirmar que Favián llegó, incluso, a imaginarse la encarnación de Kircher en América.

La primera época, la que pone énfasis en la ciencia, cubre la década de los sesenta. Se abre con el deslumbramiento de Favián y su deseo de relacionarse, cada vez más estrechamente, con el jesuita. Al inicio, como Ximénez, resalta la soledad intelectual en que transcurre su vida; parece estar convencido de que tal queja ponderará sus virtudes ante Kircher. Los novohispanos, repite, sólo tienen ojos para los estudios especulativos. Nadie en estas tierras escribe o imprime libros sobre ciencias experimentales. A él le ha sucedido granjearse la admiración de los libreros porque compró libros científicos que por años habían envejecido en los estantes.

Pero ninguno de estos inconvenientes, señala, ha sido suficiente para apartarlo de sus aficiones. La estrecha amistad que guarda con los jesuitas le ha permitido mantenerlas e, incluso, agrandarlas. Es amplio el campo de sus intereses: las matemáticas, la música, la mecánica y los juegos de acústica, de luces y de movimientos. En especial se complace en armar instrumentos musicales, como la lira, u otros más complejos, como un clavicímbalo que, movido por ruedas, hacía danzar a nueve figuras. A estas aficiones agrega naturalmente, la filosofía y la teología, [XXI] materias en que se dice muy aventajado. Pero un hombre así, piensa, difícilmente puede progresar en América; necesita romper el aislamiento y relacionarse con sus iguales europeos. Este es el imperativo que lo mueve cuando solicita a Kircher todos sus libros “así los impresos como los que están por imprimir”. Le pide, además, libros sobre matemáticas y sobre relojes. Sin parar en gastos, pues para ello envía 250 pesos, alargó la lista de pedidos: cajas musicales, un clavicímbalo, un reloj con astrolabio y un zodiaco; anteojos de larga vista, espejos de diversas formas y aparatos, que él llama de magia, para efectuar proyecciones. La mayor parte de estos instrumentos los había encontrado descritos en las obras de Kircher.

Una petición de esta naturaleza parece que abrumaría al jesuita. No fue así. En 1663, el día de San francisco, Favián recibió los libros “sin que faltase alguno”, y los instrumentos. Se abre entonces un periodo de crecimiento intelectual y de promoción social. Los libros son todo su deleite, “los voy leyendo tomo a tomo porque es tan singular el gusto que en ellos tengo que quisiera no dejarlos de la mano un punto de noche ni de día”. En ellos encuentra la explicación racional del universo y en su estudio promete que gastará todo el resto de su vida. Además, sus cartas reflejan la habilidad de quien cotiza socialmente su correspondencia. A las autoridades, como al obispo Diego Osorio de Escobar y Llamas, regala algunos libros duplicados; a sus conciudadanos los sorprende con los aparatos “que aún hasta hoy día no se ha vaciado mi casa de gente que acude a satisfacer el deseo de ver y entender las maravillas”.

Toda esta actividad lo lleva a solicitar nuevos libros e instrumentos. Pide algunas obras que no habían llegado en este envío: el Ars combinatoria y el Mundus subterraneus; de los instrumentos resaltan un helioscopio y un telescopio; dos anteojos de larga vista; algunos microscopios “con que se ven las pulgas”; vidrios graduados y espejos de figura hiperbólica;  la máquina especular, especie de linterna mágica, que Kircher reproduce en el Specula melitennse: también espejos para proyectar luces y sombras. Por último, solicita un paquete de reliquias. Para costos de todo Favián remitió tres barras de plata con el sello AE, que quiere decir Alexandro. Las tres estaban estimadas en 200 pesos.

Kircher nuevamente responde. Las reliquias llegaron a Nueva España en 1664 y los libros y aparatos científicos en 1665. De nuevo nos admira la manera como Favián hace valer estos regalos en el ambiente poblano. Por ejemplo, un grupo de reliquias pertenecía a Santa Inés y estaba dedicado al convento poblano de la misma advocación; Favián, con el pretexto de darles una urna digna, no sólo las retuvo [XXII] sino que mandó fabricar más de 4,000 ánulos de oro, de plata y de cobre que, tocados con el original, fueron repartidos entre los devotos. Favián, a su vez, embarca para Roma objetos interesantes para el Museo Kircheriano; en 1666 envió el consabido chocolate, “con otras cosas varias y preseas muy curiosas y bellas”. Ese mismo año compró un papelero de madera de Olinalá que tenía grabado ídolos semejantes, según escribe, al ídolo mexicano  reproducido en el Oedipus. El mismo Kircher en el catálogo de su museo (Amsterdam, 1678), deja constancia de varios de los objetos –peregrinibus rebus compluribus ditatum-, con que Favián lo enriqueció: un armadillo mexicano; una iguana, que también llama mexicana, y a la que resalta en el primer lugar de los animales terrestres; una curcubita mexicana, supongo que un guaje, laqueado y decorado con diversas pinturas, al que compara con las cerámicas chinas; unos vasos de Tecali a los que atribuye virtudes refrigerativas; y un pez torpedo con piel de erizo o, a la inversa, un erizo marino con entrañas de pez torpedo, al que dedica todo un capítulo en el Magneticum naturae regnum.

En este mismo tiempo Favián se construye una nueva biblioteca, en cuya parte central coloca un retrato de Kircher, y habla de instituir un museo; a manera del de Kircher, al que, de inmediato, éste ofrece máquinas que por su tamaño difícilmente pueden soportar el viaje a América. Por desgracia no conservamos rastro de este museo del que todavía Favián habla en 1667. Avanza en la lectura de los libros de Kircher, comenta las dudas en sus largas cartas y se aplica a construir algunas de las máquinas que ve reproducidas en las ilustraciones. Es fácil encontrar en la correspondencia frases como ésta de 1665, “paso mi vida solo y retirado y entretenido con leer y estudiar en sus libros”, o esta otra, “estos libros suyos son todo mi gusto, mi alivio, y entretenimiento”. Parece que Favián pasa por su mejor momento. Kircher lo lleva a nuevos autores. Especialmente a Gaspar Schotto, cuyos Organum mathematicum y Magia universalis insistentemente solicita; también a la Mathesis nova de Juan Caramuel y al Pharus scientiarum de Sebastián Izquierdo. Pero, pese a esta apertura, el poblano no quiere dejar duda de sus preferencias: “A mí, dice, no me cuadra ni entiendo lo que otros enseñan si no es tan solamente lo que Vuestra Paternidad Reverenda escribe”. Naturalmente el aprecio de Kircher sobre Favián va en aumento; llega al punto de que siente la necesidad de dedicarle un libro, como se lo comunica en carta de 1665.

Dos años después, en 1667, editado por la tipografía romana de Ignacio de Lazaris, aparece el Magneticum naturae regnum; breve libro, comprarado con los otros de Kircher, de 143 páginas, en cuya portada se [XXIII] lee Ad inclytum et eximium virum Alexandrum Fabianum Novi Orbis indigenam. En la dedicatoria, donde Kircher teoriza sobre la fuerza del magnetismo que une a ellos dos, personas tan distantes, califica a Favián de “insigne theologo, philosopho y matemático”. El libro se cierra con tres elogios latinos que, a petición de Kircher, escribió Ignacio Bomplani. Un hecho de esta naturaleza tuvo enorme impacto sobre Favián porque lo indujo a redefinir, imaginariamente, su lugar en el entorno social poblano e hizo más urgente la realización de los sueños que, desde años atrás, alentaba. Pero todavía continúa aplicado a la ciencia. En ese mismo año le llegaron nuevos libros; del Obeliscus Pamphilius y de la Aritmología recibió varios ejemplares, los cuales distribuyó entre Ximénez; el arzobispo de México, don Marcos Ramírez del Prado; y don Diego Osorio de Escobar y Llamas, que había vuelto a gobernar la diócesis de Puebla. También recibió el Mundus subterraneus y el helioscopio que tanto había solicitado.

Así pues, Favián había logrado, gracias a Francisco Ximénez, entrar en contacto con el sabio jesuita alemán, cuya autoridad moral y científica en el mundo católico no tenía rival en ese tiempo. Pero decir había entrado en contacto es decir poco. Favián había encontrado en Kircher al gran Otro; al sujeto supuesto saber, a cuyo cobijo confiaba su propia realización. En un breve lapso obtuvo signos inequívocos del alto aprecio que Kircher le profesaba, sobreponiéndose, incluso, a las insidias que desde América se propagaban contra el poblano. Éste, por su parte, puesto que en ello le iba la honra, fue el gran propagador de Kircher, aunque no el único, en estas tierras. Llegó, incluso, a inducir a su hermano Tomás a que escribiera un poema castellano, ahora perdido, si existió, en honor de Kircher. Esta larga correspondencia y estudio se reflejó, también, en varios escritos científicos que Favián dice haber iniciado o estar apunto de terminar.

 

 

 

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La primera alusión a los escritos de Favián data del 9 de mayo de 1663;  sucede cuando éste comunica a Kircher que estudia sus libros para tomar notas que ilustren “mis rudas y toscas obras”. Pero el lector no sabe otra cosa porque Favián elude toda referencia al tema o materia sobre las que versan; parece, eso sí, insinuar que había puesto mano en ellas desde antes de 1661, pero que ahora no solamente se verán mejoradas con las [XXIV] luces de Kircher sino también amparadas con su prestigio. A los cuatro años de iniciada la correspondencia, deja escapar otro dato: dice entonces que ya tiene cinco libros escritos, tres de los cuales tratan de una materia y dos de otra diferente. Incluso de plantea el problema de su impresión y, ante la dificultad de hacerla en Nueva España, pregunta sobre las posibilidades de efectuarla en Europa.

Sin embargo, parece que por la influencia del jesuita rehace el plan de las obras; en 1667 las reúne en una sola y se propone un plan de redacción a tono con el espíritu de Kircher. No otra cosa significa lo siguiente: “Necesito [los libros] para la obra que tengo dispuesta, estribado todo en las obras de Vuestra Paternidad Reverenda. Mezclado con otros míos que antes tenía dispuestos”. Conocemos entonces, porque adjunta la extensa carátula, que esta obra se llama Tautología; que consta de cinco o seis tomos de a folio y que está escrita en castellano, porque es el idioma que todos entienden. Estos elementos bastan para darse una idea del ambicioso plan de Favián.

Las numerosas obras de Kircher exploran, cada una, una parcela del saber; todas sobresalen entre las aportaciones de su disciplina específica. Pero hay una, el famoso Iter exstaticum coeleste, que intenta ofrecer un compendio del universo, tanto celeste como terrestre. La traducción de sus título es el siguiente: Viaje extático celeste, en el cual la obra del mundo, esto es, la naturaleza, las fuerzas, las propiedades y la composición y estructura del cielo expandido y tanto de los astros errantes como de los fijos, desde el ínfimo globo de la tierra, hasta los remotos confines del mundo, explorados a través de un manto de rapto simulado, se expone conforme a la verdad con nuevas hipótesis por los interlocutores Cosmiel y Teodidacto. La obra consta de dos diálogos. El primero trata de la naturaleza y propiedades del cielo expandido y de los astros; el segundo, de la providencia en la obra resplandeciente de Dios en el mundo. En el diálogo primero, que se extiende por nueve capítulos, los interlocutores viajan por la Luna, Venus, Mercurio, el Sol, Marte, Júpiter, Saturno y el firmamento exponiendo en la conversación los más novedosos conocimientos. En el diálogo segundo, después de conversar, durante diez capítulos, sobre el origen, el orden y la organización armónica del universo y sus componentes, concluye disertando en otros dos capítulos sobre el fin para el que Dios creó el mundo.

