El perro se ha integrado en la sociedad humana en todos los lugares habitados de la Tierra. Arrea y protege el ganado, vigila las propiedades, olfatea y detecta sustancias ilícitas, arrastra trineos, consume desechos, cobra la caza, guía al ciego, busca y rescata a extraviados y heridos, reconforta al solitario, oye para ayudar al sordo o, sencillamente, aporta una realidad chispeante y natural a centenares de millones de personas en todo el mundo. Los orígenes del animal doméstico A lo largo de la historia, y mediante la domesticación y la cría controlada, hemos ido moldeando la arcilla genética suministrada por el lobo, transformándola en razas de perros tan diferentes como el terrier de Yorkshire y el inmenso gran danés. Pero no sólo hemos modificado el tamaño y la forma del perro, también hemos variado su comportamiento, acentuando ciertas características del lobo, como el respeto al jefe, y atenuando otros, como su timidez recelosa y la delimitación del territorio con el olor. Aunque procediendo así hemos creado una especie animal que depende casi por completo del cuidado dispensado por el ser humano.

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