La obra tuvo fortuna; los lectores de décadas posteriores la leyeron; en Nueva España la encontramos citada con relativa frecuencia; la Biblioteca Nacional, por ejemplo, posee el ejemplar firmado por don Carlos de Sigüenza y Góngora, debajo de cuya rúbrica indica que lo [XXV]compró el año de 1684. Octavio Paz, por su parte, sostiene que en sus páginas se inspiró Sor Juana para escribir Primero sueño. En España también tuvo secuelas. En el siglo siguiente, casi al punto de ingresar al XIX, don Lorenzo Hervás y Panduro escribió una versión moderna que, sin citar expresamente en la portada a Kircher, retoma el plan de la obra original. El libro de don Lorenzo se llama Viaje estático al mundo planetario, en el que se observan el mecanismo y los principales fenómenos del cielo; se indagan sus causas físicas, y se demuestran la existencia de Dios y sus admirables atributos (Madrid, 1793). Esta hermosa obra, resumen del conocimiento astronómico de su tiempo, declara desde el principio, al igual que Kircher, su objetivo didáctico: “El medio, pues, de conocer a Dios, como Autor natural, y la escala para subir a él por las criaturas, presento en esta obra al espíritu humano en la estática observación de las inmensas regiones celestes, cuya fructuosa contemplación es su conquista cierta, ya que Dios no dio al hombre la inquieta curiosidad de saber sobre ellas la que no podía o debía lograr y gozar útilmente. En la consideración, que desde el conocimiento del Cielo visible nos lleve al del Supremo Creador, propongo la conquista de Aquel Cielo invisible, cuya posesión formará nuestra eterna bienaventuranza”.

Pues bien, esta obra, cuya primera edición es de 1656 –la edición preparada por Gaspar Schotto data de 1660-, inspiró en Favián el deseo de modificar sus primeros escritos y organizarlos para lograr una obra análoga en castellano. En 1667 le hace saber a Kircher que la obra, titulada Tautología, constará de cinco tomos de a folio y que estará escrita en castellano para que todos tengan acceso a ella; le envía, incluso, la portada, la cual nos ofrece un amplio programa de su contenido. El título es el siguiente: Tautología extática universal Dialogística, cosmimétrica, hagiográphica, physiológica, philosóphica, geográphica, hiudrográphica, topothésica, chímica, subterránea, astronómica, aritmética, óptica, machímica, musiarmónica, mística.

El plan enciclopédico dela obra es manifiesto; pero si alguna duda nos quedara, el mismo Favián se encarga de disiparla al señalar que la Tautología “comprende todas las dichas sciencias y artes con otro número inmenso de cosas raras, curiosas, nuevas, peregrinas e inauditas, hasta ahora no conocidas o, por mejor decir, mal entendidas”, y ahora investigadas, gracias al microscopio y al helioscopio, escrutador, el primero, del microcosmos y, el segundo, de los espacios planetarios. De la misma manera, el objetivo teleológico del conocimiento se hace explícito: el hombre alcanza el conocimiento del mundo para que, conociendo sus recursos y admirando sus maravillas, sepa que todo está sujeto [XXVI] como él lo está, a su creador para que “contemplándole en ellas le conociese, conocido le buscase; buscando le hallase, hallándole le sirviese; sirviéndole le amase y amándole en esta vida como por sí lo merece en la otra le gozase, en una gloria sin fin por los siglos de eternidades”. El mismo título de la obra, Tautología, pregona que todas las ciencias convergen a un mismo camino o, mejor, que los múltiples caminos que constituyen la diversidad de los saberes son, en esencia, uno solo, el cual desemboca en Dios. Pero no queda aquí la influencia del Iter exstaticum; Favián redacta su obra en la misma forma dialogada y, aún más, elige a los mismos interlocutores, Cosmiel y Teodacto, que Kircher emplea en el Iter. Favián no pretende atribuirse la originalidad de la obra; más bien pretende asombrar. El objetivo de la Tautología está puesto, nada menos, que en ofrecer un compendio del conocimiento moderno en cada una de sus ramas. Sabe que una obra así conmovería al medio científico europeo y sería el asombro del novohispano. En este tenor, Favián anota claramente que su doctrina está tomada de los “sapientísimos autores de estos tiempos”. Ellos son, en primerísimo lugar, Atanasio Kircher; en segundo Gaspar Schotto; y en tercero Juan Caramuel. La correspondencia toda está salpicada de datos que lo confirman; por ejemplo, en 1667, al quejase de que no recibió el De magia y el Curso matemático de Schotto, escribe que los desea de tal manera que “helo, sentido tanto que no hay con qué compararlo”, porque “los necesito para la obra que tengo dispuesta”. Y en esa misma ocasión solicita el Iter exstaticum editado por Schotto “porque para mi obra me importará también mucho”. Y todavía en 1672 insiste tanto en los propios libros de Schotto, como en su edición del Iter “que me importa sumamente para la otra obra grande de mi Tautología ”.

El caso de Caramuel es más interesante. Su origen polaco hacía que las miradas de la Inquisición cayeran sobre sus escritos y, con frecuencia, los censores más celosos le aplicaban el apelativo de “sospechoso”. Para dar idea de ello habrá que decir que, precisamente, en 1663 el Tribunal de la Inquisición de México dio entrada a una denuncia contra sus obras Teologia moralis y Teologia fundamentalis, promovida por Francisco Pérez, quien las denuncia desde el puerto de Cavite. Pero, al mismo tiempo, el incidente sirve para revelar el gran aprecio que los doctos tenían de las obras de Caramuel. En efecto, los censores, Joan de Torres y Alonso Bravo, en esta ocasión no sólo no censuraron tales obras sino que declararon que “las obras del eruditísimo Caramuel han conseguido tanta estimación y aplauso de los mayores hombres de la Europa; y a mí me parecen –escribe Torres-, tan justa y debidamente que siento [XXVII] merecen más alabanza que censura”. Favián tuvo el buen tino de descubrir, como seguramente lo hicieron sus amigos novohispanos, el interés enciclopédico que ligaba a Kircher y a Caramuel. Desde 1665 Favián elogia las obras de Caramuel ante Kircher: “Hube las obras del señor Juan Caramuel y en un librito pequeño de las observaciones de los nuevos phoenómenos del cielo de este tiempo, en que trae muchas cosas que se han descubierto en el helioscopio, hallé que aqueste instrumeto es grande y que no es como los anteojos de larga vista ordinarios, sino que los cristales son grandes y que se mira por ellos con ambos ojos y no como en los otros con uno; hallé también en este autor cómo trata del modo como se pueden aprender todas las ciencias”. Y en 1672 vuelve a expresar la necesidad que le apremia y el gran apoyo que espera de las obras del polaco: “Otro libro que aquesta materia prometió el señor Juan Caramuel en sus escritos que ha sacado a luz con estampas finas, abiertas en láminas de bronce, todos los globos celestes, planetas y otras estrellas con las formas, figuras y efigies tan raras con que de nuevo se ha hallado con los nuevos telescopios astronómicos, con otros singularísimos fenómenos que dice haber hallado en la luna y demás planetas; los cuales todos, dice, los pondrá ante los ojos dibujados en dichas estampas de cada globo celeste. He tenido noticia de que quizá la sacó a luz y de que se ha divulgado por todas esas partes; y así, le suplico encarecidamente a Vuestra Paternidad Reverenda se digne de solicitármelo para aprovecharme del en mi tercer tomo de mi Tautología, porque yo acá tengo ya dibujados los globos de los planetas, al modo que el señor Caramuel dice; veremos si concuerda conmigo o no; están buenos los míos y, así, ruego que éste venga ya”. Y más adelante solicita que le envíen la Steganographia; los Solis et artis adulteria, el Musaeum mortis y otro sobre música cuyo nombre no consigna. Como se ve, la presencia de Caramuel es decisiva para la obra de Fabián. El proceso de redacción de la Tautología nos es poco conocido; a ratos da la impresión de que avanza firmemente. Tal es el caso de textos como el anteriormente citado; o el otro de 1667, en que le comenta a Kircher que necesita la segunda edición del Iter porque piensa reproducir sus ilustraciones en el tomo que tratará de las esferas celestes. A veces, incluso, parece que está a punto de concluirla, esto se deduce de párrafos como el de 1665, en que pregunta sobre la viabilidad de imprimirlos en Europa; o el de 1667, cuando escribe que cada tomo constaría aproximadamente de 600 páginas, más las ilustraciones y en el que, además, pregunta si se debe imprimir 500, si 800, o si 1,000 ejemplares. Sin embargo, la realidad es que la Tautologia no avanza. Favián se disculpa señalando la falta de los [XXVIII]  libros de Schotto, del propio Kircher y de Caramuel. En 1667 escribe que le son muy necesarios el De magia, el Curso matemático y el Iter y que se vio precisado a detener la redacción de la Tautología hasta que los reciba. La última noticia que encontramos data de 1672. En la carta de dicho año urge a Kircher para que envíe el Iter, pues le es imprescindible para la Tautología que “tengo parada hasta ver aqueste libro”.

Pero la Tautología no es la única promesa que hace Favián. En 1667 anuncia otra obra que, dice, inició mientras esperaba los libros de Europa. Este nuevo estudio trataba sobre la luz y se extendía, nada menos, que por seis tomos de a cuarto o por tres de a folio. “en el interim... procuré disponer otra obrilla, como cosa de poco momento, para entretener el tiempo y haciendo la digestión de ello en sus apuntamientos. Me salió tan curiosa, preregrina y abundante, que aunque yéndolo resumiendo cuanto he podido, contendrá seis tomos de a cuarto o tres de a folio; tengo ya uno acabado con sus pinturas, también de 250 hojas más o menos. Hícelo en casi tres meses, sin escribir todo el día, y espero en Dios que mientras de allá tengo aviso, he de acabar otros dos”. Para 1672 ya llevaba cinco años en su redacción; pero, entonces el plan había ya crecido a diez tomos que, tal vez sin abusar de sus palabras, podemos creer que ya tenía redactados: “tengo entre manos este asunto de la luz, de que he formado diez tomos de a cuarto, en que actualmente estoy en mi retiro escribiendo en lenguaje castellano”. Nada, sin embargo, volvemos a saber de esta obra. Ni Favián vuelve a mencionarla, ni sabemos del paradero de los originales. Su desconocimiento se vuelve más lamentable si tenemos en cuenta que la célebre obra de Descartes, El mundo o tratado de la luz, aunque la escribió en 1629, sin embargo la publicó hasta 1677.

Así pues, actualmente desconocemos si la Tautología y el Tratado de la luz fueron concluidos o si sólo quedaron en apuntes; en uno u otro caso, también ignoramos su destino. El plan de cada obra, como dijimos de la Tautología, bastaría para singularizar a su autor en la historia de la cultura. Tal vez ninguna originalidad encontráramos en ellas, pero el simple hecho de exponer en Nueva España las modernas teorías del siglo XVII sobre astronomía, física, mecánica, acústica, etc., bastaría para hacerlas memorables. Por lo demás, cabría preguntarnos si Fabián puso seriamente la mano en ellas. Tal pregunta no me parece ociosa, pues vemos desplegarse en el tiempo del epistolario la promesa de obras, cuyos programas parecen desmesurados: la Tautología constaría de cinco tomos con 600 páginas cada uno, es decir 3,000 páginas toda la obra; el Tratado de la luz, que él dice escribía en los tiempos muertos, a su [XXIX] vez aumenta a diez tomos con 250 páginas cada uno, o sea 2,500 páginas en total. Existen, por otra parte, los juicios adversos de Ximénez quien, tal vez movido por celos y rivalidades, rectifica sus opiniones originales, y, casi de inmediato, empieza a denigrar a Favián ante Kircher. Asunto es éste de importancia que reclama encontrar pronto pistas seguras que conduzcan a despejar el enigma. Pero, aunque la erudición nos compela, la figura cinética de Favián crece ante nuestros ojos. A veces se ha dicho que nuestra biblioteca, compuesta del libros leídos y muchos sólo hojeados, revela nuestra biografía intelectual, pues tanto unos como otros manifiestan nuestros intereses y proyectos. Así los libros escritos o sólo diseñados. En tal sentido, Favián aparece como un intelectual novohispano ávido del saber europeo del momento y deseoso, por propia vanagloria o por altruismo que, a la postre a la historia ello le es indiferente, de difundirlo entre sus contemporáneos.

 

 

 

5

 

 

François Guillot contaba con 34 años cuando emprendió el viaje a Occidente para satisfacer sus ansias misioneras; después de una travesía llena de peripecias e, incluso, con acoso de piratas, llegó a Nueva España en 1635. el trabajo evangélico entre los indios chichimecas le hizo olvidar pronto su original deseo de viajar a Japón; cierta capacidad de orientación en las cosas del mundo mostró, al mismo tiempo, su idoneidad para participar en el gobierno de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús; lo hizo, primero, en las misiones en las que estuvo desde el año 1635 hasta 1654. Lo anterior se escribe pronto, pero resume 19 años de residencia en las casas jesuíticas de Tepozotlán, de San Luis de la Paz y de Querétaro; en ellas el nuevo socio, cuya transformación espiritual corre con la de su nombre, satisface su anhelo de apostolado misionero y, al iniciarse la segunda mitad del XVII, comienza a participar en el mundo de los blancos, como confesor y operario de españoles. Al ocupar, por tanto, en 1654 el cargo de rector del Colegio del Espíritu Santo en Puebla, François Guillot deja atrás una amplia experiencia en el mundo indígena americano e inicia el cursus honorum que le dará un lugar en el grupo dominante.

54 años, que a la sazón contaba, son para algunos toda una vida; a Francisco Ximénez, sin embargo, le restaban treinta más que gastará en las entretelas del poder y de la cultura. La segunda mitad del siglo XVII [XXX] experimenta una eclosión de la cultura novohispana; tal vez esta época haya presenciado una de las primeras síntesis del grupo criollo que empieza a tomar en sus manos fragmentos del poder y del gobierno. Nombres como los de Luis Becerra Tanco, Matías de Bocanegra, Jose López de Abilés, Bernardo de Riofrío y Francisco de Castro están al lado de los más conocidos: Francisco de Florencia, Luis de Sandoval y Zapata, Carlos de Sigüenza y Góngora y, especialmente, Sor Juana Inés de la Cruz; todos ellos nombran a personajes que dieron vida a uno de los momentos másl uminosos de la cultura novohispana. Por otra parte, la sociedad misma empieza a ubicarse respecto a su problemática social y cultural; anécdotas como la de Francisco Carboneli quien en 1669, incitado por los relatos de varios indios y mestizos, invirtió el presupuesto de varios colegios de la Compañía para buscar el tesoro de Moctezuma, hablan del clima de admiración del pasado prehispánico sobre el que actuarán Lorenzo Boturini y Carlos de Sigüenza y Góngora.

Personalidades como la de sor Juana Inés de la Cruz, aunque guiadas por confesores ascéticos mo Francisco Núñez de Miranda, no podrían explicarse en los conventos si no existiera el otro núcleo en el que se apoyaban, el de clérigos sagaces y abiertos. A éstos parece pertenecer Francisco Ximénez. En efecto, el antiguo amigo de Kircher era un hombre que sabía discriminar entre la naturaleza humana y la formalidad de la regla; le incomodaba, incluso, la oblatividad de sus compañeros, y cum grano salis, sabía anteponer su propio interés al de los demás así como distinguir y preferir a quienes le eran afines. Tales principios no son fáciles de sostener en la vida de comunidad, rasero de individualidades, cuyo interés antepone la otra vida a costa de la negación de la presente. Sin duda Ximénez sufrió lo embates de hombres como Núñez de Miranda. En 1670, por ejemplo, Roma fue informada de que este socio “cuida de sus propias comodidades y descuida las de sus súbditos; que no procura la observancia de nuestros hermanos estudiantes y que muchas veces ha impedido su corrección, que avisó a uno que se cuidase de un padre que le había acusado, y que no ejercita la caridad como debiera con los sanos ni con los enfermos, y que tiene afecto particular a algunos y que lo muestra en patrocinarlos y defenderlos escusando sus faltas”.

No se piense, sin embargo, que la actitud de Ximénez constituía un caso especial en el contexto colonial. Al contrario. La vida religiosa novohispana, al igual que la europea, mantenía un intenso movimiento social. El palacio y la regla fueron dos polos, pero no antagónicos sino complementarios; por ejemplo, un año antes, en 1669 desde Roma el prepósito general se había visto obligado a recriminar a Joseph Vidal, [XXXI] que era nada menos que el rector de San Ildefonso en la ciudad de México, por consumir su tiempo en la vida de la corte y regresar hasta las nueve o diez de la noche al colegio. Aún más, precisamente ese mismo año, el mismo prepósito exigió el castigo para los socios que introdujeron y regalaron en el Colegio de San Pedro y San Pablo a Leonor Carreto, marquesa de Mancera, y a sus damas de compañía, entre las que se podía encontrar Juana Inés si es que todavía en ese mes no profesaba en San Jerónimo. Roma escribió entonces “Dícese que se dio lugar a la señora Marquesa Virreina y a sus damas para que entrasen en este Colegio, estando tan prohibido, y que se les regaló estando también presente le Señor Virrey; no se declara quién fue la causa de todo esto, ni el regalo que se les dio. Averigüe Vuestra Reverencia con diligencia quién cooperó a este desorden y confiriéndolo con sus consultores, a los que fueren culpados, se les dé penitencia que merecen”.

Por estos testimonios queda claro que Ximénez, cuyo espíritu abierto ha sido constatado no se mueve en el vacío sino que forma parte de un clima ajeno a la austeridad y deshumanización con que a veces se quiere colorear la vida novohispana. Nada más elocuente sobre este aspecto que el propio Ximénez. La excelente imagen de virtud y letras que proyectaba en Puebla al término de su rectorado, propició que el obispo, el influyente Diego Ossorio de Escobar y Llamas, le solicitara como confesor, cargo de los más respetados ante las autoridades civiles y religiosas. Esto debió suceder al inicio del año 1663, pues en agosto de 1664 Ximénez escribe que hacía año y medio que ocupaba tal cargo.

Llegó, al fin, la tantos años pretendida residencia en la capital del virreinato. Casi de inmediato abandonó la ciudad de Puebla y marchó a México siguiendo al obispo que, en contra de su voluntad, había sido nombrado arzobispo y virrey; estuvo con él hasta que, por su oposición a ocupar tales cargos, llegó para sustituirlo don Antonio Sebastián de Toledo, marqués de Mancera, quien el 5 de octubre de 1664 tomó el cargo de virrey. Ximénez, sin embargo, no regresó a Puebla con el obispo sino que se quedó en México para ocupar el cargo de prefecto del prestigiado Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo. Desde ahí continuó  interviniendo en la vida social y académica. Al poco tiempo, probablemente a principios de 1665 –pues en abril de 1666 escribe “iam inde ab anno”-, reafirma su posición en la corte, pues ambos, el virrey y la virreina, le solicitan como confesor.

Así pues, el admirador de Kircher, el que no había dudado en difundirlo en Puebla y quien mantenía, como veremos, correspondencia con su antiguo amigo, se encontraba como confesor de Leonor Carreto quien [XXXII] tenía, desde 1664, a Juana Inés como la más admirada y apreciada de sus damas de compañía. Ximénez supo desempeñar sabiamente su papel. En efecto, según dan testimonio los documentos del Archivo Romano de la Compañía logró por una parte, sensibles favores del virrey para con los jesuitas, como son, nada menos, el privilegio de evangelizar las Islas Marianas y las Californias, privilegio que era apetecido especialmente por los franciscanos; supo, por otra parte, salir al frente de quienes criticaban la familiaridad de la iglesia y de la corte; censores del marqués de Mancera que, incluso, surgieron dentro de la propia Orden y a quienes Giovanni Paolo Oliva amonestó que “estén más advertidos en adelante y se persuadan que me darán muy grande disgusto, si de palabra y obra no muestran el agradecimiento que debemos a su excelencia”.

La intimidad de Ximénez con los virreyes fue tal que al llegar al término su primer periodo, el propio marqués solicitó en 1670 a Giovanni Paolo Oliva que permitiera a su confesor que le acompañara a residir en España. Tal designio no pudo cumplirse, primero porque el superior de los jesuitas negó el permiso: “no dejo de extrañar que diga Vuestra Excelencia [el virrey] que haberle elegido por confesor le ha hecho daño al padre Ximénez atrasándole en mi estimación y que para que no padezca otras mortificaciones, no mereciéndolas, desea vuestra Reverencia llevársele consigo a España. Digo, Padre mío, que yo siempre he estimado y estimo al padre Ximénez, porque lo merece por su mucha religión y buenas prendas y nunca he dado muestra de lo contrario; y el estimarle tanto Vuestra Excelencia es motivo eficaz para que yo le estime más”; y el segundo motivo para que Ximénez no viajara a España fue que el rey confirmó al marqués para un segundo periodo frente al gobierno de Nueva España, cargo en el que se mantuvo hasta el 8 de diciembre de 1673. durante todo este tiempo el virrey apoyó tanto aquí como en Roma a su confesor, quien ocupó, sucesivamente, los cargos de rector de San Pedro y San Pablo, prepósito de la Casa Profesa, provincial, consultor de la Provincia e intervino continuamente en los negocios y en el nombramiento de autoridades de la Provincia. Su muerte parece haber acaecido el 21 de marzo de 1686. las cartas de Ximénez a Kircher carecen de la emotividad que desbordan las de Favián; son textos comedidos y fríos, siempre escritos en lengua latina, en los que Ximénez aborda temas muy circunstanciales. Ocho son las cartas que conservamos en el epistolario consultado y ellas cubren el periodo que va de 1655 a 1672; sabemos, por lo menos, de seis cartas de Kircher escritas en contestación a las anteriores. Su estilo es correcto y conciso, no en balde Ximénez había [XXXIII] sido maestro de retórica en Lyon y en Nueva España gozaba de fama de buen literato.

En abono de lo anterior apuntaremos que en época muy temprana, casi recién llegado a América, el superior Mucio Vitellesci recomendó en 1641, a Andrés Pérez de Rivas que encomendara a “personas de toda satisfacción en la facultad”, es decir a Horacio Carochi y a Francisco Ximénez, el dictamen necesario para editar “un tomo de epigramas y otras poesías latinas, con oraciones de la misma lengua; declaraciones del (sic) sintaxis”, de Tomás González; libro que, aunque ahora es sumamente raro, apareció publicado por dichos años.

La expectativa de quienes esperábamos que el epistolario entre Ximénez y Kircher fuera más nutrido y tratara de temas científicos o, al menos, literarios, queda defraudada. No porque Ximénez fuera corresponsal indolente; sabemos que el escritorio de los superiores en Roma recibía año con año gran número de misivas de Ximénez trasmitiendo datos sobre sus compañeros, proponiendo planes de expansión, sugiriendo nombres para los puestos de gobierno. Son pocas las cartas a Kircher porque, aventuramos a decir, aunque lector atento de sus obras, los negocios de la Provincia y sus srelaciones mundanas, ocuparon pronto en Ximénez el interés especial que en 1655 sintió por Kircher y, en adelante, mantuvo abierta esta puerta, a la que nunca descuidó, pero que tampoco fomentó de manera especial. Pudo suceder, también, puestos en el campo de las conjeturas, que desplazada su relación por el torbellino de Favián, Ximénez haya preferido un segundo plano desde el que aconsejó a Kircher lo que creyó más conveniente para no verse arrastrado por el poblano.

En efecto, aparte de lastres primeras cartas, las de 1655 y 1656 en que restablece su relación con Kircher, y la de 1661 en que recomienda a Favián, las restantes continuamente ponen en alerta sobre Favián y la índole de los criollos. En la de 1664 hace su primera advertencia;  Kircher debe conocer a los hombres de estas regiones y no entregarse completamente sino poco a poco, pues los americanos fallan en la fidelidad y son inconstantes en el amor porque no miran por sus amigos sino sólo por sí mismos y por sus cosas. Favián, como uno de éstos, además hijo de comerciante, no retribuye, ni siquiera cercanamente, el valor de los objetos que ha recibido de Roma.

En 1666 envió dos cartas; en realidad la primera es un adelanto de la segunda. Dos son los puntos que comunica; dice que recibió la Poligrafía que Kircher le envió por medio de Fabián y que hará todo lo que esté a su alcance para obtener la nueva edición de sus obras que hace Jansonio en Amsterdam. Después regresa al tema de Favián le remite una carta, que a todas luces es apócrifa, que Favián ha hecho [XXXIV] circular como remitida por Giovanni Paolo Oliva, superior general de la Compañía, en la que acepta su parentesco con Favián y le dice que obtendrá del papa todo lo que éste le pidiere.

Sin duda Favián no sospechaba que mientras escribía sus prolijas cartas en las que solicita el obispado, Ximénez con pocas líneas socavaba cualquier posibilidad que tuviera.

La sexta carta es de 1667; toda ella está dedicada a comentar la lectura de la obra de Kircher; Ximénez para entonces, según hace constar, ya ha recibido, sin duda en la edición de Amsterdam, el Edipo egipcíaco, la Misurgia, el Iter exstaticum y el Liber de peste; se queja, por cierto, de que Kircher conceda en el Edipo tan poco espacio a las antigüedades mexicanas, que sólo brevemente se refiera a los aztecas y omita por completo a los otomíes quienes, según relata, fueron los primeros que poblaron las tierras de Nueva España después del diluvio, ni hable tampoco de su lengua a la que juzga “difficilliman et copiosissiman”.

La última carta escrita por Ximénez a Kircher es demoledora de Favián.

En 1672 le recujerda a Kircher que ya hace más de seis que le tiene prevenido sobre el “genius barbarus” de los americanos. No debe, pues, quejarse ahora del fraude que, entre líneas, parece que Kircher alega en una carta escrita el 8 de junio de 1671 y que, por desgracia, no conservamos. Pero la carta de Ximénez trasluce quejas y dolencias de Kircher para con Favián. Hace ya tiempo, dice Ximénez, advirtió sobre la insaciable apetencia del poblano y, al mismo tiempo, del desigual pago que por los aparatos científicos remitía a Roma; parece insinuar, incluso, que entre la imagen que ha intentado proyectar en Europa y la realidad hay una gran distancia: por ejemplo, hasta esa fecha, dice Fabián no ha divulgado el libro Magneticum naturae regnum que Kircher le dedicó.  Y la causa de esta reticencia, escribe Ximénez en un arranque de incongruencia, es porque en el prólogo Favián recibe el trato de “Ilustrísimo” siendo que es hijo de mercader, cuyo título de nobleza debió ser inventado cuando su familia llegó a estas tierras.

En este punto se detienen las cartas. No sabemos si continuaron en años posteriores. En todo caso, tanto a Ximénez como a Kircher les restaba mínimamente una década de vida. No sería extraño que todavía hubieran mantenido la comunicación. [XXXV]

 

 

 

6

 

 

Ésta es la historia de una quimera. Alexandro Favián encarna a los criollos que consumieron vidas y haciendas en busca del reconocimiento, de la merced que les otorgara el nombre y el honor que sentían no podía darles su propia tierra; generaciones expectantes de la flota que transportaba los pliegos reales capaces de dotarlos de nombre. La mirada del Otro como ordenadora del caos, como demiurgo de la propia existencia. Lo mismo el indiano que el criollo. América creada por Europa y, a la inversa, Europa sustentada por América. Los dos escenarios de Favián conjugados en uno solo. En el primero despliega sus valores; en el segundo exige el reconocimiento consecuente; pero, como sucedió a muchos, éste no llega y el anonimato, como el retorno del caos original, lo envuelve.

La historia parece sencilla. En cierto momento la relación de Favián y Kircher adquiere una orientación que, vista en retrospectiva, era previsible desde el inicio del epistolario. Fabián considera que, puesto que la amistad profesada es el testimonio de su propio valer, debía tener un reconocimiento ante los otros. Él mismo argumenta que la voz pública señala que “era una lástima que sujeto como yo, estuviera perdido y arrinconado”. Así pues, ya que Kircher tenía “un brazo tan largo” en los asuntos temporales, bien podía, sin mucho esfuerzo, granjearle un obispado de España o de América. No importa que fuera que fuera de rentas bajas, pues ya habría ocasión de ascender a los más ricos; aunque sería mejor que desde el principio lograra uno de consideración, como Michoacán o Oaxaca.

Favián va tejiendo los hilos de la trama. Al inicio envía a Kircher regalos de chocolate y de plata; después remite objetos más curiosos, como el San Atanasio de plumas, fabricado por los indios de Pátzcuaro, cuya belleza induce a Kircher a regalarlo, a su vez, al emperador Leopoldo Ignacio. Más tarde extiende sus relaciones epistolares a personajes más importantes como el cardenal Chisi, sobrino del papa Alejandro VII; al rector del Colegio Romano; a Juan Federico, conde de Waldstein, camarero del papa; a Giovanni Paolo, superior general de los jesuitas; incluso envía regalos al propio papa Alejandro VII. A todos ellos, por mediación de Kircher, plantea la solicitud del obispado. Sus cartas son modelo de retórica. Tres causas alega para justificar la petición: 1) obispo, clero, autoridades civiles, la sociedad toda de Nueva España, conocedora de sus méritos y de la amistad que lo une a Kircher le instan [XXXVI] a que lo solicite; él obra, por tanto, más por obediencia que por certeza de los propios merecimientos; 2) habiendo dedicado ya tanto tiempo a la fundación y consolidación de la Compañía de sacerdotes de Cristo, y siendo, como es, hombre de calidad llegó el tiempo de que busque nuevos horizontes que contribuyan a la honra de Dios; 3) el único motivo personal que aduce es que, habiendo consumido su cuantiosa herencia en la fábrica de las ermitas del Viacrucis, es justo que, de alguna manera, pueda salir de la pobreza que lo amenaza.

Kircher es el principal destinatario de sus peticiones; las razones que le alega y los caminos que le sugiere para el logro de su propósito revelan, nítidamente, las entretelas del poder: le señala que obtener el obispado no es empresa difícil, pues él sabe que se otorga por recomendación y no por merecimientos. Discute también los caminos: pareciera que el más recto fuera obtener del papa el nombramiento; pero, a la postre, éste le resulta más complicado pues sabe que el Real Patronato impide al papa actuar directamente en los reinos de España. Sugiere, entonces, el camino por la corte española; propone, con gran imaginación, la combinación de influencias. Leopoldo Ignacio, emperador de Austria y protector de Kircher, era hermano de Mariana de Austria, esposa de Felipe IV. A ello se añadía el hecho de que el jesuita Juan Everardo Nithard era confesor de la reina, la cual nada le negaría; una indicación oportuna de Giovanni Paolo a Nithard reforzaría la petición ante la reina. En el papel y en la imaginación de Favián el asunto era factible.

La empresa, sin embargo, no era tan sencilla; Kircher, el principal mantenedor, parece, aunque calladamente, detenerse y dudar. La causa pudo residir en las cartas de Francisco Ximénez.

Éste, si bien al inicio no tuvo reparo en presentar y recomendar a Favián, al poco tiempo empieza a censurarlo, a él y a los criollos. Aduce, primero, la índole insaciable e ingrata de Favián; señala en concreto, que éste no remite a Roma un pago justo a los regalos que recibe porque estos objetos duplican o triplican su valor en Nueva España; en segundo lugar, dice que la ingratitud de Favián, común en los criollos, lo lleva a olvidarse pronto de los favores recibidos. A él personalmente le ha sucedido que, habiéndole ayudado, no ha recibido ni siquiera las gracias en retribución. Al princpio Kircher parece ignorar estas críticas. Todavía más, en 1664 comunica a Favián y a Ximénez su intención de dedicarle un libro al poblano y se muestra dispuesto a diversificar, por su medio, las amistades europeas de Favián.  [XXXVII]

Los años 1666 y 1667 son cruciales. Favián presiona sobre el obispado; los divide en jerarquías; hace relación de sus méritos. Aduce argumentos que parecen sobornos a Kircher como decir que, si lograra el obispado, en adelante no le faltaría dinero para imprimir sus libros; insta a la acción poniendo en boca de los novohispanos palabras que parecen reproches al propio Kircher; por ejemplo, que si el obispado no se lograra no sólo dejaría en suspenso muchos esfuerzos hechos desde acá, sino que los malvados tendrían ocasión para murmurar que la amistad profesada “no era tan fiel y tan verdadera”, o que las muestras de afecto “habrían sido ficción y falsas imputándome que era todo quimera”. Al mismo tiempo, escribe a todos sus conocidos largas cartas sobre el mismo asunto. La excitación de Favián llega a su clímax.

A todo ello Kircher responde con dos grandes acciones. En 1667 publica el Magneticum naturae regnum que dedica a Favián con grandes elogios sobre su saber científico, humanístico y teológico; ese mismo año escribe también un memorial a Leopoldo Ignacio en el que le solicita su intervención ante la reina. Ximénez, sin embargo, no se detiene; señala a Kircher que hace mal alentando las esperanzas del criollo e, incluso, le remite una carta latina, que califica de apócrifa, en la cual Giovanni Paolo le dice a Favián que, siendo tan íntimo del papa, está dispuesto a conseguirle cualquier merced que le solicitare. Agrega, además, que existía tal distancia entre los elogios prodigados en el Magneticum naturae regnum y la visión que los coterráneos tenían de Favián, que éste se vería obligado a esconder el libro para no recibir la burla de quienes lo conocían.

Tales impugnaciones hicieron mella en Kircher, quien optó por el silencio; nada más alucinante que la ausencia, pues Favián quedó a merced de sus propios fantasmas; cada día esperaba noticias que alimentaran su esperanza; buscaba a cualquier viajero que regresara de Roma; apremiaba a sus representantes en Europa; por fin, en 1671 llegó la ansiada carta de Kircher; ella le anuncia que el emperador había escrito a la reina. Favián recobra los ánimos y se prepara para recibir la distinción; lo cree tan factible que hace arreglos para que sus representantes en Madrid reciban los aludos y paguen los derechos inherentes al nombramiento. Pero la noticia es fuego fatuo. Nuevamente la espera y la desesperanza. La crisis de Favián toma entonces muchos derroteros; duda de la importancia económica de su persona, pues alega no poseer riquezas suficientes para sostener la amistad de las personalidades europeas: “me veo, dice, muy avergonzado y corrido o, por mejor decir, muy afligido de verme tan imposibilitado de poder corresponder a tan [XXXVIII] importantes señores”; piensa, después, que Kircher tal vez haya muerto y solicita afanosamente noticias sobre su salud a todos aquellos que hayan venido de Europa; también se imagina que quizá su persona haya sido víctima de chismes y de malinformaciones. No andaba del todo desencaminado.

   Nadie toca con impunidad el poder; mucho menos si lo apetece inútilmente. La situación en Puebla se volvió insostenible para Favián. Sus admiradores envidiosos cobraron la cuota y, como él mismo escribe, todo en su torno se volvió chisme y maledicencia; llegaron hasta el propio obispo y el virrey Mancera; la presión fue tan intensa que Favián tuvo que exiliarse en un ingenio de azúcar, propiedad de su cuñado Francisco Colón; desde ahí envía cartas que parecen nunca llegar a su destino; hace averiguaciones, espera y presente que el vértigo en que ha vivido la década precedente se transforma en una boca enorme, la del olvido, que está a punto de tragarlo.

En el año de 1672 emprende un nuevo esfuerzo; ha perdido para entonces la fe en Kircher y vuelve los ojos a Oliva, al que antaño presumió como rama de su familia. No conservamos ninguna de las cinco cartas que escribió a Oliva, pero sí las contestaciones que éste le remite. En las dos primeras, las escritas los años 1672 y 1673, redactadas en el estilo urbano y protocolario del secretario, Oliva se da por enterado de la petición, pero indica a Favián que éste es una asunto que Kircher ha tratado y que es, en consecuencia, con él con quien debe seguirlo tratando. El superior de la Orden, ahora interpelado, debió de presionar a Kircher para que hablara claro con Favián y terminara este asunto; en consecuencia, en 1674 Kircher escribe una fría y distante carta, en la que los comentarios de los problemas políticos europeos ocupan gran espacio, como si se dejara entender que hay problemas más de fondo de que ocuparse y no de las bagatelas de un criollo que ha puesto en este nombramiento la posibilidad de su existencia. Al término de esta carta Kircher le pide a Favián que se resigne, que Dios ha dispuesto no cumplirle su ilusión en esta vida y que, por tanto, renuncie a su deseo. El final se acerca. Nadie dialoga con su anhelo sino que es arrastrado por éste. Favián no ceja y continúa instando a Roma; tanto Kircher, en 1677, como Oliva en 1680 envían sus últimas negativas. Sólo resta el telón. Kircher muere en 1680, pero Favián no lo sabe sino que vuelve a insistir en 1681 ante Oliva. Esta carta ya no tuvo respuesta porque Oliva murió en 1682. Favián recibió una escueta carta del nuevo superior de la Orden; en ella señala que Oliva ha muerto y con él ha desaparecido el último de sus sostenedores en Roma. Nada sabemos, por el momento, [XXXIX] de los años postreros de Favián. Para 1682 contaría con 58 años de edad; puso su empeño, su honor, todo en lograr un obispado; pensó que con ello satisfaría su anhelo, se daría un nombre y haría reconocer en Europa y en la misma Nueva España su valor en ciencia y en virtud. Los clásicos escribieron que cada quien es arrebatado por su pasión; Favián, como muchos criollos, apostó a ella su existencia y con ella la perdió.

 

 

 

7

 

Rastrear la influencia de Kircher en Nueva España es labor atrayente pero intrincada; la presencia de éste se manifiesta más allá del caudaloso torrente de citas que puedan compilarse espigando en las páginas de la época, aparece lo mismo en el campo científico que en el literario y, aún, en el religioso. Su rostro es tan diverso como los temas que tratan sus libros. La intelectualidad novohispana, su grupo más inquieto, se dejó envolver en la pasión enciclopedista que emanaba de sus páginas. Tanto más atrayente cuanto que los horizontes del sabio alemán, en sus múltiples contradicciones, permitieron a sus admiradores catalizar la crisis entre los nuevos saberes y la ortodoxia; por ello su lectura posibilitó a la cultura novohispana transitar con diferente actitud por caminos ya conocidos o aventurarse por sendas inéditas hasta entonces. Uno, no por cierto el menor, fue aprender que la gloria de Dios y el ansia de conocimiento, además de compatibles, eran complementarias. Esta vertiente teleológica del saber contribuyó decisivamente a la popularidad de Kircher porque permitió destrabar uno de los nudos de la Contrarreforma. A saber, ningún conocimiento tiene sentido, ni se justifica su adquisición, si no contribuye al mejor conocimiento de Dios o en términos jesuíticos, si no sirve ad majorem Dei gloriam.

Sor Juana, cuya devoción a Kircher quedó atestiguada en los estantes de la biblioteca con que Cabrera ilustró su retrato; Sor Juana, cuyo anhelo de conocimiento la llevó a pagar con su propia vida la realización del deseo; ella misma, en uno de los alegatos más lúcidos con que pretendió reducir su vida intelectual a los límites de la ortodoxia, en la Respuesta a Sor Filotea, se acogió a la sombra de Kircher para ilustrar los modos como cada ciencia contribuye al conocimiento de la divinidad. El saber, dice, es uno; pero sólo se aprehende mediante el conocimiento de la diversidad; esta unidad, reitera, está engarzada por la cadena universal que ata al cuerpo de la ciencia;  el conocimiento de [XL] una rama conduce al de la otrea y así se asciende hasta llegar a la sabiduría del Supremo Autor; “Es la cadena, escribe, que fingieron los antiguos que salía de la boca de Júpiter, de donde pendían todas las cosas eslabonadas unas con otras. Así lo demuestra el R. P. Atanasio Quirquerio en su curioso libro De magnete. Todas las cosas salen de Dios, que es el centro a un tiempo, y la circunferencia de donde salen y donde paran todas las líneas criadas”. Desde esta perspectiva la intelectualidad novohispana pudo, con bastante amparo, ocupar su curiosidad en los saberes del mundo y, a la vez, en marcar(sic) su adquisición dentro de los cánones requeridos.

Nadie entre los novohispanos tan semejante a Kircher como Carlos de Sigüenza y Góngora; su interés por la matemática y la astronomía; sus investigaciones sobre el pasado prehispánico; su afán coleccionista de objetos antiguos e instrumentos científicos; en suma, su actitud enciclopedista, son rasgos que derivan, en mucho, del trato con las obras del sabio jesuita.

Basta pasar los ojos por sus libros, especialmente por la Libra astronómica y El Neptuno alegórico, para comprobar el constante uso que don Carlos hace de Kircher. Nada hay que nos informe, con toda puntualidad, de los caminos que recorrió Sigüenza para llegar a Kircher; pero, puestos a aventurar, podemos suponer, como sucedió con Favián y Sor Juana, que el jesuita Francisco Ximénez haya sido uno de sus iniciadores. Es probable, incluso, que todos ellos hubieran sido parte de un círculo más amplio que leyó con fruición y creciente interés cada una de las obras de Kricher. Existen, ciertamente, elementos que nos permiten constatar los nexos que se tejieron entre Sigüenza y Ximénez. Hay uno que obsesionó continuamente al autor de la Libra astronómica. Se trata de su reingreso a la Compañía de Jesús de la cual había sido expulsado. Una de sus reiteradas peticiones estuvo sujeta al juicio de Ximénez. En 1677, cuando éste ocupaba el cargo de provincial, recibió una carta de Roma, de parte del general de la Compañía, en que le decía: “Don Carlos de Sigüenza y Góngora, que como Vuestra Reverencia sabe fue despedido de la Compañía, hace muy vivas instancias por volver a ella, pareciéndole que si vuelve, asegura su salvación; díceme que es sujeto de piedad, de edad de 30 años, catedrático de la Universidad, y que puede servir a la religión, y que está muy arrepentido y desengañado; lo más que puedo hacer es dispensar con él en el impedimento de expulso. Yo dispenso, vea vuestra Reverencia con sus consultores si conviene recibirle segunda vez, o no; a Vuestra Reverencia me remito en lo demás a lo que se juzgare en la consulta”. Así pues, en las manos de Ximénez y de los consultores novohispanos quedó la posibilidad de que don Carlos pusiera en paz su [XLI] alma; pero tampoco entonces pudo franquear el ingreso que sólo se le abriría hasta el momento de su muerte. ¿Lo detuvo el juicio de Ximénez o acaso el de los consultores? Lo ignoramos; pero con el riesgo que corre la suposición, podríamos aventurar que no fue el de Ximénez, pues hemos visto que era hombre prudente poco amigo de aplicar la regla con rigidez y, por tanto, comprensivo de los pliegues del alma humana. Pero, independientemente de lo que fuere de ello, el incidente señala la existencia de nexos entre ambos.

Además, contamos con el testimonio de la enorme afición de Sigüenza a las obras de Kircher. Estimaba de tal manera su propia colección que de las obras del jesuita alemán había formado, que la destacó especialmente en su testamento, legándola a la biblioteca del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, pidiendo, en cambio, los duplicados: “Asimismo, les dono a los dichos M. R. PP. El juego de las obras del P. Atanasio Kirchero, para que con cuatro que a mí faltan que hay en la dicha librería de San Pedro y San Pablo quede cabal dicho juego con cargo que me han de entregar a mí o a mis herederos, veinticuatro tomos que allá les sobran de este juego”. De esta donación, luego de su paso por la biblioteca de la Real y Pontificia Universidad, llegó a la Biblioteca Nacional de México un ejemplar del Iter exstaticum con la firma “D. Carlos de Sigüenza y Góngora, 1684”.

Pero éstos no fueron los únicos caminos de Kircher en Nueva España. La Misurgia universalis, imbuída de la armonía que une a los seres, además de la teoría musical, difundió la secreta simpatía de las almas y de las cosas. El Ars magna lucis et umbrae, así como el Mundus subterraneus, tuvieron tal trascendencia que impactaron, incluso, los títulos de los libros: Teatro gerárchico de la luz (1642); Fábrica de la luz (1692), Luz de verdades (1691), Poética sombra (1688); Milagrosa sombra (1702). El símbolo del espejo, de añeja raigambre alquímica, se vio también reafirmado: Espejo de príncipes católicos (1642); Espejo de príncipes (1717); Portada alegórica, espejo político (1650). Por lo demás, sus reflexiones sobre la naturaleza de la luz y de la sombra impactaron el estudio de estos fenómenos, lo cual se reflejó en la filosofía, la física, y la literatura. Ya José Pascual Buxó ha resaltado, con acierto, la manera como las ilustraciones de estos libros pudieron inspirar el tema del Primero sueño.  Resta sólo añadir, en este aspecto, la descripción señalada desde 1951 por Alfonso Méndez Plancarte, de “la linterna mágica” inventada por Kircher que Sor Juan a describe en los versos 873 a 886 del mismo Sueño y cuya parte medular dice:

Así linterna mágica, pintadas representa fingidas en la blanca pared varias figuras, de la sombra no menos ayudadas que de la luz… [XLII]

 

El Oedypus aegyptiacus, por su parte, además del interés por el antiguo Egipto, cuya difusión levantó obeliscos en las plazas de las ciudades novohispanas, divulgó las doctrinas del Corpus hermeticum, especialmente del Pimander. Recordemos, al respecto, los versos de Diego Calleja que en 1695 enumera los saberes de Sor Juana, y que señala como una de sus aficiones el hermetismo y la cábala:

 

Los cabalistas más enmarañados en cómputos y números o digan, de su cálculo presto descifrados.

 

Curiosamente, el Oedypus, al plantear a la cultura egipcia como raíz y fuente de todas las culturas, se enlazó con la China ilustrada para impulsar la creciente recuperación de las culturas prehispánicas. En efecto, pese al empleo de fuentes de segunda mano, al tratar de las culturas prehispánicas, cuya superficialidad el propio Ximénez recrimina, el mérito de Kircher radica en que dota a las sucesivas reflexiones de un marco dentro de la antropología cultural. Por su parte, la corriente hermética del Oedypus se ligó, a su vez, con la cabalística y la matemática de la aritmología. La divisa kircheriana intellegis numeros, intellegis omnia hizo de la matemática la clave del universo sensible y del imaginario. Este aspecto fue tan atrayente y popular que Sor Juana, con toda galanura, consignó en uno de sus textos el neologismo con que el barroco novohispano lo designó:

 

Pues si la Combinatoria en que a veces kircherizo en el cálculo no engaña y no yerra en el guarismo.

 

Los versos precedentes, parte de la Respuesta al romance del Conde de la Granja, hacen eco con el primer cuarteto del soneto que Sor Juana dedicó al cumpleaños del virrey marqués de la Laguna:

 

Vuestra edad, gran Señor, en tanto exceda a la capacidad que abraza el cero, que la combinatoria de Kirchero multiplicar su cantidad no pueda.

 

Quiero detenerme en ambos textos, porque éstos permiten ingresar en campos de influencia de Kircher hasta ahora no señalados. Los versos no aluden de manera general a cualquier lectura de sus libros sino que delimitan, con toda precisión, el sentido del neologismo kircherizar. Éste no aludía, pese a su difusión, o a lo que pudiera suponerse, al estudio o cultivo en general de alguna de las múltiples disciplinas de que trata la obra de Kircher; se refiere, exclusivamente, al ejercicio lógico matemático de “la combinatoria de Kirchero”; es decir, kircherizar significa ejercitarse o practicar los métodos del Ars magna sciendi, in libros digesta qua nova et universali methodo artificiosum combinationum contextum de omni re [XLIII] proposita et prope infinitis rationibus disputari, omniumque summaria quaedam cognitio comparari potest; título que en castellano significa Arte para saber, compendiada en doce libros, con la cual con un nuevo y universal método por el enlace de artificiosas combinaciones, puedes disputar sobre toda cosa propuesta y casi con infinitas razones, y puedes adquirir algún conocimiento sumario de todas las cosas.

El Ars combinatoria, llamada también Arte de las artes o Puerta de las artes y de las ciencias, pertenece a una antigua tradición que se esforzó por encontrar una vía válida o una llave de todo el conocimiento. La llamaron combinatoria porque reúne y compara por analogía el conjunto todo de las cosas con cada una; ésta en lo singular, a su vez, con la otra en lo particular; después organiza y distribuye sus grupos o saberes en el perfecto edificio de la mente humana. Por este método sus cultores se empeñaron en alcanzar una clave universal capaz de abrir la puerta o, al menos, de dejar entrever algo de la unidad originaria, divina y metafísica del saber; clavo apta, también, para descubrir la admirable concordia de las cosas y las fuerzas y propiedades que las constituyen, suficiente, por tanto, para mostrar el bien, la justicia y la armonía que gobiernan al mundo.

El complemento de este método es la posibilidad de encontrar, también una lingua universalis capaz de expresar esta realidad. Kircher, como todos los teóricos de esta materia, lo entendió y completó su Ars con el libro Polygraphia nova et universalis ex combinatoria arte detecta.

Permítasenos extendernos un poco más en este asunto. “Nada hay más dulce que saberlo todo”, había escrito Platón; pero Kircher le corrigió en el prólogo a la Ars magna sciendi, diciendo no sólo dulce sino divino porque, si la ciencia ilustra al entendimiento, aguza la mente e indaga las verdades eternas, así, también, pare a la sabiduría, la altissimarum rerum exploratrix, que traspasando los límites de la humana beatitud, llega al último tramo de la divinidad y hace a los hombres al mismo tiempo poseedores de la divina naturaleza. Sin embargo, reitera, tal aventura del entendimiento sólo es posible si la mente humana se hace dueña del método que le muestre de qué manera la diversidad está presente en el uno y el uno en la diversidad; le ayude, en suma, a adueñarse de la verdad y del conocimiento. Este método es el Ars magna sciendi o Ars combinatoria.

El Ars reúne varias tradiciones y disciplinas; el hermetismo y la cábala; la retórica y la lógica, especialmente la aristotélica; la doctrina pitagórica y la aritmología y el ars memoriae; por último, la filosofía luliana. Sobra decir que aquí confluyen las artes que buscaron intuir la escritura cifrada del liber mundi; también las que quisieron organizarlo y, al mismo tiempo, retenerlo. La portada interna del Ars magna [XLIV] sciendi de Kircher muestra, gráficamente, estas tradiciones. La primera gran síntesis de esta enciclopedia la redactó Raymundo Lulio, primero, con el Ars compendiosa inveniendi veritatem y, luego, con el Ars magna de ascenso et descenso intellectus. En ellas el sabio mallorquín intentó conjugar el sistema intuitivo –ascensus ad superiora- de Platón, con el arte del raciocinio –descensus ad inferiora- de Aristóteles. Los siglos posteriores abrevaron, con las modificaciones pertinentes, de esta fuente. Así lo hicieron los teóricos del siglo XVII como León de Saint Jean que pulbicó la Encyclopediae praemissum (1635); Jano Cecilio Frey, Via ad diversas scientias artesque  (1628); Yves de Parigi, Digestum sapientiae (1659); Cornelo Gemma, Artis cyclognomica libri tres (1659); y, especialmente, el jesuita español Sebastián Izquierdo, Pharus scientiarum (1659). Leibnitz en su juventud también se sintió atraído por este método y le rindió tributo con su Dissertatio de arte combinatoria (1666). Éstos son los antecedentes del Ars magna sciendi (1669) de Kircher quien, aprovechando los desarrollos anteriores, reivindica a Lulio y propone un método reestructurado que suprime las tinieblas que, a su juicio, ensombrecían el camino hacia la verdad.

Esta modificación consiste en simplificar las escalas de agrupamiento de los seres y reestructurar los símbolos de los principios. Kircher propone que a ninguna memoria le está concedida la capacidad de retener las reglas, los términos, las proposiciones, las distinciones; por ello el Ars sugiere un método, cuya base consiste en un alfabeto compuesto de letras y figuras con el cual la memoria retenga, sin confusión, las posiciones de las diversas formas. Así pues, Kircher dispuso, mejorando los anteriores, un alfabeto compuesto de cuatro columnas cada una de ellas de 9 categorías:

 

Alfabeto de las     Alfabeto de los prin-  Alfabeto de los prin-   Alfabeto de los princi-

Preguntas           cipios absolutos       cipios respectivos      pios universales

 

1 An                1 B Bonitas            1 Differentia           1 Deus

2 Quid              2 M Magnitudo          2 Concordantia          2 Angelus

3 Cur               3 D Duratio            3 Contrarietas          3 Coelum

4 Quantum           4 P Potentia           4 Principium            4 Elementa

5 Qui               5 S Sapientia          5 Medium                5 Homo

6 Quale             6 Vo. Voluntas         6 Finis                 6 Animalia

7 Ubi               7 Vi. Virtus           7 Majoritas             7 Plantae

8 Quando            8 Ve. Veritas          8 Aequalitas            8 Mineralia et omnia

                                                                     Mixta

9 Quibuscum         9 G Gloria             9 Minoritas             9 Materialias

                                                                     instrumentalie

 

 

[XLV] Así por este método la mente recorre todos los grados de los entes, artificialmente enlazados, ascendiendo de los sensibles a los inteligibles o descendiendo de los inteligibles a los sensibles. Su intención es, por tanto, que el intelecto entienda la naturaleza de todos los entes y su plenitud; por donde puede llegar hasta el conocimiento mismo de Dios.

Como hemos apuntado, Sor Juana muestra palpablemente en sus poemas el aprecio que la sociedad barroca novohispana tenía por estos ejercicios, al punto de inventar el neologismo kircherizar para designar al arte de las combinaciones y las relaciones. Pero no sólo Sor Juana; también el ismo Favián durante más de una década, en su correspondencia, apunta el ansia de sus contemporáneos por estos libros. En 1661 solicita a Kircher su Combinatoria “que es uno de los [libros] que más deseamos ver”; en 1663 y 1667 reitera como primera tal petición. En 1667 escribe que su hermano Tomás FAvián “le suplica mucho le honre con enviarle uno de los libros del Arte combinatoria, así que salga a luz”, 38[21]; por fin, en 1672 vuelve a pedirlo diciéndole que “por acá se desea mucho”. Entre la primera y la última fecha, en 1665 comunica a Kircher que también circulaban en Nueva España el Arte de Caramuel y el Pharus scientiarum de Izquierdo. Es decir, que uno de los libros capitales de esta materia, el Pharus, circulaba en Nueva España apenas seis años después de su edición en Europa: “hallé también de este autor [Caramuel] cómo trata del modo como se pueden aprender todas las ciencias; otro autor también he hallado que en un tomo bien grande enseña el modo de aprenderlas brevemente y, al fin, trae las combinaciones de Vuestra Paternidad Reverenda; llámase Sebastián Izquierdo y es de la Compañía de Jesús; intituló su libro Pharus scientiarum”. Ninguno de estos autores, sin embargo, pudo competir con la popularidad que alcanzó la Combinatoria de Kircher. Así, también, lo refleja Favián en su discurso cortesano en que subordina a Izquierdo a Kircher, cuando es a la inversa; “Pero si he de decir lo que siento, juzgo que el uno y el otro le han hurtado a Vuestra Paternidad Reverenda su enseñanza, al menos a mí, poco ni mucho me cuadra el modo con que el uno y el otro tratan de enseñar las ciencias, ni es inteligible lo que proponen, porque a mí no me cuadra ni entiendo lo que otros enseñan si no es tan solamente lo que Vuestra Paternidad Reverenda escribe”, 20 [13].

Me he extendido en este aspecto de la Combinatoria porque, me parece, en ella se encuentra una de las fuentes del Primero sueño; fuente que hasta la fecha no se ha relacionado. En efecto, hasta ahora críticos como Elías Trabulse y, especialmente, Octavio Paz, han insistido en la presencia de Kircher y de la influencia hermética en este poema de Sor [XLVI] Juana; pero lo han hecho apoyados, fundamentalmente, en la influencia del Iter exstaticum; es decir, han puesto énfasis en el tema del sueño y del viaje. También se ha insistido en los tópicos de la luz y de la sombra (Pascual Buxó) y de su raíz aristotélica (Gaos). Todas estas influencias ciertamente están presentes; pero me parece que el Primero sueño expresa mucho más que todo esto: como aventura del alma en busca de la clave del conocimiento expresa la conjugación de todas estas tradiciones, a partir de la síntesis luliana y su más inmediata formulación en el Ars combinatoria de Kircher.

En efecto, Sor Juana debió familiarizarse desde muy joven con los libros del sabio alemán; probablemente desde 1665, cuando tenía 17 años de edad y acababa de entrar al servicio de la virreina, Leonor Carreto, marquesa de Mancera. Debió de conocerlo a través del mismo Francisco Ximénez quien, como vimos, vino a México en el obispo Diego Ossorio de Escobar y Llamas y ya no regresó a Puebla sino que se quedó en la capital del virreinato; la razón fue que en 1665 fue nombrado confesor del virrey y de la virreina. No es difícil imaginar que quien había difundido la obra de Kircher en Puebla, lo hiciera con mayor entusiasmo en México; especialmente si ahora se encontraba en un medio mucho más culto, como era el de la corte, y con una intimidad tan estrecha con los virreyes, al punto de que éstos consideraron la posibilidad de llevarlo consigo a España. Desde 1665 Sor Juana debió de aficionarse a los ejercicios del Ars. La estima que sentía por estos estudios la reflejan sus mismos poemas.

La aventura que Sor Juana emprende en el Primero sueño  para adquirir la llave del conocimiento y saciar la sed de saber, consta, como en el Ars luliana, de dos movimientos. Ambos expresan el anhelo de síntesis entre el método intuitivo de Platón y el discursivo de Aristóteles. En el primero, el alma, colocada en los más alto de la mental pirámide, intenta conocer con un acto intuitivo “todo lo criado”; pero deslumbrada por el número y la grandeza de los objetos apenas si logra vislumbrar confusas especies “sin orden avenidas, sin orden separadas, / que cuanto más se implican combinadas/ tanto más se disuelven desunidas/ de diversidad llenas” (vv. 552-556). Frustrado este primer intento, recurre, entonces, al método del Ars combinatoria que, como dijimos, con grandes influencias aristotélicas y nominalistas considera las cosas en su especificidad o en su singularidad, busca, por esta vía, organizar a los seres de acuerdo a una escala, ascendiendo de la ínfima a la más perfecta. Acomete, entonces, el examen de los seres inanimados, después el de los vegetales y luego el de los animales; y así sucesivamente hasta llegar al hombre y al ángel. Aquí [XLVII] detuvo el alma su discurrir, juzgando grave empresa razonarlo todo, pues “aún la más pequeña, aún la más fácil parte no entendía”.

Hay un pasaje que, en su ambigüedad, permite anclarnos en este empeño de ligar el Primero sueño con el Ars combinatoria. Se trata de los versos que corren del 576 al 599; éstos sirven de prólogo al extenso texto (vv. 560 a 780) aludido, en el cual el alma emprende la investigación de la naturaleza. En ellos Sor Juana describe el método que el alma empleará para llegar al conocimiento. En los primeros siete versos plantea la búsqueda de la organización de los seres a través de una clasificación lógica y también ontológica; por eso alude a las categorías: “mas juzgó conveniente a singular asunto reducirse, o separadamente una por una discurrir las cosas que vienen a ceñirse en las que artificiosas dos veces cinco son categorías”.

Es decir, nos encontramos en los reinos tanto de Aristóteles como de la escolástica; digo de ambos porque si bien Aristóteles propone la doctrina de las categorías, contraponiéndola al dualismo platónico, nunca las delimitó a un número determinado sino que osciló entre seis y diez; Alfonso Méndez Plancarte, sin embargo, en la prosificación del Primero sueño, asimiló plenamente este pasaje de Sor Juana a la doctrina aristotélica y lo identificó, más concretamente, con la lógica. Méndez Plancarte interpreta así los versos anteriores: “estimó más conveniente el reducirse a algún asunto particular, o ir estudiando separadamente, grupo tras grupo, las cosas que se pueden sintetizar en cada una de las Diez Categorías en que las ordenó el arte lógica de Aristóteles”. Tal lectura, sin embargo, está determinada por el contenido de los versos que inmediatamente prosiguen en el poema: “reducción metafísica que enseña (los entes concibiendo generales en sólo unas mentales fantasías donde de la materia se desdeña el discurso abstraído) ciencia a formar de los universales, reparando, advertido, con el arte el defecto de no poder con un intuitivo conocer acto todo lo crïado, sino que, haciendo escala, de un concepto en otro va ascendiendo grado a grado, y el de comprender orden relativo sigue, necesitado el del entendimiento limitado vigor, que a sucesivo discurso fía su aprovechamiento” (vv. 583-599. Subrayado mío).

Como vemos, Méndez Plancarte reúne el concepto de las categorías con los versos 589-590 “reparando, advertido, con el arte el defecto”, para interpretar: “las cosas que se pueden sintetizar en cada una de las Diez Categorías en que las ordenó el arte lógica de Aristóteles”. Parece, en principio, que no hay reparo en admitir tal lectura. Sin embargo, si intentamos hilar más fino, podríamos hacer algunas precisiones que abren el texto a una letra más amplia y que lo restituyen a su contexto cultural. [XLVIII]

La primera consiste en leer literalmente los versos 577-582 “a singular asunto reducirse, o separadamente una por una discurrir las cosas que vienen a ceñirse en lasque artificiosas dos veces cinco son categorías”: “mas juzgó conveniente limitarse a un solo asunto o discurrir por separado, una a una, las cosas, las cuales vienen a abreviarse en las diez artificiosas categorías”. Así pues, el pasaje de Sor Juana ha quedado restituido a la corriente general del agrupamiento de los seres para estudiarlos en su individualidad. “El arte lógico de Aristóteles” ha quedado afuera. Empero, Méndez Plancarte, como vimos, toma la palabra arte del verso 590. en efecto, la lógica era una de las artes del trivium; todavía más, era la disciplina más significativa de la Facultad de Artes. Es posible, por tanto, sobre todo tratándose del discurrir, identificar la palabra arte con lógica. Sin embargo, arte también se usa en contraposición con la palabra ciencia. Es decir, arte también significa técnica o “conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer bien una cosa”; justo desde esta perspectiva se dice que la lógica es un arte; pero el significado de arte es mucho más amplio. Así también el Ars combinatoria es una técnica que participa de la lógica, pero que no se limita a las reglas sino que tiene como objetivo la adquisición  de la verdad; de manera que Sor Juana solamente escribe “reparando con la técnica o las reglas el defecto de no conocer con un acto intuitivo todo lo criado”.

Pero añade, también, nuevos elementos que permiten aludir al Ars combinatoria. El primero es el método de ascenso, ajeno a la lógica, la cual opera con relaciones de inferencia deductiva. Lulio en cambio, pone especial énfasis en este movimiento “de sensibilibus ad intelligibilia ascendens sive de intelligibilibus ad sensibilia descendens”, y para ello organiza tres escalas en cuyos grados distribuye a los seres. Kircher, por su parte, al definir el método de su Ars señala que por ella “cualquier arte o ciencia, y todas las razones de las cosas más escondidas pueden ser examinadas e investigadas por varios ascensos y descensos y circuitos de los ánimos”.

Sor Juana, acorde con esta doctrina, continúa proponiendo su método o arte que suple el limitado vigor del entendimiento “haciendo escala y de un concepto en otro va ascendiendo grado a grado” (vv. 593-594), hasta que logre alcanzar “los altos escalones” de la ciencia y llegue a “la honrosa cumbre” del conocimiento. A continuación Sor Juana propone los diversos escalones que, en orden ascendente, el alma debe examinar para obtener el saber; éstos son, como ya dijimos, en primer lugar, los minerales, “ínfimo grado del ser inanimado”; después las plantas, “vegetable aliento”; los animales; el hombre y el ángel. Ahora bien, la enumeración planteada corresponde, en estricto orden ascendente, a los [XLIX] universales planteados por Kircher y que líneas atrás reprodujimos. Así pues, me parece que podemos concluir que el segundo movimiento que el alma emprende en el Primero sueño para encontrar la clave del conocimiento corresponde, dentro de la amalgama de métodos hecha por Lulio, entre los cuales se encuentra el aristotélico, al Ars combinatoria de Kircher y que el término arte del verso 590, dentro de su ambigüedad, acepta si problemas esta lectura, la cual se ve confirmada a través de los más de cien versos subsecuentes.

Octavio Paz señala con perspicacia que el Primero sueño da un sesgo diferente a la tradición de los sueños; lo hace, afirma, porque Sor Juana termina el poema en una no visión. A esta ruptura Paz la califica de “grave y radical”; apunta además, que ella es “un signo de los tiempos”. Me parece que, vistas las cosas desde la perspectiva del Ars combinatoria, la conclusión de Paz adquiere mayor peso. En efecto, el Primero sueño termina con la plena aceptación de los límites de la razón y, en consecuencia, de la incapacidad del entendimiento para conocer todo. Es decir, el Primero sueño marca el término del enciclopedismo. Es, por tanto, un alegato contra Kircher, contra su Ars combinatoria y contra la tradición en ella resumida. Pero, al aceptar Sor Juana los límites de la razón, no renuncia al afán de saber, sino que acepta los saberes parcelados y, por ende, el poema no es, ni manifestación del escepticismo ni, como quería Vossler, una “expresión rezagada del barroco”; más bien, como él mismo lo apuntó, es un precursor del Iluminismo, o mejor, como escribe Paz, el “poema barroco que niega al barroco”.

 

 

8

 

En la literatura novohispana existen, por lo menos, otros tres raptos o sueños, en dos de ellos el alma se desprende del cuerpo, pero no busca, como en el Primero sueño, el saber. Corresponden a la visión profética o segundo tipo de sueño que Paz anota como consignados por Macrobio. El primer rapto se encuentra en el canto segundo (estrofas XXV a la LXX) de La octava maravilla (México, c. 1680) de Francisco de Castro. Es decir, fue escrito en un texto no sólo contemporáneo de Sor Juana, sino que, incluso, ésta conoció, apreció y a cuyo autor dedicó el soneto “La compuesta de flores maravilla”. La visión tiene lugar cuando Castro, “el vinclo(sic, supongo que el Dr. Osorio Romero quiso transcribir ‘vínculo’) con el cuerpo roto/ del alma”, es raptado al cielo donde descubre sin mirar y viaja sin dar paso. Ahí presencia cómo la venganza divina está presta a caer sobre el pueblo mexica, envuelto en la idolatría; el perdón [L] que María alcanza para los mexicanos; la conquista española como pago por la idolatría y el anuncio de la futura aparición de la Guadalupana. Después de presenciar este presagio de la enigmática figura “calló con mi historia mi Morfeo”, es decir, despertó.

El segundo rapto se encuentra en La californiada (1744) de José Mariano de Iturriaga; ocupa del verso 18 al 449, un poco más de la mitad de los 810 hexámetros de que consta el poema. Juan María Salvatierra, el evangelizador de Baja California, libre de la carga de la carne, dejando atrás ciudades, montañas y bóveda celeste, es trasladado hasta el cielo en donde, tras largos parlamentos y visiones, logra clemencia para los indios de la antigua California y la licencia para evangelizarlos.

El tercer rapto, pero el primero cronológicamente, es la Tautología extática universal (1667) de Alexandro Favián. A diferencia de los dos anteriores, la Tautología pretende ser una enciclopedia de los saberes; desciende en línea directa y tiene su fuente, en cuanto temas e interlocutores, en las obras de Kircher; más concretamente, en el Iter exstaticum.

Así pues, en Nueva España encontramos dos ejemplos de rapto extático anteriores al Primero sueño y uno posterior a él; sólo la Tautología, sin embargo, se propone la adquisición de la omnisciencia, al igual que el Primero sueño. Empero, es difícil que Sor Juana haya tenido conocimiento del proyecto de Favián. Uno y otro se ligan a través de Atanasio Kircher. Todos los cuatro raptos –Castro, Iturriaga, Favián y Sor Juana- nos manifiestan, empero, la gran difusión que las obras del jesuita alemán tuvieron en Nueva España.

 

 

 

 

9

 

Las páginas siguientes cumplen el deseo de Juan José Eguiara y Eguren: publican la correspondencia, hasta ahora inédita, cursada entre Atanasio Kircher, Francisco Ximénez y Alexandro Favián; consta de 60 documentos. La mayor parte de ellos se encuentra dispersa en los volúmenes que van del número 555 al 568 del Archivo de la Pontificia Universidad Gregoriana (APUG) de Roma y en los volúmenes 2, 3, 5 y 8 del Fondo Provincia Mexicana del Archivum Romanum Societatis Jesu (ARSJ). La primera alusión a este epistolario la hizo Eguirara y Eguren en el primer tomo de la Bibliotheca Mexicana; su noticia, sin embargo, se limita a la relación de Kircher con Favián y desconoce la de Francisco Ximénez. En el artículo “19 D. Alexander Fabianus”, Eguiara menciona que Favián fue autor de un conjunto de “Epístolas varias”, las cuales, dice, él no las pudo [LI] encontrar pero que, de haberlo hecho, las habría publicado en su Bibliotheca. Añade, por cierto, que tal vez las cartas habrían sido escritas en “sermone romano”, en lo cual se equivocó porque todas fueron redactadas en lengua castellana. No conoció, por supuesto, ninguna otra de las obras proyectadas por Favián. Supo, en cambio, que la relación con Kircher se mantuvo por largo tiempo –“longum intercessit commercium”-. Eguiara, además, fue quien, apoyándose en la dedicatoria del Magneticum naturae regnum, rescató la memoria de Favián y lo describió como hombre no sólo eximio en la piedad sino también erudito en la filosofía, las matemáticas y la teología.

Don José Mariano de Beristáin y Souza transcribió casi literalmente, en su Biblioteca hispanoamericana septentrional, las noticias que Eguiara aporta. Añade, por su parte, que los elogios de Kircher revelan a Alexandro como “uno de los más sabios americanos del siglo XVII”. Dice, también, otras dos cosas más: la primera, que aunque Favián apenas fue conocido en América, tal agravio queda reparado con los elogios que mereció de los europeos. La segunda resalta un párrafo del Magneticum naturae regnum y parece digna del espíritu que dio origen a la Bibliotheca de Eguiara. Apunta Beristáin que, si bien Favián fue elogiado en Europa, no debe pasarse en silencio la ignorancia que los europeos suelen tener de la cultura americana; por ejemplo, escribe, Kircher reparó en Favián hasta que supo que descendía de antepasados italianos; concluye: “como si las ciencias y las virtudes se heredasen con la sangre, y no se adquiriesen allí mismo donde se cultivan”.

Estas noticias de nuestros bibliógrafos regresaron a mi mente a causa de la polémica de Elías Trabulse y Octavio Paz sobre quién de ellos hizo el primer señalamiento de hermetismo en Sor Juana; después, por el amplio y documentado estudio que Paz dedicó a la monja jerónima. Incentivado por el tema me di a la búsqueda de tal epistolario; mi indagación en nuestros archivos, sin embargo, fue en vano. Extendí entonces, mis investigaciones a los archivos europeos, especialmente a los romanos. En la Biblioteca Nacional de Italia, en Castro Pretorio, y en el Archivum de la Compañía en Roma encontré los originales de las obras de Kircher, pero no su epistolario. A poco andar en ellos sin embargo, llegó a mis manos el tomo de Manuscripta (noviembre de 1969) en el que John E. Fletcher publicó “A brief survey of the unpublished correspondence of Athanasius Kircher, S. J.”. Supe, entonces, que tal correspondencia se encontraba custodiada en el Archivo de la Pontificia Universidad Gregoriana. Debo a la generosidad del archivista V. Monachino la facilidad para revisar los 14 volúmenes que comprenden el epistolario de Kircher, dentro [LII] del amplio acervo del Archivo. Durante dos estancias, realizadas en los años 1986 y 1988, gracias al amparo de la Universidad de México y de la UniversidadLa Sapienza” de Roma, transcribí la extensa correspondencia. Debo señalar, sin embargo, que no fui el primero en consultar dichos textos: por la anotación del libro de registros supe que los días 8 y 9 de enero de 1986 Elías Trabulse solicitó los tomos 558, 559, 564 y 565. es decir, los revisó un año antes de mi primera consulta.

Un análisis cuantitativo del epistolario señala la existencia de 8 cartas de Ximénez a Kircher. La primera está redactada en Puebla, en las kalendas de abril de 1655, y la última en México, el 8 de mayo de 1672. Alexandro Favián, por su parte, envió a Kircher 14 cartas; la primera fue redactada en Puebla el 2 de febrero de 1661 y la última, también en la misma ciudad, el 20 de abril de 1672. A la fecha conocemos o tenemos indicio de 22 cartas que ambos enviaron al jesuita alemán en un periodo que se extiende de 1655 hasta 1672. En respuesta, sabemos que Kircher remitió a Nueva España 14 cartas: 6 a Ximénez, 7 a Favián y una a las religiosas del convento de Santa Inés de la ciudad de Puebla. Agrego, también los textos correspondientes del Magneticum naturae regnum y el Memorial al César Leopoldo I. a esta correspondencia central hay que añadir 5 cartas de Favián a Giovanni Polo Oliva, remitidas entre el 29 de abril de 1672, después de la última escrita a Kircher, y el 20 de junio de 1681. las primeras cuatro fueron respondidas por su destinatario y la última, llegada Roma después de la muerte de Oliva, tuvo respuesta de su sucesor, Carlos de Noyelle. También hay que consignar 9 cartas de Francisco María Tassara a Kircher; este italiano, genovés de origen, desempeñó la intermediación entre Kircher y Favián.

Las cartas fueron escritas en tres idiomas: las de Ximénez están siempre en latín. Sus textos son breves y correctos pero sin adornos literarios. Favián, por su parte, empleó el castellano en sus extensas y extrovertidas cartas. Kircher respondió en lengua latina, salvo la carta enviada a las monjas de Santa Inés que fue redactada en castellano. También en castellano se encuentran las cartas de los superiores de la Compañía de Jesús. Tassara, por último, escribió siempre en italiano.

Por los indicios recabados podemos suponer que Kircher escribió cerca de 14 cartas a sus corresponsales novohispanos;  desgraciadamente en el epistolario sólo conservamos 3 de estos documentos: dos cartas a Favián, una a las monjas de Santa Inés y, además, el Memorial al César presentando a Favián para el obispado.

Esta característica no es privativa del material novohispano; pareciera que Kircher hubiera estado más preocupado por conservar las cartas de [LIII] sus corresponsales, que las propias. Es de lamentar que el epistolario general, tan rico en documentos –preserva 2,292 cartas-, apenas conserve 148 del propio jesuita. Esta observación es importante porque explica la composición de los documentos que ahora salen a luz. Tal vez este hueco en la correspondencia novohispana pueda ser suplido con los documentos que pudieran encontrarse en los archivos mexicanos.

La transcripción no ha sido tarea fácil. El primer obstáculo lo constituye la difícil grafía de los corresponsales; el segundo, la diversidad de lenguas en que se encuentran sus escritos. Ambas circunstancias, conjugadas, suscitaron serias dudas en la lectura de muchas palabras. Su correcta interpretación exigió largo tiempo y paciencia. Sin embargo, la transcripción que aquí ofrezco no ha escatimado esfuerzo alguno para ser fiel a la original. En este aspecto, quiero agradecer al doctor Vincenzo Usanni, de la UniversidadLa Sapienza” de Roma, la colaboración prestada para resolver las dudas de los textos en italiano.

También debo señalar que he respetado las características de los textos; sólo he modernizado la ortografía de las palabras y uniformado los criterios de puntuación.

Aquí me interesa justificar la elección que he hecho de la grafía Favián: ciertamente Eguiara y Beristáin adoptaron la forma Fabián que responde al nombre Fabius del linaje de la gens fabia romana; incluso varios de los contemporáneos de Alexandro, entre ellos Kircher, se refieren a él como Fabián. Sin embargo, el mismo Alexandro firmó en sus documentos Favián y he querido respetar esta grafía que, por las razones que se quiera, empleó el propio interesado. También me he preocupado, por separar y numerar los párrafos, pues en el original no se presenta diferenciados. En este recuento de elementos técnicos quiero, antes de ofrecer los documentos, indicar que cada uno de los que se encuentran escritos en lengua diversa a la castellana, va acompañado de su respectiva traducción.

Sólo resta decir que la historia novohispana aún tiene grandes zonas que nos son desconocidas; investigarla contribuye a sacar a luz hechos y personas que modifican la visión que tenemos no sólo de ella en lo particular sino de la cultura mexicana en lo general. El epistolario de Alexandro Favián, Francisco Ximénez y Atanasio Kircher es uno de ellos.

 

 

 

IGNACIO OSORIO ROMERO

Instituto de Investigaciones Bibliográficas

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Nota del transcriptor: He respetado la ortografía utilizada por el autor, que utiliza con frecuencia monosílabos acentuados: “él”, “dió”, así como otras peculiaridades ortográficas, p. Ej.: “aquéllos”, en lugar de “aquellos”.

 

(Transcripción terminada el 09 de mayo de 2004.)

(Comienzo de revisión y corrección: incipit 09 mayo 2004)

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Ficha Bibliográfica:

 

Osorio Romero, Ignacio

LA LUZ IMAGINARIA

Epistolario de Atanasio Kircher con los novohispanos

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

1993.

LIII + 181 pp.

 

 

 

Versión electrónica a cargo de J. Francisco. A. Elizalde.

México, Frontera Norte, incipit 17 de julio de 2003, finita fuit 9 de mayo 2004.

jufrae@prodigy.net.mx,  jufrae@hotmail.com

 http://www.oocities.org/juanfrancisco_arriaga/index.htm

 

NOTA BENE: La transcripción electrónica de este estudio introductoria se realizó “a mano alzada”, esto es decir, tecleando directamente del texto original todo el contenido. Agradeceré infinitamente, por tanto, se me haga llegar cualquier errata, comentario, o sugerencia que pueda mejorar esta edición electrónica.

La segunda parte y final de esta página modesta, contendrá la transcripción de algunas cartas de Alexandro Favián a Atanasio Kircher, y si fuera posible, las respuestas de éste al criollo. Siéntase completamente libre de contactarme para cualquier duda o comentario, a las direcciones de correo que aparecen supra.

Gracias.

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Links relacionados:

Artículo sobre las Epístolas entre Kircher y Alexandro Favián con el tema de la relojería

 

Nota del 13 de octubre del 2003:

 

Existe un proyecto para editar electrónicamente la correspondencia que se conserva de Atanasio Kircher en la Pontificia Universidad Gregoriana. La correspondencia abarca varios centenares de cartas, y es un proyecto que se describe en detalle en la siguiente dirección:

 

http://193.206.220.68/kircher/index.html

 

La forma más cómoda de acceder al contenido, es descargando el cliente de conexión que se proporciona en el sitio, mide poco más de 14 megas, y se descarga en 45 minutos aproximadamente, con conexión por teléfono.

Para descargarlo vaya a la siguiente dirección:

 

http://www-sul.stanford.edu/depts/hasrg/hdis/insight.html

 

La ventaja de descargar el programa es que permite la visualización de todas las cartas, incluye motores de búsqueda, y está abierta al público.

Los passwords son los siguientes:

Username: public

Password: public y

Username: stanford

Password: stanford

 

Con esto se entra a la database de la Universidad de Stanford, y puede navegarse cómodamente entre los contenidos. Posee también herramientas que permiten ampliar las imágenes, y observar con lujo de detalles los trazos de la escritura, tanto de Kircher como de sus corresponsales.

 

El último añadido (9 de mayo 2004), es una página creada a partir del cliente de conexión Luna Insight, con el que ha sido posible identificar las cartas de Alexandro Favián, y dos respuestas de Kircher, además de la carta a las monjas jerónimas de que habla el Dr. Osorio Romero en los parágrafos finales de su estudio. Para consultar las imágenes de estas cartas, refiérase al siguiente enlace:

 

http://oocities.com/gregorovivs/kircher-correspondence.html

 

Consta de 26 imágenes, ordenadas verticalmente, que incluyen las anotaciones de fecha, una descripción brevísima de la misma, y a ser posible, el número de catálogo y la colección a que pertenecen.

 

La segunda parte de este proyecto, una vez terminada la transcripción del Dr. Osorio Romero, consiste en la transcripción de algunas cartas de Alexandro Favián, y si fuera posible, la transcripción y traducción de las respuestas del mismo Kircher. Agradecemos la paciencia de los visitantes de esta página, para cualquier duda, aclaración y comentario –críticas son bienvenidas- diríjase a la dirección de correo: jufrae@prodigy.net.mx.

 

 

Para ver un ejemplo de la escritura tan meticulosa y elegante del mismo Kircher, puede acceder en este link, que descargará una imagen que he guardado en este mismo dominio:

 

http://www.oocities.org/gregorovivs/images/007r.jpg

 

Como se menciona en la misma página de Stanford, los contenidos son para uso educacional, de investigación o privados, sin fines de lucro.

 

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EL DOCUMENTO PDF HA SIDO EDITADO CON "BOOKMARKS", CUIDÁNDOSE LOS MÁRGENES, Y OPTIMIZÁNDOSE PARA SU IMPRESIÓN, AÑADIÉNDOSELE NUMERACIÓN DE PÁGINAS, Y UN FORMATO DE LETRA MUCHO MÁS LEGIBLE. TEXTO ACTUALIZADO EL 09 DE MAYO DE 2004.

 

Refiérase al siguiente enlace para su consulta, o si desea guardar el documento en su computadora, de clic con el botón derecho, y elija la opción: “guardar destino como”.

 

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